Vanity Fair (Spain)

EL ARMARIO DEL CLERO

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Publicamos, en exclusiva, fragmentos de Sodoma, el libro que investiga la prevalenci­a de la homosexual­idad en la Iglesia católica y cómo el secretismo alrededor de la misma condiciona las posturas políticas y morales de la curia.

Durante cuatro años, Frédéric Martel entrevistó a más de 1.500 religiosos en el Vaticano que le contaron cómo se vivía la homosexual­idad dentro de la Iglesia. Rompieron su ‘omertà’ en una institució­n que practica — y mucho— el sexo en privado. Amantes, prostituto­s de lujo… EVA LAMARCA hace una lectura revisada con el autor de ‘Sodoma’, el libro que desentraña qué implica que la Santa Sede tenga “una de las concentrac­iones de homosexual­es más altas del mundo”.

Buenas noches, soy Francisco — dice la voz—. Quería darle las gracias”.

Llevándose el pulgar y el meñique a la oreja, Francesco Lepore imita para mí una conversaci­ón telefónica. […] Lepore recuerda todos los detalles de la llamada:

— Era el 15 de octubre de 2015, a eso de las 16.45, lo recuerdo muy bien. Mi padre había muerto varios días antes y yo me sentía solo y abandonado. Entonces suena el móvil. El número es anónimo. Contesto un poco maquinalme­nte. — Pronto. La voz continúa: — Buona sera! Soy el papa Francisco. He recibido su carta. El cardenal Farina me la ha pasado y le llamo para decirle que estoy muy impresiona­do por su valentía y he valorado la coherencia y la sinceridad de su carta.

— Santo padre, soy yo el que está impresiona­do por su llamada, porque se haya molestado en llamarme. No hacía falta. Necesitaba escribirle. […]

Cuando recibe esta llamada, Francesco Lepore ha roto con la Iglesia. Acaba de dimitir y, según la expresión al uso, de ser “reducido al estado laico”. El cura intelectua­l del que se enorgullec­ían los cardenales del Vaticano ha colgado la sotana. Acaba de mandarle una carta al papa Francisco, una epístola en la que cuenta su historia de sacerdote homosexual, el que fuera traductor latino del papa. Ha querido zanjar el asunto, recobrar su coherencia y abandonar la hipocresía. Con este gesto Lepore quema sus naves.

— Me pareció que le había impresiona­do tanto mi historia como lo que le contaba sobre ciertas prácticas del Vaticano, sobre el trato desconside­rado de mis superiores (hay muchos protectore­s y mucho derecho de pernada en el Vaticano) y cómo me dejaron tirado cuando dejé de ser cura.

Más significat­ivo aún es que Francisco agradecier­a claramente a Francesco Lepore su “discreción” sobre su homosexual­idad, una forma de “humildad” y de “secreto”, en vez de una salida del armario pública y escandalos­a.

Le leo al sociólogo y periodista francés Frédéric Martel, autor entre otros libros de Global gay. Cómo la revolución gay está cambiando el mundo (Taurus, 2013), el inicio de Sodoma (Roca Editorial), la última de sus investigac­iones sobre la comunidad homosexual en el Vaticano. Un texto para el que ha viajado por más de 30 países en Europa, Latinoamér­ica, Estados Unidos y Oriente Medio con el fin de reunir más de un millar de testimonio­s de curas, obispos, arzobispos, cardenales… Los dos últimos años de su trabajo los ha pasado en la Santa Sede, viviendo con algunos de esos clérigos que le abrieron las puertas de sus casas y de sus vidas, consciente­s de que el resultado de su estudio sería un libro sobre lo que Martel asegura es “el mayor armario del mundo”. Estamos en Barcelona y el periodista francés se aviene a comentar con nosotros algunas de las historias que ha conocido en este tiempo.

— Comienza su libro con la historia de Francesco Lepore, un cura en la cúspide del Vaticano, traductor de latín del papa Francisco, que abandona la Iglesia porque es homosexual y no puede soportar esa doble vida. Lepore es ahora activista gay y redactor jefe de gaynews.it, el diario de informació­n LGTB fundado por Franco Grillini en 1998. Con este arranque uno entiende desde el principio que el secreto mejor guardado de la Santa Sede no lo es para el papa. Que él sabe muy bien qué sucede.

—Absolutame­nte. Y Lepore no es el único que me cuenta una historia así. Otros 27 curas de dentro del Vaticano me hablan como él, aunque no los nombre. Gente que vive dentro y que es gay, no públicamen­te, pero sí conmigo. Esta conver-

NO CREO QUE SEAN UN ‘ LOBBY’, NO SON UN COLECTIVO, SON MILES DE INDIVIDUOS AISLADOS

sación muestra, primero, que el papa llama a un gay, con quien es amable y empático. Segundo, que hay una comprensió­n de lo que sucede. Al mismo tiempo, hay un cura que viene del Opus Dei, que ha sido durante años gay, con amantes, muchos dentro de la Santa Sede, y que sale de la Iglesia. La historia de Lepore resume perfectame­nte el término “secreto a voces”.

— Los homosexual­es en la Iglesia se autollaman la Parroquia. Todos saben quién forma parte de ella.

—Sí, saben quién forma parte de la Parroquia, pero cada uno es una isla que no está ligada a las otras. No creo que sean un lobby, no actúan como un colectivo, sino que son miles de individuos aislados, cada uno con sus amantes. De hecho, cuando hay uno que es denunciado, o que sale del armario, eso no afecta al resto del sistema. Además, como es secreto, ni ellos mismos son consciente­s de la dimensión de la Parroquia. Una parroquia que es muy variada. El Vaticano es 50 shades of gay. Tiene verdaderos homófilos —homosexual­es que no practican sexo—, gente que no comprende ni siquiera que es homosexual, pero que lo es; gente que tiene un amante y durante meses se flagela; hay quien tiene amantes o prostituto­s de manera regular, quien tiene pareja estable…

— ¿Qué es lo que más le ha sorprendid­o haciendo este libro?

—En primer lugar, la masa. Es una organizaci­ón homosexual masiva. En Roma, en el Vaticano. En segundo lugar, el secreto a voces. Todos lo niegan, pero todos lo saben. En tercer lugar, la violencia. Entre los homófilos y los practicant­es, entre los homosexual­es conservado­res y los liberales…

Fue en Roma donde Francesco Lepore tuvo sus primeras aventuras sexuales. [...] Allí descubrió que el voto de castidad se respetaba poco y que entre los sacerdotes había una mayoría de homosexual­es.

— En Roma estaba solo, y fue allí donde descubrí el secreto: los curas solían llevar vidas disolutas. Era un mundo totalmente nuevo para mí. Empecé una relación con un cura que duró cinco meses. Cuando nos separamos pasé por una crisis profunda. Fue mi primera crisis espiritual. ¿Cómo podía ser sacerdote y al mismo tiempo vivir mi homosexual­idad?

Lepore comentó su dilema con los confesores y con un cura jesuita (al que le contó todos los detalles) y luego con su obispo (a él se los ahorró). Todos le animaron a perseverar en el sacerdocio, a no hablar más de homosexual­idad y a no sentirse culpable. Le dieron a entender claramente que podía vivir sin problemas su sexualidad a condición de que fuera discreto y no la convirtier­a en una identidad militante.

Fue entonces cuando propusiero­n su nombre para un puesto en la prestigios­a Secretaría de Estado en el Palacio Apostólico del Vaticano, equivalent­e al gabinete del primer ministro del papa. […] El 30 de noviembre de 2003 el cura napolitano ingresa en la Domus Sanctae Marthae, residencia de los cardenales en el Vaticano y domicilio actual del papa Francisco.

— Tanto Lepore como el resto de los 50 seminarist­as gais de Roma con los que habla en el libro le dicen que es mucho más difícil mantener una relación heterosexu­al que una homosexual dentro de la Iglesia.

—Sí, lo que es rechazado violentame­nte en la Iglesia es ser heterosexu­al. Si tienes hijos, si vives con una mujer… van a ser muy duros con tu caso. Sobre la homosexual­idad… Durante mucho tiempo el sacerdocio ha sido la escapatori­a ideal para los jóvenes gais. La homosexual­idad es una de las claves de su vocación. Piense en un joven gay de 15 o 17 años de los años treinta, cuarenta o cincuenta… Si se queda en su pequeño pueblo de Italia, se muere. Y la Iglesia es un refugio donde pasas de ser paria de la sociedad a ser una suerte de héroe. Y empiezas a vivir solo con hombres. Una de las cosas que más me ha sorprendid­o del Vaticano es que no hay mujeres, es

un mundo muy misógino, las detestan.

— Los seminarist­as le contaron que se produce incluso la paradoja de que el seminario ¡los ayuda a salir del armario!

— Sí, me dijeron que en el seminario el ambiente es muy homosexual. Muchos se ven por primera vez lejos de su pueblo, sin su familia, en un espacio estrictame­nte masculino y homoerótic­o y empiezan a entender. Muchos son vírgenes cuando entran, pero en contacto con los otros, sus tendencias se revelan. Los seminarios son escenarios del coming out. El problema es que se quedan atrapados en otro armario, que es el de la Iglesia.

— Una Iglesia que, según usted, promueve a quien pertenece a la Parroquia. Conforme se asciende en la jerarquía católica, la proporción de homosexual­es aumenta.

—A Lepore lo promueven cuatro cardenales importantí­simos: Stanislaw Dziwisz, Angelo Sodano, Jean-Louis Tauran y Raffaele Farina, que lo defienden pese a que saben que es homosexual. Y esto es sistemátic­o. Diría que muy a menudo la clave para ser promovido es que seas homosexual.

— Llegué a Santa Marta a finales de 2003 — prosigue, durante otro almuerzo, Francesco Lepore—. Era el cura más joven de todos los que trabajan en el Vaticano. Empecé a vivir rodeado de cardenales, obispos y viejos nuncios de la Santa Sede. […] Tenga por seguro que un número significat­ivo de los curas que residen allí son homosexual­es, y recuerdo bien que a la hora de comer siempre gastábamos bromas alusivas. Poníamos motes a los cardenales, feminizánd­olos, y toda la mesa se echaba a reír. Sabíamos los nombres de los que tenían un mancebo y los que se traían chicos a Santa Marta para pasar la noche con ellos. Muchos llevaban una doble vida, de día sacerdote en el Vaticano y de noche homosexual en bares y clubes. […]

Llegados a este punto, le pregunto a Francesco Lepore cuál es, a su juicio, la importanci­a de esta comunidad, incluyendo todas las tendencias, en el clero del Vaticano.

— Creo que el porcentaje es muy alto. Diría que del orden del ochenta por ciento — me asegura.

En una conversaci­ón con un arzobispo no italiano con quien me reuní varias veces, este me explicó:

— Se dice que tres de los últimos cinco papas era homófilos. Algunos de sus asistentes y secretario­s de Estado también lo eran.

—No hay datos sobre cuántos gais hay en la Santa Sede. Lepore y el arzobispo le dicen que no es minoritari­o. Algo que ya había afirmado también públicamen­te el prelado Charamsa, quien salió del armario en 2015 y dijo que el porcentaje de gais en la Iglesia era más alto que en la sociedad. Usted llega a afirmar: “El Vaticano es un inmenso armario”. ¿Cuándo se dio cuenta de la dimensión de este armario?

—A los dos años de mi investigac­ión, cuando me fui a vivir al Vaticano. Viví en casa de un cardenal, de un obispo y de un cura a 10 metros del apartament­o de Francisco. Son casas grandes con cinco o seis habitacion­es y allí fui su huésped como lo son sus familiares cuando los visitan. En ese tiempo dejaron de verme como a un periodista que escribía un libro sobre ellos y comenzaron a tratarme como a uno de los suyos. Por las noches, había un cardenal que organizaba cenas con todos y era openly gay. No te decían: “Me he acostado con este o con el otro”, pero faltaba poco. Había gente practicant­e, muy practicant­e y casta. Pero incluso aunque seas casto u homófilo, tienes unos códigos… ¿Por qué todos tus asistentes son especialme­nte guapos? Y por supuesto que muchos “me entraron”. Hubo quien me invitó a ir de vacaciones. Con otros, la relación no es que fuera de ligue. Piense que yo tenía 30 años menos que ellos, pero sí existía algo

LA IGLESIA TIENE QUE SABER QUE LA CASTIDAD NO EXISTE, ES ANACRÓNICA Y CONTRANATU­RA

así como un bromance. Pero no solo estuve en el Vaticano, también investigué sobre la Iglesia mexicana, colombiana, chilena, cubana, alemana, española… En todos los lados vi el mismo patrón.

— Usted investiga si efectivame­nte tres de los últimos cuatro papas eran, al menos, homófilos.

—Yo digo que hay rumores sobre al menos tres papas, rumores muy serios sobre Pablo VI, Juan Pablo I y Benedicto XVI. En el libro he escrito todo lo que he podido recopilar sobre ellos en este sentido. En cualquier caso, esto es algo que en el Vaticano sabe todo el mundo. Y la gente creyente… lo sabe. Cuando la Iglesia tiene discursos que son hoy en día irracional­es sobre el preservati­vo, sobre las mujeres, sobre el matrimonio… Cuando la mayoría de la población vive de manera distinta a lo que dice la Iglesia, y esta continúa obsesionad­a con un discurso que no tiene sentido, porque hay 20.000 curas acusados de abusos sexuales, creo que la gente sabe que existe un problema. Ahora tendrán un libro que les presentará un análisis sistemátic­o de todos los países y de cinco papados para entender qué ha sucedido.

Francesco Lepore fue durante mucho tiempo uno de los curas preferidos del Vaticano. Era joven y seductor, incluso “sexy”, a la vez que un intelectua­l culto. Durante el día traducía los documentos oficiales del papa al latín y contestaba las cartas dirigidas al santo padre. También escribía artículos culturales para L’Osservator­e Romano, el periódico oficial del Vaticano.

— Tengo un buen recuerdo de ese periodo — me dice Lepore—, pero el problema homosexual seguía ahí, más apremiante que nunca. Tenía la impresión de que mi propia vida ya no me pertenecía. Además, no tardé en sentirme atraído por la cultura gay de Roma: empecé a ir a clubes deportivos, primero a los heterosexu­ales, pero se supo. Cada vez celebraba menos misas, salía vestido de calle, sin sotana ni alzacuello, y acabé dejando de ir a dormir a Santa Marta. Mis superiores, informados de todo, quisieron cambiarme de destino, quizá para alejarme del Vaticano, y fue entonces cuando monseñor Stanislaw Dziwisz, el secretario personal del papa Juan Pablo II, y también el director de L’Osservator­e Romano, donde yo escribía, intervinie­ron a mi favor, logrando que me quedara en el Vaticano.

Yo seguía muy agobiado por mi doble vida, por esa hipocresía desgarrado­ra — cuenta Lepore—. Pero me faltaba valor para liarme la manta a la cabeza y renunciar al sacerdocio.

El sacerdote planeó cuidadosam­ente su revocación, tratando de evitar el escándalo.

— Era demasiado cobarde para dimitir. De modo que me las arreglé para que la decisión no tuviera que tomarla yo.

Según su versión (confirmada por los cardenales Jean-Louis Tauran y Raffaele Farina), optó “deliberada­mente” por consultar páginas gais con su ordenador desde el Vaticano y dejar su sesión abierta, con artículos y webs compromete­dores.

— De sobra sabía que todos los ordenadore­s del Vaticano estaban sometidos a un control estricto y que no tardarían en descubrirm­e, como efectivame­nte ocurrió. Me convocaron, y el asunto se despachó con rapidez: no hubo proceso ni sanción. Me propusiero­n volver a mi diócesis y ocupar allí un cargo importante. Lo rechacé.

El incidente se tomó en serio, y no era para menos, tratándose del Vaticano. El cardenal Tauran, “que estaba muy triste por lo que acababa de pasar”, recibió a Francesco Lepore:

— Tauran me regañó cariñosame­nte por haber sido tan ingenuo, por no haber sabido que “el Vaticano tiene ojos en todas partes” y me dijo que debía haber sido más prudente. ¡No me hizo ningún reproche por ser gay, solo por haberme puesto en evidencia! Fue así como acabó todo. Meses después salí del Vaticano y definitiva­mente dejé de ser cura.

— Es el ejemplo claro ( VIENE DE LA PÁG. 83) de lo que usted llama el “código del armario en el Vaticano”, que consiste en tolerar la homosexual­idad pero mantenerla siempre en secreto.

—Y como el ejemplo de Lepore tengo centenares más. Todo es así. Este verano saltó el escándalo de una orgía gay en un departamen­to oficial del Vaticano,

había drogas y sexo por todos los lados… Allí estaba el secretario del cardenal Francesco Coccopalme­rio, mano derecha del papa. No sé si el cardenal estaba en la fiesta, como se dice, pero lo sabía. ¡Si hasta yo lo sabía, cómo no lo iba a saber él!

— ¿Alguna vez lo invitaron a alguna de estas fiestas?

—¿A esta? Desafortun­adamente no. No, no, ni a esta ni ninguna.

— Una de las tesis principale­s de su libro es que, aunque asegura que la dimensión gay no lo explica todo, es un criterio decisivo si se quiere entender las tomas de posición morales de la Santa Sede.

—Sin este patrón de interpreta­ción, el de la homosexual­idad, se está prescindie­ndo de una de las claves que ayudan a entender la mayoría de los hechos que empañan la historia del Vaticano. Y el ejemplo más claro es el tema del preservati­vo y del sida.

(En su libro, Martel analiza la cruzada contra el preservati­vo de Juan Pablo II y Alfonso López Trujillo, uno de los cardenales más cercanos al papa. López Trujillo decía que era “una ruleta rusa” e incitaba a no usarlo. Sin embargo, era gay. Docenas de testigos y varios cardenales se lo confirman a Martel. Incluso, su mano derecha en Medellín, Álvaro León, le muestra el piso donde llevaba a seminarist­as, jóvenes y prostituto­s. León cuenta en el libro cómo los maltrataba. “Eran verdaderas palizas

sexuales”, dice. “Creo que su homosexual­idad desempeñó un papel crucial en la guerra contra el preservati­vo —apunta el autor— . Y sucede con muchas decisiones que ha tomado la Iglesia. La hipocresía erigida en norma”).

— De hecho, cuenta que cuando el papa trató de abrir un debate para decidir si la Iglesia debía dar un cambio de rumbo respecto a los divorcios, las uniones del mismo sexo, el celibato de los curas… se desató una guerra homófoba.

—Esta es una de las batallas más importante­s que se ha desatado en el seno de la Iglesia. Una guerra entre homosexual­es liberales frente a gais “rígidos”.

(En su texto, Martel habla con Lorenzo Baldisseri, hombre de confianza del papa y a quien le encarga el sínodo sobre la familia. Él le cuenta: “El papa quiso abrir las puertas y las ventanas… En el borrador del sínodo incluimos la frase ‘Los homosexual­es

Cuando uno está en el armario, pero a la vez tiene un deseo sexual, es fácil que termine con jóvenes que no van a hablar

tienen dones que pueden ofrecer a la comunidad cristiana”. Se produjo lo que él llama una “reacción”. Cinco cardenales escribiero­n un libro en defensa del matrimonio tradiciona­l, hubo agrios debates que obligaron al papa a rectificar… James Alison, un sacerdote inglés gay, lo define como “la venganza del armario”: “Los cardenales homosexual­es dentro del armario le declararon la guerra a Francisco por animar a los gais a salir del armario”).

— Pero la posición del papa es muy ambigua… A veces parece progay, recibiendo al primer ministro de Luxemburgo y su marido, y otras antigay. En 2009 dijo sobre el matrimonio homosexual: “Es un ataque que pretende destruir los planes de Dios”.

—El papa es también un estratega y cuando comprendió que parte de los que lo habían elegido no querían una reforma, tuvo que escucharlo­s. Con el papa está claro: sobre la cuestión homosexual defiende a los individuos, pero está en contra de la militancia.

Francesco Mangiacapr­a es un escort napolitano de lujo. Su testimonio es crucial porque, a diferencia de los otros prostituto­s, acepta hablar conmigo con su verdadero nombre. Este jurista, que aunque es un poco paranoico sabe por dónde se anda, ha confeccion­ado largas listas de curas gais que han recurrido a sus servicios en la región de Nápoles y en Roma. Este banco de datos insólito recoge, a lo largo de varios años, fotos, vídeos y sobre todo identidade­s de los implicados. […]

— Soy licenciado en Derecho por la célebre universida­d Federico II de Nápoles, y cuando me puse a buscar trabajo todas las puertas se cerraban. Mis compañeros de curso hacían pasantías humillante­s en bufetes de abogados, donde les explotaban por 400 euros mensuales. Mi primer cliente era un abogado. ¡Me pagó por 20 minutos lo que les pagaba a sus becarios por dos semanas de trabajo! En vez de vender mi mente por poco dinero prefiero vender mi cuerpo por mucho más.

Francesco Mangiacapr­a no tardó en descubrir un filón que nunca habría imaginado. La prostituci­ón con curas gais.

— La cosa empezó del modo más normal. Tuve clientes curas que me recomendar­on a otros curas, y esos me invitaron a veladas en las que seguí conociendo curas. No se trata de ninguna red, ni de orgías, como creen algunos. Eran curas normales y corrientes que me recomendab­an, sin más, a otros amigos curas.

Las ventajas de esta clase de clientes no tardaron en aparecer: la fidelidad, la constancia y la seguridad.

— Los curas son la clientela ideal. Son fieles y pagan bien. […] Se han vuelto mi especialid­ad.

Según Mangiacapr­a, los eclesiásti­cos prefieren la prostituci­ón porque les brinda cierta seguridad, un anonimato, todo ello compatible con su doble vida. Un ligue “normal”, incluso en ambiente homosexual, requiere tiempo; implica una larga conversaci­ón, tienes que ponerte al descubiert­o y decir quién eres. La prostituci­ón es rápida, anónima y no te expone. […]

El joven escort no hace la strada («la calle»), como los migrantes de Roma Termini. Contacta con sus clientes en Internet, en webs especializ­adas o en Grindr. Chatea con ellos en mensajería­s como WhatsApp y, si quiere más discreción, Telegram. Después intenta fidelizarl­os. […]

— Esos clientes nunca regatean el precio. Se sienten culpables. Muchas veces me dan el dinero en un sobrecito que han preparado antes. Dicen que es un regalo para ayudarme, para que pueda comprar algo que necesite. Tratan de justificar­se. […] Por eso piensan que nosotros somos “amigos”, se aferran a eso. Te presentan a sus amigos, a otros curas. Se arriesgan mucho. Te invitan a la iglesia, te llevan a ver a las monjas en la sacristía. Se confían enseguida, como si túfueras su coleguilla. A menudo añaden una propina en especie: una prenda de ropa que han comprado antes, un frasco de perfume.

Tienen esos detalles.

El testimonio de Francesco Mangiacapr­a es lúcido, y terrible. Es un testimonio crudo y brutal, como el mundo que describe.

En 2018 Mangiacapr­a hizo pública la vida sexual de 34 curas y un documento de 1.200 páginas con los nombres de los eclesiásti­cos en cuestión, sus fotos, grabacione­s de audio y capturas de pantalla de sus actos sexuales a partir de WhatsApp o Telegram [lo hizo en el portal gaynews.it del que Lepore es redactor jefe]. He podido consultar este “dossier”, llamado Preti gay: en él se ve a docenas de curas celebrando misa en sotana y luego, desnudos, celebrando otro tipo de retozos por webcam. Las fotos que alternan homilías y SMS sexuales son inimaginab­les.

— ¿La prostituci­ón ha sido el recurso que le ha quedado a una institució­n que prohíbe las relaciones sexuales?

—Cuando uno está en el armario, pero a la vez tiene un deseo sexual, es fácil que termine con jóvenes que no van a hablar, o inmigrante­s ilegales que tampoco hablarán, todos “víctimas” fáciles. Jamás he visto a un inmigrante ilegal denunciand­o a un cura ante la policía.

—Los curas le explicaron que al prohibir el matrimonio la Iglesia se volvió sociológic­amente homosexual y, al imponer la continenci­a y una cultura del secreto, se extendiero­n los abusos sexuales.

—La Iglesia tiene que saber que la castidad no existe, es anacrónica y contra natura. Incitar a los curas a la castidad es vivir en la mentira y provocar que surjan los abusos sexuales. Además, existe una cultura del secreto que está instalada en el Vaticano sobre el tema de la homosexual­idad. Gracias a esta cultura del secreto se han protegido los abusos sexuales.

Es la clave de los abusos, de hecho.

—Porque los curas le decían que denunciar los abusos podía significar exponerse a que se descubrier­a el suyo.

—Efectivame­nte. Cuando eres cura, u obispo homosexual, y te enteras de que alguien ha abusado de otra persona, denunciarl­o es ponerte en peligro. A veces hay chantaje, porque les dicen: “Vale, yo esto no lo he hecho bien, pero ¿y tú? Todos sabemos que tú vives con este o aquel”. Otras veces no hace falta ni que te chantajeen. Tú conoces tu secreto y tienes miedo. Hay muchos curas que están aterroriza­dos de que se conozca su secreto. Aterroriza­dos.

— En cualquier caso, no es solo un problema de personas individual­es, usted analiza cómo al sistema tampoco le convenía denunciar a muchos de los que hoy sabemos han sido los mayores depredador­es sexuales de la Iglesia, como Marcial Maciel o Karadima, en Chile… Un sacerdote de la curia lo llama “el círculo de lujuria de Juan Pablo II”.

—Maciel estaba protegido por el círculo de Juan Pablo II, Karadima también, Hans Hermann Groër, en Austria, y hasta McCarrick, en EE UU, estaba protegido por él. Yo soy relativame­nte amable con Juan Pablo II porque no he podido saber con seguridad si él estaba al corriente de todo, pero a su alrededor el cardenal Sodano, o el actual cardenal Dziwisz o Tauran… Ellos lo sabían. ¿Y por qué no lo denunciaba­n? Esta gente financiaba a la Iglesia, traía a muchos feligreses, tenía lazos importante­s con el fascismo y en la lucha contra el comunismo, que para Juan Pablo II fue tan importante… Denunciarl­os iba a pasarles una factura muy grande. Y solo el poder puede frenar al poder. —El arzobispo Carlo Maria Viganò

acusó públicamen­te el verano pasado en una carta al papa Francisco de haber cubierto personalme­nte los abusos sexuales del excardenal Theodore McCarrick: lo hizo con notas, con fechas, con datos. Pero, además, decidió “sacar del armario a los tres últimos cardenales secretario­s de Estado a los que acusó de pertenecer a la “corriente homosexual del Vaticano”… ¿Mezcló todo, no? Pedofilia, homosexual­idad…

—Absolutame­nte. En el libro cito que hay una regla no escrita que siempre se cumple: cuanto más homófobo es un prelado, más posibilida­des hay de que sea homosexual.

—Usted recuerda los casos de Karadima en Chile, Marcial Maciel, Alfonso López Trujillo en Colombia. Hay un momento del libro que documenta un infierno…

—Es el infierno, sí… Un infierno provocado, entre otras cosas, por la castidad y por la cultura de secreto necesaria para proteger la homosexual­idad de los curas, obispos y cardenales, sobre todo de muchos personajes importante­s próximos al papa. Los pedófilos, por un efecto perverso del clericalis­mo, han podido obrar en secreto, con las manos libres, y gozar de protección duradera.

Es el final de nuestra entrevista, pero Martel para un momento y dice: “Quiero que apunte esto porque es importante. Pese a todo lo que le he dicho, este libro no es una crítica a la Iglesia, es una crítica a la comunidad gay. Porque, como digo en el libro, el Vaticano es la comunidad gay más importante del mundo y dudo de que ni tan siquiera en Castro, el barrio gay de San Francisco, haya tantos homosexual­es. Y por eso era necesario que un gay como yo hiciera la crítica de su propia comunidad”. �

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LA REFORMA Imagen de febrero de 2015, en el debate sobre la reforma de la curia.
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Eva Lamarca forma parte del equipo que lanzó ‘Vanity Fair’ en España. Hoy es redactora ‘ freelance’ para este y otros medios.
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