Vanity Fair (Spain)

CON MUCHO ARTE

- Por PALOMA SIMÓN

Adriana Abascal fotografia­da en su casa de París con vestido de organza de Dolce & Gabbana y guantes de Varadé.

A los 18 años se coronó Miss México y conquistó a Emilio Azcárraga. El magnate murió en sus brazos cuando ella tenía 26 años. “Toca reinventar­se”, pensó. Hoy, una década después de su separación de Juan Villalonga, está felizmente casada con Emmanuel Schreder, con quien vive en París junto a su familia y a su impresiona­nte colección. Adriana Abascal habla de dinero y tequila, de su partida de dominó con Aznar y de cómo pone chispa al mundo del arte.

Últimament­e, la canción favorita de Adriana Abascal (Veracruz, 1970) es 7 Rings, de Ariana Grande, que en el estribillo repite I wanna, I got it —lo quiero, lo tengo— de forma machacona, y que la exmodelo rapeará durante toda la sesión de fotos. Transporta un pequeño —pero potente— altavoz JVC por su casa, un piso haussmania­no en la Avenue Foch de Paris con vistas a la Torre Eiffel. El fotógrafo Benoît Peverelli, yerno del pintor Balthus y colaborado­r habitual de Karl Lagerfeld en Chanel, no ha dudado en calificarl­o de “impresiona­nte”. Abascal vive allí con su segundo marido, el alto ejecutivo francés Emmanuel Schreder, y con Diego y Jimena, los dos hijos menores de su matrimonio con el empresario español Juan Villalonga —la mayor, Paulina, estudia en Londres—. Y allí alberga el grueso de su colección. Célebre por su relación con el magnate de la televisión mexicana Emilio Azcárraga, el Tigre, fallecido en 1997, y por su matrimonio con el que fuera presidente de Telefónica —de quien se separó en 2009—, la mexicana es hoy una figura reputada en el mundo del arte contemporá­neo.

En la entrada, bajo el neón Genau or Never, de Pae White, que ocupa todo el techo, cuelga Ship Adrift, Ship of Fools, de Paul McCarthy. “Pesa varias toneladas, tuvimos que reforzar el suelo para colocarla”, cuenta Abascal, enfundada en un aparatoso vestido de Carolina Herrera que lleva con asombrosa ligereza. La misma con la que rechaza la palabra importante para hablar de sus obras. “El término inversión no me gusta nada, es el equivalent­e a la que se busca el buen partido: ‘¿Quién me puede dar una buena vida?’. Es que es igual. ‘Voy a buscar un artista que me remunere”, lamenta. “Luego no te voy a engañar: cuando compras algo y duplica su valor en subasta, pues te da gusto. El ejercicio de colecciona­r es muy narcisista”. Ella apenas ha vendido un par de piezas en la década larga que lleva en esto. “El arte es una pasión. Mi intención es que se mantenga pura, no me quiero contaminar”.

Parte de la entrevista transcurre en el office ante The Simple Things, de Takashi Murakami, “una colaboraci­ón con Pharrell Williams”. Su propietari­a me explica que el arte contemporá­neo es un lenguaje. “¿Tú qué idiomas hablas? Español, inglés, francés. Pues este es otro. Hay gente muy conservado­ra que de repente ves su colección y ¡guau!, ¿cómo se han podido fijar en estas piezas tan vanguardis­tas, osadas, que incluso te pueden causar repulsión? Es una forma de decirle a los demás quién eres”.

—¿Y qué dicen sus obras de usted? Por ejemplo, esta de aquí a la izquierda — Like Rabbits, de Terry Richardson, que les recomiendo que busquen en Google—.

—El arte contemporá­neo es un ejercicio muy conceptual. Los coleccioni­stas estamos muy viciados. No pretende ser visual ni decorar.

—Pero esto no parece un museo en absoluto, sino un hogar. Y bastante acogedor, por cierto.

—Claro, para mí eso era importante: ahí estoy yo. Es mi expresión. Esta colección tiene que ver conmigo y con los artistas que ya forman parte de ella. Hay momentos de silencio, de reflexión. Ahora estoy en uno de ellos. No puedes crecer sin parar.

Adriana recuerda la primera obra que compró. “Un cuadro con relieves de plastilina. Fue una atracción sentimenta­l, más que visual”, evoca. “No sabía quiénes eran los autores [el colectivo austriaco Gelitin] ni tampoco pensé: ‘Voy a empezar una colección’. Nada de eso. Estaba en una feria, lo vi y me emocioné. Me dije: ‘Quiénes son estos”. —¿Se mueve por impulsos? —Totalmente. Yo, si no lo siento, no lo hago. Aunque deje pasar una buena oportunida­d, o lo que sea. Generalmen­te, los coleccioni­stas empiezan por piezas que no tienen que ver con su evolución posterior, o con algo pequeño. En mi caso, la palabra inversión tiene que estar fuera, insisto. Eso seguro. —¿De qué artista le gustaría tener una obra? —Uf, es como si le preguntas a un mono qué fruta se comería [risas]. Depende, una cosa es el arte que te gusta, otra el que exhibirías ante el público. Una cosa es una pieza de museo y otra tu colección. Tu colección eres tú.

Si hace el distingo es porque pertenece al consejo del Bass Museum de Miami. “La pasión de Adriana por el arte va más allá de ser coleccioni­sta y poseer arte contemporá­neo. Colabora con la junta directiva como mecenas y como participan­te activa para establecer la visión curatorial y las metas

“En arte, inversión el término no me gusta nada. Es el equivalent­e a se busca la que un buen partido”

“Yo le pongo chispa a este mundo. No me voy a vestir de monja o de catedrátic­a por ir a una galería”

institucio­nales del museo”, me explica Silvia Karman Cubiñá, directora del Bass y amiga de Adriana, que también está en el Comité de Coleccioni­stas de la institució­n. Es una de las “seis, siete personas” que deciden qué comprar. Entre ellas figuran personalid­ades del mundo de la moda como la maniquí argentina Inés Rivero, la experta en Arte Christina Getty o la coleccioni­sta y filántropa Trudy Cejas, una de las principale­s donantes de la campaña presidenci­al de Hillary Clinton. También está Cathy Vedovi, íntima de Adriana y la culpable en cierto modo de su dedicación. “Es la madrina de mis hijos. Ella me decía: ‘Voy tres días a Londres, a la Frieze, qué me importa verte ahí que en el café’, y claro, tanto va el cántaro a la fuente... Ahora nos vamos a Suiza a ver un proyecto de Alex Hank, que es un amigo cercano mío, mexicano, con Maja Hoffmann, una supermecen­as que tiene una fundación. Son aventuras divertidas, que me sacan de mi vida, que no es cotidiana, pero que funciona con cierta estructura por los niños, este ejército...”, me dice con Tommy, uno de sus dos perros, a sus pies; el otro, Dexter, está castigado por no respetar las alfombras.

—Ahora, hay muchas mujeres poderosas en el sector: algunas latinas, como Ella Fontanals-Cisneros o Elena Foster, otras diseñadora­s de moda, es el caso de Miuccia Prada... ¿Por qué?

—No se puede decir que las mujeres tengamos más sensibilid­ad que los hombres, pero sí que somos más capaces de desprender­nos del ego. Como parimos, aguantamos mejor el dolor. Pero apenas estamos empezando a adquirir una posición más igualitari­a, todavía falta mucho.

La coleccioni­sta recuerda cómo en sus comienzos llegaba a una subasta con Cathy Vedovi y Baby Jane Holzer —“Una rubita que fue una de las musas de Andy Warhol, que en la época de la Factory era muy inocente y sobrevivió, y ahí está”— y se ponían a dar gritos como hinchas de fútbol. “En este mundo, ya sabes, todos van de negro, de gris, todo es muy severo, conservado­r, es como... importante pero quiet. Y nosotros arrasábamo­s, una emoción, una energía. Entre yo, que soy latina, la otra, que está para allá, la de Warhol... Nos moríamos de risa”. —¿Qué aporta usted a ese mundo tan cerrado y elitista? —El arte y la moda están en diálogo constante. Acuérdate del vestido Mondrian de Yves Saint Laurent, que fue un gran coleccioni­sta, mi amigo Valentino también lo es, o Dries van Noten, ya sabes. Murakami ha colaborado con Louis Vuitton. Son dos universos que se alimentan, y yo estoy en el medio de todo. Pongo lo que puedo de chispa. No me gusta tomarme nada muy en serio. Aquí unos sabemos menos, otros más. Unos tenemos unos degrees en Harvard y otros no, pero todos somos humanos. Una comunidad. Y todo el mundo aporta. Cuando organizo cenas para artistas, intento que sean divertidas. En la Factory se lo pasaban muy bien. Lo que no voy a hacer es vestirme de monja o de catedrátic­a por ir a una galería. Al final, yo soy yo.

Memorias de Adriana

La obra No Human is Illegal, de Andrea Bowers, cuelga sobre su cama. Desde la habitación se ve Ho Westward, de Ed Ruscha. “Entre ambas se puede trazar una línea que cuenta un poco mi vida”, me explica Adriana. “La obra de Bowers me correspond­e muchísimo por el tema de la inmigració­n. Me divierten los artistas que son un poco políticos, un poco activistas. Al final, el arte es la voz de la sociedad. Tú vives en tu burbuja. Aunque viajes, el día tiene 24 horas y ves lo que tu vida, tu trabajo, tu familia, te permiten. No the whole picture [toda la foto]”, reflexiona sin dejar de mirar hacia el cuadro, en el que una mariposa monarca despliega sus alas sobre el cartón. “A esta mujer la han metido en la cárcel como tres veces, se lía. Me encanta, porque lucha por la causa, y a ella le da igual”. —¿Qué le diría a Trump si lo tuviera delante? —Uy, me arrestaría­n. ¡Es tan arrogante! Se le olvida que Estados Unidos es un país de inmigrante­s, los mexicanos somos muy importante­s allí, además tenemos valores, para nosotros la familia es fundamenta­l. Muchos emigran para hacer los trabajos que los americanos ya no quieren o no tienen que hacer, ganan su dinero para ayudar a sus familias. Hay que bajarle tres tonos al ataque.

El cuadro de Ruscha del hall representa a una carabela. “Me habla de mis raíces. De México, de España, de la conquista. Es mi cultura, olvídate de la religión, de la fe”, explica. “Navegar es muy importante para mí, porque la estela queda atrás y tú miras para adelante, siempre hacia delante. El pasado se difumina y se convierte otra vez en mar y desaparece. Pasé una etapa importante de mi vida navegando”, relata. Durante siete años vivió prácticame­nte a bordo del Eco, de Emilio Azcárraga Milmo, presidente de Televisa desde 1972 hasta su muerte, en 1997. De hecho, el Tigre falleció de cáncer en el yate, en brazos de Adriana, que heredó la embarcació­n de 74,5 metros de eslora y se la vendió a Larry Ellison, dueño de Oracle, por 57 millones de euros.

Nacida en una familia “muy conservado­ra” que le recuerda a la de Roma, el filme de Alfonso Cuarón —“Una verdadera obra de arte, una película bellísima que recoge todas estas cuestiones costumbris­tas de los años setenta”, describe entusiasma­da—, su madre es una señora elegantísi­ma, “de media perla” —vive con ella en París—, y su padre fue un cardiólogo reconocido que enfermó cuando ella era muy niña. Un hombre distante que, como ha contado en alguna ocasión, la empujó a la búsqueda de una figura paternal. La encontró en el magnate

de los medios. Quizá el hombre más poderoso del México de la época. Cuando lo conoció, él tenía 59 años. Ella apenas había cumplido la mayoría de edad y acababa de coronarse como Miss México 1988. Estuvieron juntos ocho años. Con 26 años, Adriana se encontró sola y enfrentada a la familia del Tigre, con quien no llegó a casarse, por la cuantiosa herencia. “Al principio me dije: ‘Apaga y vámonos’. Pero no tengo ningún mérito, la vida me ha equipado con una gran capacidad de adaptarme y reinventar­me. A mí me pones en la selva y en tres semanas me subo a los árboles bastante bien. No pienso mucho en lo de atrás y poquito en lo que viene. La vida me la planteo como un set”. —¿Lo más duro fue litigar con los Azcárraga? —Mira, ¿es que sabes qué? Que fui práctica. Dije: “Tengo 26 años, con permiso, me voy”. A ver... Yo ya gané, viví mi historia, que me hizo muy feliz. Una historia de amor en la que aprendí un montón. Lo que yo me tenía que llevar me lo llevé conmigo y eso nadie te lo puede quitar. Por Dios, a mi edad, es que ni yo me iba a imaginar. Tocó reinventar­se. —¿Cree que Emilio estaría orgulloso de usted? —Quiero pensar que sí. Nunca me dijo: “Tienes que dedicarte a las finanzas, y no al arte, o al arte, y no al...”. No. Me inculcó sus principios: responsabi­lidad, conciencia social. Recuerdo un día que le dije: “Bueno, ¿y yo por qué tengo que ser siempre la que ayuda a todos?”. “Porque tú puedes, por eso te toca”. Le encantaba el arte, obvio. Amaba Francia, hablaba perfecto francés. Al final, no hago ese ejercicio: “¿Le gustaría a Emilio cómo voy vestida, le gustaría a Emilio...?” No. Lo que le gustaría es verme bien, realizada. —La fama, ¿ayuda a sobrelleva­r las tragedias? —No es el fin para mí. Cada vez menos. Lo que más me interesa es evoluciona­r, aprender, sentirme bien, y no es algo a lo que le pongo mucha atención. Vivir fuera de donde soy más famosa ayuda. —Y el dinero, ¿da la felicidad? —No. Te da una seguridad, un confort. El dinero, el poder, la fama, si no los sabes manejar, estás frito. Es un arma de doble filo. Mientras más tienes, más quieres. La ambición es muy importante para avanzar, pero hay que estar contento con lo que tienes.

Después de convertirs­e en una de las mujeres más célebres de México, Adriana hizo lo propio en España. Tres meses antes de la muerte de Azcárraga conoció en una de sus fiestas en Miami a un importante empresario español, íntimo del presidente del Gobierno José María Aznar y de su mujer, Ana Botella: Juan Villalonga. La mexicana y el entonces presidente de Telefónica se reencontra­ron dos años después. Se enamoraron. Villalonga rompió con su mujer, Concha Tallada, después de 21 años de matrimonio y tres hijos. Él y Abascal se casaron en 2001 en su mansión de Los Ángeles. Ella, vestida de Christian Lacroix, y ante invitados como Salma Hayek o Emilio y Gloria Estefan.

La expresión “ríos de tinta” parece inventada para esta unión, que convirtió a la reina de la belleza mexicana en la socialite del momento. Solo que con un perfil bastante más interesant­e que el de las reinas del cuché convencion­ales. El periodista Pedro J. Ramírez cuenta en El desquite el momento en el que el matrimonio Aznar Botella conoció a la nueva señora Villalonga en una cena en la finca Las Jarillas: “A Jose se le alargó el bigote nada más ponerle los ojillos ratoneros encima. ‘No te preocupes, te voy a enseñar lo mejor que tenemos en España”. Jugaron una partida de dominó. “Aznar me parece un señor muy muy inteligent­e y me encanta su pasión por la Historia. Me gustó que sabía mucho de Historia de México, de Literatura. La verdad que no me lo esperaba”, me dice Adriana. —¿Cómo llevó la presión social? —España es un país que me ha adoptado, siempre, desde niña, he crecido muy española. Todo el mundo me decía: “No, es que en España, tú veras, y la gente, la prensa”. Afortunada­mente, nunca me dejé llevar por esas tonterías y he tenido una experienci­a muy buena. Es mi casa.

Ocho años y tres hijos después, Villalonga y Abascal se separaron. “Él tiene su vida, yo la mía. Algunas historias se acaban, pero sus protagonis­tas siguen presentes en las vidas del otro. En este caso no ha sido así”. Le pregunto por los audios que salieron a la luz hace unos meses, en los que su exmarido y el comisario José Villarejo hablaban con la princesa Corinna y del rey Juan Carlos. “Mira, sabes qué, te juro por Dios, vas a creer que es una técnica para esquivar la entrevista, pero es que yo... No es que me las dé de muy importante, pero tengo un montón de asuntos que atender, que son de otra relevancia. I have better fish to fry [ tengo cosas mejores que hacer]”, zanja. “Ni los he visto ni me interesan. ¿Qué voy a sacar de allí? No es mi historia”.

Vivir con arte

Mayores, de Becky G, es la otra canción que suena en bucle. Se la sabe de memoria y no solo la canta —recordemos algunos pasajes: “A mí me gustan mayores. De esos que llaman señores. De los que te abren la

“Aznar es un señor muy inteligent­e pasión y me encanta su por la Historia. Sabe mucho de México, no me lo esperaba”

puerta y te mandan ( VIENE DE LA PÁG. 98) flores. A mí me gustan más grandes—”: “Parece compuesta para mí, cuando era joven”, bromea. Emmanuel llega a la hora del almuerzo y aprovecha para hacerse la foto. “Se va temprano al trabajo, vuelve tarde… ¡Mala señal!”, dice riendo Adriana. Jimena se presenta poco después con la mochila del colegio y se encarga de la música. Pone Qué necesidad, de Juan Gabriel, o Dancing Queen, de Abba. Los hermanos han crecido con la colección de su madre. “Me acuerdo de Diego, a los cuatro años, diciéndome: ‘Mamá, ¿puede venir Albert a mi casa? Te va a caer bien, no toca el arte”. También ha jugado un papel importante en su historia de amor con su segundo marido, presidente de la inmobiliar­ia Catella en Francia y padre de cuatro hijos de un matrimonio anterior. Le pregunto qué le pareció la colección de arte de su mujer la primera vez que la vio. “Interesant­e, misteriosa, diferente. Sentí la curiosidad de profundiza­r en las obras para conocer a la mujer detrás de la coleccioni­sta”, dice en español con acento mexicano. La pareja se conoció en 2012 en una suerte de cita a ciegas. Una cena de amigos en París a la que ella, convalecie­nte de una fractura en la pierna, fue coja y con tacones. “Antes muerta que sencilla”. Salieron a cenar y no congeniaro­n. “Ni siquiera me abrió la puerta del coche. Aún se disculpa por ello”, recuerda Adriana.

—¿Cómo se tomó que fuera madre de tres hijos?

—Nunca me puso ninguna pega, ni me dijo que los fuera a criar como propios, como finalmente sucedió. Por ejemplo, si Jimena quiere faltar al colegio, yo de repente digo: “Por mí, te dejaría, pero Emmanuel nos mata”. Y nos viene muy bien. Somos

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 ?? FOTOGRAFÍA DE BENOÎT PEVERELLI • ESTILISMO DE B E A T R I Z M O R E N O D E L A C OVA ??
FOTOGRAFÍA DE BENOÎT PEVERELLI • ESTILISMO DE B E A T R I Z M O R E N O D E L A C OVA
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