Vanity Fair (Spain)

VIVA CANTANDO

GRACIAS A ELIO, LA REINA SOFÍA FUE LA CHICA YEYÉ MÁS INESPERADA

- Por PALOMA SIMÓN

El 29 de este mes se cumplirá el 50º aniversari­o del triunfo de Salomé en Eurovisión. La artista entonó el Vivo cantando enfundada en un vestido que se hizo tan famoso —o más— que la canción, y con razón. Era un mono azul turquesa de Pertegaz con flecos y pedrería. Pesaba 14 kilos y, con él encima, la intérprete, convertida en una especie de Tina Turner cañí, podía efectivame­nte cantar, existir y lo que se propusiera. “El traje lo tengo yo, pero se deshace en cuanto lo levantas”, acaba de contar en una entrevista en el diario ABC.

Salomé fue una de las heroínas de la España de 1969 junto a Rocío Dúrcal o la chica yeyé por antonomasi­a, Conchita

Velasco, protagonis­ta de la célebre película que se había estrenado en 1965. La versión patria del movimiento juvenil tuvo aquí un éxito tremendo y un punto castizo y naif. “Soy joven y por tanto alegre. Si por yeyé se entiende que me gusten los bailes y la música moderna, estoy de acuerdo. No el gamberrism­o”, advertía el futbolista Ramón Grosso en El Alcázar, en abril de 1966. Pirri, su compañero en el Real Madrid yeyé —sí, la acepción alcanzó todos los oficios y estamentos sociales—, se casó ese verano con la actriz de moda Sonia Bruno. La novia iba en minifalda, con un diseño de manga larga y organza, y el pelo a lo chico, bajo un casquete. Fue, naturalmen­te, una boda yeyé.

Medio siglo más tarde adivinamos el mono de Salomé en el desfile de Gucci de esta temporada. El traje de novia de Sonia Bruno no desentonar­ía en una tienda de Miu Miu. La cota de malla que un diseñador de origen español, Paco Rabanne, popularizó definitiva­mente cuando se la enfundó a la protagonis­ta de la película Barbarella, Jane Fonda, revive en la colección de la marca, o en la de Anthony Vaccarello para Saint Laurent. Y Valentino recupera las plumas que usó Cristóbal Balenciaga entonces, por ejemplo, en un abrigo de 1964 confeccion­ado enterament­e en este material sobre tul verde; o en el vestido largo con el que Cecil

Beaton fotografió a la coleccioni­sta de arte Jayne Wrightsman. Si la nostalgia sirve para recuperar las vestimenta­s —y, de paso, el estado de ánimo— que, de Londres a San Francisco y de Madrid a Woodstock, impregnaro­n los años sesenta y empoderaro­n a la mujer con faldas cortas, colores lisérgicos, estampados psicodélic­os y adornos decadentes, como plumas, bordados y flecos, sea. Pero no fantasee solo con los iconos de siempre — Talitha y Jean Paul Getty o Jane Birkin y Serge Gainsbourg—. Aquí tenemos a la condesa de Romanones —que ya llevó bien de plumas con su amiga, Ava Gardner; hay fotos—, a Teresa

Gimpera, a Marisol o a la que quizá sea la chica yeyé más inesperada: la reina doña Sofía. Puede que no haya cambiado de peinado en 50 años, pero por entonces vestía a la última gracias a

Elio Berhanyer. Lo que incluía minivestid­os trapecio, bailarinas y sí: vestidos de noche adornados con plumas. De Pertegaz, como el mono de Salomé. �

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