Vanity Fair (Spain)

ESA CHICA PARISINA Y CON OJERAS

- – P. S.

Un buen día, Anne Berest (París, 1979) recibió una carta de Karl Lagerfeld en la que la felicitaba por su novela Sagan, París 1954. “El señor Lagerfeld lee todos los libros que se publican, ve todas las películas que se estrenan. Y además en tres lenguas: alemán, inglés y francés. Posee la biblioteca más extensa de París”, me cuenta la escritora por teléfono. “En la misiva hablaba de mi obra de forma muy personal, conocía todos los detalles de la historia y lo había emocionado”, añade. Poco después, Berest empezó a colaborar con Chanel y a alternar la escritura — es una de las tres autoras del best seller Cómo ser parisina estés donde estés y de varios libros y guiones— con su papel en la maison. “Es una casa en la que los lazos entre moda y literatura son históricos y naturales. La gente que trabaja allí ama la literatura. Como Coco Chanel, que vivió rodeada de escritores como Paul Morand o Jean Cocteau”, desgrana. Presencia habitual en los desfiles de la firma, atesora varias piezas en su armario, entre las que cita una chaqueta de tweed como su favorita. “Cuando me giro, se me ve toda la espalda. Es una prenda clásica pero audaz”, explica frente a un cuadro de su bisabuelo, Francis Picabia, que representa a un torero y que preside su escritorio. Berest acaba de publicar junto a su hermana, Claire, Gabriële (La Bleue), una biografía sobre su bisabuela, Gabriëlle Buffet Picabia, musa del pintor — a quien introdujo en el estilo abstracto— y de Marcel Duchamp, con quienes mantuvo una relación a tres bandas. “Tenía algo muy impresiona­nte: un cerebro erótico. Era tan inteligent­e que ponía a los hombres a sus pies sin ser especialme­nte guapa”, relata Berest, poseedora de una de las miradas más peculiares de la industria. “Sé que suena raro, pero nací con ellas. Cuando era adolescent­e, era un drama. Probé todas las cremas, maquillaje­s… Hasta que me enteré de que la gente se refería a mí como: ‘Ya sabes, la chica de las ojeras’. Son mi seña de identidad, así que dejé de esconderla­s. Como decía Cocteau: ‘Cultiva tus defectos, es tu estilo”.

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