Vanity Fair (Spain)

Las mujeres que odiaban a las mujeres

He puesto en práctica mi pacto de no agresión con mujeres machistas, mujeres feministas y mujeres decepciona­das con el feminismo. Y ni una sola vez me he arrepentid­o de no alzar la voz contra ellas.

- Por CARMEN PACHECO Carmen Pacheco es publicista, escritora y adicta a las redes. Actualment­e, tiene su residencia entre Instagram y Twitter.

Hace poco, en una entrevista, me preguntaro­n qué era para mí la sororidad. Entre otras cosas, la sororidad es uno de los argumentos preferidos de los que se ríen del feminismo para ponernos en evidencia: si eres tan feminista, ¿por qué criticas a otra mujer? ¿Dónde está tu sororidad?

La idea de que todas las mujeres debamos ser amigas o estar de acuerdo es tan sexista como la idea de que somos unas arpías entre nosotras y nos odiamos. Sentir simpatía no debería tener que ver con el género. La sororidad no es una fiesta de pijamas, ni un aquelarre a la luz de la luna. Es la capacidad de empatizar con la situación de otras mujeres y hacer frente a un enemigo común, que es el machismo. Un machismo que a veces está en nosotras mismas, enraizado y mezclado con nuestras mejores intencione­s. Mis momentos de sororidad más emocionant­es no los he vivido con mujeres desconocid­as que me han ayudado porque se identifica­ban conmigo —aunque estos también los atesoro—, sino con amigas de toda la vida, cuando por fin hemos hablado de cosas que hasta ahora preferíamo­s callarnos o ignorar. Cosas que nos hacían sufrir pero nos sentíamos estúpidas solo de pensar en verbalizar­las. Es algo que en estos últimos años están experiment­ando muchas mujeres, con sus amigas, con sus hermanas de verdad, incluso con sus madres y abuelas. Y es emocionant­e.

Pero inmersas en esta ola de compresión y sororidad, sé que no soy la única que ha pensado: “¿Y qué hago yo ahora con esas mujeres que odio?”.

Siempre había bromeado diciendo que yo no discrimina­ba a nadie: odiaba a hombres y a mujeres por igual. Pero hace unos años me di cuenta de que no era cierto. Cuando alguien expresaba una opinión o una conducta que me parecía detestable, reaccionab­a con un rechazo más visceral si se trataba de una mujer, especialme­nte si era feminista. Supongo que me molestaba que hablara en mi nombre o que algunos hombres pudieran pensar que su estupidez era común a todas. Es decir, la culpaba a ella de que ciertos individuos pudieran no distinguir­nos o de que no entendiera­n que la opinión de una feminista no representa a todo el feminismo. La culpaba a ella.

Cuando me di cuenta de esto, empecé a aplicar lo que llamé el “pacto de no agresión”: me permitía seguir detestando la opinión o la conducta de una mujer, pero evitaba expresarlo en público. Principalm­ente porque entendí que mi crítica se instrument­alizaba. Hay quien piensa que si una feminista critica a otra, el feminismo se invalida, así que jalean cualquier desacuerdo entre mujeres, sin entender que el feminismo es precisamen­te un debate y que la sororidad es lo que hace que sea constructi­vo en lugar de encarnizad­o.

En los últimos años, he puesto en práctica mi pacto de no agresión con mujeres machistas, mujeres feministas y mujeres decepciona­das con el feminismo. Y ni una sola vez me he arrepentid­o de no haber alzado la voz contra ellas. En primer lugar, porque pararte a reflexiona­r antes de atacar a alguien es un ejercicio de salud mental recomendab­le en cualquier caso. Si no la alimentas, la indignació­n se extingue pronto para dejar lugar al simple desacuerdo. Y en segundo lugar, he observado que a una mujer que se expresa en público mi crítica no le hace falta, porque le sobran. Mientras que a los hombres se les juzga por lo que opinan, las mujeres suelen obtener un extra de inquina o condescend­encia por radicales, machistas, alienadas, malas feministas… La lista de “flacos favores” es interminab­le. Nosotras no solo nos equivocamo­s como individuos, sino que fallamos a todo nuestro género cada vez que hablamos.

Sé que hay quien interpreta­rá mi pacto de no agresión como otra forma de condescend­encia. Solo pido que, antes de criticarme, recuerden que soy feminista, pero no dirijo el feminismo. Que soy mujer, pero no hablo por todo mi género. Que, equivocada­s o no, mis opiniones son mías y tengo derecho a expresarla­s libremente porque me representa­n solo a mí. �

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ELLAS Dos mujeres, en un café de París, retratadas por Robert Doisneau en 1957.
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