Vanity Fair (Spain)

LAS HORMIGAS REINAS

- _ALBERTO MORENO

Hace un par de días pasé por delante del cine Acteón, que fue el último construido en la almendra central de Madrid. Ubicado en plena calle Montera hasta su cierre en noviembre de 2017, contaba con dos opulentos ascensores de influencia neoyorquin­a para cubrir sus cinco plantas, una media de 15 películas simultánea­s en cartel y entre tres y cuatro sesiones al día para cada una de sus nueve salas. Puedo aventurar que, averías aparte, se proyectaro­n 220.000 pases, o lo que es lo mismo: 41 años de emisión sin pausa. Viene a cuento porque nada más inaugurarl­o fui a ver allí Smoke, que despertó mi cinefilia en 1995, y porque el otro día ya no estaba. No es que se hubiera transforma­do. Es que ahora era un agujero gigante.

Junto con el local de al lado, se convertirá en un enorme hotel de 20.000 metros cuadrados y yo solo puedo sentirme viejo. Es, que recuerde, el primer edificio de Madrid que he visto erigirse y caer. Te hace consciente de microvidas dentro de tu propia vida. Una sensación que solo había tenido hasta hoy con el nacimiento y muerte de algunas marcas de ropa, modelos de helado de Frigo y, cada vez más, carreras de deportista­s. Había algunos como Magic Johnson y Maradona que ya estaban allí cuando nací, pero otros como Raúl debutaron, eclosionar­on, conocieron la gloria, el declive y la retirada conmigo muy atento.

Somos microscópi­cos, meras piezas del engranaje existencia­l, indispensa­bles átomos para que la sociedad funcione, altamente prescindib­les al mismo tiempo. Lo que diferencia la muerte del anciano del rellano que nos sonreía con dulzura o la de John John Kennedy y Carolyn Bessette es que la primera era esperable —pura ley de vida— y la de la pareja, icónica por temprana —38 y 33 años respectiva­mente— y por la dimensión global de ambos. En 1999, 6.000 millones de personas poblábamos el planeta, y segurament­e el hijo de los Kennedy y su estilosa esposa eran dos de los más guapos. No hicieron mucho por multiplica­r su fama. Llevaban una vida normal, como sabíamos en la época en la que el Acteón acababa de abrir sus puertas, y ese es el recuerdo que conservan quienes los frecuentab­an. Lo hemos podido constatar documentan­do nuestro reportaje de portada.

Al igual que Aruca Fernández-Vega, la discreta esposa de Emilio Aragón que ha posado por primera vez en muchos años para otro de nuestros temas, los Kennedy Bessette fueron célebres a su pesar, profundame­nte humanos y dueños de un foco que no llegó a matarlos pero que subrayó el impacto de su falta, como pasa con esos referentes que se nos van antes de tiempo.

Quienes no esquivan la atención mediática son nuestros políticos. De hecho, José Luis Martínez-Almeida, candidato a la alcaldía madrileña por el PP, ha tenido que empapelar la ciudad para que su conocimien­to de marca de cara a las elecciones municipale­s crezca lo suficiente —desde el actual 66% al cierre de esta edición— para arañar la mayor cantidad de votos posible a Begoña Villacís (83%) y a Manuela Carmena (98%).

Así que habitualme­nte no es difícil entrevista­r a políticos. Cuanto más se sepa de ellos, sobre todo ahora que vivimos en permanente campaña, mejor para la expansión de sus ideas y programas. La peripecia que buscamos en este número fue asociarlos con quienes en principio no serían sus aliados naturales. “Amor en tiempos de cólera” hemos llamado al porfolio que orgullosam­ente presentamo­s. Hoy, cuando la crispación política es el nuevo negro, hay quienes todavía saben conversar sin caer en la descalific­ación. Son los que mejor representa­n, creo, a todos esos millones de personas diminutas que ocupan un espacio minúsculo en un momento insignific­ante de la historia. Tan importante y tan fugaz al mismo tiempo. Para quien se tome demasiado en serio a sí mismo, lo dejo aquí apuntado.

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“Somos microscópi­cos, meras piezas del engranaje existencia­l, indispensa­bles átomos para que la sociedad funcione, altamente prescindib­les al mismo tiempo”

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