Vanity Fair (Spain)

EL SUEÑO AMERICANO

- _ANABEL VÁZQUEZ

Inesperada, limpia y sensual, la nueva fragancia más exclusiva de Chanel captura el idilio de Mademoisel­le y los Estados Unidos.

Has visto el jardín japonés que hay ahí abajo?”. Ese es, exactament­e, el comentario que esperamos de alguien como Olivier Polge. El perfumista de Chanel nos recibe en las oficinas de la firma, un edificio funcional y minimalist­a de Neuilly que esconde tras su fachada... un jardín japonés. Polge, con su impecable camisa blanca y su americana sin corbata, también tiene el aspecto que esperamos de alguien que ha creado fragancias como Misia, Chance, Nº 5 L’Eau, Boy, Gabrielle y, ahora, 1957, la última incorporac­ión a la serie Les Exclusifs de la maison.

Tímido, sosegado y extremadam­ente atento, Polge prefiere hablar del proceso de creación del perfume que de marketing. En 1957, además, no lo hay. Al menos entendido de forma convencion­al. “Aquí no hay presión comercial. Perfumes así son para quien no quiere oler como su vecino. No podemos gustar a todo el mundo”, dice su autor. Una actitud muy Chanel, como lo es que 1957 sea un aroma abstracto, “al que cuesta definir y poner una imagen”, explica. El título ya intriga. “Los nombres de nuestras fragancias (Coromandel, La Pause...) cuentan nuestras historias. Es una forma de llegar a culturas o generacion­es que no nos conocen”, continúa Polge. Nacido en Grasse, ya se ha liberado de la alargada sombra de su padre, Jacques Polge, perfumista de la casa durante 35 años, y con quien mantiene contacto permanente. “Ha olido la fragancia”, admite con media sonrisa.

El aroma rinde tributo a un momento poco conocido de la historia de la marca: 1957 fue el año en el que Estados Unidos coronó su amor por Coco Chanel. Entonces, Stanley Marcus organizó la primera Quincena Neiman Marcus para celebrar el medio siglo de existencia del poderoso gran almacén y nombró a Coco como la diseñadora más influyente del siglo XX en Dallas. La francesa tenía 74 años, hacía dos que había lanzado el 2.55 en Europa y con ese bolso había vuelto a cambiar la historia de la moda. Sin embargo, en su país no contaba con la simpatía que había tenido antes de la II Guerra Mundial. En Estados Unidos, en cambio, la adoraban desde principios del siglo XX, algo que ella nunca olvidó.

En 1924 ya vendía su perfume Chanel Nº 5 y su maquillaje en los almacenes Jay Thorpe. Cuatro años después, Chanel declaró a Vogue que los estadounid­enses “compran todo el lujo, y el primero de los lujos es el perfume”. Vio antes que nadie que ahí había negocio, así que en 1931 viajó por primera vez a Estados Unidos y fue recibida como una mujer de negocios exitosa. Encandiló a Hollywood con su personific­ación del chic francés: parte del mito de Marilyn Monroe se cimentó gracias a Chanel Nº 5. El romance entre Estados Unidos y Chanel se mantuvo en alto durante décadas: en 1931 fue elegida por Vanity Fair para entrar en su Hall of Fame y en la Exposición Universal de 1939 se exhibieron sus productos. En los cincuenta su perfume icónico entró a formar parte del MoMA y en los sesenta Warhol lo pintó. Cuando murió, The New York Times le dio tres columnas en portada. Parece natural que hoy la compañía quiera dedicar un perfume a este país.

La nueva fragancia constituye un encargo para Ol ivier Polge destinado a conmemorar la reapertura de la boutique de Chanel de la calle 57. No es el primer aroma de la firma que debe su nombre a una cifra: 19 alude al día en el que nació la diseñadora, el 19 de agosto de 1883.

El perfumista, que vivió en Nueva York durante unos años, decidió trabajar sobre algo que siempre había percibido en la estética estadounid­ense: “La conexión entre limpieza y sensualida­d”. Para ello decidió usar no uno sino ocho almizcles blancos. Una resolución poco previsible. “El almizcle es, a veces, lo que se queda en la piel, y yo lo considero un universo olfativo en sí mismo. Lo echaba de menos en Les Exclusifs”, declara mientras huele un mouillette impregnado de esta sustancia. “Lo curioso de este ingredient­e es que hay que añadir algo más para revelarlo; por ejemplo, flores blancas”, nos cuenta Polge en una tarde gris inequívoca­mente parisina. El perfume ha sido concebido como una perla, por capas iridiscent­es, transparen­tes y opacas, hasta lograr que su principal componente guste hasta a quienes no son admiradore­s del almizcle.

El nariz de Chanel explica además que 1957 es una fragancia de piel, que se necesita ese contacto para revelarse y que no lo hace al momento. “Hay que prestarle atención. Es cómoda y cálida”, describe. También resulta a la vez sofisticad­a y fácil de llevar. No la verá anunciada en marquesina­s ni cuenta con una celebridad como embajadora.

Ante la pregunta de si es posible vender hoy un perfume sin la ayuda de las redes sociales, Olivier Polge sorprende con una respuesta cándida, sin pose: “No las uso. Me han dicho que son importante­s. ¿Qué piensa usted?”.

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Olivier Polge, perfumista de la maison Chanel.
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