Vanity Fair (Spain)

NERVIOS DE ACERO

Su empresa, MIA Life Experience, ofrece un servicio 24 horas a los millonario­s del mundo que se instalan en España. Isabel Aristrain sabe cómo tratarlos. Ella es hija de uno de los empresario­s siderúrgic­os más ricos y controvert­idos del país.

- POR VERA BERCOVITZ

Soy una enamorada de los toros. De mis hermanos, la que más. Mis padres eran taurinos y han e j e rc ido e s a afición como a quien le da por la pintura. A mi padre le han gustado los toros de siempre. Y el campo. Y la naturaleza. En general, nos ha gustado siempre a todos el campo”, explica Isabel Aristrain (Madrid, 1991), mientras le da una calada al tercer cigarrillo de la mañana. “No fumo mucho, media cajetilla al día”, asegura tras apagar la colilla y darle un sorbo a su Coca-Cola.

Como buena aficionada a la fiesta, Bela, como la llaman sus allegados, toreará la entrevista con destreza y esquivará con templanza las preguntas incómodas. Quites, requiebros, verónicas… Y cuando toque, entrará a matar. “Todo lo que quieras saber de mí, bien. De los temas fiscales de mi padre no voy a hablar”, impone en alusión al pleito que Hacienda mantiene contra su progenitor, el magnate del acero José María Aristrain, por fraude fiscal.

Ella quiere hablar de su negocio: la empresa de servicios para millonario­s MIA Life Experience, que fundó hace dos años y medio y se ha convertido en un referente en su sector. “Durante mi último año de carrera se dio la circunstan­cia de que mucha gente del extranjero, amigos míos y conocidos, venían a Madrid y no estaban situados. Me pedían que los ayudara a buscar casa, una asistenta, un médico, una niñera, que les reservara en el mejor restaurant­e…”. Fue entonces cuando empezó a pensar que había un nicho de mercado sin explotar. Con su servicio concierge atiende todo tipo de peticiones durante las 24 horas del día. “Desde un avión privado hasta unas entradas para un espectácul­o, pasando por la organizaci­ón de un viaje a un destino paradisíac­o”, explica. Y a pesar de su apellido y las boyantes arcas de su familia, si de algo se siente orgullosa, es de haberse autofinanc­iado. “De momento, no me han hecho falta fondos externos y seguimos creciendo poco a poco”, asegura.

Por vía paterna, Isabel pertenece a una de las sagas empresaria­les más importante­s de nuestro país. Su abuelo, José María Aristrain Noain, empezó recogiendo chatarra a orillas del río Oria (Guipúzcoa) con 16 años y terminó creando una de las empresas siderúrgic­as más importante­s del siglo pasado. En los años ochenta, era el segundo hombre más rico de España — después de su tocayo José María Ruiz- Mateos—. Su vida se truncó prematuram­ente en 1986, cuando el helicópter­o en el que viajaba cayó al vacío en la Costa Azul. Tenía 69 años. Aunque algunos medios barajaron la idea de un posible atentado de ETA —la banda terrorista lo había amenazado—, la versión oficial apuntó a

un accidente. Aristrain se había tenido que mudar a Madrid para proteger a su familia, no sin antes haberse negado a pagar el impuesto revolucion­ario y amenazado a la banda si algo le pasaba a él o a los suyos. “Bueno, esos son cosas que se han comentado. Desgraciad­amente, no está aquí mi abuelo para preguntarl­e, con lo cual nos quedamos con la duda. Gracias a Dios, todos estamos bien, pero de eso no hay ni por qué hablar”, responde enigmática cuando intento profundiza­r sobre esta anécdota.

Con solo 24 años, José María Aristrain Jr. heredó la empresa de su progenitor, que en los años noventa se integró en Aceralia, luego en Arcelor y finalmente —y tras venderse en parte al multimillo­nario indio del acero Lakshmi Mittal— en ArcelorMit­tal, de la que el padre de Isabel posee un porcentaje. De los tres hermanos, ella, la mediana, parece haber heredado los genes empresaria­les de la familia. “He sido la que más he estado al lado de mi padre. Desde pequeña, me volqué en su tema industrial. Con 15 años, intentaba acompañarl­o a sus reuniones. No era fácil. Mi padre viajaba mucho y estaba poco en España”, asegura. Y ante mi cara de sorpresa, añade: “Me dedicaba a escuchar, básicament­e. A esa edad, poco más puedes aportar. Bastante afortunada me sentía con tener la posibilida­d de ver, oír y callar”. Y eso que de pequeña el silencio no era una de sus cualidades: “Fui la última en empezar a hablar, pero luego no había quien me callara”. Durante la sesión, no se presenta especialme­nte parlanchin­a, sino más bien directa y profesiona­l. “Tú dime cómo quieres que pose”, le pedía a la fotógrafa. A demás de los toros — es muy fan de El Juli—, su máxima afición son las regatas y navegar. “Y también me gusta cazar. Perdices y jabalíes. Hago lo que puedo”. Tiene donde practicar. Entre las múltiples propiedade­s de su familia —media manzana en la exclusiva zona de Almagro, incluida la antigua Embajada británica— está la finca Valdepuerc­as, en Cáceres, uno de los latifundio­s más grandes del país. Pero cuando se trata de desconecta­r, le gusta bajarse al Puerto [de Santamaría], en Cádiz. El vínculo con tierras andaluzas le viene de su madre, la sevillana María Isabel Palma, hija del reputado crítico taurino Juan Palma, íntimo amigo de Ortega Cano. Aunque desde que montó MIA la desconexió­n no está entre sus planes. Recibe cientos de llamadas al día y, después de salir en prensa, más. —¿Cómo lleva el acoso mediático? —Bien, soy muy medida. De ser anónima he pasado, quizá, a ser algo más conocida. Pero no soy Madonna.

“He sido la que más ha estado cerca de mi padre. Desde pequeña, me volqué en su tema industrial. Con 15 años, iba a reuniones”

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FOTOGRAFÍA ELENA OLAY — ESTILISMO BEATRIZ MACHADO
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VISIÓN DE NEGOCIO Isabel Aristrain posa con camisa de Carmen March y falda de Pedro del Hierro. 73
 ??  ?? INDEPENDIE­NTE A la izda., con camisa de Carmen March, pantalón de Pinko y zapatos de Aquazzura. Jarrones de Teresa Sapey Studio. A la dcha., con chaqueta de Cortana y pendientes de Daniel Espinosa.
INDEPENDIE­NTE A la izda., con camisa de Carmen March, pantalón de Pinko y zapatos de Aquazzura. Jarrones de Teresa Sapey Studio. A la dcha., con chaqueta de Cortana y pendientes de Daniel Espinosa.
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