ARTES Y OFICIOS
María Larrauri,
duquesa de la Palata, nos recibe en su palacio en el centro de Madrid para mostrarnos los platos pintados a mano con motivos botánicos, heráldicos o inspirados en el grafiti que visten las mesas más sofisticadas de España. Llevan su sello, Porcelana Palata, y combinan sus dos pasiones: la porcelana y la pintura.
“ME ENCANTA ALBERTO PINTO, QUE TENÍA LA MISMA ENFERMEDAD QUE YO: VAJILLA QUE VEÍA, VAJILLA QUE SE COMPRABA”
Mi madre coleccionaba Compañía de Indias y en casa teníamos perros. Era relativamente frecuente que alguno tirara la porcelana al suelo con el rabo. Aún recuerdo su desesperación”, cuenta María Larrauri. Como su progenitora, Sofía Chalbaud Olaso, la duquesa de la Palata colecciona vajillas desde hace tiempo. Ocho años atrás empezó a pintar, y en 2015 decidió combinar ambas aficiones en su marca, Porcelana Palata. “Pinto platos y lo que haga falta”, cuenta en uno de los salones del palacio en el centro de Madrid donde vive con su marido, Alfonso Urzáiz y Azlor de Aragón, XII duque de la Palata, y su hijo, Ignacio, que estudia Historia del Arte en Edimburgo. Envuelta en un pañuelo de seda que compró en El Corte Inglés que ella misma ha transformado al añadirle un cuello de piel —una prueba de que, efectivamente, la duquesa interviene platos y lo que se tercie—, María Larrauri me muestra sus últimas creaciones en su cuenta de Instagram, @porcelainpalata. “Unas piezas inglesas del XVIII basadas en motivos populares, que son muy alegres”. Cada una lleva unas 15 horas de trabajo absolutamente artesanal. “Empiezas a decorar el plato, lo metes en el horno, cada uno pasa como cuatro veces por él. Lo tengo en el garaje y asa las piezas a 800 grados”, explica. En cuanto a sus fuentes de inspiración, van del grafiti a la heráldica. “La base es siempre porcelana. El cliente puede traer sus piezas en blanco o se las facilito yo. A veces vienen con una idea, otras vemos libros juntos para que se inspiren. Tratados de botánica, de decoración... A mí me gustan los árboles y las conchas marinas, por ejemplo. Una amiga tenía un Egon Schiele y le reproduje el cuadro en una fuente”, cuenta.
Los encargos le llegan “por el boca a boca” de “gente mayor consolidada que quiere un capricho, porque esto lo es, o de jovencitas que me dicen: ‘Ay, se casa mi amiga, quiero regalarle una vajilla y tengo tal presupuesto’. Eso me hace muchísima ilusión”, relata. No puede revelar los nombres de sus compradores, pero sí que ha llegado a rechazar propuestas. “Alguna cosa que no me ha gustado nada, y no la he hecho. Si no estoy contenta, no me va a quedar bien”. Su pedido más difícil lo recibió de su marido. “Unos platos con escudos heráldicos que requerían mucho detalle. Casi me quedo ciega”.
¡Ah del palacio!
Felipe VI le concedió a Francisco Toraldo de Aragón el ducado de la Palata en 1646. Cuatro siglos después, sus descendientes viven en un edificio que, me explica, “ya aparecía en el plano de Madrid de Teixeira en el XVII. Los dibujos de la fachada son de Ventura Rodríguez, presidente de la Academia del Buen Gusto”. De vez en cuando, acogen cenas “muy pequeñas”. María viste personalmente las mesas con sus vajillas, “herencia de mi madre y de mi suegra, la duquesa de Villahermosa”, y las de Porcelana Palata. Recuerda que en una ocasión usó una de Duralex que “entusiasmó”. Aunque no tiene nada en contra del minimalismo, su estilo es indudablemente barroco. “Me encanta Alberto Pinto, que tenía la misma enfermedad que yo: vajilla que veía, vajilla que se compraba. No sé ni cuántas tengo”.