DESCONECTAR DE VERDAD
En una época marcada por la sobreinformación y la hiperconexión, la exposición a Internet nos ha hecho añorar una existencia que no dista tanto de la que tenemos hoy en las redes. Pero, aunque la vida ‘offline’ sigue siendo la misma de siempre, no está de
Nunca pensé que escribiría esta columna. Durante años he leído con desdén los artículos de quienes narraban su proceso de desintoxicación de las redes sociales. Todos descubrían que eran mucho más felices lejos de la caótica espiral de sobreinformación a la que nos precipitamos desde la pantalla del móvil. Yo, que fui una de las primeras en hacerme un blog, yo, que tuve cuenta de Facebook cuando casi nadie sabía lo que era, yo, que le debo a Internet gran parte de mi carrera y muchas de mis mejores amistades… Yo me reía. Si tan feliz eres lejos de las redes sociales, ¿por qué vuelves aquí a contárnoslo?
Sin embargo, en los últimos años, estas crónicas de desintoxicación, que antes me sonaban a simples demostraciones de superioridad moral, han empezado a parecerme cartas de exploradores desde tierras exóticas. ¿Cómo era la vida sin Internet en el móvil? Casi no lo recuerdo.
Tengo claro que las redes sociales no son, en sí, ni buenas ni malas. Hubo un tiempo en que me abrieron una ventana al mundo, una vía de escape. El problema es que ya no son nuevas o emocionantes, ni mucho menos el refugio de una minoría.
En un arrebato, me decidí a bloquear en mi móvil Instagram y Twitter —no tengo instalado Facebook desde hace años—. Ya está, me dije, esto es lo que te pide el cuerpo. Pero, por favor, no escribas uno de esos odiosos artículos. Y, como era de esperar, aquí estoy rompiendo mi promesa. En mi defensa diré que tengo una buena razón.
Los protagonistas de la desintoxicación digital se narran siempre triunfantes: por fin tienen tiempo para cultivar sus hobbies, leer, jugar con sus hijos, salir a pasear y saborear cada momento. Yo he vuelto para contar que es mentira. Que la vida sigue siendo igual, llena de trabajo, de compromisos, de tener que poner lavadoras y hacer la compra. Quizá es un poco más calmada, pero también más pequeña. Y en cuanto al cerebro, no es que, una vez libre de interrupciones, te conviertas en Kant y desarrolles teorías sobre la naturaleza de la existencia. Un rato de inactividad sin el móvil a mano desemboca en un zapping mental algo deprimente: “¿Qué voy a comer hoy? ¿Desde cuándo tengo este lunar? Qué horror aquella situación embarazosa que viví hace 10 años. Voy a enfrascarme en una discusión imaginaria por algo que no ha pasado. Definitivamente este lunar no estaba aquí. Mejor me pido una pizza”.
Me parece lógico que todo el mundo prefiera cambiar ese monólogo interior por vídeos graciosos de perros, tuits autoparódicos sobre ser millennial, familiares lejanos apoyando causas políticas detestables, publicidad, surrealistas declaraciones de políticos dementes, publicidad, memes geniales, publicidad, noticias preapocalípticas, vídeos de caídas de gatos, publicidad, gente cantando en programas de la tele, publicidad, sabios consejos de influencers que en realidad son publicidad encubierta y más publicidad.
La sorpresa, o más bien el shock en mi caso, vino al recordar ese batiburrillo informativo como un bar atestado de fumadores al que no me apetece volver. Sí, mi zapping mental puede ser mediocre y aburrido, pero al menos todas esas ideas me pertenecen. Mejor o peor, esa es mi vida. Puedo limpiar mi cabeza, reconducir mi tren de pensamiento y enfocarlo en algo más interesante. Sobre lo otro, sin embargo, no tengo control.
Por motivos profesionales, no puedo tomarme el lujo de abandonar las redes sociales para siempre. Pero este período de abstinencia ha marcado un antes y un después en mi relación con ellas. Así que vengo a deciros que desintoxicarse digitalmente no es el paraíso prometido, pero sí es un ejercicio necesario. Al menos lo ha sido para mí. Tanto, que quizá tenga que volver a escribir sobre ello. No prometo nada. Carmen Pacheco es escritora, publicista y amante de las tecnologías. Últimamente, ha vuelto a leer en papel.