LAURA PONTE
La madre de la modelo organizaba en Oviedo encuentros con intelectuales como el poeta Rafael Alberti, y allí los llevó a ella y a su hermano, Jacobo, siendo niños. Para bien o para mal, su mirada en la foto habla por sí sola.
Laura tenía entonces siete años y no veía nada de extraordinario en estar sentada junto a Rafael Alberti, uno de los grandes poetas de la generación del 27: “En realidad puede apreciarse mi cara de sopor, como de preguntarme: ‘¿A dónde nos ha traído mi madre?”. Ella, Marcela Martínez Zapico, era una de las fundadoras de la asociación cultural Tribuna Ciudadana, que organizaba en Oviedo —donde residía la familia— charlas y encuentros con artistas, políticos e intelectuales, como Santiago Carrillo o el propio Alberti. “Él tenía muy buen rollo con mi madre y vino varias veces”, recuerda Laura. “Una de ellas, para ofrecer un recital junto a Núria Espert en el teatro Campoamor, pero todo lo que recuerdo es que me quedé dormida”. Quien sí disfrutaba más de aquellas ocasiones era su hermano, Jacobo, dos años mayor, que habló con el poeta de pintura y del Bosco, de quien
tenía un póster en su habitación. “A mí todo aquello me pareció mucha intensidad. Yo iba un poco a rastras a aquellas cosas, pero mi madre decía: ‘Algo te quedará’. Así que espero que sí, que algo me haya quedado, aunque mi cultura sea más visual. En el fondo, creo que soy, de toda mi familia, la que menos ha aprovechado la educación que nos dieron. La oveja negra”. Desde el taller donde ahora diseña y confecciona con su pequeño equipo unos trajes de novia que concentran todo el detalle de la alta costura —“No sé hacer cosas sencillas”—, se fija sobre todo en la boina con pompón que lleva la Laura niña. “Mi madre siempre me ponía una. Ella era muy boinera. Así que a los 15 años ya iba por ahí llevando sombreros de plumas”. Nosotros, inevitablemente, nos fijamos en sus ojos, y donde Laura ve sopor adivinamos un escepticismo muy poco infantil. No hay equívoco: son los ojos de una oveja negra.