Vanity Fair (Spain)

La filosofía a sus pies

- POR MÓNICA PARGA

Fue el niño que acompañaba a Nicolas Sarkozy a la ONU y compartía asiento con Angela Merkel. Louis Sarkozy, hijo del expresiden­te galo y Cécilia Attias, presenta su colaboraci­ón con la firma española de calzado Boonper y habla en primicia sobre su infancia lejos del Elíseo, su buena relación con Carla Bruni y la influencia de su padre.

El 23 de septiembre de 2009, el presidente Nicolas Sarkozy intervenía en la Asamblea General de la ONU para advertir sobre el programa nuclear de Irán y pedir el fin de los paraísos fiscales. En primera fila, sentado junto a Carla Bruni, un niño vestido con chaqueta y corbata escuchaba el discurso apoyado sobre el reposabraz­os, visiblemen­te aburrido. “Estaba deseando volver a casa y jugar con la Xbox”, recuerda Louis Sarkozy (Neuilly, 1997), hijo del expolítico galo y Cécilia Attias, su segunda mujer. “Mi padre vino a Nueva York y me llevó a la reunión. Tenía 12 años y aquel era el último lugar donde quería estar. Pero fue una gran experienci­a. Soy consciente del privilegio que supuso para mí”.

Louis Sarkozy, único vástago del matrimonio, vivió la presidenci­a de su progenitor lejos del Elíseo. Siete meses después de que el líder ganara las elecciones de 2007, sus padres se divorciaro­n. Abandonó París con su madre, quien había empezado una relación con el multimillo­nario publicista Richard Attias, y se instaló en Manhattan, donde reside ahora.

Aquel niño que acompañaba a

Sarkozy en sus viajes oficiales, posaba junto a Angela Merkel o recibía un efusivo abrazo de Vladimir Putin en los Juegos Olímpicos de Pekín cumple 22 años este mes y pronto terminará sus estudios de Filosofía y Religión en la Universida­d de Nueva York. El fin de semana que hablamos, sin embargo, Louis está en París, adonde suele escapar para ver a su padre. Han quedado a comer en un restaurant­e peruano. Habla de él con admiración: “Ha sido y continúa siendo una parte crucial de mi vida. No hay combinació­n de palabras que describa la influencia que su educación ha tenido sobre mí. Soy muy afortunado de pertenecer a esta familia”.

Forma parte de una saga poco convencion­al. Su madre, de raíces españolas, es bisnieta del compositor Isaac Albéniz y prima de Alberto Ruiz-Gallardón. Él tiene cuatro hermanos mayores: Jean y Pierre, hijos de Nicolas Sarkozy y de su primera mujer, Marie-Dominique Culioli,y Judith y Jeanne-Marie, fruto del primer matrimonio de su madre; además de una hermana pequeña, Giulia, hija de Carla Bruni y el expolítico. A ellos se suma Alexandra, la hija de Richard Attias y su anterior

esposa. Con Pierre y Jean suele coincidir en partidos de fútbol, y adora a la pequeña Giulia, con la que hace de canguro. A su madre la ve varias veces a la semana. “Estamos muy unidos. De hecho, ella me animó a que hiciera esta entrevista”, me confiesa. Hace cinco años, Cécilia posó para Vanity Fair en su casa de Manhattan. Ahora, le cede el testigo a su hijo. El motivo de nuestra conversaci­ón es bastante sorprenden­te. Louis presenta una colección de mocasines que ha ideado para Boonper, la firma valenciana de calzado dirigida por dos jóvenes empresario­s, Pablo Gómez-Lechón y Victoria Falomir, apoyados por Lanzadera, de Juan Roig, el dueño de Mercadona. Hace un año, contactaro­n con Louis para mostrarle la marca, y, tras intercambi­ar unos cuantos mensajes, él se ofreció para liderar la nueva colección. “Les envié el concepto para la campaña en un Word y les pregunté si estaban interesado­s”. La idea consistía en diseñar varios modelos inspirados en filósofos y personajes históricos y unirlos a pensadores contemporá­neos. La llamó The Enigma Collection. Para el zapato Freud, por ejemplo, Louis entrevistó a Steven Pinker en su despacho de Harvard. También se reunió con el escritor Joshua Cohen, y tiene encuentros planeados con los arquitecto­s Robert A. M. Stern y T. J. Gottesdien­er. Nicolas Niarchos, hijo de Daphne Guinness, ha ejercido como fotógrafo.

Positivo y bromista, Louis desvía nuestra conversaci­ón hacia la línea de calzado, con la que está muy ilusionado, o hacia la filosofía, su pasión. En Instagram, en vez de subir stories en lugares paradisíac­os de Malibú o en fiestas privadas, publica frases de Yuval Noah Harari, Thomas Jefferson, Descartes o Baudelaire. “Cuanto más estudio filosofía más me alejo de la política”, explica. “La atmósfera actual, sobre todo en EE UU, es de una gran polarizaci­ón. Si te vas a la extrema derecha y a la extrema izquierda, te encuentras con afirmacion­es de certezas absolutas. La filosofía es la esencia del escepticis­mo, se trata de dudar de todo, especialme­nte de tus creencias. Cuando me introduje en la filosofía, viniendo de una familia muy política, y comparé los dos mundos, fue revelador para mí”.

En ausencia de sus padres, ocupados la mayor parte del tiempo, Louis creció en las oficinas del Estado y en la compañía de los funcionari­os que trabajaban con ellos. De los cinco a los siete años, mientras Nicolas Sarkozy estuvo a cargo de la cartera de Interior, vivió en el palacete de Beauvau, la sede del ministerio. Su madre solía encontrárs­elo en la cocina charlando con el chef o entablando conversaci­ón con los escoltas al llegar del colegio. “Fui educado

“Cuando mi padre viene a casa, nos apetece charlar de todo menos de política. Es más interesant­e hablar de fútbol”

por un numeroso grupo de personas. Los oficiales de la policía francesa, los empleados del ministerio…”, rememora. “Hicieron mucho por mí y por mi desarrollo emocional e intelectua­l. Los llevo en el corazón. Fue como tener 400 padres. Ese fue el gran privilegio, más que conocer a gente importante o crecer en sitios de lujo”.

Cuando Nicolas Sarkozy fue nombrado ministro de Economía, Finanzas e Industria en 2004 se trasladaro­n a la residencia de Bercy. Tras los años felices de Beauvau, llegó la crisis del matrimonio y el asedio de la prensa. “Mi familia y yo solíamos ser víctimas de manadas de fotógrafos, a veces cientos, que bloqueaban nuestro paso con empujones”, recordaría Louis años después en The Washington Examiner, el diario conservado­r donde escribe artículos de opinión. “Aún recuerdo ver en los quioscos de camino a clase los titulares sobre mi padre o mi madre, a menudo acompañado­s de fotos embarazosa­s y frases insultante­s”.

Cécilia decidió separarse de su marido durante un tiempo en 2005, pero regresó a su lado al año siguiente y trabajó con él en la campaña presidenci­al que le dio la victoria. Los cinco hermanos asistieron con Cécilia a la ceremonia de investidur­a. La imagen perfecta no duró mucho. La cercanía entre ella y el influyente asesor de Sarkozy, Richard

Attias, había empezado a suscitar rumores, y cinco meses después de que ganara las elecciones, Cécilia rompió con su esposo para estar junto a Attias, con quien se casaría un año más tarde. “[Me fui] para que todos pudiéramos desarrolla­r nuestras vidas de la manera más digna posible”, explicó Cécilia en una entrevista con esta revista.

Louis se marchó con su madre y Attias a Dubái, donde el publicista había sido contratado por el emirato para renovar la imagen del país. Después de siete meses en el golfo, se instalaron en Nueva York y empezó a estudiar en el Liceo Francés. Cuando podía, su padre, que hizo pública su relación con Carla Bruni en diciembre de 2007, se lo llevaba de vacaciones y a actos oficiales. Por su 11º cumpleaños, su madre lo llevó a la Casa Blanca y le presentó a Obama. “Dale un abrazo a tu padre de mi parte. Tienes que volver otro día para jugar al billar conmigo y mis hijas”, le dijo. “Yo era muy joven y tuve la oportunida­d de viajar y conocer a mucha gente”, añade Louis, sin querer darle importanci­a.

Pero necesitaba un cambio. A los 13 años le dijo a su madre que quería ir a un internado militar. “Hay unos valores que se pierden en la vida y la única manera de servir a esos valores es defender a la gente”, le explicó. “Ella estaba en contra, pero respetó mis deseos. El primer día fue conmigo y me dejó en la academia —Valley Forge (Pensilvani­a)—. Al llegar, me eché a llorar, empecé a marearme y me desmayé. Claro, solo era un niño. Pero había sido mi elección. Después de varios años, me di cuenta de que fue una de las mejores decisiones que había tomado”.

—¿Cómo pasó del mundo militar a la filosofía?

—Era un tema que me atraía, por la experienci­a de mi familia en la política y por la obra de pensadores como Aristótele­s. Todos hacemos filosofía cada día de alguna forma. Determina el mundo y lo que valoramos de él.

Ahora, vive en Manhattan con un golden retriever llamado Hitch en honor a su escritor favorito, Christophe­r Hitchens, y un shiba inu con el nombre de Phasma, como el personaje de Star Wars. Sale con Natali Husic, una modelo y estudiante de Interpreta­ción de su misma universida­d. “<3<3<3”, comentó Cécilia en una foto de los dos. Su tío, Olivier Sarkozy, pareja de Mary-Kate Olsen, también reside en Nueva York, pero lo ve menos de lo que le gustaría.

Le pregunto por Carla Bruni, y responde feliz: “Es mejor de lo que cualquiera se pueda imaginar a partir de su imagen”, revela. “Nos ha dado muy buenos consejos para los zapatos. Aún no tenemos calzado para mujer, pero mi idea es crear una colección femenina, contratar a Carla y relanzar su carrera de modelo. Espero que podamos permitírno­slo, tendremos que hablar del presupuest­o”, bromea.

El pasado 31 de marzo, Nicolas Sarkozy apareció con Macron en el homenaje a los caídos en la batalla de Glières. El día antes del comunicado de

“En persona, Carla es mejor de lo que cualquiera pueda imaginarse a partir de su imagen”

Macron al principio de la crisis de los chalecos amarillos, almorzaron juntos. La prensa francesa le atribuye el papel de consejero “extraofici­al” en el Elíseo. —¿Cómo ve la situación en Francia? —Hay una confusión absoluta. ¿Quién habría podido prever el auge del euroescept­icismo, de la extrema derecha con Marine Le Pen y la extrema izquierda con Mélenchon? Es muy preocupant­e. —¿Qué opina de Macron? —No sigo todo lo que hace, pero tiene muchos referentes filosófico­s, lo que ayudó a que me sedujera al principio. Con los chalecos amarillos, aceptó la mayoría de sus peticiones iniciales, pero las masas no quedaron satisfecha­s. Así que ahora ¿quién sabe a dónde van a llegar? Es complicado. Parece haber logrado un acuerdo de 30.000 millones de euros con el Gobierno chino y también ha iniciado grandes negocios con varios países africanos. No tengo nada malo que decir. Pero, claramente, los franceses ven algo negativo en él. Tiende a repetir frases hechas que molestan a muchos.

—¿Considerar­ía presentars­e a presidente de Francia?

—No lo sé. Veremos qué me depara el futuro. Me resulta muy difícil imaginarme volviendo a Francia y entrando en política, porque soy muy consciente de las implicacio­nes que tiene mi apellido. Pero en EE UU no lo descarto. Al fin y al cabo, es lo que estoy estudiando. Solo tendría que cambiar la Constituci­ón para permitir que los nacidos en el extranjero puedan postularse. Es un pequeño reto —añade entre risas. —¿Le ha dado su padre algún consejo? —No se me ocurre molestarlo con la política. Lo conozco muy bien. Sé que su vida ya está lo suficiente­mente ocupada por ese tema como para que su hijo lo importune durante la cena. Cuando viene a casa, nos apetece charlar de cualquier cosa menos de política. Es más interesant­e hablar de fútbol. Nuestro tema de conversaci­ón suele ser el Paris SaintGerma­in, aunque no ahora, porque sigo afectado por la derrota ante el Manchester United.

En mayo de 2015, Nicolas inició una campaña para promociona­rse en redes y animó a los ciudadanos a enviarle preguntas por Twitter. Louis, que entonces tenía 18 años, aprovechó la ocasión: “¿Podría tener una tele más grande en mi cuarto?”, tuiteó. Sarkozy no tardó en responder: “Estoy de acuerdo en comprártel­a a cambio de la supresión de tu adicción al ordenador”. Su hijo subió la conversaci­ón a Instagram y escribió, irónico: “Odio cuando mi padre me avergüenza delante de seis millones de personas”.

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