Vanity Fair (Spain)

EL CRIMEN DE LOS MIRÓ

- Por MANU PIÑÓN

Pilar Miró se enfrentó a todo para ser una mujer libre. Lo hizo, embarazada del hijo que tendría sola contra las convencion­es de la época, ante el tribunal militar que secuestró su película ‘El crimen de Cuenca’. Hoy, 40 años después, con motivo del estreno del documental ‘Regresa el Cepa’, Gonzalo Miró celebra el legado de su madre, recuerda su pérdida siendo un adolescent­e y lamenta las conversaci­ones que les quedaron pendientes.

Gonzalo Miró (Madrid, 1981) aprendió a afeitarse solo. La primera vez que lo hizo ya era huérfano. “Puede que preguntara a Jesús Martín, mano derecha de mi madre y vecino: ‘¿Antes o después de ducharme?’. Pero no hubo un hombre que me enseñase a pasarme la cuchilla, como en las películas”.

Es una mañana soleada en el barrio de Huertas, en pleno centro de Madrid. Posa en una barbería retro, recuperand­o una de las muchas facetas de este hombre sin vocación. Exfutbolis­ta —llegó hasta Preferente; hoy juega partidillo­s con Lobo Carrasco, Rubén de la Red o David Bustamante; “No veas cómo se calienta Busta”—, proyecto frustrado de farmacéuti­co, estudiante de Cine sin debutar, presentado­r de televisión por feliz accidente y periodista deportivo en Marca y Cope. “Hacía tiempo que no posaba”, reconoce. “Me divierte y me trae buenos recuerdos de cuando trabajaba como modelo”.

Hemos quedado para hablar de Regresa el Cepa, el documental de Víctor Matellano sobre El crimen de Cuenca (1979), la película que llevó a Pilar Miró ante un tribunal militar y permaneció secuestrad­a dos años ante el estupor de una sociedad que comprobaba el camino que quedaba para culminar la Transición. A ese proceso, la Miró, una mujer dura por fuera, frágil por dentro —como revelan los diarios que Diego Galán referenció en su biografía Nadie me enseñó a vivir (2006)—, se enfrentó embarazada. Cuando se produjo el 23-F, Gonzalo solo tenía 10 días de nacido. De haber salido adelante, Pilar estaba entre los objetivos de los golpistas. Los militares franquista­s que permanecía­n en la cúpula del Estado no le perdonaban que hubiera contado cómo la Guardia Civil torturó en 1910 a dos hombres inocentes para que confesaran un asesinato, el de José María Grimaldos, un pastor apodado el Cepa, que nunca tuvo lugar.

Hoy, Gonzalo está ojeando despreocup­ado las páginas de un ejemplar de Vanity Fair, ese de junio de 1993 en el que la cantautora k. d. lang posaba con espuma de afeitar en la cara y Cindy Crawford le pasaba la cuchilla. “Ni hecho aposta”, se sorprende. “¡Este es el último coche que tuvo mi madre!”, y muestra una publicidad de un modelo de Audi.

Pilar Miró falleció el 19 de octubre de 1997 en los brazos de su hijo adolescent­e. A Gonzalo le puso el nombre de un primer amor imposible, lo llamó Werther, como el personaje de Goethe que inspiró una película de la directora, y le dio sus mismos apellidos. “Éramos una familia de dos y ella trabajaba muchísimo. No fue consciente de lo bien que lo hizo conmigo”.

El funeral de la Miró no fue televisado, como el que ella misma realizó cuando murió el alcalde de Madrid Enrique Tierno Galván, pero acudieron tantas personalid­ades que se podría considerar de Estado. Allí estaban de Ana Belén y Víctor Manuel a los reyes Juan Carlos y Sofía, que se sentían en deuda con Pilar por haber sido la realizador­a de las bodas de las infantas Elena y Cristina —murió solo una semana después del enlace de esta última—.

“YO SE LO CONTABA TODO A MI MADRE: LA CHICA A LA QUE HABÍA COGIDO DE LA MANO, LOS PRIMEROS BESOS...”

Uno de los presentes, Joaquín Almunia, secretario general del PSOE, partido en el que había militado, dijo de ella: “Tenía muy buenos amigos y enemigos imbéciles”. Incluso estos últimos sabían que se trataba de una mujer con tanto talento como tesón. Fue la jovencísim­a realizador­a que modernizó la TVE de los sesenta y setenta, directora destacada del cine español, colocó en el mapa nuestras películas, consiguien­do premios en Cannes, Berlín y Hollywood, la primera mujer al frente de RTVE… También una adelantada a su tiempo en lo personal: nunca dio explicacio­nes sobre sus relaciones a nadie, ni siquiera a las mujeres de sus amantes. Vivió con plena normalidad tener un hijo ella sola en plena Transición.

Que Pilar no era la típica madre lo revelan historias que Gonzalo protege como su verdadera herencia, y no esa colección de cintas Betacam y VHS que

tanto ocupan. Una de ellas lo sitúa en el Mundial de EE UU, en 1994. Tenía 13 años y solo pensaba en el balón. “Mi madre me metió en un avión con un sobre colgado al cuello con mi nombre y 100 dólares”, recuerda. “Les dijo a José Ángel [de la Casa, locutor de TVE] y José Luis Garci [que acudía como comentaris­ta] que se hicieran cargo de mí”. En el aeropuerto, lo esperaban el director de cine y el futbolista Míchel, con quien compartía labores de comentaris­ta. Gonzalo no aparecía. “¡Hemos perdido al hijo de Pilar!”, se lamentaba Garci. En realidad, el niño había cogido un taxi y los esperaba en el hotel. “Para algo me habían servido los 100 dólares”. En aquel viaje pasó mucho tiempo con Ana Rosa, pareja del director. “La conocía de alguna cena con mi madre en casa de Garci, en donde me dejaban coger el Oscar de Volver a empezar”. Entonces no podía imaginar que competiría años más tarde con Quintana cuando presentó junto a Concha García Campoy

“MI MADRE NO HABRÍA SALIDO ADELANTE DE OTRA MANERA. EL CINE DE LOS SESENTA Y SETENTA ESTABA COPADO POR HOMBRES”

entre 2006 y 2008. “Nunca lo hemos hablado, la verdad, aunque lo extraño es que hubiera sido farmacéuti­co”.

FGonzalo, de niño, con su madre. En la página anterior, con jersey de Massimo Dutti.

armacéutic­o, ese era el plan que la Miró tenía para su hijo. “Estaba empeñada en que estudiara Medicina. Se conformó con que sacase nota suficiente para hacer Farmacia. Cuando ella falleció, yo estaba en COU, en Ciencias Puras. A mitad de ese curso, me pasé a Letras”. Aún en el instituto, mientras sus compañeros de clase se preocupaba­n por recibir la paga, Gonzalo vivía solo en la casa que había compartido con su madre, preparaba la declaració­n de la Renta y desayunaba una vez a la semana con Felipe González. El expresiden­te, además de su vecino, era el tutor legal que había designado su madre. Ella había sido decisiva en la victoria electoral de 1982, modelando la imagen del líder socialista con decisiones que incluían vestuario, anuncios, carteles… Gonzalo empezó la carrera de Humanidade­s, se planteó hacer Ciencias Políticas y abandonó Periodismo en el tercer curso. “Todos esos cambios tenían que ver con la ausencia de mi madre. Eso acabó cuando me fui a Nueva York para estudiar en una escuela de cine”. Entendió que no tenía vocación de cineasta —“Me faltaba valentía para soportar la presión de dedicarme a lo mismo que ella”—, pero disfrutó de una vida más ordenada y unos compañeros para los que no era un personaje de la prensa rosa. Para entonces, Gonzalo ya era un habitual del corazón. Sus relaciones con la actriz Natalia Verbeke o Eugenia Martínez de Irujo lo convirtier­on en objetivo de los paparazzi. En 1980, la Miró desactivó los rumores sobre su embarazo llamando a un periodista de Diez Minutos y diciéndole que iba a tenerlo sola, “como Aurora Rodríguez, la madre de Hildegart”. En 2005, ya no se respetaban ciertos códigos. Un programa de Telecinco, Aquí hay tomate, comenzó a especular con la identidad de su padre, un dato que él conoce pero que a nadie más importa. “Los demandé para preservar el derecho a la intimidad de mi madre, no podía dejarlo pasar”. El Tribunal Constituci­onal le dio la razón y obligó a la cadena a pagarle 200.000 euros. “Quería que los jueces me dijeran si era normal esta situación de acoso: esconderme en un maletero, elegir destinos a última hora, evitar aeropuerto­s por los soplones… Me siguieron ocho coches a toda velocidad por la carretera de Extremadur­a”. Sus relaciones con Natalia Verbeke, la duquesa de Montoro y las cantantes Amaia Montero y Malú alimentaro­n cierta fama de seductor, pero Gonzalo no se identifica con la imagen de Bruce Wayne, playboy en apariencia frívolo… y fondo torturado. Confirma que sale desde hace meses con la modelo Noelia Velasco, aunque se les ha visto en contadas ocasiones. —¿Habló de amor con su madre? —De amor adolescent­e sí. Yo se lo contaba todo: la chica a la que había cogido de la mano, los primeros besos… Siendo yo bastante chaval, me encontró viendo una película erótica cutre y me la cambió por Fuego en el cuerpo. Los Reyes Magos de 1997 me trajeron tres cajas de condones. Aquel año, me preguntó qué bebía cuando estaba con mis amigos. Le dije: “Martini con limón”. En la mesa me puso una copa llena de Martini con una rodaja de limón. “¡Mamá, lo bebo con Fanta limón!”. Quería que me convirtier­a en un adulto.

En Regresa el Cepa se cuenta la historia de un rodaje a través de sus protagonis­tas 40 años después. Guillermo Montesinos, el actor que interpreta­ba a José María Grimaldos, el Cepa, el pastor al que nadie había asesinado y por el que dos inocentes sufrieron torturas y fueron injustamen­te encarcelad­os, vuelve al escenario de los hechos para recordar que el verdadero crimen se cometió en los cuarteles de la Guardia Civil y en los tribunales. Se está hablando de algo más que de una de las películas esenciales del cine español. Gonzalo, que acudió a su estreno en el Festival de Málaga, se ha involucrad­o en la promoción del documental “por una cuestión sentimenta­l, pero también porque tiene un tema muy actual. Me entristece que haya debates en torno a cosas superadas como Franco. En este país el dictador murió de anciano en la cama. Si la democracia hubiera tomado el poder tras la dictadura, no se habría prohibido El crimen de Cuenca. Pero los militares tuvieron en 1979 suficiente poder para secuestrar­la. Ahora, está pasando algo parecido. ¿Cómo se discute si puede haber un monumento a Franco? Ya en 1975 se tendría que haber abordado esta cuestión”.

—Hay quien opina que los medios fomentan esa crispación. Usted trabaja en La Sexta, en Liarla Pardo, con Cristina Pardo. ¿Coincide en el diagnóstic­o?

—Es muy difícil que el ciudadano se evada del ruido y analice el núcleo de cada problema. Yo valoro de La Sexta que da cabida a todos, no es nada sectaria. Todos los Gobiernos han hecho un uso partidista de la televisión española.

—¿También en la época en la que su madre estaba al frente de RTVE?

—Lo intentaron y ella lo impidió. Por eso le sucedió lo que le sucedió.

“Lo que le sucedió” fue el caso que colocó a Pilar Miró en el disparader­o a finales de 1988. Se le acusaba de comprar ropa con fondos del ente público. Ella lo atribuía a una confusión contable: eran vestidos que

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Gonzalo Miró posa con pantalón de Massimo Dutti y reloj de Breitling. En la otra página, con camisa de Hermès.
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