TEMOR, RESPONSABILIDAD E INDEPENDENCIA
Puede que Dios no hubiera puesto la corona sobre su cabeza, pero Margaret Thatcher se había colocado al frente del Gobierno del Reino Unido. Contra todo y contra todos, luchando frente a fuerzas casi tan poderosas como las divinas, se convirtió un 4 de mayo de hace 40 años en la primera mujer en liderar una potencia occidental. En un país en el que hasta la bandera tenía nombre de hombre, se fotografiaba delante de la Union Jack más grande del mundo. También atravesó un mundo dividido por un telón de acero como la indestructible Dama de Hierro, un sobrenombre que —como cualquiera que se precie de serlo— le puso el enemigo. El de la Unión Soviética, hay que aclarar, porque tenía dónde elegir.
Orgullosa del temor que infundía, de los cadáveres que había ido dejando en todos los campos de batalla en los que peleó, pocos se atrevían a plantarle cara dentro y fuera de su partido. Frenando el laborismo y la conciencia de clase, consiguió que aquello del “working class hero” se convirtiera en una leyenda artúrica. “Responsabilidad, independencia y reducción del papel del Gobierno” era la frase que sintetizaba la doctrina del thatcherismo, pero prefirió resumirlo en “protege la libertad” cuando se les nombró a su marido, sir Dennis, y a ella barones de Thatcher. En su escudo de armas había un almirante para recordar que había ganado la guerra de las Malvinas y una imagen del físico Isaac Newton, haciendo honor a su formación científica en Oxford.
Así la premió Isabel II por sus 11 años de gobierno. Aseguran que la segunda dama contemplaba la institución monárquica con una imposible combinación de misticismo pragmático. Aunque no olvidaba que ella era seis meses mayor que la soberana. Dos señoras revisaban el destino de un viejo imperio cada semana y los tabloides dieron pábulo a una rivalidad nunca confirmada. “¿Es por eso?”, se sorprendía la Thatcher, sin hablar nunca de machismo.