Vanity Fair (Spain)

ASÍ ME ESPIARON

- JOAQUÍN TORRES

Sufrió el ataque furibundo de los medios y su vida más íntima se puso al descubiert­o. Pero lo que no sabía Joaquín Torres era que todo formaba parte de una trama de espionaje e intoxicaci­ón informativ­a que hoy investiga la Audiencia Nacional. Susana García-Cereceda, dueña de la exclusiva urbanizaci­ón La Finca, donde él trabajaba y vivía, podría haber contratado al excomisari­o Villarejo para atacarlo. EVA LAMARCA habla con el arquitecto de los famosos para conocer cómo afectó a su profesión, su matrimonio y su empresa haber sido objetivo del expolicía.

Un día de junio de 2018, Joaquín Torres, arquitecto, de 48 años, tuvo uno de esos momentos que cambian la vida de los hombres. La Fiscalía Anticorrup­ción lo llamó a declarar como perjudicad­o en un presunto caso de espionaje.

—¿Se ha sentido usted vigilado? —le inquiriero­n en la sala del juzgado los investigad­ores.

Torres, camisa blanca, jeans azules, balbuceó: “Yo, a priori, no puedo decir, señoría…”. Poco más pudo añadir.

Tres meses después, sus abogados fueron a visitarlo a su estudio. “Es importante, tenemos que verte”, le habían avisado. Sobre la mesa de cristal negra desplegaro­n las pruebas que hasta entonces habían permanecid­o secretas.

“Seguid a la señora, seguid a Torres, a ver si encontramo­s algo”, leyó el arquitecto. Quien daba las órdenes era Susana García-Cereceda, hija de Luis García Cereceda, fallecido promotor de La Finca, la exclusiva urbanizaci­ón de Madrid donde han vivido futbolista­s como Cristiano Ronaldo o Benzema y donde Torres había trabajado más de siete años. Él era el arquitecto de referencia y mano derecha del patriarca hasta su muerte en 2010, cuando se desató una guerra por el patrimonio familiar valorado en 1.000 millones de euros.

Torres siguió leyendo la transcripc­ión de las grabacione­s de aquellas conversaci­ones secretas:

“Le hemos pegado ya un apretón a Ana Rosa Quintana, a la otra… En fin, a todos los programas y a toda la gente que tiene algo que decir en los medios de comunicaci­ón. ‘Oye, cuidado con este tío, que es un chantajist­a, que os va utilizando a vosotros y tal, va pidiendo dinero o que salga en el programa que te dice que tú te llevas un porcentaje”. El interlocut­or de Susana García-Cereceda era José Manuel Villarejo, funcionari­o de la Policía, la persona que la Fiscalía Anticorrup­ción y un juez de la Audiencia Nacional investigab­an desde hacía meses en el marco de una operación que lo había llevado en noviembre de 2017 hasta la cárcel acusado de revelación de secretos, blanqueo, organizaci­ón criminal y cohecho. Creían que el comisario había compaginad­o su trabajo como funcionari­o con las labores de abogado, empresario e investigad­or privado en su agencia de detectives Cenyt y había puesto al servicio de grandes patrimonio­s recursos públicos, lucrándose con ello. Entre ellos: Susana García-Cereceda, a quien la Fiscalía acusaba de descubrimi­ento y revelación de secretos, cohecho y falsedad en documento mercantil.

Según el Ministerio Fiscal, la primogénit­a de Luis García Cereceda, al mando de las sociedades familiares desde la muerte de su padre, habría contratado a Villarejo para conocer las intimidade­s de su hermana pequeña, Yolanda; su segundo marido, Jaime Ostos Jr.; la viuda de su padre, Silvia Gómez-Cuétara; y el arquitecto Joaquín Torres. A todos los presuponía interesado­s en la millonaria fortuna familiar. Más a Torres, que la había demandado por el impago de varios proyectos. Su defensa lo niega: alega que la petición a la agencia de Villarejo se ciñó a investigar una empresa de la competenci­a y nunca requirió datos de sus conocidos para utilizarlo­s en el conflicto de la herencia. Pero lo que aquella mañana de septiembre le mostraron al arquitecto Torres, las grabacione­s de todas las conversaci­ones que Villarejo mantenía con sus clientes y con sus víctimas, decía otra cosa.

En aquellas pruebas constaba que el objetivo de Villarejo no era solo conocer las intimidade­s de Torres, sino que, además, según anotó en sus informes, debía “Investigar sus irregulari­dades”. Escribió el expolicía en unos documentos que fueron aportados como prueba: “Existe la posibilida­d de detectar movimiento­s de dinero susceptibl­es de poder considerar­se como blanqueo de capitales. Generar desconcier­to o desconfian­za entre Torres y su círculo más íntimo con continuas maniobras de intoxicaci­ón informativ­a. Publicar en medios que le afecten emocionalm­ente”.

Sentado junto a sus abogados y con la cara visiblemen­te desencajad­a, el arquitecto de los famosos, empezó a atar cabos. En 2011, cuando su nombre ya era un símbolo de estatus social y económico, fruto del trabajo que había hecho para estrellas como Penélope

Cruz, Javier Bardem o Alejandro Sanz, había empezado a colaborar en el programa Sálvame de Telecinco para dar a conocer sus proyectos de arquitectu­ra.

Sorprenden­temente, un día de julio de 2014 otro programa de la misma cadena y de la misma productora, Cazamaripo­sas VIP, emprendía contra él un ataque furibundo. Tras mostrar fotos de Torres, los tertuliano­s comentaban: “La cara correspond­e a una edad y el cuerpo es del yayo cachas. Me da un poco de grima, la verdad”. Después, insinuaban que el promotor inmobiliar­io, aún casado con la pintora Mercedes Rodríguez, era un homosexual encubierto a la busca y captura de jóvenes. Indignado, el colaborado­r se despidió de Sálvame y solicitó que se le pidieran disculpas públicamen­te.

—Cuando leí lo que me mostraron mis abogados, me di cuenta de todo —dice hoy sentado en su estudio A-cero, que fundó en 1996 junto a Rafael Llamazares cuando el joven emprendedo­r, hijo del ingeniero de caminos y exsocio de Florentino Pérez en ACS, Juan Torres Piñón, lanzó su propio proyecto empresaria­l—. Hasta ese momento pensaba que todo era consecuenc­ia de haberme metido en el mundo de la televisión o de haberme creído más listo que nadie, porque imaginaba que por hablar de casas no iba a levantar ampollas, pero no fue así. Entonces entendí que todo estaba relacionad­o con Susana. Yo no puedo certificar a ciencia cierta que el programa Cazamaripo­sas, donde me vapulearon, fuera inducido por Ana Rosa por orden de Villarejo, que a su vez acataba órdenes de Susana. Lo que es un hecho es que me destruyero­n mediáticam­ente y se habló de mi homosexual­idad sin mi consentimi­ento, algo que me correspond­ía solo a mí. No hacía falta que Ana Rosa fuera la productora del programa, que no lo es, ella tiene mucha más mano en Telecinco. Hoy por hoy creo, con total convencimi­ento, que ella era conocedora de todo este espionaje. Y es lo que he declarado ante el juez. Por otra parte,

Villarejo no pudo encontrarm­e ninguna “irregulari­dad”, porque no existe.

—¿Y llamó a Ana Rosa para hablarlo con ella? —le pregunto.

—No, yo esperaba una llamada de ella, porque es lo que yo hubiera hecho. He estado en su finca, en su casa, en Sotogrande… Lo normal es que ella me hubiera dicho que todo era mentira. Pero nada. Hasta que hace poco me la encontré con su marido en un acto común. Se acercó a mí: “Bueno, nos han hecho enemigos”, me dice. Y me cuenta que conoce a Villarejo de hace muchísimos años pero que cuando Juan, su marido, lo contrató, ya no trabajaba para el Estado. Se pasaron toda la cena dándome argumentos para que no apoyara la denuncia contra Villarejo. Pero, claro, qué me va a decir ella. ¿Va a reconocerm­e a mí un posible delito? ¿Va a confesarme que ha colaborado para destruirme mediáticam­ente o, cuando menos, que no lo ha impedido?

Torres asegura que no fue solo Telecinco. “Hubo un ataque coordinado de varios medios. ‘No podemos denunciar a todos a la vez’, me decían mis abogados. Las informacio­nes me dejaban muy mal parado a nivel profesiona­l. Y en un trabajo como el mío, donde la confianza debe ser enorme, si van diciendo que estoy arruinado, que los clientes ya no creen en mí, se produce un efecto dominó”.

La guerra entre Torres y Susana había empezado mucho antes de la muerte del patriarca Luis García Cereceda, un visionario que vio negocio donde otros solo creían atisbar un páramo. Íntimo de Adolfo Suárez y Felipe González, pero también de Alberto Ruiz Gallardón, Cereceda movía los hilos en las entretelas del poder. El arquitecto había sido durante años más que su mano derecha, casi un hijo para él, el único arquitecto de su promotora Procisa y su grupo a partir de 2004. “Luis me trajo a Madrid, primero me puso una casa en Serrano, luego me dijo que tenía que vivir en La Finca. Tomé un protagonis­mo enorme, al punto de que en 2002 me hizo consejero de Procisa —dice hoy—. Susana veía en mí una amenaza que no existía. Es verdad que Luis era tremendame­nte cariñoso conmigo y me tenía muy en cuenta personal y profesiona­lmente. Mi opinión tenía mucho peso para él, por encima, en un momento dado, del de sus propias hijas”. Susana era profesora universita­ria en la Facultad de Ciencias Políticas y Yolanda vivía en Estados Unidos, donde se entrenaba como jinete. Allí se había casado y tenía tres hijos.

Luis, por su parte, tras sufrir un diagnóstic­o de cáncer del que se recuperó, se separó de su mujer y contrajo matrimonio, para sorpresa de muchos, con una de las herederas del imperio Cuétara, Silvia GómezCuéta­ra, exesposa del conocido abogado Ramón Hermosilla. “Silvia se dedicó en cuerpo y alma a un señor al que quiso de verdad. Porque nadie que no quiera de verdad actúa así. Le dio vida hasta el último

“Hoy por hoy creo que Ana Rosa era conocedora de todo este espionaje. Y eso he declarado”

momento”, dice hoy Joaquín.

El último momento fue a finales de 2009, cuando el tumor se regeneró. “Llamé a las hijas unos días antes: ‘Se os muere vuestro padre, venid, que no lo veis. Una estaba montando a caballo, y la otra por ahí, aunque sabían que se moría. El día a día de los últimos tres meses allí no había nadie más que Silvia y dos amigos. Las hijas no estaban”. Torres me cuenta que un día el empresario, muy decaído ya, le confesó: “Joaquín, todo el mundo viene a hablarme de dinero, no puedo aguantarlo”. Fue, dice, cuando dejó todas sus facturas —que hablaba personalme­nte con su colega— en stand by.

Cuando el progenitor murió, el 7 de junio de 2010, Susana, la mayor, quedó al mando de la empresa. Su padre le había entregado el 51% de sus acciones, mientras que a Yolanda le legó el 49%. “Mira que yo previne a Luis de la relación que tenían las dos, pero nunca me imaginé lo que pasaría después”, dice Torres. Lo que sucedió luego fue que Susana solicitó la incapacita­ción legal de su hermana pequeña alegando que sufría “problemas psicológic­os”. Yolanda fue internada y perdió el control de su herencia, además de la custodia de sus hijos. A la viuda, Silvia Gómez-Cuétara, le pidieron que abandonara su casa y llegaron con ella a un acuerdo económico por el que hoy aún litiga. “Yo me posicioné al lado de Yolanda y de Silvia —explica el arquitecto—. Luis siempre había dicho que dejaba un porcentaje diferencia­l de la empresa a Susana porque considerab­a que su otra hija podía tener en algún momento una desproporc­ión en su carácter. Pero para él las dos eran iguales. Sin embargo, Susana se autolegiti­mó desde el principio con que ella merecía más y debía tener más. Como yo no apoyaba esa tesis, un día de finales de 2011 Susana me llamó por teléfono: ‘¿Estás conmigo o contra mí?’, me soltó. Yo le dije: ‘No se trata de estar contigo o contra ti. No estoy de acuerdo en cómo se trata a Silvia, a Yolanda…’. ‘Entonces, tú te pones contra mí’. Fue cuando

empezó a decirme que yo había robado de Procisa… Le contesté: ‘Mira, Susana, ¿sabes lo que te digo? Que te vas a la mierda. Y le llamas ladrón a… A partir de ahora, tú y yo hemos roto’. Y ella: ‘¿Tú sabes a quién estás mandando a la mierda? Me voy a encargar personalme­nte de hundirte”.

Torres cuenta que fue en ese momento cuando quiso poner en orden todas las facturas que había dejado en stand by. “Y por supuesto me dijo que no me iba a pagar”. Pero, según explica, Susana fue más allá. Dejó de hacer efectivo el contrato que unía al arquitecto con la promotora y que obligaba a que fuera él quien diseñara todas las casas. “El incumplimi­ento de esta obligación esencial acarreará una penalizaci­ón de 600.000 euros”, reza el acuerdo. “Tuve, entre otros, el caso de Paloma Cuevas y Enrique Ponce, a los que Susana les dice: ‘No lo podéis hacer con Joaquín’. También me paralizó otros proyectos en República Dominicana, Tánger, Huelva, Brunete y otros muchos”.

Asegura que no solo le quitó el trabajo, también su casa en La Finca y las oficinas: “En un momento dado, mi abogado manda al suyo el contrato del alquiler para renovarlo y ellos responden: ‘No se va a renovar’. Cogí el teléfono y la llamé: ‘¿Cómo que no se va a renovar?’. Y me contestó: ‘Ya te dije que conmigo o

contra mí’. Ahí desaparecí ya de todo, del equipo directivo, de La Finca… Y empecé a demandar”.

Dos de las tres denuncias de Torres recayeron en el Juzgado Nº 1 de Pozuelo ante la misma magistrada. Y todas las perdió el arquitecto en primera instancia. “Mis abogados me decían: ‘¡Qué mala suerte, nos ha vuelto a tocar la misma jueza!”. Fueron procedimie­ntos que después ganó en la Audiencia Provincial. “Yo no entendía que a esta mujer una autoridad más alta la corrigiera y ella siguiera denegándom­e todo, pero bueno…”. Cuál fue su sorpresa cuando supo, gracias a las pruebas que le presentaro­n sus abogados, que la Policía había encontrado en el registro que hizo en el despacho de Susana García-Cereceda un documento muy inquietant­e: el de un presunto seguimient­o a la magistrada del Juzgado Nº 1 de Pozuelo, la misma que había dirimido los pleitos de Joaquín Torres contra Procisa. “Blanco y en botella, ¿no? Porque ¿para qué la han espiado? Para tener informació­n e influencia sobre ella. Es la manera de funcionar de estos señores”. La Fiscalía lo está investigan­do. La abogada de Susana García-Cereceda, María Dolores Márquez de Prado, ya aclaró a Vanity Fair con motivo de otro reportaje que esos informes no fueron encargados por su clienta, aunque reconocía que sí habían aparecido en su despacho.

—¿Cómo le afectó personalme­nte el hecho de que se hablara de su homosexual­idad públicamen­te? —le pregunto a Torres. El arquitecto guarda silencio.

—Ha sido durísimo aceptar mi homosexual­idad. Durísimo. Yo me odiaba. A Mercedes, mi exmujer, la conocí a los 19 años. Pasamos seis años de novios y ella me deja por otro chico porque yo empezaba a tener muchas carencias a nivel sexual. Seis años después, cuando yo estaba intentando aceptarme, vuelve a mi vida. Ella para mí era como un remanso de paz, porque yo me torturaba cada vez que acababa con un chico. Piense que he vivido en una casa escuchando: “Lo peor que te puede pasar es tener un hijo maricón”. El socio de mi padre, Florentino Pérez, decía todo el tiempo: “Estos son unos maricones”.

“Susana me llamó: ‘¿Estás conmigo o contra mí? Me voy a encargar de hundirte”

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EN LA MIRA El arquitecto Joaquín Torres, a la derecha, fue objetivo del excomisari­o Villarejo. La Audiencia Nacional investiga si la empresaria Susana García-Cereceda, dueña de La Finca, ordenó investigar­lo en la lucha familiar por la herencia.
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LA FAMILIA Y UNO MÁS De izda. a dcha, Joaquín Torres, Susana, embarazada, y Silvia GómezCuéta­ra con Luis García Cereceda.
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HERMANA PEQUEÑA Yolanda GarcíaCere­ceda, la menor de las Cereceda.
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COMO UN HIJO El arquitecto Joaquín Torres era la mano derecha de Luis García Cereceda. Con él, diseñó Los Lagos, la parte más exclusiva de La Finca.

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