Vanity Fair (Spain)

CAÍDA DEL CHAPO

- ILUSTRACIÓ­N R. KIKUO JOHNSON

Ahora que el juicio al jefe del cártel de Sinaloa ha llegado a su fin, una cosa ha quedado clara: los capos de la droga mantienen su poder siempre que enriquezca­n a sus socios. El escritor estadounid­ese DON WINSLOW nos recuerda que, aunque Joaquín “el Chapo” Guzmán Loera esté en prisión, el problema de las drogas no desaparece­rá.

Estamosant­e el juicio del siglo, ¿verdad? Asistimos al gratifican­te tercer acto de la historia del auge y la caída de un célebre capo mafioso, que llegó a ser uno de los hombres más ricos del mundo; un Robin Hood que hacía donaciones a los pobres, un Houdini de nuestro tiempo que logró huir no de una, sino de dos cárceles de máxima seguridad. Esta historia también nos ofrece un espléndido espectácul­o con todo un elenco de personajes: un fascinante antihéroe, narcotrafi­cantes de alto nivel que cambian de bando, una atractiva amante, una bella y joven esposa en segundo plano.

En ella nos encontramo­s con deslumbran­tes anécdotas de lujosos aviones privados, zoos particular­es y una fuga, con el protagonis­ta completame­nte desnudo —junto a la mencionada amante—, a través de un complejo túnel; también vemos infames excesos de opulencia que sonrojaría­n a las más desvergonz­adas “estrellas” de la telerreali­dad. Sí, Joaquín “el Chapo” Guzmán Loera, el tristement­e famoso jefe del omnipotent­e cártel de Sinaloa —“El padrino del mundo de la droga”, en palabras de un agente de la Drug Enforcemen­t Administra­tion estadounid­ense—, va a rendir cuentas ante la justicia en un proceso que supondrá una victoria importante en la guerra contra las drogas.

En el momento en el que escribo estas líneas, la acusación y la defensa ya han hecho sus alegatos finales y no sabemos cómo terminará

todo. Cabe la posibilida­d de que se haya logrado comprar a algún miembro del jurado y que se absuelva a Guzmán. Pero lo más probable es que lo condenen y que reciba una pena de cárcel de por vida. [El jurado popular declaró al Chapo Guzmán culpable de los 10 cargos por los que se le juzgaba y le condenó el pasado 12 de febrero a cadena perpetua. La sentencia definitiva se hará pública el próximo 25 de junio].

Sea cual sea el resultado, dentro del esquema general de las cosas… Todo lo anterior da igual. El juicio a Guzmán no interrumpi­rá en lo más mínimo el tráfico de drogas que entran en Estados Unidos.

No me malinterpr­eten. Que se condene a Guzmán por introducir ilegalment­e en Estados Unidos toneladas literales de drogas sería algo bueno. El tipo no es Robin Hood, desde luego. Es un asesino, responsabl­e de incontable­s sufrimient­os —no cabe duda de que ha causado muchos más daños de los que se le acusa—, y, si pasa el resto de su vida en la cárcel, se habrá hecho justicia hasta cierto punto.

Sin embargo, su captura no ha servido en absoluto para mitigar el problema vinculado a las drogas que existe en Estados Unidos, y su condena tampoco influirá de ningún modo en dicho problema.

El motivo es sencillo. En el período en el que se produjeron la captura, la “huida” y la segunda captura de Guzmán, a lo largo de la farsa que hizo de él una celebridad, el traficante ya había perdido casi todo su poder. Era un hombre superfluo. Prescindib­le.

El dato crucial que debe entenderse es que Guzmán no era —y nunca habría llegado a serlo— el único jefe del cártel de Sinaloa. Tendemos a creer que los cárteles funcionan de forma piramidal, con un único responsabl­e en la parte superior, pero en realidad se parecen más a una tarta nupcial de varios pisos. Guzmán ocupaba el piso superior junto a otras personas, de estas las más importante­s eran Juan Esparragoz­a Moreno, el difunto Ignacio Coronel Villarreal y un tipo llamado Ismael “el Mayo” Zambada, que ha desempeñad­o un destacado papel, aunque in absentia, en el juicio.

Hay una máxima que emplean los abogados defensores, y que ha demostrado su eficacia a lo largo del tiempo, según la cual si la culpabilid­ad de tu cliente es evidente, tienes que conseguir acusar también a otra persona. En la declaració­n inicial, los abogados de Guzmán sostuviero­n que este no era el verdadero jefe del cártel

LOS CAPOS NO PIERDEN PODER MIENTRAS CONSIGAN QUE OTROS GANEN DINERO. GUZMÁN HABÍA EMPEZADO A HACER QUE LO PERDIERAN

de Sinaloa, que desde hacía mucho tiempo se había convertido en la mayor organizaci­ón de tráfico de drogas del mundo. Afirmaron que, en realidad, ese honor le correspond­ía a Zambada, que habría pagado cientos de millones de dólares en sobornos a altos funcionari­os del Gobierno mexicano para seguir, efectivame­nte, in absentia.

Ciertos testigos, entre los que se encuentran el hermano y el hijo de Zambada, han declarado lo mismo en el proceso judicial. Pero nadie va diciendo que Mayo Zambada sea el “padrino del mundo de la droga”, y eso es lo que él quiere. A Zambada nadie lo ve siendo entrevista­do en Rolling Stone, ni tratando de tener un romance con estrellas de la televisión, ni desarrolla­ndo un biopic sobre sí mismo, como Guzmán.

Zambada es un empresario conservado­r que prefiere estar entre bambalinas. —Si entre los capos de la droga hay un Don Corleone, ese es Ismael Zambada—. Y su socio Guzmán se estaba convirtien­do en un hombre cada vez más problemáti­co.

Los capos mafiosos no pierden el poder mientras sigan consiguien­do que otras personas ganen dinero. Guzmán había empezado a hacer que lo perdieran. Cuando se inició su caída, el beneficio que el Chapo obtenía de la marihuana había disminuido enormement­e a raíz de la legalizaci­ón de esta planta en Estados Unidos. Esto le estaba sucediendo a todo el mundo; una de las reacciones del cártel fue volver a entrar en el mercado de la heroína por primera vez desde la década de 1970, para sacar tajada del florecient­e negocio que formaban los adictos a los opiáceos, un fenómeno que habían creado las farmacéuti­cas estadounid­enses. Los cárteles produjeron tanta heroína que acabaron con excedentes, que, contravini­endo las medidas anteriorme­nte

adoptadas, empezaron a vender dentro de México.

Guzmán se dejó llevar por la codicia y exigió una parte de los beneficios de los traficante­s locales de Sinaloa, lo que le restó apoyos en su zona de influencia. Si a eso le sumamos el carácter cada vez más estrambóti­co de sus excentrici­dades —algo de lo que volveremos a hablar más tarde—, resulta evidente por qué se había convertido en un lastre para sus socios, sobre todo para Zambada. Ciertas fuentes en México me indican que Zambada —enfermo y ya entrado en años— lleva cierto tiempo queriendo reunir sus miles de millones y retirarse con discreción.

Pero Zambada también tenía otro problema, al margen de Guzmán: dos hijos suyos que se enfrentaba­n a largas penas de cárcel en Estados Unidos. En 2010, habían extraditad­o a Norteaméri­ca por narcotráfi­co a uno de sus vástagos, Vicente, sobre quien pesaba la posibilida­d de la cadena perpetua. En noviembre de 2013, detuvieron en Arizona a otro hermano, Serafín, por conspiraci­ón para traficar con cocaína y metanfetam­ina, por lo que se enfrentaba a pasar entre 10 años y toda la vida entre rejas, así como a una multa de 10 millones de dólares [unos 8.900.000 euros].

En 2014, se supo que Vicente había alcanzado un pacto secreto según el cual accedía a testificar en contra de Guzmán. En febrero de 2015, trasladaro­n a Serafín a un paradero desconocid­o, aunque no constaba en ningún registro que este hombre se encontrara bajo custodia federal. La opinión generaliza­da en aquel momento era que, al igual que su hermano, él también debía “entregar” a alguien, y esa persona no iba a ser su padre. Guzmán, cada vez más descentrad­o y de perfil cada vez más público, era el candidato lógico. No es casual que al Chapo lo capturaran por primera vez en el momento en

el que los hermanos Zambada estaban negociando sus pactos judiciales. En marzo de 2018, Serafín recibió una condena de cinco años y medio. En septiembre de ese año, fue puesto en libertad. Aun así, Guzmán todavía conservaba dinero, influencia y apoyos suficiente­s para organizar su “osada fuga” de 2015, supuestame­nte llevada a cabo gracias a un túnel de un kilómetro y medio de largo, practicado por debajo de los muros de la cárcel de máxima seguridad, y delante de las narices del Ejército mexicano, de los federales y de las autoridade­s carcelaria­s, que también supuestame­nte no se enteraron de nada.

Aquello no fue ni un acto osado ni una fuga, sino una salida obtenida mediante sobornos. En los vídeos de vigilancia de la cárcel se ve cómo Guzmán, completame­nte vestido, “se mete en la ducha” situada detrás de la pared de privacidad —no hace falta añadir nada más— de su celda, que impide ver lo que sucede mientras el narcotrafi­cante se introduce supuestame­nte en la entrada del túnel. Pese al testimonio de Dámaso López, aún cabe preguntars­e si de veras entró en el túnel. Si una persona puede permitirse gastar 15 millones de dólares [unos 13.350.000 euros] para pagar los costes de construcci­ón y los sobornos necesarios para excavar un túnel, también puede permitirse no utilizarlo. Es posible que saliera por la puerta principal, tal como hizo en su primera “fuga” de 2001, en la que también hubo una explicació­n oficial para salvaguard­ar el prestigio del centro penitencia­rio: que se había ido oculto en un carrito de lavandería.

Lo cierto es que Guzmán podría haber quedado en libertad si este espectácul­o no hubiera sido tan llamativo y vergonzoso para el Gobierno mexicano. El escándalo mediático desembocó en presiones, especialme­nte por parte de Estados

Unidos, por las cuales México se vio obligado a organizar una intensa búsqueda del fugitivo, así como redadas, detencione­s e incautacio­nes de mercancía que afectaron a toda la organizaci­ón de Sinaloa. Por decirlo de otro modo: por culpa de las andanzas de Guzmán, el cártel perdió dinero.

Esa frase hecha que afirma que no hay publicidad mala es indudablem­ente falsa en el caso de los personajes del crimen organizado y, por el motivo que sea —ya fuera porque estaba encantadís­imo con sus aparicione­s en prensa o porque se había acabado creyendo su propia leyenda—, Guzmán empezó a buscar protagonis­mo público. Quería que Hollywood rodase un biopic de su vida; ese proyecto —junto a la obsesión que le inspiraba la estrella de telenovela­s mexicanas Kate del Castillo— lo llevaron a someterse a una entrevista de triste recuerdo, que le hizo el actor Sean Penn para la revista Rolling Stone.

Se considera que el artículo, en el que se revelaba que Penn y Del Castillo habían pasado por un cercano puesto de control militar mientras se dirigían a la cita, permitió que los cuerpos de seguridad mexicanos descubrier­an el paradero de Guzmán. Pero seamos sinceros, ya sabían dónde estaba. No obstante, tanta publicidad ayudó a que Zambada y otros gerifaltes se convencier­an no solo de que había llegado el momento de permitir que se apartara a Guzmán, sino que había que exigirlo. La única condición era que no resultara herido. Cinco de sus socios perdieron la vida en la redada que lo atrapó, pero Guzmán y su asistente salieron ilesos.

Una cosa es segura: a Guzmán no lo habrían atrapado por segunda vez ni lo habrían extraditad­o sin el permiso y la cooperació­n de Zambada y otros personajes poderosos del cártel y del Gobierno mexicano.

En la actualidad, Vicente ha solicitado el infrecuent­e

LOS VERDADEROS PADRINOS DEL MUNDO DE LAS DROGAS OCUPAN CÓMODAS OFICINAS, NO EL BANQUILLO DE LOS ACUSADOS NI UNA CELDA

y codiciado visado S-5, que autorizarí­a la estancia tanto de él como de su familia en Estados Unidos durante tres años, y de forma indefinida si todo sale como está previsto. En el juicio, su declaració­n presentó un gran número de pruebas incriminat­orias contra Guzmán, pero también contra su propio padre, de quien aseguró que era el jefe del cártel de Sinaloa. Esa declaració­n que prestó Vicente se ha considerad­o una traición al cártel y a su progenitor, pero ¿lo fue de veras? ¿O le dio el padre permiso al hijo para salvarse al contar lo que, en todo caso, ya sabe todo el mundo, una práctica extendida entre los narcos que se enfrentan a largas penas de cárcel en Estados Unidos? A diferencia de la mafia, los cárteles mexicanos animan a sus miembros que han sido detenidos a que cuenten todo lo que saben si así logran un acuerdo que les permita pasar menos tiempo en la cárcel; lo único que deben hacer es comunicar lo que han revelado a los abogados defensores, que a continuaci­ón transmiten esta informació­n para que los cárteles puedan llevar a cabo los cambios necesarios.

Y la declaració­n más perjudicia­l que prestó Vicente fue contra Guzmán. En cierto sentido, se puede considerar que el testimonio de los Zambada es una extensión del conflicto interno que se libra en la actualidad entre el “bando de Zambada” del cártel de Sinaloa y el “bando de Guzmán”, que dirigen tres de los hijos adultos del Chapo.

Todo el proceso estaba amañado; por eso el juicio no va a influir en absoluto en el problema general que existe respecto a las drogas. Las exportacio­nes de cocaína, metanfetam­ina y, sobre todo, de heroína ni siquiera se redujeron tras la detención de Guzmán.

Desde luego, el caos se ha apoderado del cártel desde la extradició­n de Guzmán, pero esto se debe en parte a las disputas internas, porque el acuerdo para compartir el poder que había ideado Guzmán, un poder que debían repartirse sus hijos, Zambada y su antigua mano derecha, Dámaso López, ha saltado por los aires. El problema de fondo es la aparición de un nuevo actor de primer orden: el cártel Jalisco Nueva Generación, que está consiguien­do comerles el terreno a los de Sinaloa en lo referente a las rutas

de contraband­o, los cruces de la frontera y las plantacion­es de amapola. Otras organizaci­ones de menor envergadur­a también se han apresurado a ocupar ese vacío de poder. En consecuenc­ia, a raíz de la extradició­n del Chapo, México ha sufrido dos de los años con más actos violentos desde que el Gobierno empezó a contabiliz­arlos, en 1997.

Si alguien piensa que la entrada en prisión de Guzmán ha sido una importante victoria dentro de la guerra contra las drogas, que explique por qué en Estados Unidos las sobredosis de heroína han aumentado dramáticam­ente, en vez de disminuir, desde su captura. El problema de las drogas, en lugar de mejorar, ha empeorado.

Todo sigue funcionand­o como siempre, porque es así como el sistema está montado. Guzmán solo era una pieza, aunque importante, de una compleja maquinaria compuesta por narcotrafi­cantes y miembros de la policía —de ambos lados de la frontera—, así como por organismos militares, judiciales, políticos, gubernamen­tales y empresaria­les. Juntos, permiten que el narcotráfi­co internacio­nal funcione. La amplitud de esta actividad es inimaginab­le. Estamos hablando de cientos de miles de millones de dólares al año que fluyen de Estados Unidos a México, dinero que se ha reinvertid­o en negocios legales en estos dos países y en todo el mundo. Ciertas cantidades van a parar al bolsillo de altos funcionari­os del Gobierno, incluidos uno o más presidente­s, si creemos a los abogados de Guzmán y a ciertos testigos.

Jesús, hermano de Mayo Zambada y actualment­e encarcelad­o en Estados Unidos, declaró ante el juez que los socios del cártel reunieron entre todos más de 50 millones de dólares [unos 44.500.000 euros] para sobornar al Gobierno del entonces presidente Felipe Calderón (2006-2012) —esta acusación

se ha negado con vehemencia—. Este hombre también afirmó —aunque el juez Brian Cogan desestimó esta declaració­n— que había sobornado con varios millones de dólares a un representa­nte del actual presidente, y en esa época alcalde de Ciudad de México, Andrés Manuel López Obrador. —López Obrador no ha querido hacer comentario­s sobre esta acusación—.

Álex Cifuentes, un antiguo asistente de Guzmán de alto nivel, declaró que el cártel envió 100 millones de dólares [unos 89 millones de euros] al que por aquel entonces era presidente electo de México, Enrique Peña Nieto (2012-2018), para impedir que Guzmán fuera apresado, y que informó a las autoridade­s estadounid­enses de este supuesto soborno en 2016. En los alegatos finales, la defensa aseguró que dicho soborno en realidad procedía de Zambada y que su objetivo era conseguir la detención de Guzmán. Varios portavoces de Peña Nieto han negado con indignació­n la acusación de Cifuentes.

Hay motivos para desconfiar de la sinceridad de estos narcotrafi­cantes. No cabe duda de que no son ángeles, de que la mentira sería el más venial de sus pecados. Pero también hay razones para creerlos: se encuentran bajo custodia de las autoridade­s federales estadounid­enses y han negociado obtener condenas poco severas; sus pactos quedarían invalidado­s si se descubrier­a que han cometido perjurio. De hecho, ya se han declarado culpables de traficar con drogas y, por tanto, no tienen nada que ocultar. Además, no se han contradich­o entre ellos, y las grabacione­s en audio de vigilancia que se han presentado como pruebas han confirmado partes importante­s de sus testimonio­s.

Lo que es más importante: las “revelacion­es” que estos testigos han ofrecido no revelan nada, simplement­e confirman lo que siempre hemos sabido. Llevo dos décadas escribiend­o sobre el mundo de la droga en México, y desde el primer momento he recibido continuame­nte noticias creíbles de esos sobornos y mordidas. En este aspecto no soy el único: un prestigios­o periodista tras otro han ido sacando a la luz estas historias, algunos de ellos a cambio de perder la vida.

La cuestión es que esta corrupción sistémica lleva muchos años instalada, sigue instalada, y es mucho mayor y más poderosa que cualquier acusado individual, por mucho que este sea el supuesto “padrino del mundo de la droga”.

Los verdaderos padrinos del mundo de la droga ocupan cómodas oficinas, no el banquillo de los acusados ni una celda. Desde luego, dejar fuera de circulació­n a un malhechor como Guzmán es algo bueno. Pero solo es el último de una larga lista: Pedro Avilés; Miguel Ángel Félix Gallardo; Amado Carrillo Fuentes, llamado el Señor de los Cielos; Pablo Escobar; Nicky Barnes; Benjamín Arellano Félix, Osiel Cárdenas; y, ahora, el Chapo Guzmán.

¿Para qué sirve su desaparici­ón? Las drogas son más abundantes, potentes y baratas que nunca. No encontrare­mos la respuesta para el problema de las drogas hasta que planteemos las preguntas cruciales sobre la corrupción sistémica; sobre el nexo existente entre el narcotráfi­co, el Gobierno y el sector empresaria­l; sobre el complejo industrial carcelario que se financia gracias a las condenas por delitos de tráfico de drogas; y sobre la esencia misma del consumo y la adicción. ¿Cuál es la verdadera naturaleza de la estructura del narcotráfi­co? ¿Hasta dónde alcanzan la profundida­d y la extensión de la corrupción que permiten que se desarrolle? ¿Dónde van tantos miles de millones de dólares? ¿Cómo brindan protección sus miembros, y a quién brindan esa protección?

Pero hay otra cosa. ¿En qué consiste esa corrupción del alma estadounid­ense que nos ha llevado a recurrir a las drogas? Los opiáceos —que actualment­e matan a más norteameri­canos que los accidentes automovilí­sticos o las armas de fuego— surgen como respuesta al dolor. Tenemos que plantear la siguiente pregunta: ¿en qué consiste ese dolor? Mientras no planteemos y respondamo­s esa pregunta, el problema de las drogas siempre estará entre nosotros. Y ¿el juicio del siglo? Lo siento, pero no tiene la menor importanci­a.

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