EXTRAVAGANTE WILL SMITH
Tras 11 películas como rey de Hollywood, el intérprete ya no es rentable.
Sus extravagantes exigencias siempre han aumentado unos presupuestos cuya cara en el póster ya no garantiza que se vaya a amortizar: Will Smith solo juega si él es el rey, pero no sabe que su reino ya no existe. Y estrellas megalómanas como él son las responsables.
Cuando la telecomedia El príncipe de Bel-Air lo salvó de la ruina — con 21 años ya se había fundido todo el dinero de su carrera como rapero—, Will Smith se sentó con su mánager y juntos trazaron un plan para analizar la industria de Hollywood y convertirlo en la mayor estrella de cine del planeta. ¿Qué tipo de películas eran infalibles en la taquilla? Las superproducciones con efectos visuales. ¿Qué diferenciaba a las estrellas de los actores? Que los espectadores las asociaban a una imagen de marca. ¿Y qué imagen tenía el público de Smith? Buen chaval, con energía positiva y disfrutón que nunca se toma nada demasiado en serio. Su estrategia funcionó, pero, 25 años después de aquella reunión, el mundo ha cambiado demasiado. Will Smith no. Y por eso se está quedando atrás.
En el Hollywood de los noventa el sistema de estrellas, que era la excusa para producir películas enteras, estaba tocando techo y, por tanto, a punto de colapsar. La fórmula del éxito radicaba en plantear un concepto comprensible en todo el mundo —un pandillero se muda con su familia
pija, los extraterrestres destruyen la Casa Blanca— y ejecutarlo en torno al carisma de su protagonista. La frase que presentaba a su personaje en Independence Day —la segunda película más taquillera de la historia en su momento— era: “Yo lo que quiero saber es cuándo podré patearle el culo a ese E. T.”, exactamente el tipo de chiste que cabría esperar de una superproducción, pero esta vez pronunciado por un negro. Porque Smith no interpretaba al estereotipo de soldado afroamericano de la época —cómico, noble, primero en morir—, sino a un estereotipo de soldado a secas. Desde entonces, Will Smith siempre ha hecho personajes que no tenían raza en el guion. La demolición de esa frontera cultural, junto con su rap apto para toda la familia, lo convertiría en el actor negro favorito del público blanco.
Pero Hollywood empezó a incomodarse con el poder y las veleidades de las estrellas, que garantizaban repercusión aunque no siempre rentabilidad, y exploraron un nuevo escenario en el que las franquicias son las nuevas estrellas. Por eso durante los 2000 Smith vio caer a sus compañeros del Olimpo mientras él sobrevivía como la última estrella real. Tras un récord de 11 películas consecutivas por encima de los 150 millones de recaudación, acabó la década coronado como el actor más rentable de Hollywood. Todo ha ido cuesta abajo desde entonces.
En el rodaje de Men in Black III, una secuela que llegaba 10 años después de la anterior, Smith exigió un tráiler de más de 100 metros cuadrados con dos habitaciones, dos baños de granito, un cine, suelos de mármol, una sala de maquillaje, un vestidor y una cocina con armarios de madera de cerezo italiano y ventanas con arcos. En 30 segundos, el tráiler se podía ampliar con un segundo piso que albergaba un bar y una sala de reuniones para su equipo de 30 personas, todas contratadas por el estudio. Al lado se instaló otro tráiler de tamaño similar que contenía un gimnasio. Los vecinos se quejaron porque el complejo colapsaba el tráfico y tapaba la luz del sol y, en total, Sony se gastó dos millones de dólares a los que añadieron el piso de cinco habitaciones que Smith alquiló a un kilómetro de los tráileres para cuando no le importase caminar. Men in Black III fue solo la décima película más taquillera de 2012, superada por nueve filmes sin una sola estrella.
Aquel mismo año, Smith rechazó Django desencadenado porque su personaje — que acabaría interpretando Jaime Foxx— no tenía el suficiente protagonismo y Quentin Tarantino se negó a reescribir el guion a su gusto, que es la vida a la que el actor está acostumbrado. Sus exigencias habían transformado dos adaptaciones de novelas de culto de ciencia ficción ( Soy leyenda y Yo, robot) en “películas de Will Smith”. Pero el público las respaldó, dándole la razón a Smith, de modo que nadie se atrevía a llevarle la contraria. Hasta que tropezó.
After Earth era un proyecto personal cuya desmesurada ambición —se prometió un multiuniverso expandido de novelas, series de televisión y comunidades en redes sociales— generó la sensación de que la egolatría de su coprotagonista, productor —junto a su mujer, Jada—, guionista y director en la sombra, Will Smith, le había llevado a perder la cabeza. El estrepitoso fracaso, las conexiones de la película con filosofías cienciólogas y la filtración de los e-mails de Sony en los que se insistía en que el marketing debía siempre promocionar a Smith por encima de su hijo y verdadero protagonista —por esa misma estrategia contractual, nadie se enteró de que Charlize Theron aparecía en Hancock— convirtieron a Smith en un chiste. En 2013,
fue declarado el segundo actor menos rentable de Hollywood, solo por detrás de Johnny Depp, con quien nunca conviene compartir ranking. “Tras el fracaso de After Earth, algo se rompió en mi cabeza”, explicaría el actor, que pasó un año y medio sin trabajar. “Tuve que investigar por qué era tan importante para mí colocar películas en el número uno”. Él mismo reconoció que su historia de orígenes, cual Mark Zuckerberg en La red social, se remonta a una novia que le fue infiel a los 15 años. En aquel momento, se propuso conquistar el mundo. “Quería ser la mayor estrella de cine y acabé promocionando filmes porque quería ganar, no porque creyera en ellos. Ahora entiendo que tengo que estar conectado con el público y no engañarlo para que vaya a ver Wild Wild West”. En 1999, Smith prefirió hacer aquel carísimo vehículo de lucimiento a Matrix porque no entendió la propuesta de las Wachowski, de lo cual él es el único en arrepentirse: de haber interpretado a Neo, Matrix se habría convertido en “una película de Will Smith”. Pero eso no quiere decir que haya aprendido ninguna lección, sino que se ha abierto un canal de YouTube donde explota su característico encanto que tanto deslumbra a los españoles cada vez que visita El hormiguero. Profesionalmente, sigue empeñado en que Hollywood sea quien gire en torno a él y no al revés. Sus dos últimos fracasos, Focus y Belleza colateral, parecían venir de otra época: títulos que no significan nada, tramas que no ocultan ser una excusa para que el público vaya a ver “la nueva de Will Smith” y la estrella como único reclamo. En cuanto fichó por Escuadrón suicida, exigió que el peso de los personajes de Shia LaBeouf y Tom Hardy fuese reducido —acabaron abandonando el proyecto y siendo reemplazados por Scott Eastwood y Joel Kinnaman— y que el suyo, un villano archienemigo de Batman, fuese humanizado mediante escenas en las que hace los deberes con su hija. Smith no volverá para la secuela. Ahora que Men in Black regresa también sin él, Will Smith aparecerá en Aladdín, cuyo Genio desplegará el espíritu burlón con el que Smith conquistó el mundo hace dos décadas, y en Gemini Man, de Ang Lee. Este drama incluirá flashbacks con el actor de joven retocado digitalmente. Resultaría poético que la tecnología digital que lo convirtió en una estrella con Independence Day lo ayude, a los 50 años, a recordar a los espectadores cómo era entonces. Si no, siempre le quedará YouTube.