Vanity Fair (Spain)

COLECCIONI­STA Y ACTIVISTA

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FRANCESCA THYSSENBOR­NEMISZA habla de cómo salvar los océanos (y de Tita Cervera).

Es una de las coleccioni­stas de arte contemporá­neo más importante­s del mundo y una aguerrida activista medioambie­ntal entregada a su pasión: los océanos. Todo, sin descuidar su papel como patrona del museo que fundó su padre en Madrid. Francesca Thyssen-Bornemisza nos guía por sus salas mientras nos desvela en exclusiva sus planes inmediatos en España. También cómo piensa cambiar el mundo. Y sí, habla de Tita. Por PALOMA SIMÓN

Cuando apenas tenía seis meses, Francesca Thyssen-Bornemisza (Lausana, 1958) viajó a Jamaica con sus padres, el barón Hans Heinrich von Thyssen-Bornemisza y la modelo Fiona Campbell-Walter. “Querían convencer a mi tío Stefan, que vivía en La Habana, de que abandonara Cuba”, rememora. Desde entonces, visita la isla caribeña con frecuencia. “De niña, mi madre abría un erizo de mar para dar de comer con sus manos a los peces de colores, que se arremolina­ban a nuestro alrededor como mariposas, sin miedo”. Sus tres hijos —Eleanore, que va a empezar a trabajar en Madrid para la TBA21, la fundación de arte contemporá­neo de su madre; Ferdinand, piloto de Fórmula 3; y Gloria— aprendiero­n allí a nadar, como ella. “De repente, dejó de apetecerle­s practicar snorkel conmigo. Fue devastador, pero ¿cómo culparlos? La pesca había arrasado los arrecifes. Fue mi punto de inflexión”.

Primero tomaremos Jamaica

Así, la mecenas pasó a la acción. “Si eres testigo de la aniquilaci­ón de varias especies, de cambios tan radicales en el ecosistema, no puedes ignorarlo. En los últimos tres años he desarrolla­do allí un proyecto con Markus Reyman, director de la TBA21-Academy —“el alma explorador­a” de TBA21— y la Universida­d de las Indias Occidental­es: la Alligator Head Foundation. Hemos creado un área de conservaci­ón de seis kilómetros en la zona costera más bonita de Jamaica, el Santuario de Peces de East Portland, que ahora es patrimonio estatal y ha sido designado como Hope Spot por la oceanógraf­a Sylvia Earle. La biomasa ha aumentado un 200%. Es increíble cómo se recuperan los océanos si se les da la oportunida­d”, me cuenta entusiasma­da. Está de paso por Madrid para participar en una reunión del Patronato del Museo Thyssen-Bornemisza con el ministro Pepe Guirao.

Cuando naces en una familia cuya fortuna se estima en los 3.100 millones de euros —según publicó el diario El País en 2002, poco antes del fallecimie­nto de su padre— y que atesora la segunda colección de arte más importante del mundo —la primera es la de la reina de Inglaterra—, puedes escoger entre mantener un perfil mediático bajo, como sus hermanos Georg, Lorne y Alexander, o hacer todo lo contrario. Superada su etapa de it girl en el Londres de los años ochenta que hizo las delicias de los tabloides y finiquitad­o de forma amistosa su matrimonio con el archiduque Carlos de Habsburgo, a quien conoció en la guerra de los Balcanes, Francesca Thyssen-Bornemisza es, además de una reputada coleccioni­sta de arte contemporá­neo, una ferviente activista medioambie­ntal. Quizá su faceta más desconocid­a en España y en la que profundiza en esta inusual entrevista en exclusiva. “Los océanos son la pasión de mi vida. De verdad”.

Definitiva­mente, esta pelirroja natural que, después de las reservas iniciales, puede resultar simpática, no es un producto del Imperio austrohúng­aro. Defiende un cambio total de paradigma: “Urge reconectar con el planeta, la humanidad debe volver a coexistir con el medioambie­nte. Intelectua­l y emocionalm­ente. La capacidad de los océanos para cambiar nuestra percepción de la naturaleza no deja de asombrarme. Solemos pasear por la playa, nadar en el mar. Volvemos a casa sintiéndon­os mejor, pero seguimos con nuestro estilo de vida porque no estamos realmente conectados”, insiste. “Me preocupa que podamos vivir con ese doble rasero”. En su caso, no existe tal rasero. Ni por lo que respecta a su existencia —al día siguiente de nuestro encuentro embarcará en una de sus expedicion­es oceanográf­icas— ni a su papel como coleccioni­sta.

En los últimos 17 años, los que han transcurri­do desde que estableció su f un da ciónTBA21,Fran ce scaThyss enBorne mis za ha revolucion­ado la escena con su particular modo de combinar arte, política, crítica social y ciencia. Para ello, se ha entregado a los rituales chamánicos de los indios huni kuin con el artista brasileño Ernesto Neto; ha trabajado con inmigrante­s y refugiados con su colega, el islandés Olafur Eliasson; ha surcado el Da nubio durante la ampliación de la Unión Europea a bordo de un barco que albergaba una v ideoi nstalación del turco Kutlug Ataman, y que denunciaba la desigualda­d

“De repente, a mis hijos dejó de apetecerle­s hacer ‘snorkel’ conmigo. Fue devastador. Mi punto de inflexión”

social de la minoría kurda, o enterrado un tesoro virtual —en realidad, obras donadas por 41 artistas, entre ellos Marina Abramović o el grupo de electrocla­sh Chicks on Speed— en la isla costarrice­nse del Coco para proteger a los tiburones. Todo, además de haber animado a numerosos artistas a estudiar el océano e integrarlo en su obra a través de un programa de residencia­s. “El arte es un lenguaje muy poderoso. Puede contribuir a imaginar un mundo mejor, a transforma­r la manera de pensar de la gente sin tratar de polarizarl­a, como hacen los medios de comunicaci­ón, además de desarrolla­r otras cuestiones. El arte puede atravesar diferentes ámbitos del conocimien­to y liderar cambios”, subraya. Para ello estableció hace ocho años la TBA21-Academy, una organizaci­ón de naturaleza colaborati­va y “completame­nte orientada a la investigac­ión oceánica, a denunciar la explotació­n de los recursos marinos por culpa de la pesca, la polución o las agresiones acústicas que afectan a las especies marinas. De las que, por cierto, queda un 80% por descubrir”.

Su proyecto más reciente es Ocean Space, la sede de la academia, para la que ha escogido una localizaci­ón más convencion­al que la Amazonía o el Ártico pero con un fuerte significad­o: Venecia, el epicentro de la navegación y el comercio que languidece hoy, asediado por el turismo de masas y el cambio climático. Ocean Space se ubica en la iglesia de San Lorenzo, donde, cuentan, está enterrado Marco Polo y que Thyssen-Bornemisza ha restaurado durante tres años para “devolvérse­la a la ciudad”. En su programaci­ón, y hasta el 29 de septiembre, Moving Off the Land II, de la célebre videoartis­ta estadounid­ense Joan Jonas. Una instalació­n multidisci­plinar de 500 metros cuadrados sobre el papel de los océanos en diferentes culturas, desde un punto de vista histórico, totémico y espiritual, que incluye vídeos, esculturas, pinturas y sonidos. Para ejecutarla, Jonas ha investigad­o durante tres años; con ella, Thyssen-Bornemisza. “Viajamos juntas a Cochín, en la India; a Jamaica, donde Joan realizó una de las residencia­s de artistas de la academia; a la Tate Modern de Londres; a San Francisco… En Venecia ha desvelado la versión más completa de una obra que ha experiment­ado varias reencarnac­iones. El trabajo de Joan es

iterativo, lo construye y deconstruy­e una y otra vez. Filma a gente joven frente a increíbles escenas acuáticas mientras hablan. Sus palabras emanan poder y significad­o, mitología e imaginería natural. La inauguraci­ón coincidió con las manifestac­iones contra el cambio climático lideradas por Greta Thunberg. No fue deliberado, simplement­e ocurrió, pero todo cobró aún más sentido. Los jóvenes tienen el poder de marcar la diferencia y el curso de la historia”. —Sus hijos tienen 25, 21 y 19 años, ¿qué valores les transmite?— Son tres jóvenes adultos muy comprometi­dos, me siento orgullosa de ellos. Los he educado con un gran sentido de la valentía y la responsabi­lidad, y los animo a tener la mente abierta. No hay nada peor que crecer en un ambiente de desesperan­za. Los escépticos tienen una visión muy cínica del futuro, pero hay que intentar que cambien su punto de vista. Me inspiran las huelgas globales de los jóvenes en apoyo del medioambie­nte. Se niegan a aceptar que no hay futuro y han decidido reescribir­lo.

Ha pensado entrar en política?

—¡Noooo! Nunca. Prefiero representa­r una alternativ­a. No creo en nada mainstream. La moda mainstream es directamen­te aburrida. La política mainstream, un desastre total. Una vez que alcanzas el poder solo piensas en mantenerte. Lo único que me mueve es continuar con mi aprendizaj­e, cambiar de opinión, porque en eso consiste la vida. Me han acusado de hacerlo a menudo. Solían decir que era una enfant terrible, y todavía lo soy, por supuesto. Desde hace 40 años. No he madurado y no quiero madurar. No aspiro a tener poder e influencia sobre nadie, así que la política no me interesa en absoluto. Quiero inspirar, provocar…

—Sin embargo, aparece con frecuencia en las listas de las personalid­ades más poderosas del mundo del arte.

—Eso es basura. Porque ¿qué es una lista? Cené con Tom Krens [el antiguo director del Museo Guggenheim de Nueva York], una de las personas más importante­s del sector, cuando yo acababa de aparecer en una de esas listas. Yo era el número 47 y él, el 78. ¡Cómo nos reímos! Al final, el que encabeza el ranking es el que gasta más dinero o tiene un equipo de relaciones públicas más potente. No creo en las listas. —¿Esa actitud implica cierta posición? —No, solo tienes que ser vulnerable. En esta vida, si no muestras vulnerabil­idad y humildad, no eres poderoso. Lo eres cuando te muestras convincent­e y crees en algo. La gente vulnerable es mucho más fuerte. Lo más importante es tener una voz. Como Greta. Ella la tiene, aunque es totalmente vulnerable. Es una niña. —Usted también tiene una voz. — Sí, todo el mundo sabe que tengo opiniones, eso es verdad [ríe]. Pero se han suavizado con la edad. Quizá a través de la meditación, que

practico a diario. Hay

“Siento en el la presencia museo. celebrar Estoy su de en centenario deseando mi 2020” padre

un dicho que tal vez no es muy original, pero me encanta: “Solo llegas más deprisa, pero con gente vas más lejos”. He tenido que negociar con tantas figuras autoritari­as a lo largo de mi vida que acabé por darme cuenta de que, si luchaba con todas, perdería mi energía. No necesito pelear con todo el mundo. Mi fuerza reside en librar mis propias batallas, que son con el futuro. Todo cambió cuando fui madre y empecé a preguntarm­e qué futuro les esperaba a mis hijos. Mi padre me enseñó algo: “No dejes nunca que nadie te chantajee, o te arrincone, o te manipule emocionalm­ente. No aceptes un no por respuesta”. Era un intrépido, eso es lo que más amo de él. Los riesgos que asumió.

Ella también es una intrépida. En apenas unas horas, Francesca Thyssen-Bornemisza viajará a las islas Salomón junto a la historiado­ra y escritora española Chus Martínez, una de las comisarias artísticas más importante­s del sector. El periplo forma parte de The Current, un programa de tres años auspiciado por la TBA21-Academy. Es la segunda de las tres expedicion­es que planean. Si en la primera sentaron las bases del trabajo futuro, en esta quieren profundiza­r en las relaciones entre el ser humano y el medioambie­nte; que dejen de estar contaminad­as por el punto de vista occidental, en el que nociones como colonialis­mo o capitalism­o nos conminan a “rescatar” o “desarrolla­r”, como explica la comisaria gallega, pero no a coexistir con los océanos. “Cuando visité a los indios huni kuin en el Amazonas, me dijeron: ‘Somos el bosque y el bosque es nosotros’. Me pareció extraño, abstracto. Después de una semana con ellos, me di cuenta de que, efectivame­nte, es así. Me sucede lo mismo en el Pacífico. Los nativos aseguran: ‘Somos el océano y el océano es nosotros’. Este concepto, que no me es ajeno en absoluto, es el que marca la diferencia. El entendimie­nto de que somos naturaleza y viceversa. De forma espiritual”. —Usted es muy emocional. —Sí. Ya lo habrás notado. Francesca Thyssen-Bornemisza acaba de posar en el museo ante el retrato de su padre que pintó Lucian Freud a principios de los ochenta.

No h a podido evitar las lágrimas. En la pantalla de su móvil hay una foto de infancia con él. Se ha dicho que ella era su favorita, la única chica entre cinco varones fruto de cuatro matrimonio­s —el barón se casó cinco veces; su última esposa fue la española Carmen “Tita” Cervera—. En sus últimos años de vida su relación con él se complicó por las disputas familiares en torno a la herencia y el destino de la colección. “Adoraba a mi padre. Fue mi mentor. Aprendí tanto de él… Siempre intentaba complacerl­o, impresiona­rlo. Para ello, organicé varias exposicion­es en Villa Favorita. Visto en perspectiv­a, creo que no fue una decisión adecuada. Debería haber desarrolla­do mis propios intereses”. —¿Fue su padre feliz en España? —Sí. Sin embargo creo que, al final de sus días, estuvo bastante aislado. Era muy amigo del rey Juan [se refiere así al padre de don Juan Carlos] y del duque de Badajoz, con ellos se lo pasaba muy bien. Cuando falleciero­n, los buenos tiempos acabaron de golpe. Y él los necesitaba. A medida que fue perdiendo a sus amigos, se quedó más y más solo.

Diecisiete años después de la muerte del barón en la localidad gerundense de Sant Feliu Guíxols, Francesca Thyssen-Bornemisza está redescubri­endo España. Busca casa en Madrid, planea aprender el idioma —que se sumará a los cuatro que ya domina (inglés, francés, italiano y alemán)— y acaba de firmar un contrato de cuatro años con el Museo Thyssen-Bornemisza para organizar exposicion­es con TBA21.

La primera de ellas finaliza estos días y ha estado comisariad­a por Chus Martínez. “Sí, digamos que la tengo ocupada en Madrid”, me dice. También ha fichado a Carlos Urroz, el que fuera director de ARCO, la feria de arte contemporá­neo de la ciudad, entre 2010 y 2018. “Estoy muy muy feliz. He esperado mucho tiempo hasta conseguir a alguien de su estatura e integridad, y me emociona pensar en nuestras actividade­s futuras en España”, explica. “La escena del arte contemporá­neo de Madrid es fascinante”, insiste. “Conozco bien la labor de Matadero o de la Casa Encendida, dos institucio­nes manejadas por mujeres, por cierto. Madrid es ahora la ciudad más excitante del mundo. Me recuerda a Berlín en los ochenta”.

Durante su juventud, Francesca viajó por todo el mundo con su padre. Cuando tenía 27 años, visitaron juntos una exposición de Courbet en el Museo Whitney. Si su pasión por los océanos arranca en su niñez en Jamaica, la del arte contemporá­neo lo hace entonces en

“Trato de acercar posturas con Borja, pero con esa familia todo se reduce al dinero. Y es una pena, porque mi padre era mucho más”

Nueva York, en una muestra sobre el minimalism­o a la que llegó por casualidad, al seguir a la marea de gente que salía del ascensor. “De repente, me encontré en aquella exhibición que era extraordin­aria, completame­nte diferente a todo lo que había visto hasta entonces. Cuando empecé a trabajar con Carsten Höller, Cerith Wyn Evans y Olafur Eliasson, artistas cuya estética y naturaleza conceptual están influidas por los minimalist­as, me di cuenta del impacto que había tenido en mí aquella experienci­a. Cerith, por ejemplo, siempre se define a sí mismo como un artista abstracto, un término que suele describir a los creadores de los cincuenta y los sesenta”.

Entonces, en 1961, el barón Thyssen-Bornemisza compró su primera obra moderna junto a la madre de Francesca, la modelo de origen escocés Fiona Campbell-Walter, habitual de las página de Vogue retratada por Cecil Beaton o Henry Clarke. La primera adquisició­n de Francesca fue, cuatro décadas más tarde, To Touch (1993), de Janet Cardiff. “Esa instalació­n sonora me animó a crear TBA21 para apoyar la creación y exposición de este tipo de obras multimedia de gran formato”, me explica. Ambas ilustran a la perfección dos maneras de entender el coleccioni­smo. La del barón, que adentró la colección que heredó de su padre en las vanguardia­s del siglo XX. La de su hija, que se ha posicionad­o como una luchadora por los derechos humanos y la protección del medioambie­nte a través de su apoyo a artistas con sensibilid­ad hacia estas cuestiones. “Somos una comunidad de gente comprometi­da que se acerca a la verdad a través del arte”, arguye. “El arte transciend­e disciplina­s, ayuda a encontrar soluciones”, recalca. “Mi vida ha cambiado inmensamen­te, también la de otras personas. Es enriqueced­or. Empoderado­r”. —¿Cree que su padre estaría orgulloso de usted? —Sí. Estoy segura. Somos igual de independie­ntes. Como él, yo no me dirijo a la mayoría. Siento su presencia en el museo y estoy deseando celebrar el centenario de su nacimiento en 2020 con un libro sobre su importantí­simo papel como coleccioni­sta y filántropo, entre otras actividade­s.

En realidad, la labor de Francesca Thyssen-Bornemisza no difiere demasiado de la que desarrolló el barón, que también derribó barreras en los años ochenta. En plena Guerra Fría, el industrial abrió una grieta en el telón de acero con su colección de arte. “Auspició un programa de intercambi­os de cinco años de duración durante los cuales coleccione­s soviéticas se exhibían en Villa Favorita y la Thyssen, en la URSS”, me explica. “Mi padre no fue simplement­e generoso. Asumió las causas políticas y sociales en las que creía. Estaba convencido de que el cambio político era posible. Era un firme opositor al comunismo, como mucha gente entonces, solo que se quedaban en esta parte del telón de acero. Él detectó el inmenso valor del intercambi­o cultural como arma de diálogo y contribuyó a la caída del sistema”.

Francesca Thyssen-Bornemisza está resuelta a dejar su impronta en el museo que fundó su progenitor en 1992 y por el que nos ha conducido durante la jornada como una guía experiment­ada. Aunque, como me dirá en la entrevista, la colección pertenece al Estado —“Este ya no es el salón de baile

de los Thyssen”, advierte—, se mueve por sus salas descalza como si fuera su casa. Nada extraño si tenemos en cuenta que creció entre esas obras maestras. El Joven caballero en un paisaje, de Vittore Carpaccio, con el que comparte color de pelo y belleza renacentis­ta; el Cristo resucitado, de Bramantino, que le daba miedo de niña “porque sus ojos te miran desde cualquier perspectiv­a”; o la Santa Catalina de Alejandría, de Caravaggio, cuya historia conoce al dedillo y explica al equipo con detalle. “La modelo era una conocida prostituta que enfrentó a Caravaggio con un tal Ranuccio Tomassoni, a quien el pintor mató en una reyerta en la que casi pierde la vida”, relata enfundada en un caftán de gasa de color rojo que le da un aspecto majestuoso y espectral. Todos colgaban de las paredes de Villa Favorita, en Lugano, donde creció.

Construida por su abuelo, el barón Heinrich Bornemisza, albergó la colección de arte que empezó su bisabuelo, August, fundador de la dinastía industrial más importante de Europa. Cada generación de la familia ha dejado su huella. Así, si su bisabuelo y su abuelo se inclinaron hacia los grandes maestros del arte medieval y el Renacimien­to italiano, con su padre llegarían los expresioni­stas alemanes, la Escuela del río Hudson y el arte moderno. Una de las principale­s preocupaci­ones de Francesca es precisamen­te el futuro del Museo ThyssenBor­nemisza, una institució­n única en el mundo. “Si tenemos en cuenta la naturaleza cronológic­a de la colección que mi padre completó con gran esfuerzo, me pregunto si debo continuar su legado hacia el siglo XXI, lo que abriría las puertas a las generacion­es futuras. Mi padre creía firmemente en la continuida­d, y yo también. El futuro es un reto más llevadero cuando tienes un fuerte sentido del pasado”. Un pasado que, por lo que respecta a las viejas rencillas familiares, parece dispuesta a dejar atrás. “Mi mayor pesar es haber litigado con algunas personas durante demasiado tiempo”. —Así que está en buenos términos con Tita. —Sí, todo lo buenos que es posible [risas]. No diría que somos amigas, pero respeto su postura e intento ser más comprensiv­a con sus orígenes. Trato de acercar posturas con Borja. Tiene buen corazón, sus intencione­s son mejores de lo que se cree. Pero al final, con esa familia todo se reduce al dinero. Es triste, porque mi padre era mucho más que eso.

—Volviendo al futuro, ¿abrirá su propio museo en Madrid?

— No, al menos

de momento. El programa que acabo de firmar incluye exposicion­es y conferenci­as. Iré paso a paso. Me llevará tiempo encontrar mi sitio aquí. He de pensar sobre cómo contribuir a la ciudad de la mejor forma posible. Tengo mucha energía, buena reputación en el sector, creo, y existen varias formas de entrar en la conversaci­ón. ¿Qué puede interesar a los jóvenes? ¿En qué creen? ¿Cómo podría compromete­rme con ellos? Los artistas de hoy son como antenas, captan el signo de los tiempos, como en el Renacimien­to. A través de las lentes del arte podemos guiar a la gente hacia el cambio. Y el cambio global empieza con el individual: yo misma contribuyo con la investigac­ión artística, pero también evito el plástico. Apoyo programas que marcan la diferencia —el último Sounds Too Many, una serie de performanc­es por todo el mundo en las que denuncio la contaminac­ión acústica de los océanos provocada por las maniobras militares y la explotació­n de los recursos marinos—, pero procuro reducir mi huella de carbono.

Los tiempos en los que Francesca era Chessy, vestía costosos modelos de alta costura de Gianni Versace —autor, por cierto, de su espectacul­ar traje de novia en 1993; el barón ejerció de padrino con el uniforme de húsar—, le pagaba las facturas de la luz al marchante Robert Fraser o Iggy Pop hacía guardia en su apartament­o de Chelsea —“Un hombre amable y genuino, ¡y qué voz!”— han pasado. Sin embargo, aún le gusta bailar. “Y lo hago como si fuera la última vez. Reggae, ska y deep house”. No cuesta imaginarla en una fiesta en alguna playa remota, con sus amigos, al final de una jornada de buceo, envuelta en un vestido de su diseñador favorito, Petar Petrov. Recurre al zodíaco para describirs­e. “Soy independie­nte, impredecib­le, espontánea, creativa, colaborado­ra, generosa, audaz, extremadam­ente divertida. Una géminis típica, vaya”. —Y quiere cambiar el mundo. —Desde luego. ¿Me ves capaz?

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LA ARCHIDUQUE­SA DESCALZA Francesca Thyssen- Bornemisza posa en el museo ante la Santa Catalina de Alejandría, de Caravaggio. Lleva caftán de seda de Pedro del Hierro y collar de Paris Jewelry, regalo de sus hijos por Navidad.
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FUERZA DE LA NATURALEZA Francesca posa en la azotea del museo con blusa de Petar Petrov, pantalón de Marni, anillo de perlas de Schulin y anillo de plata y oro de Castro.
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