‘FALCON CREST’ PATRIO
La guerra en las bodegas Pesquera, por dos de las hijas del fundador.
Alejandro Fernández, creador de Pesquera, el vino favorito de Julio Iglesias, ha sido apartado de la gestión de sus empresas. Una decisión que ha desembocado en una cruenta batalla judicial entre su mujer y tres de sus cuatro hijas. EDUARDO VERBO se cita con dos de ellas, Olga y Lucía, que rompen su silencio.
En la ribera del Duero, las cosas no son siempre lo que parecen. El mes de abril toca a su fin y cae un sol de fuego. Aparentemente, es una jornada espléndida con la que los vecinos de estas tierras se resarcen de la desapacible climatología habitual. Pero aquí saben que los cambios bruscos no son buenos: una variación drástica de temperatura puede arruinar la cosecha si ha helado la noche anterior. En este mar de cepas y tierras rojas también se respira tranquilidad. Una calma que contrasta con las batallas familiares que algunas de las bodegas más relevantes de esta zona de Castilla, cuna de los mejores vinos de España, han librado durante los últimos años. Primero fueron los Vega Sicilia; ahora, los Fernández Rivera.
Alejandro Fernández (Pesquera de Duero, 1932) es toda una personalidad. En 1975, creó Pesquera, el tinto con el que Julio Iglesias confesó haber “hecho muchos hijos” y del que el rey Juan Carlos llegó a decir que es “cojonudo”. Ha terminado convirtiéndose en una leyenda local. La proeza: hacerse a sí mismo. Trabajó de carpintero y herrero e inventó la primera recolectora mecánica de remolacha, lo que provocó que ganara di
nero y convirtiera en realidad su anhelo de ser bodeguero. El sueño no terminó ahí, ya que, en los últimos 40 años, con el apoyo de su mujer, Emilia Rivera (de 82), quien se hace llamar Esperanza, y la participación activa de sus cuatro hijas, ha levantado un emporio: cuatro bodegas, con sus respectivas marcas, un hotel en Peñafiel (Valladolid) y tres sociedades de inversiones energéticas, una de las cuales cuenta con un capital social de 17 millones de euros. La empresa matriz de las diferentes sociedades, conocida como Grupo Pesquera, ingresó en 2017 más de 11 millones de euros.
Acostumbrado a llamar la atención de la prensa por sus triunfos empresariales —fue uno de los impulsores de la Denominación de Origen Ribera del Duero—, el empresario ha sido noticia últimamente por sus desavenencias familiares. En concreto, por haber sido cesado en los órganos de administración de sus diferentes empresas por su esposa y tres de sus cuatro hijas, Lucía (de 57 años), Olga (de 55) y María Cruz (de 53), gracias a que sumaban mayoría: el 50,14% del accionariado. El asunto se ha agravado desde que el 20 de marzo de este año la Fiscalía de Valladolid solicitó al juzgado que investigue estas operaciones ya que considera que su mujer y su hija Olga podrían haber cometido los delitos de falsedad en documento mercantil y público y administración desleal y de tipo societario. En la prensa, al caso lo han llamado “el Falcon Crest de la Ribera”.
Han querido apropiarse de todo el patrimonio y del comercio. Es una cuestión de avaricia”, me cuenta el abogado José María Mohedano, letrado del político socialista José Antonio Griñán en el juicio de los ERE y actual defensor de Alejandro Fernández. A sus 86 años, el extrovertido vinatero reside en Valladolid junto a su hija pequeña, Eva (de 47), quien trabajó como enóloga del grupo hasta 2018, año en el que su propia familia la despidió del holding, ahora presidido por su progenitora. En dos años, la familia se ha escindido en dos bloques aparentemente irreconciliables. La amarguísima guinda ha sido el divorcio que Alejandro le ha presentado a su mujer después de casi seis décadas de matrimonio. “Llevan dos años separados de hecho”, me responde Mohedano al preguntarle si la ruptura se produjo antes o después del conflicto empresarial. En
“Han querido apropiarse del patrimonio. Es cuestión de avaricia” (J. M. Mohedano, abogado)
todos estos meses de escándalo, ni su esposa ni sus hijas han querido ofrecer una entrevista. Hoy, dos de ellas, Olga y Lucía, rompen su silencio y hablan en exclusiva con Vanity Fair. Lo hacen en Condado de Haza, las bodegas situadas en Roa (Burgos), en pleno corazón de los fértiles viñedos de la estepa castellana. Las verjas del lugar, situado entre 20 hectáreas de majuelos de tempranillo y al que se llega tras recorrer un intrincado camino en el que es fácil perderse, están abiertas. La construcción recuerda al estilo de los châteaux de Burdeos. Aunque Alejandro no está, todo alude al patriarca. Los carros, el material agrícola, las barricas…
Olga y Lucía nos esperan en un salón ubicado tras una fachada construida con piedras que pudieron haber pertenecido a la antigua casa de Juana la Beltraneja. María Cruz, tercera hermana y aliada, finalmente no ha venido. No lleva bien lo sucedido. “Está reunida con nuestros compradores de Perú”, la excusan sus hermanas amablemente. La primera impresión de las Fernández Rivera encaja con el prejuicio de las gentes de Castilla: son discretas, nada efusivas y, a su manera, hospitalarias: “Os hemos preparado una comida muy rica. Los garbanzos con bacalao están…”. Alguien nos advierte que es la primera vez que se exponen de manera tan directa en la prensa y se les nota un poco tensas. “No están acostumbradas a compartir con los medios asuntos tan íntimos”. A su lado, inseparable y liderando la situación, la periodista Mónica Muñoz, quien se presenta como su asesora de comunicación y conocida en el sector por ser la experta en vinos del programa de Carlos Herrera. La dircom vigila desde el otro lado del sofá cada una de nuestras preguntas. Incluso responde incisiva cuando a Olga y Lucía, que ahora sí que no se esfuerzan en disimular que están un tanto incómodas, les asalta la duda.
Vanity Fair: ¿Por qué motivo han apartado a su padre de la presidencia de sus empresas?
Olga Fernández: Se han publicado muchas mentiras. No es cierto que lo hayamos despedido. Mi padre no ha acudido a ningún consejo de administración porque no ha querido. Él era el presidente y eso no se puede delegar. Tenía que asistir en persona, y a las reuniones que eran más formales mandaba a un apoderado. No ha habido más… V. F.: Ustedes sostienen que se vieron obligadas porque no ejercía sus funciones, y ahora él dice que le han prohibido pisar sus bodegas.
Lucía Fernández: No le hemos negado nunca el acceso. O. F.: Puede ir a donde y cuando quiera. Ojalá viniera… V. F.: Hasta 2017 reinaba la paz familiar. Hay imágenes de todo el clan unido en las presentaciones de los productos o en la entrega de la Medalla del Mérito al Trabajo a su padre. Algo grave habrá sucedido para llegar a esta situación.
L. F.: Es algo que, en nuestra opinión, nunca tendría que haber salido a la luz. Es un conflicto que simplemente surge porque somos una compañía familiar. Llevamos desde el año 1975 trabajando y las decisiones y acuerdos, como en todas las empresas, se toman por mayoría.
V. F.: ¿Existe algún hecho más concreto, quizá de carácter personal, que haya provocado el alejamiento?
L. F.: Nosotros no nos hemos alejado de nuestro padre. Seguimos trabajando como siempre. Cuando hay una discrepancia y no se está de acuerdo con una toma de decisiones, pues…
V. F.: ¿Con qué decisiones no estaban de acuerdo?
Se hace el silencio. “No hay inconveniente en decir que cuando una empresa decide por mayoría y hay
“A mi padre nunca le hemos negado el acceso a las bodegas” (Lucía)
una persona que discrepa, el que está en minoría se tiene que conformar”, tercia Mónica, omnipresente durante toda nuestra entrevista y quien intenta fiscalizar hasta la sesión fotográfica. “Eso es”, incide Lucía. V. F.: ¿Se refieren a su hermana? L. F.: Sí. Es evidente que el despido de la benjamina como enóloga —“No es enóloga, su certificado es el de técnico en Enotecnia”, matiza Mónica— contribuyó al cisma. “No se puede aceptar que una determinada persona imponga su voluntad”, interviene Olga. V. F.: ¿Por qué motivo la despiden? O.F.: Tomó decisiones que iban en contra de los intereses de la compañía y, por eso, el consejo de administración llegó a ese acuerdo.
El abogado del patriarca difiere. “Mire, le voy a explicar una cosa —apunta José María Mohedano—, nunca ha existido un consejo de administración en la empresa matriz”. Y añade: “Ellas querían hacerse con la fórmula del vino. Había unas notas y se las arrebataron a una de las otras dos empleadas del área de enología, a las que también despidieron”.
Insisto en que me resulta llamativo el hecho de que unas hermanas prescindan de otra y opten por despedirla. Mónica se arranca a hablar antes de que lo hagan las hermanas. “Eva empezó a crear un ambiente enrarecido y la gente comenzó a sentirse incómoda. Entonces la despidieron. Dentro de nada habrá un juicio. Se hizo para no perjudicarla, no fue un despido improcedente. Que cada uno saque sus propias conclusiones. Hay un conflicto de Eva con el resto de la familia. Ese conflicto desencadena todo lo demás y así estamos”.
V. F.: ¿Acusan entonces a su hermana de haber intoxicado a su padre para que fuera a los tribunales?
L. F.: No la hemos acusado. Son decisiones que ellos dos toman. V. F.: ¿Existían problemas antes? L. F.: En el día a día podemos estar de acuerdo o no en ciertas cuestiones, pero lo normal. O. F.: Y si los hubo, los solucionamos. V. F.: Y ustedes, ¿consideran que han hecho algo mal? O. F.: Queremos que se resuelva lo antes posible. Estamos abiertas al diálogo.
L. F.: Esto nos ha afectado mucho. Estamos intentando aprender a vivir de otra manera, sin tener presente a nuestro padre.
Mohedano sostiene que la causa inmediata de este “asalto” al control de las bodegas no es otro que la negativa de Alejandro a que se le renovara “un poder muy amplio” a Clemente Rueda, “muy amigo de Olga Fernández y quien, como se está acreditando, es un auténtico factótum en la deriva que está tomando ahora el grupo”. “Cuando se negó, entonces lo apartaron y le dieron a Clemente ese poder tan amplio”, explica el abogado del bodeguero. Las hermanas se defienden. “Es nuestro asesor fiscal de toda la vida. Él cumple con ese papel. No es gerente y jamás lo ha sido. No tiene derecho a voto”, asegura Lucía. “Es un asesor como cualquier otro”, añade Olga. Sin embargo, el Registro Mercantil contradice esta afirmación. Desde 2017, Clemente ostenta el cargo de apoderado. ¿Quién miente? A su vez, otro motivo de enfrentamiento fue la decisión de no distribuir dividendos. Según las dos hermanas Fernández Rivera, nunca se habían repartido los beneficios en el Grupo Pesquera. Su padre lo niega. De nuevo, ¿quién miente?
Antes de comenzar con la conversación, hemos realizado un recorrido por las bodegas. No quieren transmitir debilidad, pero el hecho de entrar en la sala de barricas les hace experimentar un flashback inesperado que no reprimen. Entonces recuerdan que cuando eran pequeñas pasaban muchas horas cortando la arpillera con la que tapar la barrica. Al salir, me muestran una inscripción que reza: “Alenza, 1989”. Es el acrónimo de Alejandro y Esperanza. “La pusieron cuando empezamos a producir vinos en estas bodegas de Roa”, me confía un tanto melancólica Lucía. V. F.: ¿Por qué se separan tras toda una vida juntos? L. F.: Pues como nos han cortado la comunicación con él [se refieren a su hermana Eva], no hemos podido preguntárselo. Pero ha sido una persona la que ha querido. Después
“Ojalá pudiésemos hablar con él. Llevamos un año sin hacerlo” (Olga)
¨ Intentaron llevarlo a un psicólogo porque pretendían conseguir su incapacitación” (J. M . Mohedano)
del conflicto, se produce la separación. No es antes (sic).
O. F.: Ojalá pudiésemos hablar con él. Hace un año que no es posible.
V. F.: ¿Cuándo fue la última vez que lo hicieron?
L. F.: En el juzgado. Tuve la oportunidad de hacerlo porque llegué la primera. Reaccionó normal. Bien. Me dio dos besos. Le di un abrazo. Le pregunté cómo estaba. Nosotras no nos hemos dejado de hablar con él. V. F.: ¿Cómo se encuentra su madre? O. F.: Está fuerte. L. F.: Nos ve fuertes y eso la anima. Sabemos que contamos con ella. Mi madre ha trabajado tanto como mi padre, pero en otro lado y en silencio. Le ha faltado la visibilidad que las mujeres de su época no han tenido. Nunca ha dicho que no a nada. Era la que animaba. Lo mismo llevaba gente a vendimiar que embotellaba.
O. F.: Mi padre es un genio y así lo ha demostrado, pero él viajaba. La que se quedaba en el negocio era mi madre.
¿Qué ha pasado para que una familia tan unida haya acabado en los tribunales? ¿Se sienten las tres Fernández Rivera discriminadas frente a la hermana pequeña y protegida del padre? ¿Continúa Alejandro, a sus 86 años, con sus capacidades intactas? ¿Qué repercusión económica puede tener el enfrentamiento familiar en el Grupo Pesquera?
La guerra es encarnizada. El patriarca ha interpuesto una querella por un presunto delito de vulneración de la propiedad industrial así como dos demandas civiles, una por vulneración de la imagen y otra en la que se pretende impugnar unas marcas presuntamente registradas ilegalmente por algunas de las administradoras. “Vendrán más sorpresas”, avanza José María Mohedano, quien me cuenta: “Intentaron llevarlo a un psicólogo porque pretendían conseguir su incapacitación, le han puestos detectives…”. El caso acaba de dar un giro inesperado tras la intervención de la Fiscalía. ¿El motivo? Una de las hermanas y la madre podrían haber falsificado un contrato para perpetuarse al frente de las bodegas.
Estamos a punto de terminar la sesión. Las hermanas tienen prisa, pero no quieren irse sin brindar. Abren una botella de vino —otros clientes de los caldos de la casa han sido Felipe González, Fidel Castro, Eva Longoria, Diego Simeone o el papa Benedicto XVI— y, mirándose a los ojos, exclaman: “¡Por la familia Fernández Rivera!”.
En esta nueva etapa, cuyo desenlace se dirime en los tribunales, el Grupo Pesquera ha pasado a llamarse Familia Fernández Rivera. Las hermanas han modernizado las etiquetas y han incorporado a las labores del día a día a sus hijas. Cuatro de las nietas de Alejandro ya trabajan en las empresas familiares. Nos cuentan que en breve viajarán a Alemania a presentar a sus consumidores la nueva imagen de la bodega. “La familia sigue. Hay que mirar al futuro”, dice Olga.
V. F.: ¿Es posible que tras la paz empresarial llegue la paz familiar? O. F.: Todo puede suceder. Ojalá. V. F.: ¿Por dónde pasa la solución? L. F.: Por un pacto. “Lo único conveniente es la división, que cada uno tenga su parte. No hacerlo sería una catástrofe”, finaliza Mohedano. Al menos, están de acuerdo en algo.