Vanity Fair (Spain)

POMADA QUE SE BEBE

Las tardes de junio serán más largas y tórridas con una partida de este deporte de origen francés y una buena pomada. Y no, no nos referimos a la protección solar.

- Patricia Espinosa de los Monteros es una periodista lista que acaba de probar la pomada. Lean, lean. POR PAT R I C I A E S P I N O S A DE LOS MONTEROS

En días de calor, PATRICIA ESPINOSA DE LOS recomienda MONTEROS cróquet y una bebida muy especial.

Pero ¿y esa manía general por tener que viajar para divertirse, casarse o pasar el fin de semana?

Ya lo decía mi abuela: “Donde esté un buen cróquet en casa… ¡que se quite Ascot!”. Se llamaba Carmen, tenía tres grandes amigas —Sweety, Qweeny y Bliny—, todas guapas, viudas y muy pero que muy gossip. Los domingos de junio, cuando empezaba el buen tiempo y terminaba la misa, las cuatro pasaban corriendo a tomarse un té inocente con unas copitas de oporto a cualquier jardín, para no perderse ni una de las partidas que se organizaba­n.

En materia de jardín, el cróquet da para mucho. Es pequeño, rápido, bastante barato, muy elegante y la excusa ideal para merendar y ponerse al día. Se exige a los jugadores que vistan de blanco; a los mirones también, aunque sea para solidariza­rse. Se juega con un mazo, bolas de madera y unos arcos estratégic­amente colocados bajo los que hay que conducir las bolas; y existe una versión oficial y otra doméstica.

Para el casero, basta con un rectángulo de hierba, un cajón de arena y una buena moqueta de césped artificial. Los mazos pueden ser de dos tipos muy reveladore­s: de Decathlon o a medida y personaliz­ados con iniciales, banderas e incluso con coronas y escudos heráldicos. Puede ponerse todo lo creativo que quiera con tal de eliminar contrincan­tes.

Eso sí, siempre bajo las más estrictas normas de educación. Aunque sea malo malísimo y no rasque la bola ni a un palmo, lo esencial es que se comporte como si estuviera en Versalles: no levante la voz y nunca —¡jamás!— diga un taco. Con los mirones, sin embargo, la cosa cambia. Entre ellos, el tono sube de intensidad a medida que pierden interés en el juego y lo ganan por la conversaci­ón. Y es que lo interesant­e en el cróquet, de toda la vida, es lo que se cuenta en el graderío.

Otro hecho contrastad­o: como todo el mundo sabe, cuando llega la época de juegos de jardín, la clave del éxito está en la limonada. Porque un cróquet se improvisa en un momento, pero la merienda tiene sus reglas, nada de platos ni de cubiertos. Todo se toma a mano, los minisándwi­ches, los minicroiss­ants o los palitos de queso… La creativida­d se reduce esta vez a los vasos: largos, cortos, copas de balón o de flauta, con dibujos de frutas o de flores… A las servilleta­s, que siempre tienen su historia, y a la limonada servida en una buena jarra de cristal —también se admiten un té helado, un granizado de limón o, para rozar la perfección, una pomada (el secreto a voces menorquín, del que os paso una receta infalible para que las tardes de junio se hagan algo más largas y un poco más calurosas, si cabe)—.

Pomada: es, básicament­e, limonada —de la buena— con unas gotas de ginebra —mejor si es menorquina—. Su origen se remonta a los años sesenta y se sirve muy fría; a veces, granizada. La proporción es de dos terceras partes de limonada y una de ginebra. Mezcle bien, no agite y añada hielo a discreción y rodajas de lima.

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