Vanity Fair (Spain)

SILJA GOËTZ

Algo pasa con Britney

- Andrea Levy es diputada en el Congreso y sabe encajar con precisión todas las sílabas del estribillo de ‘Womanizer’.

A esta artista alemana no hay tema que se le resista. Ella es la encargada de ilustrar el artículo de Andrea Levy sobre cómo las divas de los últimos años han dejado el desenfreno para convertirs­e en adalides de la conciencia social.

JJusto cuando se cumplen dos décadas de su primera gira, Britney Spears anunciaba públicamen­te el pasado mes de abril que ingresaba en una clínica mental. La noticia, que podría haberse leído como otro bache emocional más de la cantante, puede ser el preludio de un final inevitable: su retirada definitiva de los escenarios. Algo que no ha cogido por sorpresa a sus seguidores, acostumbra­dos a los vaivenes emocionale­s de Britney a lo largo de su carrera. Por lo pronto, se han tenido que cancelar los conciertos que estaban previstos este año para celebrar el aniversari­o de ese primer álbum, que se convirtió en un himno generacion­al para muchos. Han pasado ya 20 años desde que la vimos por primera vez vestida de colegiala cantando Baby One More Time. Desde entonces, hubo algo de ella que era parte de nosotros. Fuimos partícipes de cómo en su vida todo era susceptibl­e de ir a peor. Y sí, lo que puede ir a peor, va a peor. Britney llorando sentada en la acera. Britney tambaleánd­ose saliendo de una fiesta. Britney trastabill­ando sobre los escenarios. Britney rapándose el pelo, casándose, atada a una camilla… Siempre estuvimos allí sabiendo que iba a acabar mal, quizá su expresión de inocencia quebrada es la que nos ha hecho aguantar a su lado en la cima y en la(s) caída(s). Una historia que no podíamos dejar de engullir hasta el final. Hasta que se rompió. Una de las mejores amigas de Britney, Paris Hilton —juntas inventaron el selfie en 2006—, relata en el documental The Amer ic an Meme cómo se siente más cercana a los seguidores que tiene en

Instagram que a mucha gente a la que conoce. Llega a considerar­los su familia, los “little Paris” con los que interactúa personalme­nte. “Me he acostumbra­do a que me jodan. Con mis fans no siento esto. Dicen que el verme pasando por tanto les ha ayudado a ser más fuertes”. Ella fue la primera influencer que hizo de su forma de vida una marca propia. Ahora, se lamenta de estar atrapada en el personaje de niña rica en desenfreno total. Un producto al que nos volvimos tan adictos como ella a las fiestas, los flashes y a rentabiliz­ar sus polémicas. Da igual que pase el tiempo y hayamos madurado: nos gusta saber que ella sigue igual, siendo el nosotros achispado que ya no nos podemos permitir ser. Pienso en las nuevas generacion­es de jóvenes que están triunfando en estos momentos. Tienen poco que ver con las divas adolescent­es de los 2000, como Paris y Britney, cuyo principal atractivo era ser alocadas fiesteras y exponentes de una vida de excesos y lujos sin responsabi­lidades.

Ahora, las artistas que consiguen el éxito lo hacen trazando una carrera en la que su implicació­n social es tan importante como sus dotes artísticas y reflejan los valores que sus seguidores admiran. No hay fama sin conciencia. No se trata ya de ser deseado sino respetado. Una militancia artística que canta a la vez que reivindica a sus seguidores compromiso y responsabi­lidad. Como Billie Eilish, que con 17 años se ha convertido en un fenómeno global que ha entendido la cara oscura de la fama. En una entrevista reciente decía: “Mi vida ha cambiado. Me asustan las cosas malas, no quiero tener una crisis como la de Britney Spears, porque la fama puede ser terrorífic­a”. Quizá por fin Britney consiga ser un ejemplo que sirva a algo bueno y así cerrar el círculo de su traumatiza­da vida.

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