Vanity Fair (Spain)

PEQUEÑAS GR ANDE S MEN T IR AS

- Paloma Rando es guionista y redactora, y si tuviera que disfrazars­e de una Audrey Hepburn, elegiría copiar su pijama en Charada. POR PALO MAR ANDO

Cuando Reese Witherspoo­n leyó Big Little Lies, la novela en la que se basó la miniserie homónima de HBO, lo tuvo claro: ahí había material digno de llevar a la pantalla. Entonces, puso al corriente a Nicole Kidman, que se leyó el libro en una noche y llegó a la misma conclusión. ¿Cuál era el siguiente paso? Negociar los derechos con Liane Moriarty, la autora. Kidman aprovechó un viaje a Australia, país natal también de la escritora, para concertar allí una cita informal con Moriarty en una cafetería. Cuando la escritora llegó al local, se lo encontró cerrado y pensó que tal vez se trataba de una excentrici­dad de la actriz, que quería el espacio para ellas dos solas, así que preguntó a los empleados de la cocina: “Está cerrado, sí. ¿Pero para todo el mundo?”. Efectivame­nte, cuando llegó Kidman, tuvieron que buscar otro café.

Las puertas de las cadenas de televisión y de los estudios de cine solían estar casi tan cerradas a proyectos protagoniz­ados por mujeres como las de esa cafetería. Witherspoo­n se ha quejado de que durante casi toda su carrera ha participad­o en películas que adolecían del síndrome de la pitufina: estaban en manos de un reparto masculino donde solo había cabida para un personaje femenino. Por eso se decidió a crear su propia productora. ¿Su objetivo? Desarrolla­r proyectos protagoniz­ados por mujeres que se distanciar­an de lo que ya había en el mercado. ¿Cómo? Adaptando novelas a las que le encontrara­n potencial. Alma salvaje y Perdida fueron sus primeros éxitos, pero nada comparable al impacto de Big Little Lies.

Con los nombres que se involucrar­on en el proyecto, sus hitos no deberían haber supuesto ninguna sorpresa. El reparto lo completaba­n Laura Dern, Shailene Woodley y Alexander Skarsgard. Y detrás de las cámaras, David E. Kelley, el legendario guionista y productor — Ally McBeal y La ley de Los Ángeles, entre otras—, y Jean-Marc Vallée, con quien Witherspoo­n ya había trabajado en Alma salvaje, se hicieron cargo de la escritura y la dirección de la serie respectiva­mente.

¿El resultado? Un promedio

de más de siete millones de espectador­es por episodio, ocho premios Emmy y cuatro Globos de Oro. Pero en la televisión, como buen negocio que es, el éxito masivo es un arma de doble filo. Porque la historia de Big Little Lies no necesitaba continuaci­ón, pero después de aquellos datos, a ver quién se iba a negar a hacerla.

Para ello, desarrolla­ron su nuevo material de una forma inédita: le encargaron a Mo r i a r ty una segunda novela que no ha sido publicada para que David E. Kelley la adaptara; han contratado a Andrea Arnold como directora —Vallée, que sigue como productor, no pudo asumir la dirección ya que se le solapaba con Heridas abiertas, la miniserie de HBO con Amy Adams—.; y delante de las cámaras cuentan con el refuerzo definitivo: la incorporac­ión de Meryl Streep. El verdadero signo de poder de Witherspoo­n y los suyos no ha sido conseguir venderle una miniserie protagoniz­ada por cinco mujeres a HBO, que al menos había parido Sexo en Nueva York y Girls y que en los últimos años estaba haciendo un giro llamativo en pos de las protagonis­tas femeninas con series como Iluminada, Veep, Insecure o Divorce. El verdadero logro es conseguir que Streep vuelva a la televisión, medio en el que no trabaja desde Angels in America (2003), oh, casualidad, también miniserie de HBO. ¿Qué puede salir mal con estos mimbres? Esperemos que nada. Que la condena automática­mente impuesta a continuar un éxito así sea solo otra pequeña gran mentira.

LA INCORPORAC­IÓN DE MERYL STREEP ES EL VERDADERO SIGNO DE PODER DE LOS ARTÍFICES DE ‘ BIG LITTLE LIES’

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