GENER ACIÓN COPO DE NIE VE
Easton Ellis describe a los ‘millennials’ como personas frágiles que se creen únicas y se ofenden con facilidad. Sin ánimo de caer en estereotipos, nuestro columnista reconoce que se identifica algo con la descripción. Y advierte: corre en dirección opuesta al rebaño.
EEl otro día, en una cafetería, un chico sentado enfrente de mí estuvo 35 minutos seguidos haciéndose variaciones del mismo selfie. Tenía la postura estudiada. Apenas se podía distinguir un matiz entre un selfie y otro. Un par de grados de inclinación de la cabeza a lo sumo. Posando parecía un chico distinto a cuando estaba relajado. De algún modo casi mágico había conseguido realzar sus virtudes y disimular sus defectos. Era hipnótico observarlo y admito que me sacaba por momentos de la lectura del libro que llevaba conmigo. Por un lado, me generaba cierta angustia y una punzada de vergüenza ajena eso de estar actuando, poniendo morritos, como una estrella de cine en un photocall en mitad de un café de la calle Almagro. Por el otro, envidiaba su personalidad para que le diera igual lo que los ahí presentes pensáramos de él en ese instante, así como su férreo inconformismo hasta quedar finalmente satisfecho con el selfie perfecto. El libro que estaba leyendo era White, la nueva colección de ensayos que acaba de publicar Bret Easton Ellis, autor de Menos que cero y American Psycho. Bret Easton Ellis, BEE para muchos, es alguien que gusta y escandaliza a partes iguales. Fue un escritor precoz que publicó su primer best seller en la universidad. Tenía estilo, talento y éxito. Iba con traje, lo invitaban a fiestas e inauguraciones culturetas, compartía edificio en Nueva York con Tom Cruise y cocaína con Basquiat en los baños del Odeon. Sus libros eran sátiras del mundo yuppie de Wall Street y del Hollywood de finales de los 8090, mezclado con altas dosis de violencia, MTV y restaurantes caros. Observador mordaz de su generación. Polémico, censurado y atrevido. Gay, ingenioso, provocador, algo frívolo e independiente. En White, BEE escribe ahora largo y tendido, con más sorna que maldad, sobre lo que él ha bautizado como la “Generación Snowflake”, esto es, la “Generación Copo de Nieve”. En una relación estable con un chico de veintipocos,
dice estar cansado de ver cómo él y sus amigos se quejan habitualmente, siempre en posesión de la verdad y con derecho a enfadarse por todo. De ahí el nombre: delicados copos de nieve. Frágiles y únicos. Los ofendiditos.
Nunca he sido muy amigo de las generaciones. Normalmente no son más que papillas insípidas en las que trituramos distintos alimentos que somos incapaces de procesar por separado. Smoothies de personalidades. Aunque como millennial fronterizo y, por tanto, miembro de esa generación, me reconozco a mí y a mis coetáneos en algunos detalles que describe BEE. Cierta victimización. Sentirnos permanentemente agraviados. Nos aburrimos si no somos los protagonistas. Demasiada medicación: muchos amigos toman trankimazin y diazepan como caramelos de menta y se cascan un orfidal para “soportar” un viaje transatlántico. Los jefes son malvados y no ven nuestro potencial. Tendencia a la sobrerreacción. El fracaso para entender el contexto. Creer que hay que estar de acuerdo con todo lo que dice el periódico que lees. Alergia a las voces discordantes. Dependencia del feedback positivo. La filosofía del “fake it until you make it” (finge hasta que lo consigas). La dictadura del like. Usar el boli verde en lugar del rojo. Medir todo con la dicotomía del pulgar hacia arriba o hacia abajo. Considerar que discrepar es insultar. La policía del pensamiento en Twitter. Una agresividad soterrada. Pedir y exigir disculpas por todo. Lo del yo-yo-yo.
No soporto los cuentos de abuelo cebolleta de “en mis tiempo sí que sabíamos lo que era bueno”. Cualquier tiempo pasado casi nunca fue mejor. No echo de menos no haber hecho la mili, ni fumar en los aviones, ni una época sin móviles. Temo a los que van de tipos duros, esos que parecen echar de menos la época de sombrero y revólver. Admiro muchos valores de nuestra generación: su versatilidad, su capacidad de adaptación y su cultura por compartir. Siempre creo que vamos avanzando, aunque tropecemos de vez en cuando con los muebles del pasillo.
Pero sí que me tomo lo de ser un “delicado copo de nieve” con una mezcla de humor, cautela y unas gotas de autocrítica. Como una canción de Los Punsetes. Como hacía Lena Dunham en Girls. A fin de cuentas, lo mejor para que no te metan en rebaños es saber identificar a los pastores y, sobre todo, a las ovejas. Así, cuando veas que algo anda como una oveja, se parece a una oveja y bala como una oveja, corras en la dirección opuesta. Aunque tú mismo seas una oveja. Porque como decían los Arctic Monkeys: “Cualquier cosa que diga la gente que soy, eso es lo que no soy”. Javier Aznar (Santander, 1985) es autor del libro ‘¿Dónde vamos a bailar esta noche? (Círculo de Tiza, 2017).