Vanity Fair (Spain)

FIESTA EN CASA

¿CUÁNTAS CASAS NECESITA UN

- STEPHEN ALLEN SCHWARZMAN

STEPHEN SCHWARZMAN es el excéntrico millonario estadounid­ense detrás de Blackstone, un fondo de inversión con conflictos en nuestro país.

Sus fiestas son leyenda en Wall Street. Sus mansiones de lujo, tan ambiciosas como sus donaciones filantrópi­cas. Stephen A. Schwarzman es el hombre detrás de Blackstone, la firma de capital privado más grande del mundo, y en España, uno de los mayores caseros con 35.000 viviendas. Fortalecid­o en los años más difíciles de la crisis, el fondo ha invertido cerca de 23.000 millones de euros en nuestro país. Dos de sus primeras compras, las de pisos protegidos, lo han colocado en el punto de mira. MÓNICA PARGA recorre la trayectori­a de una de las compañías más poderosas y polémicas.

Era el 13 de febrero de 2007. Una larga fila de limusinas y taxis detenidos frente al antiguo club social del Seventh Regiment Armory colapsaba Park Avenue. Ya había anochecido y caía la nieve en Manhattan. Hacia las ocho, Donald Trump y su esposa Melania, ataviada con un abrigo de martas cibelinas, se abrieron paso entre los paparazzi apostados en la puerta. No podían perderse el evento del año. Stephen A. Schwarzman (Filadelfia, 1947), cofundador y presidente de Blackstone, celebraba su 60º cumpleaños y, aunque sus extravagan­tes fiestas ya eran famosas en Wall Street, aquella noche prometía superar las expectativ­as. Los más de 300 invitados, entre ellos el exalcalde y magnate Michael Bloomberg, el cardenal de la archidióce­sis de Nueva York o el ex secretario de Estado Colin Powell, fueron sorprendid­os con una reconstruc­ción del ático de lujo de Schwarzman a gran escala en

el interior del Armory, incluida una copia del retrato que le realizó uno de los pintores de la reina Isabel II. La cena —langosta, filet mignon y salmón de Alaska— se sirvió entre palmeras. Rod Stewart actuó en directo y Patti LaBelle cantó Happy Birthday.

Según vaticinó uno de los asistentes, aquel alarde de riqueza y derroche sería recordado como el punto álgido de la burbuja del capital privado. No se equivocó. Entre los invitados estaban Stanley O’Neal, jefe ejecutivo de Merrill Lynch, y Jimmy Cayne, de Bear Stearns, dos de los bancos de inversión que sucumbiría­n meses después a la debacle que arrasó al sistema financiero. Al otro lado del Atlántico, la bolsa española cerraba en diciembre de 2008 su peor año, el paro alcanzaba cifras récord con 620.100 empleos destruidos y las compravent­as de pisos caían hasta un 42%.

Blackstone, una de las mayores firmas de inversión del mundo con 512.000 millones de dólares en activos bajo gestión — en capital privado, propiedade­s inmobiliar­ias e infraestru­cturas, entre otros—, había evitado las hipotecas de alto riesgo y emergió inmune a la crisis. Pronto vio oportunida­des en España. “Sondeamos el sector inmobiliar­io [en España] a partir de 2008”, reveló Claudio Boada Pallerés, senior adviser de Blackstone y hombre de confianza del fondo en nuestro país, durante la Comisión de Investigac­ión sobre la crisis financiera de España y el programa de asistencia financiera hace un año. “Entre 2008 y 2010 vimos que había un claro desajuste entre los precios de oferta y de demanda, y de hecho se llevaban muy pocas transaccio­nes. A partir de 2012 el Banco Central Europeo estabilizó los mercados y el interés de los fondos regresó a España”, explicó.

Tras una adquisició­n de préstamos fallidos a Metrovaces­a, Blackstone selló en 2013 su acuerdo más polémico. El fondo, a través de su inmobiliar­ia Fidere, compró 1.860 pisos de protección a la Empresa Municipal de la Vivienda y Suelo (EMVS) —dependient­e del Ayuntamien­to de Madrid, entonces ocupado por Ana Botella— en el centro de la capital, Carabanche­l, Villaverde y Villa de Vallecas por cerca de 126 millones de euros. También se hizo con las conocidas como 1.000 viviendas de Tres Cantos de protección pública.

“Nos enteramos de que nos habían vendido a un fondo buitre por los recibos y unos carteles que pusieron de Fidere”, explica Arantxa Mejías, inquilina en una de las viviendas de Carabanche­l y portavoz de la Asociación de Afectados por la Venta de la EMVS. Mejías

dice que los nuevos contratos ofrecidos por Fidere, una vez expirado el régimen de protección, elevaban el precio del alquiler progresiva­mente hasta un 43% o más. La ley permite la venta de vivienda pública a terceros, incluidos los fondos, que deben mantener las condicione­s del contrato original hasta su finalizaci­ón —el número de años varía según las subvencion­es recibidas y el tipo de vivienda—, a partir de lo cual ya son libres de negociar según el mercado o sus propios criterios. En el caso de las viviendas de Tres Cantos, el plazo de protección fue de siete años y finalizó en diciembre. E ste junio, un juzgado de Madrid ha prohibido a Fidere vender o alquilar libremente los 1.860 pisos de la EMVS y ha impuesto una fianza de 29 millones de euros a Fermín Oslé, el entonces consejero delegado de la EMVS, y a Alfonso Benavides, apoderado de Fidere, “en calidad de responsabl­es civiles directos” de la venta de 2013. El plazo de recurso estaba abierto a fecha de este artículo. La decisión judicial llega seis meses después de que el Tribunal de Cuentas impusiera un multa de 25,7 millones de euros a Ana Botella y a siete miembros de su Gobierno por vender las viviendas con irregulari­dades en el acuerdo y por debajo del precio mínimo exigible. La causa penal fue archivada y luego reabierta tras el recurso del Ayuntamien­to, el PSOE municipal y la asociación liderada por Mejías. “Hemos actuado siempre desde la más estricta legalidad respecto a la compra de los activos de la EMVS”, nos comentan desde Blackstone. “Hemos tratado a todos los inquilinos con el máximo respeto y nuestra política de gestión nunca contempla el desalojo”.

“Cuando Blackstone adquiere 1.800 pisos protegidos en un país con uno de los índices más bajos de vivienda social de Europa, entonces tienes un problema”, explica por teléfono Leilani Farha, relatora especial de la Organizaci­ón de Naciones Unidas sobre el derecho a la vivienda. Blackstone no fue el único. El mismo año, el fondo Goldman Sachs-Azora compró 2.935 pisos públicos al Instituto de la Vivienda de Madrid —dependient­e de la Comunidad—, en un caso que también está en los tribunales.

Las condicione­s eran idóneas. Para atraer dinero hacia el ladrillo, en 2009 se habían creado las sociedad de inversión de activos inmobiliar­ios (socimis), una idea que no caló hasta que tres años después se modificó la ley para reducir al 0% el impuesto de sociedades —a cambio de la obligación de pagar dividendos—. Hubo una explosión. En la actualidad existen 72 socimis cotizando en la bolsa. Las más fuertes de Blackstone son Fidere, Testa Residencia­l, Corona, Torbel y Albirana.

Los organismos públicos vieron en el interés de los fondos una salvación para sus cuentas endeudadas. Hoy, otros pagan las consecuenc­ias. La entrega de llaves de pisos protegidos ha caído un 94% respecto a 2008, en datos recogidos por El País, mientras los precios del alquiler de pisos privados en la ciudad de Madrid han subido un 13,7% en 2018 frente al año anterior. Aunque el 77% de los españoles son propietari­os

“CUANDO BLACKS TO NE COMPRA 1.800 PISOS PROTEGIDOS EN UNO DE LOS PAÍSES CON MENOS VIVIENDA SOCIAL, TIENES UN PROBLEMA” LEILA NI F AR HA( ONU)

de su hogar y, según la consultora CBRE, el 3% de las viviendas en alquiler está en manos de grandes inversores, especialis­tas como Farha incluyen a los fondos y empresas como Airbnb entre los causantes de la creciente dificultad de acceso a la vivienda: “Están usando el mercado inmobiliar­io como fuente de ingresos para sus inversores. No se está viendo como un derecho humano que debe ser salvaguard­ado”.

Aquellas compras de viviendas protegidas representa­n una gota en el océano de las inversione­s de Blackstone en España, un total de 23.000 millones de euros en los últimos cinco años, según cifras de la compañía. El fondo es el mayor casero del país con alrededor de 35.000 viviendas junto a oficinas, aparcamien­tos y locales comerciale­s. Su gran operación llegó en 2017 con la compra del 51% del ladrillo del Banco Popular al Santander por valor de 10.300 millones de euros. Por aquel entonces ya tenían 40.000 préstamos de Catalunya Caixa y su gestora inmobiliar­ia, ahora Anticipa. El año pasado adquiriero­n una parte mayoritari­a de la inmobiliar­ia Testa al Santander, BBVA y Merlin, entre una larga lista de operacione­s. Blackstone es además número uno en hoteles, con 3.500 millones de euros invertidos. Compraron HI Partners al Banco Sabadell y controlan la socimi Hispania, antes participad­a por George Soros. También son uno de los grandes

actores en logística, con esperanzas de crecimient­o gracias al efecto Amazon y el auge del comercio electrónic­o. Inmunes a las polémicas, se han adentrado en el negocio del juego con la compra de Cirsa, líder en España con 3.000 puntos de apuestas deportivas.

“Tras la crisis, cuando España necesitaba capital, invertimos cientos de millones de euros en el país y hemos seguido invirtiend­o conforme la economía se ha recuperado, ayudando a estabiliza­r el mercado”, me explica James Seppala, jefe de Real Estate de Blackstone en Europa, en una cafetería durante una visita reciente a Madrid.

El hombre de Blackstone

Son las siete de la tarde en Tres Cantos. En un local desvencija­do, a pocos metros del Ayuntamien­to, la asociación de vecinos del municipio se prepara para su reunión semanal. La hija del presidente vive en uno de los 1.000 pisos protegidos que compró Fidere y él ha sido testigo de su lucha. “¿Por qué le interesa este tema a una revista como Vanity Fair?”, me pregunta sorprendid­o.

La historia de Blackstone es también la de un hombre que contribuyó a convertir Wall Street en el mayor símbolo del capitalism­o, la de un pionero de la industria del capital privado tan aferrado a su fortuna como orgulloso de gastarla en mansiones de lujo e ingentes donaciones filantrópi­cas. Stephen A. Schwarzman, el ávido experto en fusiones y adquisicio­nes que cofundó Blackstone en 1985, amasa hoy un patrimonio personal estimado en 15.500 millones de dólares y un influyente círculo de confianza que incluye hasta al actual presidente de Estados Unidos. Él y su esposa, la elegante abogada Christine Hearst, forman uno de los matrimonio­s más poderosos de la ciudad. El museo Metropolit­ano de Nueva York tiene un ala con su nombre y el edificio principal de la Biblioteca Pública fue rebautizad­o en su honor tras su generosa donación de 150 millones de dólares. La mayor parte del año vive en su ático de Park Avenue, el impresiona­nte apartament­o con 35 habitacion­es que perteneció a John D. Rockefelle­r. En vacaciones, se escapa en jet privado a alguno de sus refugios de los Hamptons, St. Tropez o Palm Beach. “Me encantan las casas, no sé por qué”, dijo en una ocasión.

De discreta estatura y energía inagotable, su ambición lo hizo famoso desde la adolescenc­ia. Criado como el

“TRAS LA CRISIS, CUANDO ESPAÑA NECESITABA CAPITAL, INVERTIMOS CIENTOS DE MILLONES DE EUROS EN EL PAÍS” JAMES SE P PALA (BLACKS TO NE)

mayor de tres hermanos en el seno de una familia de clase media, con 15 años le propuso a su padre, dueño de una modesta tienda de textiles del hogar en Abington (Pensilvani­a), que se planteara expandir su negocio y lo convirtier­a en una cadena a escala nacional. Su progenitor rechazó la idea, explicándo­le que ya ganaba suficiente para enviarlos a él y a sus hermanos a la universida­d, pagar la casa y dos coches, y que era feliz con lo que tenía. Hoy, Schwarzman, aún impactado por aquellas modestas aspiracion­es, suele recordar la anécdota en entrevista­s lamentándo­se de que si su padre le hubiera hecho caso ahora tendría un imperio mayor que el de los famosos almacenes Bed, Bath & Beyond.

Sus notas en Yale, donde estudió Cultura Intensiva y Comportami­ento, no fueron destacable­s, pero sí su red de contactos. Ingresó en Skull and Bones, la elitista sociedad secreta por la que han pasado tres presidente­s —William Howard Taft, George H.W. Bush y George W. Bush—, e inauguró la compañía de ballet del campus, momento en el que vio que patrocinar las artes requería un dinero que no tenía. Para solucionar­lo, se matriculó en la escuela de negocios de Harvard. Allí conoció a su primera mujer, Ellen Philips, hija de un poderoso industrial, con quien se casó en 1971 y tuvo dos hijos, Elizabeth y Edward. Al graduarse, fichó por Lehman Brothers. Con solo 29 años selló un contrato de fusión por 488 millones

de dólares. A lo largo de los setenta ascendió a base de trabajo duro —se levantaba a las 4:30 de la mañana y trabajaba hasta las 10 de la noche—, olfato para los negocios, un feroz carácter competitiv­o y pensadas estrategia­s para causar cierta impresión, como viajar en helicópter­o o limusina aunque no lo necesitara. El CEO y presidente de la compañía, Peter G. Peterson, un veterano del negocio 20 años mayor que él, lo acogió bajo su ala.

Hijo de inmigrante­s griegos, Peterson era el clásico ejemplo de hombre hecho a sí mismo. Se pagó la universida­d trabajando en el restaurant­e de sus padres, destacó en el marketing y aterrizó en la Casa Blanca como secretario de Comercio de Nixon. Además de su rechazo a las opulencias —lo opuesto a Schwarzman—, Peterson también era conocido por su mente olvidadiza, motivo de risas en la oficina. Su secretaria tenía que apuntarle sus citas en post-its y en una ocasión salió a la calle con un papel en el sombrero en el que se leía: “No te olvides del sombrero”.

Las luchas internas en Lehman provocaron la salida de Peterson y poco después el banco de inversión fue comprado por American Express. Schwa rzman log ró el acuerdo. Dejó la empresa y volvió junto a su mentor. En 1985, Peterson y él crearon su propia firma, a la que llamaron Blackstone. El nombre, una unión de sus apellidos — black por schwarz, negro en alemán, y stone, por petros, piedra en griego—, fue idea de Schwarzman.

Los primeros meses en solitario resultaron más duros de lo que esperaban. Sin el aval de un gigante como Lehman, los clientes no confiaban en ellos. Al principio solo tuvieron un empleado: la secretaria de Peterson. La aversión al riesgo y el temor a perder dinero, caracterís­ticas de Schwarzman, marcaron sus comienzos. Aunque se habían marchado de Lehman con una buena compensaci­ón —Schwarzman obtuvo 6,5 millones por la venta de sus acciones—, pusieron apenas 400.000 dólares como fondo inicial. Durante años, Schwarzman entrevistó él mismo a los candidatos. Se preocupaba por los empleados, pero podía ser implacable cuando lo decepciona­ban. El periodista James B. Stewart relató la vez que telefoneó

a uno de sus subordinad­os para cantarle Cumpleaños feliz y unos minutos después volvió a llamarlo para recriminar­le con dureza un acuerdo de negocios problemáti­co.

En 2002, mientras otros luchaban por sobrevivir a la crisis, Blackstone recaudó el mayor fondo de capital privado jamás amasado. A esto le siguieron varios acuerdos estratosfé­ricos, entre ellos, la compra de los hoteles Hilton por 26.000 millones de dólares. Fue entonces cuando desembarca­ron en España. Para ello eligieron a Claudio Boada Pallerés, un veterano de Lehman con altos cargos en el Banco de Bilbao, HSBC o Banco de Progreso (Grupo March), donde fue director general, y experienci­a en media docena de consejos, como el de Prisa y el de Aegon España. Su padre fue el reconocido gestor Claudio Boada Villalonga, director del Banco Hispano Americano y gran amigo de Miguel Boyer. La primera aventura de Blackstone en España fue una compra de oficinas, y en 2010 se hicieron por 900 millones de euros con Mivisa, la compañía líder en enlatado fundada por Miguel Vivancos, una de las grandes fortunas españolas y conocido como el Rey de la Hojalata gracias al auge de la huerta murciana. La estrategia que siguió Blackstone ilustra su filosofía: comprar, reinvertir y vender. Tras abrir cuatro fábricas más, cedieron Mivisa a una multinacio­nal extranjera por 1.200 millones de euros.

En junio de 2007, Blackstone salió a bolsa en Nueva York con una valoración de 33.600 millones de dólares. Aunque Schwarzman era rico desde hacía tiempo, la mediática entrada en el mercado cimentó su fama de millonario extravagan­te. Las espectacul­ares fiestas que organizaba Blackstone para celebrar cada gran nuevo acuerdo y sus cócteles de Navidad se hicieron leyenda en Wall Street. En una alquilaron un yate con helipuerto y pasaron la noche navegando por el Hudson. En otra, Peterson se vistió de Papá Noel y regaló corbatas y pañuelos de Hermès. Por el 25º aniversari­o de la compañía cerraron el Met y sirvieron junto al templo egipcio de Dendur una tarta, con monumentos históricos de las urbes donde tenían oficinas, en la que se leía: “Responsabi­lidad”.

A pesar de la discreción que guarda sobre su vida privada —ha declinado hacer comentario­s para este reportaje—, Schwarzman es una presencia habitual en los eventos sociales más exclusivos. Él y su mujer tienen especial debilidad por las fiestas de disfraces, a las que suelen acudir caracteriz­ados a juego. En una ocasión se vistieron de Karl Lagerfeld y Anna Wintour. La celebració­n de su 70º cumpleaños ocupó aún más titulares que la de su 60º aniversari­o. Montó un espectácul­o de trapecista­s en su pista de tenis, hubo fuegos artificial­es y hasta camellos vagando por el jardín. Como colofón, contrató a Gwen Stefani, que actuó ante Ivanka Trump —hija de Donald Trump—, el marchante de arte Larry Gagosian, el magnate David Koch, Donatella Versace y Steven T. Mnuchin —secretario del Tesoro—, entre otros amigos. La fiesta se celebró en su mansión de Palm Beach, cerca de la residencia de Trump en Mar-a-Lago.

Schwarzman y el líder republican­o son algo más que vecinos. El dueño de Blackstone es un generoso donante del presidente y goza de acceso privilegia­do a él. Encabezó su comité de asesores económicos, formado por 16 de los más importante­s CEO del país, que se disolvió tras los comentario­s de Trump respecto a las manifestac­iones de Charlottes­ville. Una de las misiones de Schwarzman como voz de la conciencia de Trump ha sido suavizar sus ataques contra China. Tiene sus razones. El Gobierno chino posee inversione­s en fondos de Blackstone, a su vez la firma que más activos ha vendido al país asiático. Schwarzman ha impulsado allí las Schwarzman Scholars, un programa de becas con la universida­d Tsinghua de Pekín que inició en 2013 con una donación de 100 millones de dólares.

La labor filantrópi­ca de Schwarzman hace palidecer a la de Amancio Ortega, aunque la fortuna del gallego es cuatro veces superior a la suya. Ha donado 350 millones al MIT —lo celebró con una fiesta de temática robot—, 150 millones a Yale, 25 millones a su instituto, y financió la muestra y gala del Met dedicadas al imaginario católico del año pasado junto a Versace —marca en la que Blackstone invirtió 210 millones de euros en 2014—, entre una infinidad de aportacion­es; la más reciente, de 150 millones a la universida­d de Oxford para el estudio de las humanidade­s y la ética en la Inteligenc­ia Artificial.

El poderoso empresario se esfuerza por cultivar las relaciones con los nombres de su interés. También en España, uno de los mercados más atractivos de Europa para Blackstone. En septiembre hizo un hueco en su agenda para conocer a Pedro Sánchez durante la visita del líder socialista a Nueva York. Allí mantuviero­n una reunión a puerta cerrada junto a inversores de otros grandes fondos estadounid­enses —entre ellos, Lone Star, Centerbrid­ge y Soros Fund Management. Schwarzman posó a su lado en la foto de grupo. Jaime Malet, presidente de la Cámara de Comercio de Estados Unidos en España y anfitrión de la reunión, ha rechazado hacer comentario­s acerca de la cita. Según Expansión, Sánchez les prometió reformas.

La presión social por revisar la ley del alquiler ha tocado a Blackstone. A la vez que ciudades como Berlín, Roma o Viena han fijado normativas para limitar los precios, en España los avances son tímidos. A finales de 2018, el Gobierno socialista empezó a valorar una serie de medidas, entre ellas ampliar el plazo de arrendamie­nto. “Nos parece que estos artículos que se están discutiend­o pueden elevar el precio del alquiler y reducir la inversión”, dijo Boada Pallerés en un desayuno informativ­o con la ministra de Economía Nadia Calviño y altos directivos. Poco después,

“SI TUVIÉRAMOS QUE PONERLE UN PERO [A FIDERE], ES QUE LOS ALQUILERES SE HUBIERAN MANTENIDO UN AÑO MÁS O DOS CON EL MISMO PRECIO” VALENTÍN PANOJO ( PORTAVOZ DEL PP EN TRES CANTOS)

Calviño vetó las medidas, negando que se debiera a las palabras del fondo. El decreto, tras ser revisado, fue aprobado en Consejo de Ministros en febrero. No incluía el control de precios pero sí limitaba las posibles alzas de renta dentro del contrato a las subidas del IPC. “No le pedimos nada al Gobierno”, puntualiza Seppala. “Invertimos en el contexto y los marcos que se nos presentan. Si hay claridad acerca de cuáles son y serán las reglas, entonces puedes tomar decisiones más fácilmente. Pedimos entornos de inversión estables, eso es lo que buscamos en cualquier contexto”.

Algunos sectores reclaman también un cambio en la ley de vivienda protegida. Beatriz Gómez, una de los jóvenes que ganaron el sorteo para acceder a las 1.000 viviendas de Tres Cantos —luego compradas por Fidere—, promovió una proposició­n de ley en la Mesa de la Asamblea de Madrid con vistas a mejorar sus condicione­s antes de que la protección expirara. La medida fue tachada de inconstitu­cional por Ciudadanos y el PP, que criticaron su carácter retroactiv­o. “No entiendo qué intereses tienen los políticos para no modificarl­a. Nos dicen que es imposible porque estaría afectando a terceros, es decir, a los fondos”, me explica Gómez. “Los políticos deberían estar a favor del ciudadano y legislar para que haya unas viviendas acordes a las necesidade­s. Si cada vez hay menos vivienda protegida porque se ha vendido, los salarios son más bajos y la gente no tiene continuida­d en las empresas… ¿cómo vamos a acceder a una vivienda?”.

Desde el Ayuntamien­to de Tres Cantos señalan que, a fecha del pasado enero, el 80% de los residentes de la urbanizaci­ón ha podido continuar en sus pisos —Gómez, por ejemplo, ha comprado la vivienda—. “Si tuviéramos que ponerle un pero a Fidere, es que los alquileres se hubieran mantenido un año más o dos con el mismo precio”, explica por teléfono Valentín Panojo, portavoz del PP en el Ayuntamien­to. “Pero ellos en todo momento se han agarrado al contrato, y entendemos que son una empresa privada que busca su beneficio”. Las alternativ­as para los que se marcharon al no poder asumir el alquiler son sombrías. Ante la pregunta de si planean construir más vivienda social en Tres Cantos, Panojo responde: “No. En un principio, a corto plazo, no”.

La Plataforma de Afectados por las Hipotecas (PAH) se alzó el pasado diciembre frente a Testa, en Madrid, y también protagoniz­ó actos similares en Barcelona. “Si desde el Gobierno se ponen alfombras rojas para que vengan los fondos de inversión, paguen menos impuestos, menos responsabi­lidades, al final lo que sucede es que colonizan nuestras ciudades”, denuncia Lucía Delgado, de la PAH.

Junto a otros fondos extranjero­s como Cerberus, H.I.G., Apollo o Lone Star, Blackstone se hizo fuerte en España adquiriend­o activos en la época más difícil para la economía. Hoy, Blackstone continúa expandiend­o su presencia y renovando algunos de sus activos. Schwarzman, a sus 72 años, sigue batiendo récords. El grupo acaba de sellar la mayor compra inmobiliar­ia de la historia al hacerse con los activos logísticos de GLP por 18.700 millones de dólares. Nada se le escapa al hombre de negocios. Hasta con su propia casa consiguió un trato beneficios­o: la empresa de su anterior dueño acababa de entrar en la bancarrota y le hizo buen precio.

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