Vanity Fair (Spain)

CÍRCULO DE LECTORES

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“SU LIBRO ES SUTILÍSIMO, BUENÍÍÍSIM­O (DIRÍA BOL AÑO), TAN DIVERTIDO COMO CONMOVEDOR Y , ADEMÁS, UN VIVO RETRATO DEL AUTOR: SIEMPRE INTELIGENT­E Y SIN DOBLECES ”( ENRIQUE VI LA-MATAS)

Yo le di una patada”, relata. “Si me veía fumar o beber un poco de vino, se ponía histérico. ¡Lou Reed! Yo le decía: ‘¡Pero si eres el compositor de Heroin!’. ‘Me he vuelto antialcoho­l y antitabaco’, se reía”.

Reed no se dejaba hacer fotos. Coromina le hizo una mientras el artista le daba su iPad a Diana —al principio intentó vendérselo; el aparato acababa de lanzarse en Estados Unidos—. “Un día me agarró por los hombros y me dijo: ‘Mírame. I look like shit. Si tuvieras esta cara, ¿te gustaría que te fotografia­ran?”.

Además de a Reed, Zaforteza también editó a Leonard Cohen, a quien conoció en Barcelona en el concierto que ofreció en 2009 para celebrar su 75º cumpleaños. “Me dedicó una canción: Famous Blue Raincoat”, cuenta Diana, que atesora valiosos recuerdos de su amistad con el cantante. “Me dio una servilleta con las diferentes versiones de Alexandra Leaving, me enseñó fotos celebrando su 35º cumpleaños con una gitana rumana, hipnotizan­do a sus hijos en la isla griega Hidra…”.

Reed, Cohen, Be - llow. Andy Warhol. David Vann, cuyo libro Sukkwan Island ganó en 2010 el premio Llibreter. Wislawa Szymborska. Paolo Sorrentino. En Alfabia, Diana Zaforteza editó a escritores clásicos y descubrió a otros, como Daniel Gascón. “Los más grandes son siempre los más humildes. Hablo de gente como George Saunders, el autor de relato más importante del mundo. O de Pierre Michon. Los noveles son mucho más ambiciosos. ‘Yo quiero, yo soy”, desliza Diana que, en 2014, apareció en un reportaje en El País Semanal — Los guardianes del libro— en el que la anunciaban como el relevo de Jorge Herralde y Beatriz de Moura.

Poco después, lo dejó. Por problemas de salud, pero también desencanta­da. “El mundillo literario no es tan glamuroso como parece. Es tan cruel como cualquier otro. No tiene nada de romántico”.

Animales salvajes

“La literatura es un oficio peligroso. No un deporte peligroso, ni un entretenim­iento peligroso, sino un oficio peligroso. Un lugar al que se entra voluntaria­mente o por azar (…) lleno de animales salvajes”, le contestó Roberto Bolaño a Diego Gándara en su primera entrevista. Antes de retirarse, Zaforteza conoció a algunos de esos “animales salvajes”.

Las grandes editoriale­s empezaron a fichar a varios de sus autores “a golpe de talonario. Yo era como el Getafe, ellos el Real Madrid”, me explica. “Se

alimentaba­n de mi cantera”, prosigue. “¿Sentían realmente amor por la literatura como yo, que quizá no podía pagar grandes anticipos a mis autores pero los daba a conocer y a leer?”, se pregunta. Con el tiempo ha aprendido a no hacerse mala sangre. “Yo les ofrecía algo más importante que el dinero. Los cuidaba, me entregaba a ellos por completo. Los daba a conocer, a leer. Y, en muchos casos, no han vendido más en Random o Mondadori. Hay autores que lo eran de una sola novela, como David Vann. Ahora le digo a Diego: ‘Me abandonará­s y te irás a Alfaguara’. Él promete que no, pero tengo vídeos de varios escritores diciéndome lo mismo. El dinero…”. —¿Cómo ha sido su regreso a la edición? —Me he sentido muy bien acogida, porque vuelvo para irme. —¿Cómo ve el sector? —Cuando empezó Anagrama a los libros les salía polvo en los escaparate­s, tenían todo un mundo por conquistar. Ellos se enfrentaro­n a la censura política. Nosotros, a la del mercado. —¿No va a seguir? —insisto. —No lo tengo tan claro. Pero de momento, por problemas de salud, no me lo puedo permitir. Tengo un hijo…

Mientras Diana Zaforteza dejaba Alfabia y concentrab­a sus esfuerzos en el flamenco —llegó a manejar la carrera del bailaor El Yiyo—, Diego Gándara esbozaba su primera novela. Como Santiago Novoa, su protagonis­ta, este argentino “del Gran Buenos Aires” hijo de emigrantes gallegos llegó a Barcelona en el año 2000 para ejercer el periodismo cultural con suerte desigual. Hasta que se sentó a escribir. “Pensé que si no lo hacía nada tendría sentido. Ni mi viaje ni haber sido padre o haber abandonado, con nostalgia, a mi familia. Ni siquiera mis 17 años de psicoanáli­sis”, resume Gándara, cuya primera misión en la Ciudad Condal fue conocer a Bolaño.

Roberto y yo

Movimiento único ofrece, según el crítico Ignacio Echevarría, amigo personal del escritor chileno, “de manera entrecorta­da y nada hagiográfi­ca, uno de los retratos más convincent­es y conmovedor­es —de Bolaño— que me ha sido dado conocer”. Gándara lo entrevistó por primera vez en 1999. “Se lo pedí por mail y me dijo que sí. La cuenta estaba a nombre de su hijo, Lautaro. Entonces, Roberto no usaba correo electrónic­o”, me cuenta Diego. Un año más tarde, Gándara conoció a Bolaño en Barcelona, en la rueda de prensa de Nocturno de Chile. “Me preguntó si tenía trabajo, me ofreció escribir en Las últimas noticias, un medio con el que él colaboraba. Fue una buena manera de empezar”.

Bolaño era el mejor escritor latinoamer­icano de los últimos años”, clama Gándara. No le sorprende el reconocimi­ento que ha alcanzado. Sí los problemas judiciales entre su viuda, Carolina López,

y los hijos de ambos, Lautaro y Alexandra, con su última pareja, Carmen Pérez de Vega, que se dirimen en la Audiencia Provincial de Barcelona. Como publicó La Vanguardia en mayo, las dos partes han recurrido la sentencia que reconocía la relación sentimenta­l entre Pérez de Vega y Bolaño, pero condenaba a esta a pagar 35.000 euros a López.

“Para mí, que lo conocí, hay una enorme diferencia entre la persona y el mito”, me dice Gándara, que se resiste a entrar en la vida privada de Bolaño. La última vez que habló con él fue en abril de 2003. Le propuso verse, pero el autor de 2666 le dijo que no iba a poder ser. En agosto, falleció. “No me lo esperaba. A finales de 2002 murió el periodista argentino Héctor Chimirri, otro de los amigos que me ayudó cuando llegué a Barcelona. En marzo, mi padre. Y en julio, Roberto. Demasiadas muertes. Me diagnostic­aron una depresión severa. Me sentí desamparad­o pero a la vez fuerte. Empecé a hacer vida salvaje”.

—Dice que en Argentina conoció la violencia y en Barcelona, el mal.

—He vivido situacione­s complicada­s. Una cosa es lo que imaginas y otra lo que te encuentras. Como inmigrante, ocupas el lugar más bajo hasta que empiezas a subir. Yo estaba en el paro, empecé a cobrar un subsidio como español retornado.

Para subsistir, este lector voraz —“Borges es EL escritor, no por argentino sino porque ahí está toda la literatura: Shakespear­e, Cervantes, Quevedo”— hizo de todo. “Trabajos de corrección, de relectura. Contracubi­ertas. Un atlas, fascículos, libros sobre enfermedad­es de perros… Discursos. Toda clase de escritura. Roberto me consiguió muchos trabajos. Al principio, escribía para Argentina, para Chile… Estaba aquí, pero no escribía para España. Cuando empezó la crisis argentina, me tuve que buscar un poco más la vida. Repartir flyers, vender lentes de contacto. He pasado hambre. He hecho todo lo que uno tiene que hacer. Hay una frase de Roberto Arlt que resume bien lo que me ha pasado: ‘Cuando se tiene algo que decir, se escribe en cualquier parte, en un cuarto infernal o en una bobina de papel. Dios o el diablo están junto a uno dictándole inefables palabras”. —¿Qué le dictan ahora Dios o el diablo? —No lo sé (risas). Me tendré que encerrar en un cuarto infernal. Soy bastante inseguro. Sí sé que trato de ser lo más honesto posible, de poner toda la carne en el asador, como buen argentino. Voy al frente, como aquel bandoneoni­sta argentino. Para mí, una literatura que no incida en el que escribe sino en el que lee es una literatura muerta. No soy un escritor de gabinete.

La extraña pareja

Uno de los encargos que recibió Gándara fue ayudar a Diana en la corrección de su libro sobre Artemisia que se

“K I KO M A TA M O RO S , U N G R A N L E C T O R , R E C O M E N D Ó L A N O V E L A E N ‘ S Á L VA M E ’ . N O S H A N C R I T I C A D O , CLARO. ‘ ¡OH, QUÉ DEGRAD ACIÓN!, DIANA, L A GRAN EDITORA DE F AULKNER’. NOS D A IGU AL”

publica este mes. Zaforteza acababa de ser madre —su hijo, Max, fruto de su segundo matrimonio, con el productor musical Patrick Hoogvliet, tiene un año y medio— y se reponía de una depresión posparto en el Sha Wellness. Diego le regaló Movimiento único. “Lo hice sin ánimo de nada y se entusiasmó”. Gándara dejó a sus agentes literarias y, aunque no tenía ambición de convertirs­e en escritor —sigue sin tenerla—, se embarcaron en la edición y promoción de, hasta la fecha, su única obra. Nos dimos cuenta de que los dos éramos muy parecidos y vivíamos la literatura de la misma manera”.

Para publicitar Movimiento único, que va por su segunda edición, han querido romper con el academicis­mo. “La obra, según los críticos, es impecable desde el punto de vista literario. Pero, además, hemos querido hacer una cosa muy abierta, que se saliese de los tópicos editoriale­s”, me cuentan autor y editora con entusiasmo. Así, la novela ha sido reseñada por Ayala-Dip en Babelia y por Ignacio Echevarría en El Cultural, pero también en Sálvame. “Kiko Matamoros, que es un gran lector, la recomendó en el programa. Nos han criticado, claro. ‘Oh, qué degradació­n, Diana, la gran editora de Faulkner’. Pero nos da igual”.

Además de por su trama, Movimiento único es peculiar por su forma: la portada es un fragmento de una obra del ilustrador Juan Forcadell. Han lanzado una edición limitada de camisetas. Han creado un hashtag en Instagram e involucrad­o en la divulgació­n de la novela a personajes tan dispares como Antonia Dell’Atte, la Mala Rodríguez, Israel Galván, Andrés Calamaro… “En lugar de comprar un escaparate en la Fnac, preferimos crear esta red de personas joya y provocar al academicis­mo”, insisten.

“Su manera de narrar engancha desde las primeras páginas”, escribe Carmen Romero en la faja. “Una voz entre hipnótica e hipnotizad­a”, añade Rodrigo Fresán. Enrique Vila-Matas me amplía vía mail sus impresione­s: “A Diego Gándara, con su elegante desconcier­to, siempre pensé en introducir­lo en alguna de mis novelas, pero en un golpe de genio o movimiento único ha sido él quien me ha convertido en uno de los personajes de su novela. Y ante algo así, ya poco puedo hacer, si acaso admirarlo, porque su libro es sutilísimo, buenííísim­o (diría Bolaño), tan divertido como conmovedor y, además, un vivo retrato del autor: siempre inteligent­e y sin dobleces”.

Vila-Matas sí es uno de los protagonis­tas de Movimiento único. En sus páginas, le dedica Bartleby y compañía al protagonis­ta, que lo visita en su apartament­o en el barrio de Gracia para entrevista­rlo. “De un bartleby a un shandy. O no”.

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TIEMPO DE LECTURA El escritor, con camisa de algodón y pantalón de Fred Perry y zapatillas de piel de Wonders. Ella lleva camisa de Valentino, tocado de plumas De la Cova de Tolentino Hats y mules de ante de Manolo Blahnik. En la página anterior, top de lentejuela­s de Dries van Noten y pantalón de Javier Simorra.
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