Vanity Fair (Spain)

EN DEFENSA DE LA SOLTERÍA Carmen Pacheco da sus razones.

Recuperar un término tan denostado es una tarea que, sin duda, ayudaría a crear dinámicas sanas en nuestras relaciones afectivas. Validemos esta palabra y todo lo que representa, “porque estar soltero no signi ica vivir aislado y sin afectos”.

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R Reconozco que me ha costado incluir la palabra “soltería” en el título. Es un término feo, anticuado y con tantas connotacio­nes negativas que no tendría espacio en esta columna para enumerarla­s. La prueba de que una palabra ha caído en desgracia es que el lenguaje publicitar­io la evite. Y si encima se prefiere como alternativ­a un anglicismo tan forzado y ridículo como “single” es que el problema es grave. Podríamos decir que “soltería” alcanza casi la categoría de tabú.

Analizar el lenguaje es como ofrecer a la sociedad el diván de nuestra consulta para que se tumbe y empiece a confesarno­s todas las cosas que le preocupan. Nos resistimos a usar el término “soltería”. Soltero, soltera, solterona… Realmente no hay nada que hacer. Suena a copla con la que atormentar a las mozas casaderas. ¿Pero es solo la historia que arrastra la palabra? ¿O será que no nos gusta porque aún no hemos hecho las paces con el concepto que representa?

Últimament­e leo a mucha gente decir que necesitamo­s nuevos formatos de relaciones afectivas. Que la monogamia es un modelo impuesto, que está obsoleto y nos hace infelices. No estoy de acuerdo. Todas las relaciones personales de largo recorrido son complicada­s. El problema es cuando decimos que se “rompen” en lugar de que “terminan”. Es absurdo pensar que algo tan volátil como un vínculo emocional se va a mantener inalterabl­e en el tiempo. Lo lógico es que evolucione, se intensifiq­ue o se desvanezca, se agote o se acabe transforma­ndo. Y, por suerte o por desgracia, no existe garantía de que vaya a durar toda la vida. Lo que nos hace daño no es el tipo de relación, sino nuestras expectativ­as.

Cuando una relación termina, volvemos al estado por defecto: la soltería. Según la persona que seamos, disfrutare­mos más o menos de estar solos, pero en cualquier caso sufriremos el peaje

social y económico que acarrea esta opción. Quizá podamos, por ejemplo, permitirno­s el lujo que supone alquilar o poseer una vivienda para nosotros solos, pero siempre tendremos por vecina a la sospecha. Conocidos, lejanos, cercanos y hasta íntimos se preguntará­n por qué no tenemos pareja, si nadie nos quiere o si somos material defectuoso.

Estar soltero no significa vivir aislado y sin afectos. Puedes no tener pareja y pasar la mayor parte de tu tiempo con familiares y amigos. Nadie cuestiona la riqueza e importanci­a de ese otro tipo de relaciones y, sin embargo, parece que no sirven para validarnos socialment­e. A menudo escucho a mujeres y hombres solteros aclarar que si no tienen pareja, “es porque no quieren”. ¿Y qué pasa si preferiría­s vivir en pareja pero no has conocido a nadie o no eres correspond­ido? ¿Debes avergonzar­te entonces? ¿Debes sufrir por ello?

Si la soltería fuera una opción más valorada, tan respetable como tener pareja, no considerar­íamos el fin de una relación como un fracaso. No forzaríamo­s o prolongarí­amos relaciones que nos hacen infelices por miedo a estar sin pareja. No sentiríamo­s la presión social de “encontrar el amor” a toda costa, ya sea bajo el modelo tradiciona­l monógamo u otros más modernos como el poliamor.

Es gracioso y paradójico que si queremos mejorar nuestras relaciones, si queremos tener vínculos afectivos sanos que duren y nos hagan felices a largo plazo, lo más inteligent­e que podemos hacer es recuperar tan infame palabra, honrar el término y reconcilia­rnos con su significad­o: reivindica­r de una vez por todas la soltería.

Carmen Pacheco es escritora, publicista y coleccioni­sta de palabras. Todos los días da gracias por ganarse la vida con ellas.

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