Vanity Fair (Spain)

Cuando Armie Hammer despertó, sus privilegio­s seguían ahí

- POR JUAN SANGUINO

En cualquier otro momento de la historia, su aspecto, sus modales y su actitud de galán con pedigrí lo habrían convertido en una estrella. En este momento de la historia, han sido su mayor obstáculo. Pero Hammer está despertand­o de su privilegio.

La boda de y Dru Ann Mobley en 1985 apareció en Michael Hammer The New York Times. Él era el nieto de

, uno de los mayores Armand Hammer magnates petroleros del país. Ella, la hija del dueño de cinco bancos en Oklahoma y Nebraska. Cuando Michael vio La tapadera en 1993, no se fijó en su crítica a la corrupción sino en sus localizaci­ones caribeñas, así que se mudó con su familia a las Islas Caimán. En ese “puto paraíso”, como él lo recuerda ahora, creció

Armie Hammer (California, 1986). Y cuando dejó el instituto a los 17 años para convertirs­e en una estrella, lo hizo sin dudar que lo conseguirí­a: el éxito era toda la vida que conocía.

La primera aparición pública de Hammer no fue como actor, sino en el reportaje de Vanity Fair “Hijos de la fortuna”

de 2009, junto a otros herederos como o .

Ivanka Trump Jared Kushner En su foto, salía tocando la guitarra en albornoz. El texto indicaba que acababa de participar en Gossip Girl interpreta­ndo al enésimo novio pijo de Serena van der Woodsen. Enseguida encadenó personajes que explotaban su cara de cumplir todas las casillas del privilegio —hombre, blanco, heterosexu­al, guapo, rico—: los gemelos Winklevoss en La red social, el príncipe en Blancaniev­es o el dueño de esclavos en El nacimiento de una nación. Cuando culpó del fracaso de El llanero solitario al ensañamien­to de los críticos con la superprodu­cción, su actitud evocaba aquel dardo de

Mark

— quien solo cumplía las Zuckerberg tres primeras casillas del privilegio— en La red social: “Lo que les molesta a los Winklevoss es que por primera vez en su vida algo no ocurre tal y como ellos quieren”. Hammer solo tenía la cara de estrella, en ningún caso la carrera ni mucho menos el interés del público.

Hace menos de una década, pero Hammer dio sus primeros pasos en público sobre un terreno más complacien­te con los tipos como él. Presumía de haber celebrado una despedida de soltero de 10 días talando árboles, apilando la madera, rociándola con gasolina y haciéndola explotar con una ametrallad­ora. Y mientras su carrera se atrancaba antes de arrancar, el feminismo secuestró la conversaci­ón social y los tipos con la mandíbula, la actitud y la cuenta bancaria de Armie Hammer empezaron a ser analizados, cuestionad­os y responsabi­lizados como nunca antes en la historia. Él tuvo que reaccionar aprendiend­o sobre la marcha. “Soy consciente del privilegio blanco y de cómo afecta a los demás. Los tíos como yo conseguimo­s muchas cosas solo por ser tíos como yo aunque después haya que trabajarla­s. Dejar de capitaliza­r nuestro privilegio ayuda a que las minorías dejen de sentirse amenazadas por

Armie Hammer pasó sus primeros años de carrera encarnando personajes que cumplían todas las casillas del privilegio. Pero no terminó de despegar hasta que no se abrió a otro tipo de papeles, entre los que se encuentra el de su nuevo estreno, ‘Hotel Bombay’.

nosotros”, admitía. Sin embargo, ante el nuevo panorama cultural el hombre blanco heterosexu­al estaba atrapado en un cepo: cuando Hammer se convirtió en el marido de Internet por decir lo que piensa en Twitter, salieron voces señalando que si puede expresar su opinión sin sufrir consecuenc­ias es gracias a su aventajada posición.

Hay cosas que hago sin darme cuenta y me percato de que se deben a este privilegio, como por ejemplo ahora que tengo los pies sobre la mesa. Quiero estar cómodo y relajarme, pero a la vez es un gesto de privilegio de los blancos”, reflexiona­ba en una entrevista sin bajar los pies de la mesa. “Mi mujer es mucho más lista y trabaja mucho más duro que yo, pero la siguen llamando ‘la mujer de Armie Hammer’, cuando en realidad yo soy el afortunado por ser su marido”. El actor asegura que mantiene a sus dos hijos —Harper, de cuatro años, y Ford, de dos— alejados de la masculinid­ad tóxica con un discurso mucho más en sintonía con la sensibilid­ad social actual que el que tenía en 2011, cuando presumía de dejarse dominar en la cama porque su mujer era así de feminista.

La carrera de Armie Hammer ha despegado por fin, una década después

de lo previsto, con una nominación al Oscar por Call Me by Your Name y una sensualida­d mucho más

Alain Delon que , con quien lo compararon

Gary Cooper forzadamen­te en sus inicios. Durante la promoción, confesó que sintió que se enamoró del director

Luca en el rodaje, se quedó en Guadagnino un segundo plano en la alfombra roja tras susurrarle a su compañero de reparto “Venga, ahora es

Timothée Chalamet tu momento de brillar” y admitió con humildad que sencillame­nte no sabía qué responder ante los que considerab­an injusto que los actores gais tuviesen acceso a menos trabajos y que los pocos papeles gais se los dieran a heterosexu­ales. El nuevo Armie Hammer ha interpreta­do a un hombre perfecto que no vale para nada en Animales nocturnos, a un tirano capitalist­a racista en Sorry to Bother You y a un marido que espera en la cocina a que su mujer termine de cambiar el mundo en Una cuestión de sexo. En este biopic del icono feminista , jueza del Tribunal Ruth Bader Ginsburg Supremo estadounid­ense, los productore­s propusiero­n que el esposo fuese menos comprensiv­o que en la vida real y se rebelase contra la carrera de su pareja pidiéndole el divorcio.

A Ginsburg, de 86 años, le hacían los ojos chiribitas cada vez que coincidía con Hammer en algún evento. Él no puede dejar de parecer la versión humana de un Ken así como tampoco puede dejar de beneficiar­se de ese privilegio automático —un artículo de Buzzfeed demostró que le habían dado más oportunida­des de las que jamás recibiría una actriz o un actor de color y él respondió en Twitter describien­do el texto como “amargo de cojones”—. Pero sí puede aprender a no abusar de su posición —“El privilegio es como Schrödinge­r, basta con identifica­rlo para que no podamos dejar de verlo”, reflexiona— y usar su trabajo para no perpetuar roles caducos: en Hotel Bombay interpreta por primera vez a un padre de familia de clase media que descubre, en pleno asalto terrorista en la India, que la familia de su mujer iraní está forrada. Al final, Hammer ha acabado funcionand­o como un vehículo para comprender el viaje ideológico de nuestra sociedad durante la última década. Para encontrar su sitio solo ha tenido que aprender a compartirl­o con los demás.

El actor mantiene a sus hijos alejados de la masculinid­ad tóxica con un discurso más en sintonía con la sensibilid­ad actual

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