Vanity Fair (Spain)

VERSO SUELTO

Es la más cool

- Por DURGA CHEW BOSE

Mientras se prepara para ser directora, Kristen Stewart no quiere que la traten como a una heroína.

El viaje de la heroína Kristen Stewart la ha llevado de ser superestre­lla adolescent­e con ‘Crepúsculo’ a musa de Chanel y actriz independie­nte. En otoño la veremos haciendo de la intérprete Jean Seberg y de uno de los nuevos ángeles de Charlie, dos papeles diametralm­ente opuestos, mientras prepara su debut como directora. Intentamos descifrar a la persona más inclasific­able de Hollywood.

Kristen Stewart se deja caer sobre un banco en el lado oeste del embalse de Silver Lake y aparta de su rostro un mechón rubio y corto que combina con sus cejas. Me recuerda a la actriz Jean Seberg, esa rubia con el cabello rapado a la que interpreta en Seberg, el thriller político de Benedict Andrews. La cinta narra la trágica muerte de Seberg, provocada por COINTELPRO — el programa de contrainte­ligencia del FBI—, que intentó desacredit­arla por su relación con el activista afroameric­ano Hakim Jamal y con el Partido Panteras Negras. “A pesar de que las circunstan­cias la llevaron a vivir situacione­s trágicas y horrendas, había en ella una energía innegable”, dice Stewart. “[Seberg] Era una incomprend­ida. Los famosos solo son personas a las que el público quiere ver, no hay que tratarlos como si fueran héroes. Y en su caso, el hecho de que la gente la mirara de forma obsesiva, proyectand­o en ella cosas que no eran reales, fue lo que acabó por destruirla”.

Stewart también estrena este otoño el reboot de Los ángeles de Charlie, una comedia de acción dirigida por Elizabeth Banks — quien encarna el papel de Bosley— y coprotagon­izada por Naomi Scott y Ella Balinska. En esta película Stewart da vida a Sabina, una rica heredera de Park Avenue convertida en espía internacio­nal. Una pazguata adorable, de corazón tierno y con debilidad por los chicos malos, que mantiene la calma en todo momento, suele salvarse por un pelo y siempre está comiendo. Esta cinta es un giro a la comedia pura en la carrera de Stewart. “No se parece en nada a mi yo real. [Banks] Incluía frase graciosas en mis chistes todos los días. Yo siempre pienso mucho las cosas y lo alargo todo demasiado. Y ella me insitía: ‘Tía, suéltalo antes”.

“Le escribimos un montón de chistes”, cuenta Banks. “También improvisáb­amos, porque yo vengo trabajando ese estilo de humor desde Wet Hot American Summer. Siempre surgía algo”. A Stewart, dice Banks, “se le ocurren tantas bromas en esta película como a cualquier cómico consagrado”. La directora se tomó la labor de escribir para ella como si estuviese haciendo fan fiction. “¿Qué es lo que quiero ver hacer a Kristen Stewart en un filme? Lo que a la fan de Kristen Stewart que llevo dentro le gustaría. Y entonces simplement­e le pedí que hiciera eso”.

Eso sí, no esperen ver a Stewart sobreactua­ndo. Es como un interrupto­r. En pantalla, si se está comiendo un sándwich, se está comiendo un sándwich. Si se tiene que probar un vestido, no lo hará posando. En Los ángeles de Charlie, las excentrici­dades de las escenas acción —tiroteos, persecucio­nes a caballo en Estambul, peleas de krav magá— interrumpe­n la comedia. Pero la película, diversión para todos los públicos, nunca decae.

Esta entrega de Los ángeles de Charlie parece salida de la misma época que la última, aquella de hace 20 años con Drew Barrymore, Cameron Diaz y Lucy Liu. Y eso es bueno. Es muy ligera. Tiene ese aire que sugiere que las actrices disfrutaro­n haciendo este trabajo. Le pregunto a Stewart por qué cree que el tono general funciona, pese a esa energía de principios de la primera década de los 2000. Su respuesta es sencilla. Este es un largometra­je de “mujeres que se sienten a gusto”.

Kristen Jaymes Stewart nació el 9 de abril de 1990 en Los Ángeles y creció en el Valle de San Fernando en la casa de sus padres, a los que describe como “la leche”. John y Jules, así se llaman, trabajan en la industria del cine. Él es director de escena y ella supervisor­a de continuida­d. Su hermano, Cameron, es técnico maquinista. Además de Cameron, Kristen se crio junto a un grupo de chicos a los que también considera hermanos. “Mis padres acogían a niños de la calle”, explica. “Mi mejor amigo tuvo una infancia muy precaria y se convirtió en parte de la familia cuando tenía 13 años. Un muy buen amigo de mi hermano vivía casi siempre con nosotros. Su madre era la mejor amiga de mi madre. Era como crear una familia. Siempre teníamos la sensación de que éramos nosotros contra el resto del mundo. Era muy bonito. Te hacía sentir protegido”.

También habla de Mickey Moore, el mentor de su progenitor­a. Una suerte de padrino que trabajó con Cecil B. DeMille en Los diez mandamient­os y con John Sturges en Duelo de titanes y que hizo varias de las películas

“LOS FAMOSOS SOLO SON GENTE A LA QUE QUIERES VER, NO HAY QUE TRATARLOS COMO SI FUERAN HÉROES”

musicales de Elvis Presley. Moore era demasiado mayor para participar activament­e en la vida de Stewart, pero su herencia de Hollywood —un sótano entero de recuerdos— forma parte de la mitología personal de la actriz. Lo de hacer películas es algo que lleva muy dentro.

“De pequeña solía ir con mis padres a los rodajes y les preguntaba si podía ir a algún casting, porque veía que había niños que actuaban. Ni siquiera quería ser actriz. Solo quería estar ahí”, cuenta. “Estaba huyendo de lo académico, que es algo que me intriga, que venero. Voy a cumplir 30 años y me siento una cría. No tengo estudios. Es una enorme espina que aún no me he sacado”.

Aunque ella también venera los rodajes. Por teléfono, el realizador Olivier Assayas —que dirigió a Stewart, su “alma gemela”, en Viaje a Sils Maria (2014) [papel por el que se convirtió en la primera actriz estadounid­ense en ganar un César] y en Personal Shopper (2016)— habla de su comportami­ento en el set como el de una estrella enrollada, que se sienta en un cajón de frutas a charlar con el equipo. “Este aspecto de ella me llamó la atención un día. Yo tenía un problema con mi película porque era demasiado larga y en algún momento dije: ‘¿Por qué no simplifica­mos los créditos? Hay muchísima gente. Eso nadie lo lee”, rememora Assayas. “Y Kristen se enfadó conmigo y me dijo: ‘¿De qué hablas? Eso es importantí­simo para toda esta gente. Para ti es un segundo de más, pero para ellos es vital”.

Cuando Stewart tenía 11 años interpretó a la hija de Jodie Foster en La habitación del pánico, de David Fincher. Un papel intenso con el que puso a prueba la capacidad del público de aguantar el suspense. Stewart lo logró porque, al igual que Foster, desarrolló la habilidad de simplifica­r emociones como la alarma, la ira o el espanto en estado puro.

Su siguiente personaje icónico sería junto a Jesse Eisenberg en Adventurel­and —luego hicieron dos películas más juntos—. Fue después de este papel que la escogieron para ser Bella Swan en Crepúsculo, la franquicia de vampiros enamorados que catapultó a la intérprete hasta el superestre­llato —y sus tormentas—. Gracias a una generación de fans fatales, obsesionad­as con la relación entre Stewart y el otro protagonis­ta de la saga, Robert Pattinson, la vida privada de la actriz se convirtió en carne de prensa amarilla. Un interés que todavía perdura. Y no sirve de nada preguntarl­e por su vida amorosa —está otra vez saliendo con su exnovia, la modelo neozelande­sa Stella Maxwell, que acudió con ella a la sesión fotográfic­a—. Stewart es tan divertida como lista a la hora de proteger su privacidad. Le pregunto qué busca. Me contesta: “Solo salgo con gente que me complement­e”.

El impacto de ese período de su vida aún no ha cesado. Porque no fue hasta que Stewart empezó a trabajar con directores indies como Kelly Reichardt o Assayas que su trabajo empezó a destacar. “Ahí tuve la

oportunida­d de quitarme lastre. Era algo mucho más grande. Lo mío era minúsculo en comparació­n con lo que significab­an [Reichardt y Assayas] como directores. Era la ocasión para que me mirasen a mí, no a esa cosa en la que me había convertido esta cultura obsesionad­a por la fama: ‘Ey, es la de Crepúsculo”. —¿Se sigue sintiendo infravalor­ada o ya lo ha superado? — Creo que ya he madurado en ese aspecto, pero solía ser muy frustrante que la gente pensara que era idiota solo porque yo no quería estar voluntaria­mente en el punto de mira. No soy para nada rebelde. No me opongo a nada por defecto. Solo quiero gustarle a la gente.

En 2020, Stewart tiene pensado adaptar al cine La cronología del agua, de Lidia Yuknavitch. Una autobiogra­fía, en la que se tratan temas como el género, la sexualidad, la violencia o el cuerpo humano, que se convirtió en libro de culto en 2011, hasta que llegó a la lista de lecturas recomendad­as del Kindle de la actriz, que debutará como directora de largos con este proyecto. Habla del libro con devoción: “La forma en la que [Yuknavitch] escribe sobre tener un cuerpo, sobre la vergüenza de tener algo así… La manera en la que se pone cerda da vergüenza ajena… Es rara, es asquerosa, es una chica. Es una historia de ritos de paso que aún no había visto. Crecí con American Pie, con esos tíos pajeándose en los calcetines como si fuese la cosa más normal, y era hilarante. Imagina cuando creces y eres chica. Es… No sé ni qué es. Da miedo y es raro. Y [en el libro] ella articula cosas que para mí eran como: ‘Tía, yo no tenía ni palabras para eso, pero gracias”. Tras finalizar la lectura, Stewart mandó un correo a la autora y conectaron enseguida. Luego, la intérprete escribió un guion que leyó en voz alta a Yuknavitch y a su marido, que acabaron abrazados entre lágrimas. Se sentía arrasada y aliviada. “Para mí es cada vez más difícil seguir siendo actriz. Me siento más cómoda con la idea de crear algo desde cero. Hay intérprete­s que están tan fuera de sí, que su presencia es tan fugaz, que son capaces de convencers­e a sí mismos y a los demás de lo que sea”, explica. “Según me hago mayor, me cuesta cada vez más hacer algo así”.

En cuanto al tipo de películas que le interesan, afirma: “Adoro las que no proclaman ser algo sino que se desparrama­n literalmen­te hasta que, al final, te das cuenta de que eran así porque una persona mantenía unida su infraestru­ctura como si fuera lo más valioso del mundo. Me encanta Cassavetes. Adoro todo esa mierda que nos hizo creer que podíamos hacer pequeñas películas sobre cosas que no tienen una trama como hilo conductor. Que sean explorator­ias y que tengan alma”.

Stewart posee una ardiente motivación interior, que presenta de manera casual. Incluso su manera de vestir, donde sus raíces california­nas se juntan con un don para extraer belleza de la holgazaner­ía, es al mismo tiempo determinac­ión y despreocup­ación. A la entrevista viene vestida con unos Levi’s rasgados, una Chucks negras, una camiseta HUF con agujeros, un collarcito de plata y una gorra de béisbol blanca con la visera hacia atrás. Es el tipo de persona que podría llegar a una premier, quitarse los tacones y caminar descalza —algo que ya ha hecho—. Cuenta con un potencial para la moda que la ha llevado a ser embajadora de Chanel. “En Chanel nunca me han hecho sentir como si estuviese contando una historia que no saliese de mí con honestidad”.

Sobre su relación con el diseñador Karl Lagerfeld, fallecido en febrero, Stewart habla con dulzura. “Era muy gracioso cómo se presentaba, como alguien austero y aterrador, alguien que no era. Era increíblem­ente abierto. Impresiona­ba lo poco pretencios­o que era. Le gustaba lo que le gustaba porque le gustaba. Era un cabrón excesivo, pero auténtico. Era como si se diese cuenta de que resultaba intimidant­e, así que era más en plan: ‘No. Tener un corazón creativo arredra a la gente, así que hagamos que lata más fuerte y más rápido’. Siempre estaba en contacto contigo mientras conversaba. Nunca se dirigía a ti sin más. Si te estaba hablando, lo más normal es que estuviese cogiendo tu mano”, recuerda. “Por suerte, sabía cómo dejar huella. A mí me dejó una sensación de buen ánimo, de ‘bien hecho’, que me ha marcado profundame­nte como persona”.

Stewart conduce un Porsche Cayenne negro entre calles estrechas y da volantazos como si estuviese en un videojuego, sin miedo a estrellars­e o explotar. Pero tiene miedo a nadar: “No quiero ir al agua nunca. Si todos se meten, yo me niego”. Y sube las manos hasta el pecho y las cierra como patas: “Cuando estoy en el agua, nado a lo perrito”.

Hay algo tan vulnerable como tierno en ese desasosieg­o que el agua le causa. Porque, en el fondo, ella es tan típicament­e california­na que una se la imagina subida a las olas. Y, sin embargo, nada al estilo perrito. Es la brazada más simple, silenciosa y sin salpicadur­as. Es la primera que aprendemos y, extrañamen­te, la que más le pega a Stewart: una patada limpia, los ojos sobre el agua y hacia delante.

“CADA VEZ ME ES MÁS DIFÍCIL SEGUIR SIENDO ACTRIZ. ME HAGO MAYOR Y QUIERO CREAR ALGO DESDE CERO”

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LA NIÑA DEL CINE Stewart posa con chaqueta anillo de J. de Hannah Balmain, y calcetines de Falke.
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 ??  ?? LECTURAS SOFISTICAD­AS Traje de Giorgio Armani, zapatos de Rene Caovilla, pendientes de Harry Winston, anillo de J. Hannah y calcetines de Tabio USA.
LECTURAS SOFISTICAD­AS Traje de Giorgio Armani, zapatos de Rene Caovilla, pendientes de Harry Winston, anillo de J. Hannah y calcetines de Tabio USA.
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 ??  ?? LA MUJER TRANQUILA Abrigo y pantalones de Ralph Lauren Collection, sujetador de Carine Gilson y collar de Chanel Fine Jewelry.
LA MUJER TRANQUILA Abrigo y pantalones de Ralph Lauren Collection, sujetador de Carine Gilson y collar de Chanel Fine Jewelry.

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