Vanity Fair (Spain)

HISTORIA REAL

- ALBERTO MORENO

La última biografía que firma J. R. Moehringer, dedicada al ladrón Willie Sutton.

Antes de revolucion­ar a la crítica literaria de ino paladar con su autobiogra­fía, el periodista J. R. Moehringer había sido premio Pulitzer y otro de sus reportajes se había convertido en una película de Hollywood. Desde que escribiera las exitosas memorias del tenista Andre Agassi no se ha despegado de su escritorio, y ahora publica en nuestro país ‘A plena luz’, retrato de uno de los mayores ladrones de bancos del siglo XX. Por

En Medicina, el tiempo es salud, pero también es dinero. Dentro de dicha materia existe la llamada Ley de Sutton, que sugiere realizar primero las pruebas que más rápido nos ayuden a confirmar o desmentir el diagnóstic­o más probable. Es decir, lo contrario de lo que hacía el equipo del doctor House. Ese protocolo tan razonable le debe su nombre a Willie Sutton (1901-1980), atracador de bancos estadounid­ense que pasó más de la mitad de sus 79 años de vida en prisión. Y cuenta el folclore que no debía de sentirse muy cómodo entre rejas, pues escapó tres veces. Preguntado por un periodista acerca de por qué robó todos aquellos bancos, respondió: “Porque ahí es donde está el dinero”, aunque él lo negaría siempre. Es curioso que quien tanto robó no quisiera apropiarse también de esa brillante frase.

Quizá el mayor conocedor de Willie Sutton en la actualidad sea el escritor J. R. Moehringer (Nueva York, 1964), quien contesta al otro lado de la línea telefónica. Intentamos charlar anoche sobre mis siete de la tarde, las 10 de su mañana angelina. Al final, el cuidado de su madre le llevó a aplazar medio día nuestra entrevista [al cierre de esta edición supimos del fallecimie­nto de Dorothy Moehringer a finales de agosto, si bien hemos querido conservar el texto original para respetar el espíritu de la conversaci­ón]. Ahora es su noche y en Madrid raya el alba. Nada más descolgar me pide otra hora de prórroga con una gentileza desarmante, la misma que suelen exudar sus páginas, y cuando por fin comienza a fluir el diálogo se disculpa con un: “Qué vergüenza, otro periodista de vida complicada.

Lo siento”. La novela A plena luz (Duomo), titulada Sutton en el mercado estadounid­ense cuando fue lanzada en 2012, cuenta 24 horas en la vida del ladrón, las que siguieron a su excarcelac­ión el día de Navidad de 1969, y se suma a la nómina de relatos de vida que han otorgado a Moehringer el estatus de rey Midas de las biografías. Primero fue la suya propia, aquel superventa­s titulado El bar de las grandes esperanzas. Luego conoceríam­os en España las de Andre Agassi y Phil Knight, fundador de Nike. La que llega en octubre a nuestras librerías es la primera en la que no ha contado con el sujeto en cuestión como fuente primaria tras desaparece­r hace casi cuatro décadas.

Siempre es agradecido entrevista­r a periodista­s. Saben lo que necesitas y son consciente­s de cuándo te están dando un titular. Tanto es así que algunos, como Manuel Jabois, que presentó hace pocas semanas su novela Malaherba, se tienen miedo a sí mismos: “Soy un fatal entrevista­do. Suelto todo. No tengo filtro”. En realidad, se equivoca. Eso es veneno para un jefe de prensa, pero estupendo para el que enciende la grabadora. Moehringer está en un punto medio. Sus declaracio­nes no hacen subir el pan, pero casi todas sus entrevista­s publicadas cuentan como clase magistral de manejo de las fuentes y de cómo encarar el camino más recto para dar con la frase adecuada. Después de ganar el Pulitzer en la categoría de Periodismo en el año 2000 y antes de redondear las dos obras que le trajeron el aplauso de Alessandro Baricco, James Salter o Enric González, hubo un hecho que cambió definitiva­mente su manera de escribir: el atentado contra las Torres Gemelas en 2001, golpe directo a la línea de flotación de la ciudad que le vio nacer, crecer y después partir hacia Los Ángeles. Ahora se le nota feliz entre papeles y pañales.

Vanity Fair: El otro día encendí la radio y una librera estaba recomendan­do El bar de las grandes esperanzas como lectura ideal para el verano. Dijo que tenía una de las mejores primeras páginas de la literatura, comentario que he oído a muchos fans del libro. ¿Cuántas veces se lo han dicho directamen­te a usted?

J. R. Moehringer: Qué bien escuchar eso. La verdad es que no muy a menudo, porque no salgo demasiado. Solía ser lo contrario cuando era periodista y andaba por la redacción, pero desde que me encerré a escribir Open llevo una vida bastante recluida. Trabajar en libros, uno detrás de otro, se convirtió en mi día a día. Después me casé, tuve una hija hace dos años y descubrí lo que es vivir encerrado [risas]. Quitando a mi maravillos­a mujer y a mi hija, no hablo con casi nadie, así que no he recibido opiniones sobre el libro; significa mucho para mí esto que cuentas, porque ahora mismo estoy tratando de acabar una novela. Ando atrapado en el último par de páginas y, como sabes, la escritura es una batalla con tu autoconfia­nza. Los escritores somos muy sugestiona­bles, así que intuyo que tendré un buen día de escritura mañana gracias a lo que me has dicho.

V. F.: Contaba precisamen­te en El bar de las grandes esperanzas que su madre fue su primera editora. Ahora imagino que ha habido relevo, pues su esposa, Shannon Welch, trabaja en ello de manera profesiona­l.

J. R. M.: Mi madre era una “esclava no remunerada”, brillante lectora y brillante editora. Lástima que no se dedicara a ello profesiona­lmente porque es buenísima. Mi esposa sí lo es, además de escritora y poeta. Sus notas no son orientativ­as, sino que hacen pasar el texto al siguiente nivel. Ahora estoy escribiend­o un perfil de Kevin Durant, el jugador de baloncesto. Estuve con él en Beverly Hills la semana pasada y hace un par de días terminé el primer borrador de la historia. Cuando se lo di a mi esposa, me hizo sus comentario­s —incisivos y amables— y sentí muchísima gratitud por tenerla como primera lectora.

V. F.: El retrato de Sutton nos llega después de los de Agassi y Phil Knight. ¿Qué encuentra de sí mismo escribiend­o sobre otros?

J. R. M.: Me encantan los deportes, son una parte muy importante de mi vida, y me fascina la forma en que los atletas se sienten en el fragor de la batalla cuando pisan el campo, así que es un tema que nunca me canso de explorar. Agassi era ferozmente competitiv­o. Disfrutó de victorias vertiginos­as y de derrotas aplastante­s, y en sus narrativas hay mucho de lo que aprender. ¿Cómo metaboliza­s ambas cosas? Por su parte, Phil Knight se acercó al negocio de la misma manera que un atleta y construyó Nike como si fuera un juego. Sutton no era un atleta en el sentido más literal de la palabra, pero sí en el fondo. Se vio a sí mismo como

“La escri tura es una batal l a con tu auto - con ianza” ( J. R . M . )

artista de un arte antisocial. Tuvo rabia, pero no fue violento. Y sus atracos fueron una forma de señalar con el dedo las injusticia­s que le rodeaban. Averigüé que la gente de Nueva York de la época estaba fascinada por él porque había mucho enfado con el sistema financiero y él era una especie de Robin Hood moderno. Tal vez lo que une a los tres es que fueron iconoclast­as.

V. F.: ¿Ha sido el libro más difícil de abordar por no poder hablar con él mientras escribía?

J. R. M.: Tener a mano a la persona sobre la que estás escribiend­o no siempre es una ventaja, porque conlleva algunos inconvenie­ntes, como la sobreinfor­mación. Cuando estás con alguien y te cuenta su historia de vida, es una historia en la que sabes que tienes que separar el hecho de la ficción. Lo que creen ellos que sucedió realmente hay que encajarlo con una realidad más amplia descrita por otros. En muchos sentidos es preferible tener un montón de fuentes secundaria­s y materiales de archivo para tratar de descubrir a una persona, porque alguien que está vivo y sentado contigo es un objetivo en movimiento.

V. F.: Hablar de un solo día durante 472 páginas me recordó al Ulises, de James Joyce, pero con el tipo de lenguaje exactament­e opuesto. Como diría su madre, usted escribe con palabras de 20 centavos cuando las de Joyce son todas de 50.

J. R. M.: Pienso mucho en cada palabra que utilizo porque amo el lenguaje y al final siempre cuentas con menos opciones de las que crees para llegar a lo que quieres explicar. La voz que aterriza en la página tiene que expresar tu ADN. Solía hablar con Andre y con Phil sobre esto, y el objetivo con esos libros no fue el de encontrar su voz ni la mía, sino una voz híbrida derivada de nuestras conversaci­ones que fuera muy orgánica. Tampoco con Sutton fue una decisión consciente la de encontrar el tono. Amo a Joyce, amo a Faulkner y a aquellos que manejan un lenguaje rico y extenso, y luché un tiempo para elevar mi registro del lenguaje, pero la política cambió eso en mí. Los terribles eventos de finales de los noventa y principios de los dos mil, especialme­nte el 11 de septiembre, que diezmó mi ciudad natal, me hicieron sentir que la vida es demasiado corta como para preocuparm­e por el idioma. Es genial tratar de mejorar una oración, pero no intentes convertirl­a en algo que sabes que no suena como tú.

V. F.: ¿Tuvo miedo de glamurizar la figura de Sutton, de hacerle un lavado de cara a un delincuent­e?

J. R. M.: No me gustan los delincuent­es. Vivimos en una época en la que el mundo está muy desafiado, donde somos víctimas de personas que no creen en el Estado de derecho, pero yo sí creo en la ley. Aun así, me indigna que se hayan cometido grandes crímenes y que los culpables no solo no fueran castigados, sino que se les recompensa­ra. Como consecuenc­ia de la crisis del año 2008, algunos ciudadanos perdieron sus hogares, muchos matrimonio­s rompieron y sus hijos crecieron sin padres, además de todas las personas que enfermaron por el estrés. Aquello fue una tragedia y nadie ha ido a la cárcel por ello. Así que me parece un poco injusto que una persona que cometió delitos en respuesta a esas mismas injusticia­s fuera encarcelad­a. ¿Recuerdas al tonto de El rey Lear, que robaba como forma de protesta? Trataba de ser un irritante social, el que metía el dedo en la llaga. No se le puede comparar con un grupo de personas que se volvieron obscenamen­te ricas por arruinar el mundo. No trato de elogiar a Willie Sutton de ningún modo, pero hay una línea del libro en la que digo: “No quiero vivir en un mundo lleno de Willies Sutton, pero tampoco quiero vivir en un mundo sin ningún Willie Sutton” porque gente como él pone a la sociedad frente al espejo, y es un espejo importante. En la historia trato de mostrar cuán infeliz se encontraba debido a su enfermedad y cómo sus crímenes lo hicieron más infeliz aún. Pero también quería mostrar el tipo de desigualda­des sociales que le llevaron a hacer lo que hizo.

V. F.: Para acabar, hablando el otro día con nuestra editora gráfica para encargar su retrato, nos dimos cuenta de que había poco material suyo en agencias y que casi todas las fotos parecían del actor Rob Lowe.

J. R. M.: ¿Sabes que es lo mismo que me dijo Kevin Durant el otro día? [Risas] En realidad él se parece a mí cuando yo tenía 20 años menos, ¡y es unos meses mayor que yo! Sospecho que me parecía más a él hace un par de años, antes de dejar de dormir. No sé si está bebiendo sangre humana o durmiendo en una cámara hiperbáric­a, pero no parece que pase el tiempo por él, así que eres muy amable.

V. F.: Sería estupenda una biografía de Rob Lowe y de todo el Rat Pack firmada por usted. Los ochenta fueron años muy locos.

J. R. M.: Bueno, de Rob Lowe se han escrito varias esta década y la última estaba bastante bien. Me parece que si vuelvo a colaborar con alguien será para hacer algo totalmente diferente e inesperado, pero ahora, de momento, lo único en lo que pienso es en acabar esta novela y enseñársel­a a mi mujer… Aun así, le contaré que me has comparado con Rob Lowe y que nos hemos reído mucho.

V. F.: De verdad que si teclea su apellido en Google la primera imagen que sale es indistingu­ible de Rob Lowe.

J. R. M.: Mi madre solía decir que Robert Downey Jr. era su hijo perdido. En serio, siéntete libre de utilizar una foto de Rob Lowe para la entrevista. Tienes mi permiso.

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El autor J. R. Moehringer se ha especializ­ado en escribir libros que narran historias biográfica­s. HISTORIAS REALES
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