Vanity Fair (Spain)

CARTA DEL DIRECTOR

El accidente de Julio Iglesias, el traspiés de Banderas jugando al fútbol y la teja que casi me aplasta me recuerdan a ‘Dos vidas en un instante’, aquella comedia de Gwyneth Paltrow narraba en paralelo la bifurcació­n de su existencia si cogía el metro cam

- Teoría de cuerdas.

Llevamos tres horas y 20 minutos de sesión fotográfic­a con Antonio Banderas. De repente, en el último cambio de ropa, se sienta en el sillón de la sala que nos hace las veces de vestuario y al calzarse se queja un poco. A continuaci­ón, se palpa el pie izquierdo y nos relata una lesión pretérita que cambiaría la historia del cine español. “Me acuerdo de Carlos Arias Navarro dando las noticias en la televisión por la mañana y yo con la pierna escayolada en alto. Mi padre era policía secreta, lo llamaron a las cuatro de la madrugada. ‘¿Qué pasa?’, pregunté a mi madre. ‘Se ha muerto Franco’, me respondió. Poco después pusieron música sacra en todos lados y a las 7.30 salió Arias Navarro hablando con esa voz: ‘Españoles, Franco ha muerto’ —dice imitándolo—. Me he acordado porque al meterme el zapato del pie izquierdo siempre me cuesta más por una patada que di al suelo la tarde anterior entrenando. Yo era delantero centro y le pegaba muy duro con la derecha, pero con la izquierda me venía jodidita, y mi entrenador siempre insistía. Solía entrenar en un campo de tierra de Málaga y se me iba; intenté centrarla y oí un ‘clac’. Me tuvieron que rajar la bota para sacármela. Después continué jugando un poco cuando me curé, pero me dolía mucho en la frenada y poco a poco fui dejándolo”. En paralelo a aquella afición se había entregado en cuerpo y alma a los ensayos de una representa­ción escolar de Jesucristo Superstar, que en aquel momento fue la liana que lo llevó hasta la excelencia.

Recuerda aquella historia, cómo no, a la de Julio Iglesias. Decían de él que era ágil y rápido en los disparos rasos, y eso, además de su altura, le valió para debutar como portero del primer equipo del Real Madrid a los 19 años. A punto de terminar la carrera de Derecho, una noche salió de fiesta con unos amigos y al volver a casa tuvo un accidente de tráfico que lo dejó casi paralítico durante un año y medio. Otro accidente que cambió la historia de la música española.

A finales de los noventa, durante una procesión de Semana Santa en Calatayud, la percusión de los tambores de la cofradía en la que tocaba mi primo generó tal vibración que desprendió una teja que acabaría cayendo a escaso metro y medio de mi pie izquierdo desde unos ocho metros de altura. Estalló en mil pedazos y mi cara, habitualme­nte blanca, se volvió casi transparen­te. Aquel accidente no habría cambiado la historia del periodismo español, pero me habría hecho una buena faena.

El accidente de Julio Iglesias, el traspiés de Banderas jugando al fútbol y la teja que casi me aplasta me recuerdan a Dos vidas en un instante (Peter Howitt, 1998), aquella comedia romántica de Gwyneth Paltrow que narraba en paralelo la bifurcació­n de su existencia si cogía el metro camino del trabajo o si lo perdía. Es la teoría de cuerdas en su estado más epidérmico. Lo que hacemos o lo que dejamos de hacer tiene consecuenc­ias que pueden acompañarn­os el resto de la vida. Por eso, hace dos números Mario Conde se felicitaba por haber entrado en la cárcel. Argumentab­a que, de otro modo, no se habría encontrado a sí mismo, igual que Banderas defiende hoy que su infarto de 2017 le sirvió de catarsis para abrazar más a los suyos.

Y no es autoayuda barata, es que a veces se nos olvida vivir. Hasta hace escasos días, cada vez que alguien me preguntaba: “¿Qué tal las vacaciones? Olvidadas ya, ¿verdad?”, yo respondía: “En absoluto. Fueron estupendas. Las exprimí tan al máximo que me acordaré todo el año”.

No lo hago por impertinen­cia, sino por una suerte de positivida­d que también me transmitió Antonio el día de nuestra entrevista. Fue en la terraza del club de playa donde disparamos la foto de la portada. Reparando en que dos mujeres, madre e hija, no dejaban de observarlo desde sus tumbonas, se dirigió a ellas al pasar a su lado. “¿Qué, sois de por aquí?”. “No, no, de Barcelona, pero veraneamos en Marbella desde hace 20 años”, respondió la madre. “Mediterrán­eos todos”, resolvió el malagueño a modo de conclusión irrebatibl­e, la típica réplica que ni siquiera Twitter podría cuestionar. Si mañana me cae una teja en la cabeza, me encantaría dejar un aroma igual al que embriagó a esas mujeres mientras veían alejarse a Antonio Banderas.

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Antonio Banderas, durante la sesión de fotos.
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