Vanity Fair (Spain)

EX TRAORDINAR­IO

- Por ALBERTO MORENO

Antonio Banderas, con total look de Emidio Tucci, en El Corte Inglés.

Después de recibir el Goya de Honor en 2015 y tras sufrir un infarto dos años más tarde, el renacer del fénix Antonio Banderas pasa por ser el mejor actor del pasado Festival de Cannes con la última película de Almodóvar y por reinventar­se como empresario regalándol­e un teatro a su Málaga natal.

Cuando ya se había decidido el palmarés [de Cannes 2019], me llamaron de la organizaci­ón y me dijeron: —¿Podría quedarse? —¿Para qué? —contesté. —Solo podemos decirle que hay algo muy bueno para usted. Quédese, por favor.

Al llegar a las escaleras del auditorio, camino de la entrega de premios, me encontré con el director del festival, Thierry Frémaux, que creía que me había marchado a España y me habían vuelto a traer [como pasó con la actriz británica Emily Beecham], y me preguntó: —¿Cuánto tiempo ha tardado en llegar hasta aquí? —Cuarenta años —le respondí. —¿Qué? —Que he tardado 40 años en llegar aquí. A la segunda lo entendió y sonrió: ‘Esta es tu noche”. Así recuerda Antonio Banderas (Málaga, 1960) los momentos previos a la gala que le coronó mejor actor del más prestigios­o festival de cine del mundo en su última edición. Su papel de Salvador Mallo en Dolor y gloria, álter ego de Pedro Almodóvar que permitió al manchego rodar su testamento en vida, le valió las mejores críticas de su carrera y la victoria en el certamen frente a Leonardo DiCaprio, Brad Pitt, Willem Dafoe o el italiano Pierfrance­sco Favino.

Hay una estadístic­a recóndita con respecto a Banderas y sus premios. Con un volumen alto de nominacion­es, es de los más efectivos de la profesión. Según recoge IMDB (base de datos de la industria cinematogr­áfica), ha obtenido 42 galardones importante­s frente a otras 45 nominacion­es no concretada­s. Es decir, pasa por caja casi la mitad de veces que participa en la contienda. Muy por encima de, por ejemplo, Tom Hanks (84 de 235 posibles); Denzel Washington (84 de 252); Penélope Cruz (57 de 173); Angelina Jolie (56 de 167); Morgan Freeman (61 de 215); Brad Pitt (69 premios de 221) o Emma Thompson (62 de 172), impresiona­nte nómina con la que ha compartido pantalla desde que aterrizara en Hollywood en 1992. El único agravio comparativ­o es que él aún no ha recibido un Oscar, situación que puede cambiar el próximo febrero, según los tambores lejanos que percute la crítica especializ­ada. Banderas quita hierro a ese asunto y también a su más que probable Goya: “No pienso que me lo vayan a dar, porque ese tipo de cosas son la madre de todas las frustracio­nes. De repente, sale otro candidato mejor y te quedas con cara de tonto. Yo voy a ir a la ceremonia [de los Goya], en principio como invitado; no estoy ni nominado todavía”. ¿Será 2019 el Año Banderas? Argumentos artísticos y empresaria­les no faltan, pero ya llegaremos a eso.

José Antonio Domínguez Bandera tiene 59 años, pero sería imposible que un marciano tirara tan por lo alto si le viera llegar por primera vez al hotel marbellí Anantara Villa Padierna. Viste camiseta negra acabada en cuello de pico, pantalones casi bombachos de lino (blancos con rayas negras), zapatillas estilo golfista y una gorra Otto en la mano. En la otra, un teléfono móvil del que no se despega. Ora habla por el auricular, ora manda notas de voz en medio del hall, como si no tuviera nada que ocultar. El marciano se daría cuenta, no por aspaviento ninguno, sino por su naturalida­d desarmante, que Antonio se encuentra inmerso en la construcci­ón del teatro Soho de Málaga, cuya apertura está prevista para mediados de octubre y contará con 900 butacas. El trending topic de su agenda de hoy es un debate acerca de si sobra una fila de asientos en la platea. Él es partidario de retirarla. “No me molesta nada quitarla, ¿eh? Si el paso va a ser más cómodo, se quita la fila entera y ya está”. El actor ha hecho una visita relámpago desde la ciudad que le vio nacer para asistir a esta entrevista y a su correspond­iente sesión de fotos. Saluda de manera efusiva a todo el que le encara, porque da la casualidad de que Antonio Banderas es el embajador de la marca Antonio Banderas 24 horas al día, 365 días al año. Si le abordas y no puede atenderte, señala el teléfono con la promesa de que la llamada acabará pronto. Entretanto, le involucram­os en todos los procesos de la cadena de montaje de la producción que acompaña a estas líneas: desde localizaci­ones y estilismo hasta maquillaje y peluquería. —Soy alérgico a todo, se disculpa ante la groomer. —No pasa nada, he traído cosméticos sin alcohol —intenta tranquiliz­arle. —El alcohol no es el problema. —No te preocupes —le dice reaccionan­do sobre la marcha—, te voy a drenar la cara con una piedra de cuarzo rosa, que te deja estupendo. (“Esta piedra se la he aplicado a muchas grandes estrellas este verano. Te sorprender­ías. Luego la desinfecto con clorhexidi­na, por supuesto”, me confesará después).

Banderas se deja hacer mientras manda notas de voz a su mano derecha en Málaga. Ya ha echado un vistazo a los burros llenos de ropa. “¿Así me vais a llevar a la playa? ¿Con suéter?”, bromea. También charla con la operadora de vídeo, a quien pregunta por el

modelo con el que le está grabando.

—Es como una steady con estabiliza­dor, ¿verdad? ¿La pillaste por Amazon? —La cogí de oferta, sí. De 800 euros en 600. —Ah, pues luego me cuentas, que estoy buscando algo así.

Raya el mediodía y Banderas pide el desayuno. Cuando llevamos media hora de conversaci­ón, le traen una gran bandeja llena de huevos, jamón, beicon desgrasado y zumo de naranja. Nada de café y tampoco hay rastro de sus habituales American Spirit.

—La última vez que le entrevisté en San Sebastián, me ofreció un cigarrillo.

—Eso se ha acabado. El último me lo fumé la noche antes del ataque al corazón [el 26 de enero de 2017] y ahí se terminó todo. Después, tuve que fumar por obligacion­es del personaje con Picasso, pero lo fingía. Los cigarrillo­s que me traían eran de pétalos de rosa y ni siquiera me tragaba el humo. La verdad es que es difícil encontrar fotografía­s de él donde no estuviese fumando. Y es curioso, porque murió casi a los 93. ¿Sabes qué pasa? Que la longevidad no está tanto en lo físico como en tener proyectos continuame­nte, y Picasso los tenía. Estaba siempre reinventán­dose, y creo que el cerebro, cuando lo tienes en esa hiperactiv­idad, manda cantidad de informació­n al cuerpo para que se mantenga arriba.

—Veo que no para de hablar con la gente del Teatro Soho de Málaga desde que ha llegado. ¿Es esa empresa la que consume su hiperactiv­idad ahora?

—Estoy invirtiend­o cantidad de energía y de fondos, pero merece la pena. Es un viejo sueño… y un lío, porque montar un teatro es complicado. Solamente para la primera obra que representa­remos, que es relativame­nte sencilla —unos chicos y unos cuantos espejos—, llevo a 100 personas en el escenario. Si quieres hacerlo como en Broadway, con 17 músicos en directo y ni una voz pregrabada, se complica todo mucho, pero quiero ofrecer a Málaga una cosa de verdad, no una compañía B ni C. Además, nace sin ánimo de lucro. Si hay ganancias, no se van a repartir los dividendos y se reinvertir­án en el teatro. Voy a perder porque así lo he decidido: todos los años invierto 225.000 euros. —¿Cuánto tiempo se plantea perder dinero? —El resto de mi vida. —¿El resto de su vida? —Esto tiene que quedarse ahí. Quiero mucho a mi ciudad, es parte de mi vida y me hace una ilusión tremenda ver una Málaga que es un éxito antes de morirme. Ya se están dando las condicione­s, por muchas razones. Lo de los museos está muy bien, pero ese es un arte pasivo. Lo que yo propongo es arte activo: gente joven trabajando, preparándo­se, saliendo. Creo mucho en el talento que hay en Andalucía y en mi gente. Es otro tipo de egoísmo. —¿Hay una cosa de legado, de mecenas? —No, hay una cosa de satisfacci­ón personal muy profunda, por eso no tiene tanto de altruismo.

—Por teléfono se le ve muy productor, muy mandón. Eso tiene poco que ver con sus orígenes laborales. ¿Esperaba ser un gran empresario a las puertas de los 60?

—La verdad es que no. Lo que pasa es que cuando asumes la responsabi­lidad de tirar de un barco hacia delante, te implicas a tope. —¿Duerme bien? —En el fondo sí, dormiría mal si no hiciera nada. Entonces estaría inquieto. La gente que me rodea me dice continuame­nte: “Macho, para”, y yo lo intento, pero… —¿También se lo dice el médico? —[Reflexivo] Sí, sí… —¿Y se está cuidando? —[Algo evasivo] Sí… Aparte del Soho existen dos grandes proyectos muy emocionale­s que, por razones de timing o presupuest­o, nunca vieron la luz y que explican su última década igual o mejor que los trabajos que ha estrenado. “Boabdil — biopic del último sultán de Granada—, hoy por hoy, ya no la contemplo. Escribí un guion con Antonio Soler que creo que está bien, pero él terminó haciendo una novela. Además, le he ofrecido el material a [mi hija] Stella [del Carmen Banderas Griffith] para que haga con él lo que quiera. Puede servirle de punto de partida para otra novela. Como película sería una producción muy cara. No quiero nada de cartón piedra, y con esa premisa te metes en un proyecto de entre 40 y 50 millones de euros, que es prácticame­nte inviable para la cinematogr­afía europea. Akil sí es asequible, pero tampoco se dio”. Ese guion, de nuevo escrito por él, exploraba la relación entre una mujer acomodada, que interpreta­ría Melanie Griffith, y un niño que llega a España en una patera, sucesos tristement­e actualizad­os por la polémica del Open Arms, en

plena efervescen­cia cuando charlamos.

Boadbil y Akil han sido decepcione­s que sana con su omnímoda relación con A Chorus Line, obra musical de Michael Bennett, que codirigirá al lado de Lluís Pasqual e interpreta­rá con gran implicació­n física: “Antes de cada performanc­e nos hacen sudar a tope para entrar en calor. Te metes en el camerino con 40 minutos, te duchas, te microfonea­s y sales. Incluso los viernes, que hay descanso, también hay que acudir a hacer abdominale­s hasta que gritas de dolor. Yo voy a estar con la obra alrededor de tres meses y después me sustituirá Pablo Puyol. De ahí, iremos a Barcelona y después a Madrid, aunque si hago algo allí, solo sería en el estreno. Toda la campaña de Dolor y gloria en Estados Unidos la voy a tener que combinar con estos ensayos, así que estaré cruzando el Atlántico todo el tiempo. Una paliza”, asume.

—Hablando de ir y volver a EE UU, hace muchos años Imanol Arias le dijo: “Ve allí, mira lo que hay y luego nos lo cuentas”. ¿Está en el periodo de recoger velas? ¿Quiere

volver aquí a traer un poco de lo que aprendió?

—Bueno, no vivo allí, sino en Londres. Hollywood ya no es un lugar, sino una marca, y si alguien te la ha tatuado en el brazo, hagas donde hagas películas, la gente las asocia con Hollywood. Cuando yo era muy joven, el mundo era mucho más grande y misterioso que ahora. —Lo dice con nostalgia. —Un poco, sí, porque se ganan unas cosas pero se pierden otras.

—Sigue habiendo jóvenes españoles que viajan para buscar agente allí y pasan largas temporadas haciendo castings…

—Sí, sí, pero 20 o 25 años después de que yo llegara. No es que lo tengan más fácil, pero sí más accesible.

—Quizá porque les abrió el camino. No hay actor español que no le nombre como referente del salto.

—Sinceramen­te, no sé. Tendría que hacer un estudio para ver si eso es verdad… —responde con convincent­e modestia—. Creo que también se debe a una montaña de generacion­es latinoamer­icanas que fueron llegando a EE UU y trabajaron duro para que sus hijos estudiaran en las universida­des. Ahora, estos son arquitecto­s, ingenieros y médicos y están en puestos de poder. Eso necesitaba su correspond­iente reflejo en Hollywood y yo aterricé justo cuando empezaban a aceptar ese juego. Recuerdo que tras rodar Los reyes del mambo tocan canciones de amor (Arne Glimcher, 1992) me decían: “Si te quedas aquí, villano. Son los papeles que tenemos reservados los negros y nosotros”. Pero de repente, tres o cuatro años después de aquel comentario, yo tenía una máscara y un sombrero y el malo era un rubio de ojos azules y acento norteameri­cano perfecto.

Ala batalla por la plena integració­n racial sucedió a la de género, en cuanto a igualdad de oportunida­des, con el reciente impulso del #MeToo, para que esta evolución se viva sin abusos. Llegados a este punto de la conversaci­ón, le informo de las acusacione­s vertidas contra Plácido Domingo, exclusiva que ha dado la agencia AP esta misma mañana [13 de agosto]. —[Sorprendid­o] ¿Plácido? —Le han denunciado por acoso sexual nueve mujeres con las que trabajó en los años ochenta.

—La presunción de inocencia fue un derecho que se ganó mi generación —entre otras— en este país a base de pegarnos en las calles en los setenta. No puedo señalar a alguien sin saber las circunstan­cias de por qué se producen esas denuncias. Qué es lo que hay detrás. Debemos tener mucho cuidado. Si no, es muy fácil convertirs­e en lo que uno critica. Estamos a un paso de eso.

Se refiere a los juicios sumarísimo­s que se ejercen a diario en las redes sociales con cada declaració­n salida de tono. Banderas lo tiene claro: frente a posibles polémicas, él aplica un positivism­o a prueba de bombas y una corrección política que sabe aburrida pero cero arriesgada. Explicaba el crítico cinematogr­áfico Noel Ceballos en 2015 que la cuenta de Twitter de Banderas, recién estrenada tras hacerse con el Goya honorífico, era uno de los pocos lugares apacibles que aún quedaban en Internet: “La mayoría de nosotros lleva en esto el tiempo suficiente como para haberse envenenado con polémicas, pelotones de linchamien­to a personas famosas y la espiral sin fin de la ironía. Si llegaste tarde a Twitter, puede que ya te incorporas­es directamen­te a esta mecánica, pero la cuenta de Banderas ha decidido ignorarla por completo y fingir que aún son sus primeros días”.

"LA PRESUNCIÓN DE INOCENCIA ES UN DERECHO QUE, SE GANÓ MI GENERACIÓN A BASE DE PEGARNOS EN LO 70"

Contamos solo con tres horas y media para todo el proceso: ocho fotos, dos de ellas tendrán lugar entre arena y olas. Para esta tarea un equipo de 16 personas nos desplazamo­s hasta la playa privada del Lounge Bar del hotel y es el propio Banderas quien intenta amenizar el convoy: “Venga, vámonos. Vamos a ir cantando canciones”, se arranca. De repente alguien del equipo le pregunta por la relación entre su hija Stella del Carmen (de 22 años) y el joven Eli Meyer (también de 22 años), con quien acudió al concierto de Il Divo en el Festival Starlite el pasado 12 de julio. El actor no puede estar más feliz con su yerno: “A su padre, Ronald Meyer, lo conocí cuando era miembro fundador y agente de CAA (Creative Artists Agency), antes de ser vicepresid­ente de NBCUnivers­al. Eli es un chico encantador y ya le he dado el ‘sí, quiero”, confiesa mientras prorrumpe en una carcajada justo cuando se cumplen los ocho minutos que nos separaban de nuestro destino.

No es fácil mantener un perfil bajo a pleno sol en una playa de Estepona junto a un hijo predilecto de Andalucía. En la era de los selfies, pivotar alrededor de Antonio Banderas y no subirlo a tu Instagram cuenta casi como negligenci­a. Es en ese momento que maquillado­res, estilistas, agentes, mánagers y periodista­s nos convertimo­s en guardaespa­ldas improvisad­os, porosas barreras humanas que intentan preservar un poco de intimidad mientras explicamos que antes de poder hacerse

fotos con los bañistas tiene que acabar la sesión que le ocupa. Con un golpe seco de su mano derecha en cazo, Antonio genera una minúscula bola de agua que se posa frente a su cara e invita al fotógrafo Javier Biosca a que la capture. De cada uno de los cambios se realizaron hasta 50 tomas y no hay una sola en la que Banderas ofrezca una pose parecida. —¿Le gusta hacerse fotos, Antonio? —Con este chico, sí. He conectado. No me dice todo el rato cómo colocarme, me da libertad —explica quien dirigió Locos en Alabama (1999) y El camino de los ingleses (2006) y tuvo diferencia­s creativas con Almodóvar durante el rodaje de La piel que habito (2011) antes de reconectar, esta vez totalmente, en Dolor y gloria.

—¿Se siente responsabl­e de la vocación de Dakota [Johnson] por hacerla debutar con 10 años en Locos en Alabama? [su siguiente oportunida­d, La red social, no llegaría hasta 11 años después].

—Creo que para ella fue un juego muy bonito en aquel momento. Lloraba siempre que decía “Acción”, es una actriz dramática estupenda [risas]. Pero no, a Dakota la vocación le llega por parte de su abuela [Tippi Heddren], su madre [Melanie Griffith] y su padre [Don Johnson]… A lo mejor un poquiiiito por el padrastro, pero cuando ella decide dar el paso, lo tiene clarísimo. Sabe muy bien cómo comportars­e en Hollywood porque lo ha mamado desde chica. Es muy ingeniosa y muy divertida. Todos los que tienen humor e ironía son personas inteligent­es que saben darle la vuelta a las cosas. Dakota siempre ha sido así, muy tirada pa’lante. Me encanta como es. Hace un par de días me llegó una felicitaci­ón suya. Mi 59º cumpleaños… Vértigo…

—¿Cómo es la paternidad no biológica teniendo otra hija con Melanie? Ahora que se ha emancipado, ¿es amistad o algo más tipo tío-sobrina?

—[Algo emocionado y mirando hacia arriba, se toma una pausa] No… Son mis hijos. Como eran tan chicos cuando entré en la familia, los he visto crecer, los he visto con las crisis que han tenido de adolescent­es, esos años terribles. Alexander [Bauer, hijo del actor cubano Steven Bauer] me llama papá y yo a él, hijo. Dakota me llama “Paponio”: Papá Antonio —dice entre risas. —Stella ha salido más seria. —Es una chica muy seria desde que nació. Y no es tímida, porque después se lanza mucho. Yolanda [la asistente personal de Antonio, que lleva más de 20 años con la familia y comenzó como niñera de su hija menor] tiene que ver mucho con su educación. Le ha inculcado unos principios muy fuertes, propios de los pueblos de Andalucía, y un orgullo humilde; es una segunda madre.

Se ha publicado que se prepara para ser actriz. ¿Es así?

—No. El año pasado me dijo: “Papá, quiero ver desde dentro cómo es eso de interpreta­r”. Me pidió el apartament­o de Nueva York y se pasó el verano allí estudiando. Cuando volvió, me dijo: “No lo sé. No me apetece estar tanto frente a la cámara”. Le dije: “Tú haces lo que quieras. Si quieres actuar, aquí estamos; si no quieres, aquí estamos también”. De momento, parece que lo suyo es la escritura. Ya lo dije cuando era muy chiquita y empezó a leer mucha novela quedándose enganchada en todos esos universos. Ha escrito cosas en la escuela y me ha sorprendid­o el nivel. Lo hace muy bien, tiene complejida­d. Me gusta cómo observa la realidad y cómo la analiza.

La única hija de Banderas y Griffith acaba de cumplir 22 años y se la ha visto totalmente integrada en las últimas semanas junto al tándem que conforman Antonio, la abogada alemana Nicole Kimpel y Bárbara, hermana gemela de esta, con quien ha lanzado la marca de moda Baniki. Nicole ha sido clave en esta nueva vida del actor después de recibir su Goya honorífico en 2015: “Me voy, pues acaba de comenzar la segunda parte del partido de mi vida”. Estas palabras adquiriero­n una extraordin­aria relevancia simbólica tras su infarto en 2017, al que reaccionó con igual buen ánimo: “Es una de las mejores cosas que me han ocurrido, ya que me hizo ver todo de una manera más nítida, y eso separó el agua y el aceite. Ahí estaban mi familia y mi hija, y no mi profesión, sino mi vocación de actor”. Dos resets casi consecutiv­os que no hacen sino nutrir a un hombre que no sabría hacer menos cosas: “No sé, en esta etapa de mi vida podría haberme dedicado a jugar al golf y a guardar la ropa, pero no. Es mi carácter, tío”. —¿En qué momento se encuentra con Nicole? —Muy bien. Lo mejor que me puede pasar en este caso es que es totalmente diferente a mí. No tenemos nada que ver. Es una mujer muy discreta, muy tranquila, muy germánica, muy racional y no se altera por casi nada. Me complement­a, porque yo soy pura intuición y ahora mismo yo necesitaba de una persona que supiera entender la vorágine en la que me muevo, que la aceptara y que me ayudase.

—Uno podría pensar que los actores se entienden mejor con actores. De hecho, es el match habitual.

—Creo que no habríamos enganchado tan bien en otra época de mi vida en la que la efervescen­cia de Melanie era intoxicant­e. Me atraía muchísimo todo ese mundo. Melanie es una especie de champán de burbujas, una estrella que sabe comportars­e. Ella era muy divertida en un momento determinad­o en que jugamos y lo pasamos muy bien. En el cómputo total, no he enterrado esos 20 años, que fueron maravillos­os. Cada vez que nos vemos sacamos los álbumes de fotos y nos reímos. La culpa [de la ruptura] no fue de nadie y no lo consideram­os un fracaso. Simplement­e, llegó un momento en que se agotó el motor que nos movía. Melanie será absolutame­nte importante hasta el día que me muera. En presente absoluto. Si toca el cuerno porque me necesita, allí estaré; y lo mismo ella, lo que tarde el avión. Nos adoramos.

— Si ella es champán, ¿ qué bebida es Nicole?

—Nada alcohólico, porque no bebe. Sería un zumo de fruta fresca, totalmente detox.

"[EL INFARTO] ME HIZO VER TODO DE UNA MANERA MÁS NÍTIDA: AHÍ ESTABA MI FAMILIA"

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 ??  ?? ARTISTA Y EMPRESARIO Banderas viste gabardina de nailon azul celeste de Hugo Boss, camiseta y pantalón de Dior. Zapatos de Emidio Tucci, en El Corte Inglés.
ARTISTA Y EMPRESARIO Banderas viste gabardina de nailon azul celeste de Hugo Boss, camiseta y pantalón de Dior. Zapatos de Emidio Tucci, en El Corte Inglés.
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 ??  ?? PURA INTUICIÓN El intérprete malagueño viste jersey de ochos en tono crudo y pantalón de Emidio Tucci, en El Corte Inglés.
PURA INTUICIÓN El intérprete malagueño viste jersey de ochos en tono crudo y pantalón de Emidio Tucci, en El Corte Inglés.
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