CHRISTIAN DIOR Y YO
Me fascina ver cómo vivían los genios creativos que han hecho historia por su sensibilidad. Muchos de mis diseños de estampados nacen de papeles de pared y del mundo floral, y aquí sentado, en el salón favorito de Christian Dior, donde las flores inundan biombos, sillas, paredes e incluso la vista del jardín… me he enamorado de esta casa”, dice
(Barcelona, 1982). Juan Avellaneda El embajador de Maison Christian Dior habla en una de las estancias de La Colle Noire, el castillo en la Provenza francesa que perteneció al maestro de la costura y que la división de perfumes de la firma ha restaurado al milímetro.
En este edén particular uno se siente invadido por pensamientos, emociones, conversaciones y olores de otro tiempo. Algunos diseñadores, como Avellaneda —o monsieur Dior—, no conciben la elegancia —una mezcla de educación, saber estar y comportamiento, según Avellaneda— sin un aroma. “He llegado a dejar una relación porque no me gustaba el olor de una fragancia en un cuerpo. Y no porque fuera malo, pero no me atraía. El perfume es una carta de presentación, llega antes que tú a un lugar y permanece cuando te vas. Es la seducción sin aproximación”, relata. Su obsesión es tal que cada mañana aromatiza sus showrooms en Madrid y Barcelona en función de su estado de ánimo. Durante meses, monsieur Dior hizo lo mismo en sus talleres de París, que rociaba con su primera fragancia: Miss Dior. “Esas pequeñas excentricidades son las que hacen especial a un lugar”, cuenta este apasionado de los perfumes fuertes con notas de rosa o de Oud —madera de Agar—. “Mi preferido de la colección privada de Dior es Oud Ispahan. Es como el terciopelo. Te embriaga de una manera muy sutil y suave, pero también muy carnal”.
El diseñador es un firme defensor de la elegancia. “Ahora prima la comodidad, incluso el feísmo. ¡Me aburre! ¡Menos grunge, más glamour!”, clama. ¿Nacerá de las paredes de La Colle Noire una colección de Avellaneda? Es posible. La moda siempre nos recuerda a aquel que siempre quisimos ser.