SILVIA, ANNA Y SUS HERMANAS
La diseñadora de la firma italina Fendi nos muestra los orígenes de la marca.
Durante 40 años, trabajó con Karl Lagerfeld, a quien conoció de niña. Erigida como su sucesora en Fendi, la firma que encumbraron su madre y sus tías —y que visten Rosalía o Rania de Jordania—, Silvia Venturini Fendi abre las puertas del Palazzo Privé de Roma, donde empezó todo. Por MÓNICA PARGA
Silvia Venturini Fendi (Roma, 1960) fue una de las últimas personas en hablar con Karl Lagerfeld antes de su muerte. Ingresado en el Hospital Americano de París, solo sus amistades más cercanas conocían el delicado estado de salud del modista alemán. Era febrero de 2019. En Milán, la firma italiana ultimaba los preparativos de su desfile, programado para el día 21 de ese mes, y Lagerfeld daba instrucciones por teléfono a Silvia desde la cama. Un cambio de estilismo, detalles sobre la escenografía, modificaciones en alguna prenda. Nunca llegó a ver su obra en persona. Dos días antes del pase, el Káiser de la moda decía adiós para siempre. “En su búsqueda perpetua por la belleza y la innovación, el compromiso de Karl con su oficio nunca menguó. Esta colección personifica esa devoción, desde los bocetos hasta la expresión final de Fendi. Reflejada en una multitud de ideas, cada expresión es innatamente y para siempre suya”, explicó la marca. Naty Abascal y Caroline Vreeland, entre lágrimas, fueron testigos en primera fila de un capítulo de la historia reciente de la moda que se cerraba.
La marcha de Lagerfeld ha dejado un enorme vacío en la industria. Un vacío que Silvia Venturini Fendi siente aún más profundo. Conoció al diseñador cuando apenas tenía cinco años. Su madre, Anna Fendi, y sus cuatro tías —Paola, Franca, Carla y Alda— lo contrataron como director creativo de su modesta marca de pieles en 1965, y Silvia creció con él. Primero fue su alumna. Más tarde, su mano derecha. Cuando nos vemos, han pasado solo unas semanas desde su fallecimiento, y desde la firma solicitan que evite hablarle de él para no generarle una mayor tristeza. Pero el vínculo y admiración por su gran amigo son tan fuertes que no tarda en mencionarlo ella misma durante nuestra conversación. “Mi madre y mis tías tuvieron muy buen ojo al escoger a Karl al principio de su carrera. Junto a él hicieron cosas increíbles. Fendi se convirtió unos pocos años después en el líder en peletería”, me cuenta Venturini Fendi en su oficina de la capital italiana. “En aquel momento él era muy joven y casi desconocido. Si lo piensas, no fue nada común que lo eligieran, porque él vivía en París y ellas en Roma, y en esa época los diseñadores siempre formaban parte de la casa. Pero ellas querían cambiar eso y contar con el mejor”. En una de sus primeras reuniones, Lagerfeld cogió un folio y creó el icónico logo de las dos F entrelazadas en menos de dos minutos.
Silvia posa en la segunda planta del Palazzo Fendi, donde las Fendi tenían su despacho hace medio siglo. Ahora es un apartamento reservado en su tienda insignia a los clientes vip —Rania de Jordania y Nicki Minaj se prueban allí las nuevas colecciones—, un oasis en tonos fríos rediseñado en 2016 por Emiliano Salci y Britt Moran, de Dimore Studio, con paredes de estuco, lámparas de Ignazio Gardella, una alfombra del siglo XIX, butacas de Axel Vervoordt y varias piezas de la línea de mobiliario de la casa. La mesa en la que se reunían las hermanas y Lagerfeld, y en la que solían fotografiarse juntos en los años setenta y ochenta, no está aquí hace tiempo.
LA HEREDERA De izda. a dcha., boceto de Karl Lagerfeld y Silvia Venturini Fendi, en el Palazzo Privé de Roma. En la página anterior, estancia del Palazzo.
“KARL LAGERFELD Y YO TENÍAMOS UNA RELACIÓN MUY ESPECIAL BASADA EN UN GENUINO AFECTO MUTUO”
“Si quería ver a mi madre, tenía que ir a su oficina, porque no era la típica mamma italiana. Mi padre era el que cocinaba y me iba a recoger al colegio. Almorzaba con él. Ella nunca estaba, nunca. Pero era normal para nosotros. En mi familia, los hombres eran muy listos, no veían como un conflicto que las mujeres fueran fuertes y tuvieran éxito”, rememora Silvia. “Mi madre trabajó sin descanso para alcanzar lo que consiguió. Ella y mis tías eran cinco mujeres en un mundo muy masculino, el de la moda, y tuvieron que luchar contra la idea de que no tenían a ningún hombre en la empresa. Lo que más admiro de ellas era el sentido del riesgo que asumían, como contratar a Karl. Les gustaba enfrentarse a retos”. El compromiso de Anna Fendi con la estética era tal que, aunque no cocinaba, supervisaba los platos para que la gama cromática tuviera cierta armonía. Durante una larga temporada, los Venturini Fendi comieron por colores. Pasaron por el período azul, el verde y otros, hasta que su progenitora se dio cuenta de que los colorantes artificiales podían ser nocivos y cesó en su empeño.
El caso de las hermanas Fendi es insólito en la industria. Silvia atesora los recuerdos de los primeros años, cuando su madre y Carla decidieron irse a Estados Unidos y conquistaron a los grandes almacenes con sus novedosos abrigos, o de aquellos viajes a Rusia para adquirir pieles en las subastas. “Al principio, no les dejaban entrar en las pujas por ser mujeres. Luego, empezaron a comprar cosas que los demás no compraban”. La frase que más solían escuchar era: “Están locas”, cuenta con una sonrisa. “En Estados Unidos, sobre todo, lo pensaban porque ellas cortaban pieles muy caras y preciadas de manera diferente, en tiras de espagueti, y las teñían de colores, añadían plástico… Las pieles eran entonces, y todavía, como una joya, pero ellas las trataban como una prenda de vestir. Por eso pensaban que estaban locas. Sobre todo, los hombres”.
El propio Lagerfeld incorporó este espíritu feminista en una de sus primeras propuestas para la firma, en 1967. “Era finales de los sesenta y se estaban reclamando muchos derechos, las mujeres pedían más poder. Llegó la revolución de Mayo del 68. Karl decidió hacer una colección donde los hombres y las mujeres vistieran igual, porque en Fendi todos trabajábamos lo mismo”, cuenta. Lagerfeld la escogió a ella —entonces solo una niña— como modelo. “Fue mi primer momento de gloria. Me sentí muy importante, especial. Fue como un encantamiento. Noté la adrenalina de hacer algo nuevo y experimentar. No era solo ropa. Veía a las mujeres dedicarle pasión a algo que duraría para siempre”.
Aunque formaba parte de la familia, Silvia comenzó desde abajo. “En Navidad, cuando se formaban colas en la tienda, iba a envolver los regalos. Se me daba muy bien”, dice sonriendo. “Después, empecé a viajar a Japón para los trunk shows. Hacía cualquier cosa. No quería ir al colegio, sentía que era una pérdida de tiempo porque entendía que mi escuela estaba en la empresa. Así que intentaba ayudar”. No le faltaron grandes maestros. “En Fendi siempre había gente interesante. Periodistas, actrices… Sobre todo al acabar el día. Recuerdo cuando iba por la noche con mi padre a recoger a mi madre, porque ella no conducía, y quedaba un pequeño grupo de personas en el atelier. Era el momento más creativo del día. Entonces no era una empresa tan grande como hoy. Mi madre desempeñaba 20 puestos: por la mañana, gestionaba los problemas; por la noche, creaba. Con sus amigos hablaba de las colecciones, de dónde presentarlas…Un día, escuché a Federico Fellini decir: ‘Hagamos el desfile en la Cinecittà’. Era interesante recibir consejos de gente tan inteligente”, evoca. El vínculo de la firma con el cine continúa gracias a Silvia, íntima de Luca Guadagnino, director de Call Me by Your Name, y productora de dos de sus filmes, Suspiria y Yo soy el amor. “Es un gran amigo. Tenemos un nuevo proyecto que no puedo revelar”.
Con el tiempo, Silvia Venturini Fendi se convirtió en la persona de confianza de Karl Lagerfeld. “Teníamos una relación muy especial basada en un genuino afecto mutuo. Trabajábamos de forma muy libre y creativa. Él estaba en París y yo en Roma, así que él solía proponer sus ideas en la distancia y luego revisaba lo que el equipo hacía con ellas”. Tras ejercer como directora creativa de moda masculina, infantil y accesorios —ella creó el bolso Baguette, un superventas—, ha asumido la dirección creativa global. A su lado tiene a su hija, Delfina Delettrez, diseñadora de joyas y ocasional colaboradora en la división de relojes.
Como sucesora, afronta un horizonte en solitario —es la única de la saga que queda en la empresa—, aunque prometedor. La marca, propiedad del grupo LVMH, se ha posicionado entre las más valoradas del mercado con clientas como Celine Dion, Amal Clooney, Jennifer Lopez o Rosalía. Pero ella no puede evitar mirar al pasado. A la primera vez que vio a Lagerfeld. “Su apariencia y su figura, con ese traje blanco, me hicieron verlo como un pintor”, revela. La fascinación por el genio nunca cesó. De aquellas llamadas desde la cama del hospital, Silvia recuerda por encima de todo una cosa: “Su pasión hasta los últimos días”.
AYER Y HOY La segunda planta del Palazzo, donde trabajaban las hermanas Fendi (a la izda., con Lagerfeld en 1983), reconvertida en espacio para clientes vip.