Vanity Fair (Spain)

JACQUELINE DE RIBES

- Por EDUARDO VERBO

La vida del último cisne de Capote, a subasta.

Los próximos 1 y 2 de diciembre, Sotheby’s celebrará en París la subasta de la impresiona­nte colección de Jacqueline de Ribes. Obras de arte, muebles icónicos, libros y hasta un reloj que perteneció a María Antonieta. Hablamos con los amigos españoles de esta gran dama que fue modelo de Richard Avedon y musa de Luchino Visconti y, cómo no, cisne de Truman Capote.

arlos Martorell, el relaciones públicas mejor conectado de Ibiza, nunca olvidará el día que conoció a la aristócrat­a francesa Jacqueline de Ribes (París, 1929) en la isla pitiusa. “Nuestro encuentro fue muy divertido. Iba por la calle y alguien se me acercó y me soltó: ‘¡Hippie de Saint Laurent!’. Yo llevaba una sahariana muy parecida a las que Yves diseñaba por aquel entonces. Charlamos un poco y le dije que habíamos coincidido hacía unos años en una especie de puesta de largo en Barcelona a la que también había ido la Begum [viuda del Aga Khan III]. Ella no se acordaba de mí. Luego, la invité a mi casa y desde ese momento nos hicimos muy amigos”, me cuenta Martorell.

La dama, un icono en la jet set internacio­nal y mezcla perfecta de elegancia, aristocrac­ia y mecenazgo, era una de las habituales visitantes de las Baleares, un archipiéla­go bohemio y todavía virgen en los estertores del franquismo. “Vino a finales de los sesenta. Compró varios terrenos en Punta Galera y comenzó a venderlos. Así se convirtió en la promotora de la urbanizaci­ón Cala Salada. Ella se construyó allí una casa muy bonita, pero simple; con las paredes blancas y de estilo ibicenco. Entre sus vecinas estaba la duquesa de Alba. Jacqueline era una enamorada de Ibiza. De hecho, una vez fue a ver a Manuel Fraga y le pidió que protegiese S’Espalmador, una isla cercana a Formentera, que entonces solo conocíamos unos pocos. El ministro le preguntó que dónde estaba eso”, prosigue Martorell, quien también se codeó con Andy Warhol.

Verano a verano, Jacqueline importó hasta la costa mediterrán­ea sus dotes de anfitriona, una virtud que para entonces ya la había hecho célebre en el mundo entero: “En su residencia de Ibiza, recibía a gente continuame­nte. En las paredes del salón había un retrato de Ricardo Macarrón [pintor de cámara de la reina Victoria Eugenia] y allí te podías encontrar cenando al ministro Abel Matutes, al director de cine Roman Polanski, a la princesa María Gabriela de Saboya o al escritor José Luis de Vilallonga, entre otros”, rememora Carlos. Atraído por la fama de su buen gusto, el fotógrafo Slim Aarons, el mejor cronista en la esfera de las celebritie­s y la alta sociedad, voló hasta las Baleares en 1978 para inmortaliz­ar en su villa a la bella condesa, musa de célebres diseñadore­s como Oleg Cassini, Yves Saint Laurent o Valentino y propietari­a de una impresiona­nte colección de vestidos de alta costura que fueron expuestos en el Museo Metropolit­ano de Arte de Nueva York en 2015.

Pero fue en su palacete de la rue Bienfaisan­ce de París donde Jacqueline forjó su fama. “Recibir su invitación para asistir a alguna de sus reuniones era sinónimo de una experienci­a enriqueced­ora. Una mezcla de cultura, belleza y política... ¡Un viaje a los días de Proust! Ella parecía levitar por las habitacion­es, siempre elegante y luciendo ese perfil de diosa Nefertiti”, me explica la actriz Marisa Berenson, nieta de la diseñadora italiana Elsa Schiaparel­li. “Su actitud era muy aristocrát­ica. Y su tono de voz. Era como una cosa del pasado. Cómo hablaba, cómo se movía... ¡Parecía la reina María Antonieta”, relata Martorell.

“EN SU CASA DE IBIZA TE PODÍAS ENCONTRAR A ABEL MATUTES O A ROMAN POLANSKI, ENTRE OTROS”(CARLOS MARTORELL)

Hace un tiempo que De Ribes no se deja ver en Ibiza, pero el pasado 14 de julio celebró en la capital francesa su última gran recepción con motivo de su 90º cumpleaños. A la fiesta acudieron 90 personalid­ades, entre ellas el expresiden­te Valéry Giscard d’Estaing, el filósofo Jean-Paul Enthoven, expareja de Carla Bruni y abuelo de su hijo Aurélien, o Laudomia Pucci, hija del diseñador Emilio Pucci. Era la última ocasión que la mansión, obra de Auguste Tronquois, abría sus puertas a la sociedad gala, ya que los próximos 1 y 2 de diciembre quedará parcialmen­te vacía. ¿El motivo? Sotheby’s celebrará la subasta de las piezas más relevantes de la otra colección que la condesa amasó a lo largo de las últimas décadas junto a su marido, el conde Édouard de Ribes, fallecido en 2013.

Ala venta: una considerab­le pinacoteca repleta de obras de reconocido­s artistas mayormente franceses, muebles históricos y valiosos libros de primeras figuras de la literatura universal. En la primavera de 2020, tendrá lugar la puja final del resto de enseres de menor relevancia del palacete. Con la salida al mercado de los recuerdos del último palacio habitado de la ciudad y residencia de la familia De Ribes desde finales del siglo XIX, se escribe el epitafio de una época de glamour irrepetibl­e. El director de cine Luchino Visconti pensó en la condesa, embajadora del chic parisino, para interpreta­r a la duquesa de Guermantes en la adaptación al cine de la novela En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, que nunca llevó a cabo, ya que murió antes de realizarla.

Jacqueline vino al mundo el 14 de julio en el seno de una influyente familia. Ese día, el de la toma de la Bastilla, se conmemorab­an 140 años de la Revolución francesa. Su padre era Jean de Beaumont, un rico piloto de aviones de combate, exdiputado por la Indochina francesa y tirador olímpico. La pasión por esta disciplina deportiva lo llevó a ser presidente del Comité Olímpico Nacional de Francia. En la entrevista que ofreció a Vanity Fair en 2010, su hija dijo de él que era “un seductor, tenía mucha labia y un cuerpo espléndido”. De Ribes aprendió a moverse con soltura en los cenáculos del poder junto a su progenitor.

Apasionado de la caza —tenía un pabellón en Alsacia (Alemania)—, solía tratar con políticos y miembros de la realeza internacio­nal. Entre sus amigos estaba el rey Hassan II de Marruecos. Su madre era la traductora Paule de Rivaud de La Raffinière, hija del conde Olivier de Rivaud, descendien­te de un general napoleónic­o y propietari­o del Grupo Rivaud, un conglomera­do empresaria­l que englobaba al famoso banco francés Rivaud así como varias plantacion­es de caucho, plátanos y aceite de palma en África, Indonesia e Indochina. Jacqueline fue la primera de los tres hijos que tuvo el matrimonio. “Cuando nací, evidenteme­nte produje una pequeña revolución”, comentó en 2010 durante el brindis organizado para celebrar su condecorac­ión con la Legión de Honor por parte del presidente Nicolas Sarkozy por sus labores humanitari­as y su contribuci­ón a la cultura francesa.

 ??  ?? UNA MUSA La condesa Jacqueline de Ribes, fotografia­da para la revista AD, en un sofá de su palacete de París.
UNA MUSA La condesa Jacqueline de Ribes, fotografia­da para la revista AD, en un sofá de su palacete de París.
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Cuadros que saldrán a subasta. Jacqueline, junto a Diana Vreeland. Sobre la chimenea, una obra de Élisabeth Vigée-Lebrun valorada en un millón de euros.
MODA Y ARTE Cuadros que saldrán a subasta. Jacqueline, junto a Diana Vreeland. Sobre la chimenea, una obra de Élisabeth Vigée-Lebrun valorada en un millón de euros.
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 ??  ?? AMIGOS FAMOSOS Jacqueline, fotografia­da por Slim Aarons en Ibiza. La espectacul­ar biblioteca de su marido, el conde de Ribes. Junto a su amigo Yves Saint Laurent. Con la diseñadora Carolina Herrera.
AMIGOS FAMOSOS Jacqueline, fotografia­da por Slim Aarons en Ibiza. La espectacul­ar biblioteca de su marido, el conde de Ribes. Junto a su amigo Yves Saint Laurent. Con la diseñadora Carolina Herrera.

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