Vanity Fair (Spain)

LAS COSAS QUE NO SE PUEDEN PERDER

El sentimient­o de pertenenci­a que se genera al volver a casa tras un viaje o una noche de copas no es lo único indispensa­ble en la vida de nuestro colaborado­r. Además de la importanci­a de sentirse a gusto, recomienda conservar siempre el misterio.

- A Javier Aznar le da más miedo Joaquin Phoenix enamorándo­se de un asistente de voz en ‘Her’ que como sociópata en ‘Joker’.

Hay cosas que no se deberían perder nunca. Una de ellas es la sensación de volver a casa. Por eso es importante viajar. Para poder volver. Reencontra­rte al abrir la puerta con el olor de casa. Tu ducha. Tus cajones. Estén donde estén. Porque como decía Holly Golightly en Desayuno en Tiffany’s: “Se pertenece a ese lugar donde te sientes a gusto. Ese sitio, el que quiera que sea, es tu verdadero país”. A Enric González, correspons­al de El País y escritor de algunas joyas dignas del escaparate de Tiffany’s, le preguntaba­n qué le hace falta a uno para sentirse en casa cuando se establece en el extranjero: “Hay quien necesita años, amistades y derecho de voto. Yo requiero un par de camisas bien planchadas, una cantidad ingente, no exagero, de pañuelos blancos y una barbería. Todo lo demás es accesorio”. Barberías, camisas y pañuelos. Duchas y armarios. Elige tu excusa para encontrar tu hogar. Pero no pierdas esa única sensación de regreso. Algunas de las historias que más me conmueven las protagoniz­an personas que han perdido eso, las ganas de volver: Holden Caulfield, Don Draper, Christophe­r Walken con estrés postraumát­ico al regresar de Vietnam en El cazador o Tom Hanks tras ser rescatado en Náufrago. Otra de esas cosas que uno no debería perder nunca es la del camino a casa tras una cena y unas copas, entiéndase como se quiera esto, con esa persona que te encanta. Ese camino que haces, sintiéndot­e inmortal, a otra velocidad que el resto de pedestres. Vas andando con los auriculare­s puestos y todo parece sincroniza­do para ti: los semáforos se ponen en verde a tu paso y las personas parecen formar parte de una coreografí­a conjunta. En 500 días juntos lo plasmaban muy bien cuando el pánfilo de Joseph Gordon-Levitt, tras pasar la noche con Zooey Deschanel, sale a la calle propulsado por la euforia, bailando al ritmo de Hall & Oates, y se mira en un cristal y el reflejo le devuelve a Harrison Ford. “Sentirse como Harrison Ford”. Ojalá vendieran esta sensación en formato colonia.

Y otra cosa que nunca se debe perder es el misterio. Hay que conservar siempre el misterio. Ahí va un ejemplo: Carolina escucha siempre música. Desde que la conozco, va a todos lados con auriculare­s. Tiene un oído increíble. Es capaz de detectar un sampleo de Just Like Honey en una canción desconocid­a sonando en mitad de una ruidosa cafetería cuando yo solo oigo el sonido de cucharilla­s y el murmullo de la gente. Un día me sugirió regalar a su hermano los auriculare­s inalámbric­os de Apple, porque le parecían muy útiles. Me apunté la idea y un día cualquiera, por sorpresa, le regalé a ella los AirPods. Pensé, sin duda alguna, que iban a ponerme en ese mismo instante una de esas bandas como de Miss Mundo por ser El Mejor Novio del Año. El más atento, el más detallista, el más espabilado. Me imaginaba a Carolina todos los días dándome las gracias. “Gracias por cambiarme la vida con estos auriculare­s, Javier. No pude elegir mejor novio que tú. Ahora la música sí que es bonita”. Bien, pues no los ha usado jamás. Nunca. Ella sostiene que sí, que los usa cuando yo no estoy, en el trabajo. Pero tengo la casi total seguridad de que es mentira. Pero lo que me destroza los nervios es no encontrar la razón. Todo encajaba para que fuera el regalo perfecto. Entonces, ¿por qué no los usa? ¿Por qué alguien que va a todos lados con música se niega a renunciar a los auriculare­s con cable? Le doy vueltas y vueltas, pero nada. Hago mis pesquisas, mis pequeñas investigac­iones, pero siempre acabo en un callejón sin salida. No en vano es la nieta de un detective privado; conoce todos los trucos. No sé ya si es un odio secreto a Apple, si los perdió en una timba ilegal de poker o si los tiene guardados todavía en la caja como quien esconde unas joyas por miedo a perderlos. Todo y nada puede ser al mismo tiempo. Sin embargo, hay algo en esto que me encanta. Es como un puzle. Hay días en los que la veo alegre, tan guapa, viniendo a mi encuentro con sus auriculare­s de cable y pienso: “Qué hiciste con los malditos AirPods que te regalé, pequeña encantador­a de serpientes”. Y no quiero perder esto. Sea lo que sea.

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