CORRECCIÓN Y FRIALDAD
En una de las instantáneas publicadas con motivo de la muerte de su esposo, Bernadette Chirac viste jersey de cuello vuelto negro y ¿guardapolvos?, ¿vestido camisero?, de color caqui. Calza botas altas de piel marrón y, en su muñeca, brilla una pulsera de oro. Sostiene una taza de té. A su lado, Chirac fuma. La escena podría pertenecer a cualquiera de las películas de Éric Rohmer, André Téchiné o Luis Buñuel que se citan hasta la saciedad para explicar la tendencia que domina la temporada: el vestir de la buena burguesa, que reivindican Celine, Burberry o Miu Miu. El estilo que mujeres como ella popularizaron en las décadas de los sesenta y setenta, etapa en la que la esposa del primer ministro y alcalde de París primero y presidente de la V República después empezó, por cierto, a ejercer como embajadora de la moda francesa mientras alentaba y secundaba las ambiciones políticas de su marido. Pero, como en la Séverine de Bella de día, sus tailleurs eran tan intachables como poco ejemplar su vida privada. La prensa apodaba a Chirac Monsieur 5 minutos, ducha incluida. Bernardette capeaba los rumores —nunca desmentidos— sobre affaires con famosas periodistas y no menos célebres actrices pertrechada en sus sastres de tweed a juego con el bolso —el 2.55, naturalmente— de Chanel, o en las blusas de gasa estampada con lazada al cuello, prenda que resume ese look de señora bien en boga. En un contexto social y político tan convulso como el menos convencional de los matrimonios burgueses, la moda nos dice que la forma más inteligente de afrontar una realidad poco idílica consiste en vestir con corrección. Y en actuar con frialdad.
En un contexto tan convulso como el menos convencional de los matrimonios burgueses, vista con corrección. Y actúe con frialdad