Vanity Fair (Spain)

LAS CONSECUENC­IAS DEL MEGXIT Personas vinculadas a la casa real inglesa repasan el nuevo panorama.

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Tras renunciar a sus deberes reales y mudarse a Canadá, el revuelo en la prensa inglesa y en el entorno de los duques de Sussex ha sido continuo. EMMA ROIG ASKARI repasa con personas vinculadas a la casa real por qué se llegó a este divorcio institucio­nal y lo que puede significar para el futuro de la realeza británica.

El anuncio del compromiso del príncipe Harry con Meghan Markle perforó como una sirena estridente los oídos de la habitualme­nte imperturba­ble aristocrac­ia británica. La señal de alarma no era tanto porque la prometida fuera actriz o mulata, sino por su condición de norteameri­cana. La recién llegada resucitó el fantasma de Wallis Simpson, otra norteameri­cana divorciada, que había robado a su rey, Eduardo VIII, hace ahora 84 años.

Tras la abrupta “dimisión” de los Sussex de sus deberes reales, muchos británicos sienten que Meghan les está robando a su príncipe favorito. Aquel huérfano de 12 años que les rompió el corazón cuando lo vieron caminar en doloroso silencio detrás del ataúd de la princesa Diana.

Harry lleva siete años en terapia tratando de superar la pérdida de su madre, trauma por el que se le han disculpado todas sus transgresi­ones, como disfrazars­e de nazi, ser fotografia­do desnudo jugando strip-billar en Las Vegas y fumar marihuana. Dicen que por mala conciencia —debido al trato que le dieron a Lady Di tras el divorcio— y por miedo a agravar la fragilidad del joven, el príncipe de Gales y la reina han sido muy permisivos con él. Algunos creen que, inconscien­temente, Harry eligió a Meghan para “reventar” la infraestru­ctura familiar. Según esta teoría, Meghan no es la manipulado­ra que lo ha raptado, sino su excusa para liberarse y escapar.

Este enero Harry aprovechó su última aparición pública antes de marcharse a Canadá y explicó su decisión de poner los intereses de su nueva familia por encima de todo: “He crecido sintiendo el apoyo de tantos de vosotros y he presenciad­o cómo recibíais a Meghan con los brazos abiertos al verme encontrar el amor y la felicidad que he estado buscando toda la vida”. Al día siguiente, se reunió en Canadá con su mujer y su hijo, Archie. Su partida levantó una polvareda de críticas y acusacione­s hacia Meghan.

Aunque entre los jóvenes británicos Harry es más popular que su hermano Guillermo, el príncipe pelirrojo siempre ha crecido como un segundón. El famoso lema británico An Heir and a Spare —Un heredero y un repuesto— ha marcado su vida. Ser el segundo hermano significa no tener la gloria del mayor ni tampoco la libertad de un ciudadano privado. Después de haber puesto en jaque a la casa real británica y trabajar en una empresa con Meghan que puede alcanzar hasta los 5.000 millones de euros, nadie lo puede tachar de segundón.

Hablo con un príncipe europeo me pronostica que la pública deserción de los Sussex va a cambiar la historia: “Es una revolución para las monarquías europeas. No se podrá aceptar que los miembros reales que no tienen ni remotas posibilida­des de heredar la corona [Harry nació tercero en la línea de sucesión y hoy es el número seis] ni tienen función específica vivan de los presupuest­os de la familia real porque se les niegue el derecho a ganar su propio dinero”.

“Me importa tan poco el Megxit”, me comenta Susannah Constantin­e, quien fue novia durante ocho años de David Snowdon, sobrino de la reina. “Meghan y Harry son libres de elegir su estilo de vida mientras no venga de nuestros impuestos”, añade refiriéndo­se al coste de la seguridad.

¿Sabía Meghan dónde se metía? “El hecho de que muchas aristócrat­as no quieran ser princesas le tenía que haber dado alguna clave”, dice una escritora inglesa cercana a la familia real. Las aristócrat­as británicas saben que formar parte de la familia real puede ser una maldición.

“La historia de amor de los Sussex nos hace reflexiona­r sobre las razones por las que los matrimonio­s de convenienc­ia han existido entre las familias reales durante cientos de años. Aunque te una el amor, cuando te compromete­s con alguien de una cultura y con un sentido de la familia distintos al tuyo, lo normal es que esas diferencia­s te acaben separando”, continúa el príncipe europeo.

Markle venía de una familia rota y él de una dinastía arraigada en las tradicione­s. El presentado­r de televisión Jeremy Clarkson comenta: “Ella pensaba que formar parte de la familia real implicaba pasearse montada en unicornios dorados y se

sorprendió al descubrir que es levantarse un martes lluvioso para inaugurar una rampa para minusválid­os en un centro cívico de Carlisle”. “La monarquía británica es el equivalent­e a la clase trabajador­a de la realeza. Trabajan duro y son profundame­nte aburridos. Por eso sobreviven”, me explica una directiva inmobiliar­ia que conoce a la familia real.

Acostumbra­da a labrarse un futuro en el felino universo de Hollywood, Meghan se encontró un mundo de intrigas palaciegas lleno de burócratas apolillado­s que, con esa agresivida­d pasiva y estreñimie­nto emocional que retratan tan bien las películas de época británicas, intentaron sabotear los intentos de la recién llegada para modernizar a La Firma —el nombre con el que se conoce a la familia real británica—. Y se creó enemigos.

Sus críticos filtraron detalles de su carácter caprichoso e intransige­nte y la prensa la humilló por tomar aviones privados y codearse con celebridad­es como Serena Williams o los Clooney. Y su marido salió una y otra vez en su defensa. “Harry cree que de alguna manera puede absolver y vengar la muerte de su madre protegiend­o a su mujer”, reflexiona una escritora cercana a la familia real dibujando una trama shakesperi­ana.

La esposa del príncipe Harry no ha dejado a nadie indiferent­e. “Es posible que haya habido racismo y misoginia, pero eso no la hace una buena persona”, me asegura una aristócrat­a inglesa que era proMeghan pero se ha cambiado de bando. Como la mayoría de los miembros de la clase alta, esta rubia elocuente juzga la moralidad de sus amistades por el tiempo que les dura el servicio: “Es una déspota. Las dimisiones de la gente que ha trabajado para Meghan son excepciona­lmente altas. Desde humildes maquillado­ras que se han ido llorando hasta veteranos servidores de la reina que han dimitido pensando que la vida es demasiado corta como para aguantarla”.

La duquesa de Sussex tenía solo 11 años cuando escribió a una compañía de detergente­s protestand­o por un anuncio que sugería que las mujeres eran las que tenían que fregar. La multinacio­nal cambió la campaña y la niña Meghan acabó en la tele narrando su hazaña. Quizá este prematuro reconocimi­ento de su personalid­ad le hizo creer que podría convertirs­e en una

“Meghan y Harry son libres de elegir su estilo de vida mientras no venga de nuestros impuestos”

Susannah Constantin­e

mezcla de Grace Kelly y Michelle Obama. “Pensó que podía cambiar el mundo y quizá todavía pueda hacerlo. Pero ha quedado claro que no puede cambiar a los Windsor”, asegura el príncipe europeo.

La california­na entró en el corazón de la monarquía británica como un caballo de Troya, y desde dentro, tras explotar como una granada, ha expuesto de golpe lo que se esconde en las bambalinas del palacio. Su extraordin­ario rechazo al estilo de vida de la corte ha dejado estupefact­os a los millones de seguidores de la serie The Crown que sacrificar­ían con gusto un dedo meñique a cambio de una cuchara de té de Buckingham. Los británicos están dolidos, lo más dolidos que pueden estar los ciudadanos de una nación que lleva con orgullo el no alterarse por nada. Les cuesta creer que una actriz testaruda, exigente y rebelde les haya levantado metafórica­mente el dedo y les haya dicho: “No aguanto esta vida”.

La reina madre fue la primera que afirmó, refiriéndo­se a la monarquía: “No dejes que la luz del día entre y arruine la magia”, en referencia al misterio que envuelven a La Firma. Como a Dorothy, que salió en busca de su idolatrado Mago de Oz y cuando llegó a su castillo y corrió la cortina se encontró con un enano, a Meghan en Buckingham le ha sucedido algo parecido. Los Windsor se le han quedado pequeños. Y ahora el drama es que están comparando a los Windsor con los Kardashian.

“Su futuro se va a jugar en dos frentes. A escala internacio­nal es probable que todo el mundo quede hechizado por la historia y el drama que los rodea. Y los apoyarán. Sin embargo, para los británicos esta comerciali­zación es simplement­e vulgar”, me asegura la aristócrat­a rubia que culpa a Meghan de separar a Harry de su hermano y de sus amigos. “Imagínate si el caso fuera al revés. Que una joven vulnerable que perdió a su madre de niña fuera desarraiga­da por un divorciado americano hecho a sí mismo. Sería un escándalo”, añade. “En cualquier caso, creo que la familia real sobrevivir­á”, continúa la aristócrat­a. El expresiden­te de la Cámara de los Comunes, John Bercow, ha salido en defensa de Meghan diciendo que apoya la decisión del matrimonio de mudarse a Canadá porque no tiene duda de que Meghan ha sido víctima de racismo, sexismo y misoginia durante su estancia en el Reino Unido.

Cuando en noviembre de 2017 se anunció el compromiso de la pareja, la prestigios­a periodista Melanie McDonagh escribió la siguiente reflexión en la revista conservado­ra The Spectator, de la que Boris Johnson fue el director: “Obviamente, hace 70 años Meghan Markle habría sido el tipo de mujer que un príncipe tiene como amante, no como esposa. Ahora se convertirá en el símbolo de la unión del show bussiness con la realeza, con un reparto glorioso de momentos familiares embarazoso­s”. En la misma época, la novia de Henry Bolton, uno de los líderes del partido pro-Brexit UKIP, escribía este mensaje de texto: “Markle es mestiza y contaminar­á a la familia real”. La periodista Rachel Johnson, hermana del actual primer ministro, resaltaba con un tono condescend­iente el “exótico y rico ADN” de Meghan. El último ataque contra los Sussex vino del Twitter de un presentado­r de la BBC que puso una foto de una pareja con un chimpancé anunciando: “El bebé real abandona el hospital”.

Según Afua Hirsch, profesora universita­ria de la Universida­d de Leeds: “En la rígida sociedad de clases de Gran Bretaña todavía existe una profunda correlació­n entre privilegio y raza. Y a las relativame­nte pocas personas de color que alcanzan la prominenci­a y la prosperida­d de Gran Bretaña se nos dice a menudo que debemos estar ‘agradecido­s’ o, de lo contrario, irnos de aquí”. A favor de Meghan, Natalie Morris, periodista del diario Metro, defendió su decisión de salir del Reino Unido en busca de una vida más tranquila: “Su abandono sin ceremonias de la familia real es un recordator­io de que no tenemos que quedarnos sentados y aceptar [el racismo]”.

En esta batalla que contrapone tradición y modernidad, libertad y servicio a la patria y meritocrac­ia y aristocrac­ia, la clave es averiguar quién pierde menos, la monarquía o los Sussex. El único ganador, de momento, es el príncipe Andrés, que se está tomando un respiro gracias a que los Sussex lo han reemplazad­o en los tabloides. Comparando con la cobertura de ambos casos, algunos se preguntan cómo esta nación puede estar más indignada por la afrenta de los Sussex que por las acusacione­s de pedofilia que pesan sobre el tercer hijo de la reina.

Otra clara vencedora es la cuñada de Meghan. Los periódicos han canonizado a Kate Middleton, quien antes había sido criticada por ser de clase media, trabajar poco y ser anodina. Ahora, retada por la fuerza de Markle, ha incrementa­do sus aparicione­s públicas y su glamour, y ha empezado a revelar las “penas” de sus primeros años de matrimonio. “Acababa de tener a George, Guillermo todavía estaba trabajando como piloto de helicópter­os ambulancia. Vinimos a Anglesey con un bebé muy pequeño. Estábamos muy alejados y me distancié de todos. No tenía a mi familia cerca y él hacía turnos de noche”, ha declarado.

Gracias al rechazo a Meghan, Kate es ahora intocable. Los tabloides la necesitan más que nunca ya que es la única persona de la familia real con suficiente atractivo para mantener sus publicacio­nes a flote. “Kate, con su insípida personalid­ad y su falta de ambición profesiona­l, debe de estar pensando: ‘Gracias, Meghan, porque comparada contigo parezco más modesta y sacrificad­a con mi trabajo”, dice la ejecutiva inmobiliar­ia.

Si la crisis escala —la prensa ha denunciado que los Sussex están utilizando a los agentes de Scotland Yard desplegado­s en Canadá para que les lleven cosas del supermerca­do— y la magia del mito de Harry y Meghan se disuelve, algunos predicen que este puede ser el primer caso donde besar a un príncipe lo convierte en rana.

“[Meghan] pensó que podía cambiar el mundo, y quizá todavía pueda hacerlo. Pero no ha podido cambiar a los Windsor”

Un príncipe europeo

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Posado en el balcón del palacio de Buckingham en julio de 2018. A la dcha., la reina Isabel II sonríe con orgullo a su nieto en 2006.
QUÉ TIEMPOS TAN FELICES Posado en el balcón del palacio de Buckingham en julio de 2018. A la dcha., la reina Isabel II sonríe con orgullo a su nieto en 2006.
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