Vanity Fair (Spain)

EUGENIA MARTÍNEZ DE IRUJO La duquesa de Montoro habla sobre su pareja, su madre y su relación con Cayetano.

Eugenia Martínez de Irujo lleva capa Nicole, fabricada en lana, con capucha y vistas de terciopelo de algodón, de Seseña y top de algodón con cuello bordado de Giambattis­ta Valli.

- FOTOGRAFÍA ERWIN OLAF ESTILISMO ANDREA OREJAS

Asentada en su faceta de diseñadora de joyas y al lado de su marido, Narcís Rebollo, Eugenia Martínez de Irujo ha encontrado el equilibrio. Mientras posa para Erwin Olaf como miembro de la corte del Siglo de Oro, combate su timidez frente a ALBERTO MORENO para recordar el legado de la duquesa de Alba y lamentar sus desencuent­ros con su hermano Cayetano.

De entre todos los retratos de la casa de Alba, el favorito de Eugenia Martínez de Irujo es el de su abuela María del Rosario de Silva y Gurtubay, firmado por el pintor Ignacio Zuloaga en 1921. Su antepasada posa con mantilla española, abanico y un vestido rojo de volantes que 32 años después intentaría replicar el modista vasco Cristóbal Balenciaga para una de sus más icónicas creaciones. También se encuentra entre sus predilecto­s la duquesa de Alba que pintó Goya en 1795. “El perrito que aparece en ese cuadro inspiró mis últimos diseños para Tous. Me volví loca buscando el nombre de la mascota porque quería que mi colección se llamara igual, pero no aparece por ningún lado, así que al final la bauticé ‘La XIII’ [en honor a la decimoterc­era duquesa de Alba]. No quería ponerle ‘Duquesa”, me explica Eugenia, que ostenta el título de duquesa de Montoro.

No ha sido fácil la gestión de esta entrevista. Todo empezó hace un año y medio con un cóctel en la casa de Lorenzo Castillo, donde se celebraba el cumpleaños de Boris Izaguirre. Luego vinieron dos desayunos de café sin pastas, un almuerzo a tres bandas con su marido, Narcís Rebollo, y una cena en honor a Antonio Banderas la noche en que ella cumplió 51 años. Todo aderezado con infinidad de llamadas telefónica­s con el fin de que la única hija de Luis Martínez de Irujo y Cayetana Fitz-James Stuart se animara a posar en nuestras páginas. Su relación con la prensa ha sido desigual a través de los años, aunque a finales de enero, sentados en la mesa de un restaurant­e de la Plaza de Oriente aledaño al Teatro Real, me confiesa que no tiene problemas con nadie: “Me llevo bien con la prensa, con todo el mundo. Es verdad que he tenido etapas, como fue la separación [del torero Fran Rivera] u otros momentos puntuales en que se torció la cosa porque, al parecer, yo interesaba mucho”. Hace una década, cuando se dirigía al taller de Miguel Palacio en Madrid, vio a un hombre que le resultaba familiar al otro lado de la calle y pensó: “Su cara me suena. Debe de ser uno de los paparazzi que me siguen habitualme­nte. Los teléfonos con cámara acababan de salir, se paró justo enfrente, lo vi estirar el brazo y dirigir el móvil hacia mí. En ese momento salí corriendo hacia él gritando: ‘¡Me estás haciendo fotos! ¡Me estás haciendo fotos!’. Cuando lo vi de cerca, me di cuenta de que era José María Cano, de Mecano. Me explicó que se alejaba el teléfono de la cara porque no ve bien de cerca. ¡Le pedí tantos perdones! Desde entonces somos muy buenos amigos. Pero ahora estoy felicísima en ese sentido porque he pasado a un segundo plano y a una vida totalmente normal”.

—¿Narcís tiene una gran responsabi­lidad en eso? —Muchísima, muchísima. Mi hija también lo adora, es imposible no adorarlo. Lo que más me gusta de él es que nunca ve un problema. Lo admiro por su trayectori­a profesiona­l e inteligenc­ia, pero sobre todo porque es una buena persona. Tiene mucho sentido del humor y yo no puedo estar con alguien con quien no me ría. No quiero un “seta” al lado ni muerta.

—En su primera boda se vistió de duquesa regia y se casó con un torero. En la segunda fue disfrazada de Marilyn Monroe y su novio de Elvis Presley. ¿Cómo fue la propuesta matrimonia­l de Narcís?

—Ni siquiera me lo pidió. Lo medio hablamos y lo organizamo­s sobre la marcha. Compré los anillos más horteras que encontré y alquilé los disfraces. Cuando acabaron los premios Grammy, nos fuimos al hotel y a las 23.30 de la noche llegaba la limusina. Narcís ni se había probado el disfraz, pero cuando llegamos a la ceremonia, a medianoche, estaba muy en su papel. Yo lo miraba y no podía reprimir las carcajadas. No me he reído más en mi vida.

Entrevista­mos a Rebollo en el número anterior de Vanity Fair, en un reportaje que ponía de relieve cómo partiendo desde cero en los noventa hizo fortuna en el mundo de la música con sucesivos éxitos en Max Music, Vale Music y Operación Triunfo hasta llegar a la presidenci­a de Universal Music España y Portugal. Les pedimos posar juntos, pero es una barrera que ni uno ni otro se ha atrevido a cruzar pese a que en Instagram se profesen amor mutuo con frecuencia. “Me ha encantado el reportaje que le hicisteis a Narcís. Lo veo muy atractivo. A mí me gustan mucho más los tíos atractivos que los perfectito­s guapos, ¿sabes?”, dice mientras remueve la sacarina de su café. “Que él quiera ser discreto con los medios es algo en lo que coincidimo­s. Siempre digo que jamás he posado ni con un novio ni con un marido, y eso lo llevamos a rajatabla”.

Soy Cayetana, Cayetana de Alba. Tengo otra media docena de nombres y unos cuantos títulos. A menudo se ha escrito que poseo más que ningún otro noble en el mundo. Tal vez, puede ser. En todo caso, que escriban lo que quieran. ¡Se han dicho tantas cosas sobre mí! Unas pocas, verdaderas; otras muchas, falsas; y bastantes, simplement­e bobadas”. Así arranca la autobiogra­fía de la madre de Eugenia Martínez de Irujo titulada Yo, Cayetana y publicada en 2011, y da la medida del personaje. Su buena mochila de grandezas de España y una vida privada cacareada en todos los corrillos, sin llegar a ser desmentida, generó en el acervo popular una idea casi épica de la duquesa. Alguien capaz de “ponerse al mundo por montera”, coletilla con que solían glosarla con la misma ligereza que hemos llamado “campechano” al rey emérito y fenomenalm­ente “preparado” a su hijo. De Cayetana llegó a decir Ágatha Ruiz de la Prada: “No se me ocurre nada mejor que ser duquesa de Alba”, una sombra derivada de infinitos focos a la que seis hijos tuvieron que hacer siempre frente. “Creo que la fama depende de como tú la gestiones y que es más fácil de llevar si la has conocido desde la cuna que triunfar de repente y experiment­ar un gran boom”, asume Eugenia, incluyéndo­se en el grupo privilegia­do. “Debes tener la cabeza muy

bien puesta para que eso no te afecte de alguna manera. Todo tiene sus partes buenas y sus partes malas, pero sería un poco injusto quejarme. Cuando viajo al extranjero, me siento más a gusto y más libre porque me conoce mucha menos gente. Y no hay nada más bonito en esta vida que la libertad”. Este último año la ha disfrutado sin medida porque ha viajado a Egipto y a distintas ciudades estadounid­enses, como Nueva York, Chicago y Las Vegas, un lugar donde recala cada noviembre, pues es la sede permanente de los Latin Grammy, un evento donde ella y Narcís coinciden con amigos como Juanes, Morat o Pablo López.

La libertad a la que apela cuando está lejos y no la reconocen es la que siempre caracteriz­ó a su madre, le sugiero. “Sí que fue muy libre, pero también tuvo muchas obligacion­es. Estuvo siempre en el ojo del huracán, aunque al final siempre se movió por encima del bien y del mal”. Eugenia, mucho más tímida que la duquesa, buscaba desmarcars­e de su influjo con frecuencia. “De jovencita la gente me decía: ‘¿Pero tú no eres la hija de la duquesa?’. Y yo les contestaba: ‘No, no, qué va, pero me lo dicen mucho'. También recuerdo salir de pequeña con ella por ahí y pasar muchísima vergüenza en la calle y en el cole. De niña solo quieres ser normal, y tener toda esa atención me hacía pasarlo fatal. Eso, a pesar de que la prensa de la época era dócil y civilizada”.

Puede que ese carácter indómito que Eugenia esquivó fuera el que heredó, más que ningún otro hermano, Cayetano Martínez de Irujo. Su aparición el pasado mes de julio en el programa Lazos de sangre de TVE, así como la publicació­n de sus memorias De Cayetana a Cayetano el pasado septiembre, donde sugería abusos físicos durante su infancia, consumo de estupefaci­entes, flirteos con la Cienciolog­ía y una agitada vida sexual durante los noventa, cayó como una bomba en la línea de flotación de una familia hoy comandada por Carlos Fitz-James Stuart y cuyos hermanos Alfonso, Jacobo y Fernando han sido lo menos mediáticos que les ha permitido su abolengo. “Mis hermanos mayores tuvieron una educación mucho más discreta que Cayetano y yo. Quizá por eso no han sido un objetivo tan buscado por los medios”, resuelve Eugenia.

—Quizá la diferencia estuvo en las relaciones sentimenta­les que Cayetano mantuvo con Mar Flores y usted con Fran Rivera. Los toreros siempre han tenido un interés extra para las revistas del corazón.

—Uf, y luego ya la separación ni te cuento. Hubo titulares que dolieron mucho porque fue como hurgar en la herida.

—Si su primera boda hubiera sido con Narcís, ¿cree que habría conservado un perfil más bajo?

—Es posible. Pero me enamoré. ¿Qué le voy a hacer? (sonríe). No me arrepiento de nada en esta vida. Tengo una hija maravillos­a y hubo momentos buenísimos. Y ya está, no pasa nada.

—¿Le molesta que Cayetano frecuente los platós? —No me meto en eso. Todos somos independie­ntes. Cayetano es Cayetano, yo soy yo y cada uno de mis hermanos es cada uno de mis hermanos. Él es libre de actuar y de hacer lo que quiera. A mí lo que me gusta es ser consecuent­e. —¿Sugiere que él no lo es?

—No lo sé. He dicho que a mí me gusta ser consecuent­e, no que él no lo sea.

—¿Le gusta sentirse el pegamento entre los seis hermanos, la que intenta que todos estén bien avenidos?

—Es que todos estamos fenomenal.

—No se juntan mucho. ¿Quizá Cayetano haya provocado una cierta escisión?

—Eso es problema suyo y habría que preguntárs­elo a él. Yo te hablo por mí: me llevo fantástico con todos los demás y los adoro. Con Cayetano no tengo relación, pero nunca dejaré de quererlo. Es mi hermano.

—¿Cree que alguna vez se reconcilia­rá con él?

—No lo sé, porque a mí hay ciertas cosas que me hacen mucho daño. En esta época de mi vida ya no me gustan las montañas rusas: un día fenomenal y al día siguiente fatal. Nadie tiene derecho a quitarme la felicidad. Llega un momento que uno pone el freno, dice: “Hasta aquí”. Y es humano.

“Con Cayetano no tengo relación, pero nunca dejaré de quererlo. Es mi hermano” Eugenia Martínez de Irujo

Esta charla de jueves por la mañana tendría que haberse celebrado un día antes, pero el funeral de la infanta doña Pilar nos hizo aplazarla. Eugenia ha empezado apagada y sin muchas ganas de hablar, aunque va adquiriend­o un humor cada vez más efervescen­te. Hablar de sí misma, confiesa, le da “mucha pereza”, pero poco a poco se anima con el chit-chat, y su caracterís­tica diastema, que asoma cuando sonríe, comienza a hacerse más y más visible hasta acompasar su ánimo con los colores chillones que preñan el jersey de lana que lleva puesto. Cada respuesta que articula la lleva a hacerme otras preguntas a mí. Si hablamos de política —“Me preocupa la situación de España porque no le veo fácil solución. No te creas que tengo mucha confianza en los políticos. Desgraciad­amente no tengo muy buenas palabras”—, le interesa saber si coincido y también si se ha pasado de sincera. Es la segunda vez que charlamos en torno a una grabadora y la ocasión me sirve para enseñarle los retratos que el holandés Erwin Olaf le hizo a mediados de diciembre replicando la pintura de cámara de las cortes del Siglo de Oro. Ella será la punta de lanza de un porfolio que incluye a las modelos Laura Ponte, Alba Galocha, Violeta Sánchez o al propio fotógrafo en un intento de introducir­se en la obra, como hiciera Velázquez en Las Meninas. Olaf, inspirado por “la fuente de continua creativida­d” que fue la duquesa de Montoro aquel día, parecía poseído por el espíritu de Vermeer al pulsar el disparador y conseguir retratos con categoría de portada en cada intento. Maestría que a Martínez de Irujo no le pasó

desapercib­ida y que sirvió para conseguir que posara para Vanity Fair fuera del periodo promociona­l de las coleccione­s que diseña para Tous desde hace más de dos décadas: “Me gustó la idea del reportaje, porque si no es muy raro que haga algo de este tipo. Lo aprecio porque es más un proyecto de arte que una entrevista corriente. Ahí me ganasteis”. Echa de menos una fotografía con peinado bob que el reputado peluquero Nicolas Junjarck, otro de los colaborado­res de este porfolio, le retocó en 10 minutos durante la sesión. Al francés, le valieron la pena las 17 horas que pasó en un autobús para venir desde París —tiene una dolencia en los tímpanos que le impide volar—. A su llegada, llenó una mesa entera de pelucas y luego, chas-chas, adiós a su melena.

Aquel corte de pelo improvisad­o y dos horas extra sobre el horario que le propusimos hicieron que Eugenia llegara tarde a la cena a la que iba a acudir con su marido aquel 11 de diciembre, un hito no tan frecuente como cabría imaginar dadas las abultadas agendas de ambos. “No me gusta nada salir a cenar. Bueno, rara vez. Si tengo un plan con amigos y es apetecible, pues sí, pero casi siempre nos quedamos en casa y nos reímos mucho. Jugamos mucho al backgammon. De hecho, Narcís me regaló uno de color verde, negro y blanco muy bonito por mi último cumpleaños. Lo diseñó el artista Jonathan Adler y él lo encontró en un anticuario. Es un juego que me apasiona, igual que a mi madre y a Tana. A ella también le encantan las cartas, pero a mí me aburren que me matan. Se pasa el día jugando al mus, es una forofa”. No pasan nunca 10 minutos sin que mencione a su hija de manera cariñosa por cualquier anécdota o hecho relacionad­o que le venga a la memoria, aunque, insiste, todo lo que hablemos sobre ella será off the record. Es, igual que Eugenia para Cayetana, su ojito derecho. “Quizá Cayetano y yo éramos sus ojitos derechos por ser los pequeños. Yo nací después de muchos embarazos que no llegaron a término porque en aquella época había muchos problemas [la duquesa de Alba tuvo hasta cinco abortos]. Yo fui la última y la única niña. Me estaban esperando como agua de mayo. ‘Cuando naciste, tu padre estaba tan contento que nos dio una paga extra’, me contaba siempre mi nanny”.

Fuera de los juegos de mesa, nobleza obliga, se ha asomado, por supuesto, a las tramas de The Crown, serie a la que está enganchada. “Ahora estamos con la cuarta temporada, pero me gustó mucho más la primera época, la de Churchill. Llevamos muy poquito de esta, solo dos capítulos, y alucino con lo bien caracteriz­ados que están”.

Eso me recuerda a las instantáne­as que se vieron en el funeral de doña Pilar. Eugenia, de luto riguroso, del brazo de su marido, compartien­do galerías fotográfic­as en los portales digitales con sus hermanos Fernando, Carlos y Alfonso; los reyes Felipe y Letizia; las infantas Elena y Cristina; la reina emérita Beatriz de Holanda; don Juan Carlos y doña Sofía; la baronesa Thyssen y un largo etcétera, un fresco que pareciera la versión española de la serie que ha populariza­do Netflix. No sorprende que Eugenia se manifieste absolutame­nte monárquica, aunque matiza que no alterna demasiado con

el rey Felipe. “Cuando éramos pequeños, nos veíamos más. Creo que es complicado ser rey, y él tampoco lo tiene muy fácil que se diga. Lo considero muy válido, un hombre preparadís­imo. Me encanta. Creo que es el mejor embajador que podemos tener. Letizia también cumple perfectame­nte con su papel de reina. Es dificilísi­mo estar en el punto de mira 24 horas al día. Eso no lo aguanta nadie”.

—¿Y don Juan Carlos?

—También me encanta. Su papel fue importantí­simo durante la Transición. Y el de la Reina Sofía, a la que admiro profundame­nte.

—¿Cree que llegaremos a ver a Leonor reina de España? —Me gustaría mucho, pero la historia se escribe día a día. —¿Se identifica con los nobles cuando coincide con ellos? —No (risas), qué me voy a sentir noble… De hecho, no utilizo nunca mi título. Me da como vergüenza y pudor, ¿sabes? Es una tontería mía, un tema psicológic­o. No tengo nada que ver con nada así. Me veo rimbombant­e si lo digo. No me gusta.

—Su madre era la persona con más títulos de España y nadie pensaba que fuera rimbombant­e. Lo llevaba con una naturalida­d extraordin­aria.

—Es que ella fue absolutame­nte educada para ser la duquesa de Alba, lo llevaba por bandera y yo no. No quiero desvincula­rme, porque estoy muy orgullosa de mis raíces, por donde he nacido, pero, bueno, tampoco está mal ser un poco independie­nte de todo eso…

—Educaron a su madre para ser duquesa de Alba y a su hermano Carlos para sucederla.

—Cuestionar su gestión es lo mismo que hablar de política. Cuando estás fuera, es muy fácil criticar, pero, amigo mío, cuando estás dentro, las cosas cambian. Creo que lo está haciendo muy bien y eso que su trabajo no es nada fácil. La vida evoluciona, los tiempos evoluciona­n y estamos ya en el siglo XXI.

—Se refiere a abrir al público el palacio de Liria… —Al principio me chocó porque mi madre tenía otra mentalidad. Vivió en otro tiempo. Pero la realidad que a ella le tocó no tiene nada que ver con la de unos años para acá. Además, la gente, por lo que me dicen en las redes sociales, lo ha agradecido muchísimo. Y, oye, tampoco hay nada horroroso. ¿A quién molestas con esto? —A Cayetano. —(Risas). Un patrimonio de estas caracterís­ticas no es fácil de gestionar.

—¿Cómo son de consciente­s usted y sus hermanos de que el legado tiene que sobrevivir? Cuando se dice que es el patrimonio más grande de España, ¿existe una deuda histórica para hacerlo igual de bien que los anteriores albaceas?

—Totalmente, pero a Carlos lo han educado también para esto y lo tiene clarísimo. Y me parece que [su hijo] Fernando [Fitz-James Stuart, actual duque de Huéscar] le sucederá muy bien. Él y [su esposa] Sofía [Palazuelo] me parecen fantástico­s. Desde pequeños, todos, absolutame­nte todos, hemos tenido clarísimo lo que había. Todo iba para el mayor, en el sentido del patrimonio artístico. Es la única manera de mantenerlo.

Precisamen­te el palacio de Liria es la vista que se distingue desde la terraza del apartament­o que Eugenia comparte con Narcís. Un fresco impresiona­nte con los jardines del recinto a escasos 20 metros bajo nuestros pies. La plaza de España, con sus dos icónicos rascacielo­s coronándol­a, es lo único que nos separa del sol. “En ese camino de ahí un coche atropelló a mi perro Calito [hace justo un año]”, recuerda con tristeza señalando el lugar del accidente. Entonces, me comparte sus planes para habilitar un jardín en su terraza con el fin de que no vuelva a suceder nada parecido y que Chocolate, Vodka, Trucho y Churri, los perros que viven con ella, puedan jugar y correr con seguridad”. Mientras observo las obras de Mayte Spínola, Luis Feito, Domenico Maggiotto o el flamenco Jan van Kessel, Churri no para de ladrarme. “No está enfadado —me aclara Eugenia— solamente quiere jugar”. Falta un cuadro, Luis Napoleón Bonaparte a caballo, que Eugenia ha cedido al Prado para una exposición temporal. Lo pintó su antepasada Francesca Stuart Sindici, amiga de la emperatriz Eugenia de Montijo.

Nos encontramo­s en el último escenario de esta entrevista tripartita. Narcís también está presente, aunque informa que en un par de horas vuela a México en un viaje relámpago que lo tendrá de vuelta en tres días. “Yo aprovecho y me escapo a Sevilla, al campo con mis animales”, comenta Eugenia, refiriéndo­se a la finca La Pizana, que recibió como herencia en vida al casarse su madre con Alfonso Díez en 2011. Antes de despedirme le pregunto por la fiesta de cumpleaños de la cantante María Jiménez, que se celebró hace un par de días y en la que Eugenia grabó cantidad de vídeos: “Hay pocas artistas vivas a las que admire más”. También por la cena de anoche con Alejandro Sanz y su novia, la artista cubana Rachel Valdés. El cantante siempre sale a colación cuando Narcís habla de sus amigos. Son otro tipo de aristocrac­ia, mezcla de las castas que encarnan marido y mujer. Un ecosistema en el que, esta vez sí, la duquesa de Montoro se siente miembro de la corte.

“Cuestionar la gestión de Carlos es como hablar de política. Cuando estás fuera, es fácil criticar” Eugenia, duquesa de Montoro

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El día de su bautizo (10 de diciembre de 1968) con su prima y madrina, Mencía Fitz-James Stuart, marquesa del Valle de la Paloma. (2) (3) En 1998, en su boda con Fran Rivera en Sevilla. En 1973, (4) (5) aprendiend­o flamenco. Con su madre, la duquesa de Alba. Junto a su actual esposo, Narcís Rebollo, durante la gala Starlite de Marbella, (6) en agosto de 2018. El d ía de su noveno cumpleaños, en el palacio (7) de Liria. Eugenia, recién nacida, rodeada por sus padres y de sus (8) hermanos. En la Feria de Sevilla de 2019, con su hija Cayetana Rivera.
UNA VIDA PLENA (1) El día de su bautizo (10 de diciembre de 1968) con su prima y madrina, Mencía Fitz-James Stuart, marquesa del Valle de la Paloma. (2) (3) En 1998, en su boda con Fran Rivera en Sevilla. En 1973, (4) (5) aprendiend­o flamenco. Con su madre, la duquesa de Alba. Junto a su actual esposo, Narcís Rebollo, durante la gala Starlite de Marbella, (6) en agosto de 2018. El d ía de su noveno cumpleaños, en el palacio (7) de Liria. Eugenia, recién nacida, rodeada por sus padres y de sus (8) hermanos. En la Feria de Sevilla de 2019, con su hija Cayetana Rivera.
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