Vanity Fair (Spain)

FAMILIA DE ARTISTAS El hermano de Esperanza Aguirre y dos de sus sobrinas encabezan la rama bohemia de la saga.

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Comparten ancestros y pasión. José Luis Aguirre Gil de Biedma, Violeta Aguirre Díaz de Bustamante y Cristina Aguirre le cuentan a PATRICIA ESPINOSA DE LOS MONTEROS cómo es crecer en una familia de empresario­s y bohemios. Una pista: la política Esperanza Aguirre y el poeta Jaime Gil de Biedma forman parte de esta saga.

Tres artistas, dos generacion­es, tres filosofías y una misma familia. Les presentamo­s a tres miembros de un clan: José Luis Aguirre Gil de Biedma —conocido como Jaelius—, de 64 años; su hija, Violeta Aguirre Díaz de Bustamante —Violeta McGuire—, de 26; y su sobrina, Cristina Aguirre —de nombre artístico Sino—, de 27, hija del empresario Santiago Aguirre, presidente del grupo inmobiliar­io Savills Aguirre Newman.

En otra época este apellido evocaría aventurero­s o banqueros, pero hoy es inevitable pensar en Esperanza Aguirre, una mujer que hace muchos años dejó su sillón del Ministerio de Informació­n y Turismo para lanzarse a las arenas de la vida política. Y los suyos la apoyaron. Una familia formada por su padre, el abogado de la alta burguesía madrileña José Luis Aguirre; su madre, Piedad Gil de Biedma y Vega de Seoane —hermana del poeta Jaime Gil de Biedma—; y sus siete hermanos: Isabel, Piedy, José Luis —nuestro protagonis­ta—, María, Santiago, Rocío y Cristina. Una casa en la que confluyen dos tendencias: la empresaria­l y la bohemia. Ambas, emprendedo­ras y a veces cruzadas, como es el caso de Piedy, abogada, pero también una de las impulsoras de la movida madrileña.

En lo que respecta a José Luis, sus hijas Violeta y Vera, sus sobrinas Cristina y Mariana o su sobrino Beltrán han tenido claro su deseo de dedicarse al mundo del arte. “Creo que somos como el hemisferio izquierdo y el derecho de una misma familia”, reflexiona. ¿Qué tienen en común? Pues que, contra todo pronóstico, son y se sienten artistas: José Luis, el mayor de los chicos, estaba abocado a trabajar en una empresa familiar, como su abuelo —“Un tío listo, con fuerza, energético y animoso”—, pero se rebeló. En 1991 este pintor y escultor fundó la Feria de Liberación de Espacios Comerciale­s Hacia el Arte [FLECHA], que este año se celebra del 6 de febrero al 8 de marzo y reúne a artistas de vanguardia.

Tuvieron una educación más pragmática que artística, pero varios de los ocho hermanos cruzaron el umbral de este mundo e hicieron sus pinitos. “Mis hermanas mayores cantaban a tres voces, y no lo hacían mal. Esperanza no tuvo tiempo de dedicarse a ello, aunque le gusta. Isabel, sin embargo, es una gran restaurado­ra que, entre otras obras, trabajó en la restauraci­ón de Las meninas, de Velázquez, y El Entierro del Conde de Orgaz, del Greco. Y Piedy, además de ser una buena abogada en

“La conexión con Esperanza es inevitable. Si lo haces bien, es porque eres su hermano. Si lo haces mal, también”

José Luis Aguirre

ejercicio, es una entusiasta del flamenco y de la música. Montó, entre otras, la Sala Caracol, que fue trampolín de muchos artistas de los ochenta de Madrid”. —¿Dificultad del apellido Aguirre? —Que la conexión con Esperanza es inevitable. Si lo haces bien, es porque eres su hermano. Si lo haces mal, también. —¿Inconvenie­ntes? —Llevamos toda la vida con ellos. ¿Que Esperanza está en el Ayuntamien­to? Pues no te acercas ni a él ni a cualquier posible ayuda. ¿Que la nombran ministra de Cultura? Pues ya tenemos el filtro un poco más ampliado. Anda que no es larga su carrera… Lo demás son ventajas. Me siento orgullosís­imo de ella, porque ha luchado para ayudar a la gente y eso es un honor para mi familia. También me ha abierto algunas puertas. Una vez me llevó a los toros en Las Ventas y alguna otra a un palco en la ópera.

Podríamos rebuscar esta vena artística en su familia. Por vía materna, en su tío, el poeta Jaime Gil de Biedma. Por vía paterna, el pintor Félix Borrell Vidal, hijo de un químico de Gerona que instaló una farmacia en la Puerta del Sol. Allí, el pintor, fotógrafo y artista formó, junto a sus amigos Lhardy, Macarrón, Sorolla y otros más, la Asociación Wagneriana, que se reunía en la rebotica y donde su principal ocupación era pelearse con los antiwagner­ianos y citarse en un café de la calle de Alcalá, frente a la parada del tranvía, para darse el gustazo erótico de ver los tobillos de todas las que bajaban del estribo.

José Luis empezó en la música, una pasión que nació en el autobús del colegio. Los Judíos Pintos sigue siendo su banda y llevan más de 40 años reuniéndos­e para tocar: “A los 16 nos llamábamos Álvarez de Baena Blues Band, la dirección de nuestra casa, porque en el grupo éramos todos vecinos”. Pasaron diferentes etapas: reunidos, separados y vueltos a unir. Maladie d’Amour, Orquesta de la Pera, Real Estate Blues Band y Bajas Pasiones fueron productos suyos. A la guitarra, él y su hermano Santiago.

“Vivimos la movida a tope, tocamos con Alaska y con Carlos Berlanga, no había garito de Madrid que se nos resistiera. Teníamos juventud y mucha fuerza. Fuimos los primeros que tocamos en la Sala Sol y los últimos de Rockola. Luego maduramos, nos graduamos, nos casamos, vinieron los niños y las empresas, pero nunca dejamos la música”. También le encantaba dibujar: “En COU, en el CEU, hice una exposición con dibujos sombreados muy currados. Ahora estarían de moda, pero eran muy siniestros, ojos con una tijera clavada, un dedo que andaba sangrando. Se los regalé a mi primer amor y su padre, bastante insensible, los vio y los tiró. Ese fue el destino de mi primera exposición”.

Jaelius confiesa que nunca había pensado en dedicarse a esto seriamente hasta que, tras hacer un intento frustrado en el mundo del séptimo arte, montando una productora de cine publicitar­io con el productor y director José Luis Borau, decidió crear la suya, pero dedicada al arte. Así nació su primer proyecto empresaria­l: Pacasa (Produccion­es Artísticas con Amor), una sociedad anónima, según él, abocada a la pobreza: “Lo bueno es que surgió la oportunida­d de montar una exposición en un anticuario de la calle Conde de Xiquena donde trabajaba Carlos Díaz de Bustamante, mi cuñado, que en esa época tampoco era artista. La muestra se llamó Arte con amor, yo me ocupé de hacer el cartel y resultó exitosa”. Tras un año en Perú siguiendo a un viejo amor, volvió a Madrid: “Me puse la corbata y trabajé junto a mi padre en Minero Siderúrgic­a de Ponferrada, para felicidad de mi familia más formal”. Pero por las noches salía

a tocar al Rockola con su grupo, Bajas pasiones. “Me fui de casa pronto. Me gustaba llevar el pelo largo, pero a mi padre le parecía una agresión injustific­able. Además, era imposible convivir si me dedicaba a la música. Entonces me mudé a una buhardilla. Mi primer trabajo fue dar clase de guitarra a domicilio, que compaginab­a tocando en algún otro grupo”.

Eran los ochenta y en Madrid se podía hacer cualquier cosa. Llegaron a grabar un disco, pero lo de la música se terminó truncando y se dedicó a pintar. Sus amigos y su hermana Isabel lo convencier­on para que se fuera a Nueva York a una magnífica escuela: la Arts Students League. “Cuando mi padre vio mi empeño en la pintura, me ayudó a pagarme esos estudios. Supongo que estaría desesperad­o conmigo”.

A su regreso a Madrid habían pasado muchas cosas. Entre otras, se había abierto el Centro Comercial Arturo Soria y estaban buscando a alguien que organizara exposicion­es de arte. Así nació FLECHA. Era 1991, un año antes de la Expo de Sevilla y las Olimpiadas de Barcelona. Entonces no había wifi ni móviles, en la tele daban los primeros realities y series como el Príncipe de Bel Air o Friends, se oía a las Spice Girls, a los Backstreet Boys y el No amanece de Los Secretos; en el Gobierno estaba Felipe González y en Banesto, Mario Conde; y se llevaban las hombreras y los peinados con volumen.

Fue entonces cuando este grupo de artistas y amigos, que vieron cómo la cultura del pelotazo desterraba a la movida, decidieron reunirse y luchar para que no se olvidase su arte. Ouka Leele,

El Hortelano y Ceesepe, entre otros, se agruparon bajo el impulso de José Luis, que tenía una mente organizada y con buenas ideas. Decidieron trabajar por acercar su arte al público en el foro por excelencia de finales del siglo XX: los centros comerciale­s. Desde entonces, FLECHA ha adquirido una nueva dimensión, ha viajado a ciudades como Miami, Lisboa, Bilbao, Palma o Barcelona y ha mutado al mundo online, foro por excelencia del siglo XXI.

La hija de Jaelius ha escuchado muchas veces las batallas de su padre. Violeta McGuire —su nombre artístico convierte en escocés al apellido del padre— se llama Violeta Aguirre Díaz de Bustamante. Ha vivido siempre rodeada de artistas y confiesa que el olor a óleo le recuerda a su infancia. Además de su padre, su madre, Verónica Bustamante, también es pintora y es sobrina de Carlos Díaz de Bustamante y de Ouka Leele —Bárbara Gil de Biedma—. Nunca jugó con la Play, pero sí con gatos, perros y una tortuga. Pasó su infancia en el campo, en una casa de sus abuelos paternos, cerca de El Escorial. Sus padres tenían allí el estudio y recuerda que jugaban mucho con ellos y que sus dos hermanas, Olivia y Vera, andaban siempre disfrazada­s. No tenían televisión, hacían casas imaginaria­s y recibían innumerabl­es visitas de amigos de sus progenitor­es, entre los que se encontraba gran parte de la generación de la famosa movida de los ochenta. Reconoce que crecer en ese ambiente artístico ha hecho que se sienta más segura en este mundo. “Tener tantos creadores alrededor y conversar con ellos te anima y te inspira. Mis padres, de todos modos, han sido exigentes y sin pelos en la lengua a la hora de evaluar mi trabajo, y reconozco que la opinión y el arte de mi tío Carlos, con sus cajas de luz, o de mi tía Bárbara, con su surrealism­o y sus colores, han sido decisivos para mí”.

Sus esculturas de agua —creaciones redondas con agua en movimiento— las imaginó buceando en un viaje a Oriente. La forma circular tampoco es casual y responde a su concepto de eternidad, universo y paz. Violeta es Cáncer y nació

en Alicante en una clínica de partos en el agua: “Aunque al final tuvo que ser por la forma convencion­al, tardaba demasiado en salir”. Cuando llegó la hora de formarse, eligió la prestigios­a Central Saint Martins de Londres: “Vivir y estudiar fuera te abre la mente. En la escuela me enseñaron tecnología­s nuevas. Tengo obras de la carrera como Dance of your Dreams, que crea una sinfonía con los movimiento­s de tu cuerpo mientras duermes”. Violeta es consciente de que lo ha tenido más fácil que mucha gente —“Para mí es natural dedicarme al arte”—; incluso más fácil que su padre: “Aunque él no quería que fuera artista y es muy crítico conmigo. Dos de sus tres hijas le hemos salido un poco ranas”.

Si Violeta eligió Londres, su prima, la restaurado­ra y diseñadora de telas Cristina Aguirre, se inscribió en Bellas Artes y eligió Polonia para hacer un Erasmus: “Tenía un piso para mí y era la única alumna de la Akademia Sztuk Pieknych de Gdansk, donde hice prueba de color”. A su vuelta, la hija de Santiago, fundador de la inmobiliar­ia Aguirre Newman, y la pintora María Avilés se instaló en Granada, en el barrio del Albaicín, junto a una gran ceramista. Allí empezó a aprender cerámica y esmaltes e hizo una exposición. Tras volver a Madrid, vivió un mes en casa de sus padres y decidió instalarse en Prosperida­d, allí tiene ahora un estudio donde pinta y escribe —ha publicado un cuento ilustrado sobre el Alzheimer inspirado en su abuela—. Junto a Mariana, su hermana, ha creado Romualda, una firma de sombreros pintados y reversible­s. Se define como experiment­adora de cosas nuevas y curiosa impenitent­e. “Somos seis primas muy unidas y de edades parecidas. Nos apoyamos mucho. No he notado impediment­os por parte de mi familia por entrar en el mundo del arte, sino mucho apoyo para que siguiera con mis inquietude­s. Les estoy muy agradecida”.

Si tengo que marcar una diferencia generacion­al, quizá nosotros rompimos más moldes. Mis hijas o mi sobrina lo tienen más fácil en unos aspectos y menos en otros. Como padre, te da un poco de miedo, porque tienen que estar dispuestos a afrontar dificultad­es económicas y a tener confianza en la providenci­a. Siempre hemos intentado enseñarles que hay que confiar. Les digo que seguro serán más felices haciendo lo que les gusta”, concluye Jaelius.

Se hace tarde. José Luis me acompaña a la puerta y salimos del salón envueltos en un aura de color gracias a una obra de Violeta; un prisma frente a la ventana deja que el sol de invierno se deshaga en mil tonos al atravesarl­o.

“Vivimos la movida a tope. Tocamos con Alaska y Carlos Berlanga. Actuamos en Rockola”

José Luis Aguirre

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A la izda., en 1975, en el bautizo de Cristina, la pequeña ddee lla familia Aguirre. Arriba, Ar Esperanza Aguirre. Ag A la dcha., el e poeta Jaime G Gil de Biedma, tío de Jaelius.
LA GRAN FAMILIA AGUIRRE A la izda., en 1975, en el bautizo de Cristina, la pequeña ddee lla familia Aguirre. Arriba, Ar Esperanza Aguirre. Ag A la dcha., el e poeta Jaime G Gil de Biedma, tío de Jaelius.
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José Luis posa con americana y pantalón de Hackett, camisa y cinturón de Dustin y zapatos de Boss.
BOHEMIO José Luis posa con americana y pantalón de Hackett, camisa y cinturón de Dustin y zapatos de Boss.
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Cristina viste camisa tie-dye de Adolfo Domínguez, pantalón de Uniqlo, sandalias de Tod’s y pendientes y anillos de Aristocraz­y. En la otra página, Violeta lleva vestido de punto de Adolfo Domínguez, falda de piel de Uterqüe, zapatos de Malababa y pendientes de Lausett.
VENA ARTÍSTICA Cristina viste camisa tie-dye de Adolfo Domínguez, pantalón de Uniqlo, sandalias de Tod’s y pendientes y anillos de Aristocraz­y. En la otra página, Violeta lleva vestido de punto de Adolfo Domínguez, falda de piel de Uterqüe, zapatos de Malababa y pendientes de Lausett.

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