Vanity Fair (Spain)

ENTRE PELIS, LIBROS Y MANOLOS

Su álbum familiar incluye fotos con el escritor Roberto Bolaño y el diseñador Manolo Blahnik y su infancia transcurri­ó entre artistas y cineastas. Pero Elsa Estrella Echevarría Fernández-Santos no quiere dedicarse al cine, a la literatura, a la moda ni al

- _PALOMA SIMÓN

E(Madrid, lsa Estrella Echevarría Fernández-Santos 1997) recuerda perfectame­nte la primera vez que fue al cine. Tenía un año y medio y lo hizo de la mano de su abuelo materno, Ángel Fernández-Santos. “Bichos. Me encantó. De esa época también me gustó mucho Shrek”, evoca la joven, a quien el crítico de cine del diario El País recogía cada día en el colegio para ir a ver una película. “En casa nos poníamos muchos clásicos. Era nuestro plan, y lo es ahora con mi madre. Como a ella, me gustan Herzog,

Werner Michelange­lo Antonioni… Pero también directores más populares, como

Spielberg. El filme que hemos visto más veces es Tiburón”, Steven enumera la hija del crítico cultural y de

Ignacio Echevarría la periodista y crítica de cine Fernández-Santos. “Lo bueno

Elsa de tener una familia en la que todo el mundo se dedica a la cultura no es tanto la informació­n, sino la capacidad de disfrute que te transmiten”, explica la joven, que está de paso por Madrid y que creció rodeada de editores, cineastas y escritores —“Tengo muchas fotos de niña con

Bolaño, aunque desafortun­adamente Roberto no guardo demasiados recuerdos de él”—. También se acostumbró pronto a ir a exposicion­es con su padre, exalbacea por cierto del escritor chileno, autor de 2666 que falleció en el año 2003. “Muchas eran de arte impresioni­sta y siempre contaba la misma anécdota: ‘La gente cree que es por la pincelada, ¡y es por la luz!’. Mi hermana

y yo aún nos partimos de risa”. Julia

Fue precisamen­te su hermana mayor quien le descubrió Berlín cuando trabajaba allí en una librería y Elsa fue a visitarla. La ciudad le fascinó. Después de estudiar en los colegios Estilo y Estudio y en la Universida­d Complutens­e de Madrid, logró entrar en la Universida­d de las Artes de Berlín, la prestigios­a UdK, donde planea especializ­arse en Archivo Cinematogr­áfico. “Existe un fenómeno llamado el síndrome del vinagre que deteriora las películas de cinta. El comisario de archivo decide qué conserva. Actúa sobre la historia, es como un arqueólogo… Me parece importantí­simo”. Su primer proyecto se centrará en la serie de instantáne­as y películas caseras de sus bisabuelos maternos, una saga de artistas, arqueólogo­s e historiado­res, en Guinea Ecuatorial, donde vivieron durante 40 años. Allí nació su abuela Elsa, poeta y escritora de quien todas las mujeres de la familia han heredado el nombre. “A ver si puedo restaurarl­as. Son increíbles. Con un material así puedes hacer lo que quieras, un documental, algo más artístico o completame­nte plástico, como Conner”. Bruce

De momento, Elsa prepara la dirección artística de una ópera que se presenta en abril en la universida­d. Y está inmersa en una investigac­ión “pequeña” con el archivo de Flusser, “un Vilèm teórico alemán nacido en Checoslova­quia que se exilió a Brasil durante la II Guerra Mundial. Colaboró un montón con artistas de la época, como Schendel. Le interesaba­n mucho el arte Mira y la naturaleza”, me dice esta fetichista confesa que colecciona

“La primera vez que fui al cine con mi abuelo tenía año y medio”

revistas y hace collage desde pequeña —planea una exposición en Madrid en septiembre—. “¡Pero igual acabo en un anticuario y ya está!”, bromea esta apasionada de la naturaleza y de los animales a quien los vecinos de su barrio de Madrid recuerdan siempre de paseo con Renata, su perrita bodeguera. Además de fetichista, Elsa es “mitómana”. Últimament­e, una de sus “ídolas” es Parton. Le gustaría rodar un documental Dolly sobre ella. “Me representa. Siempre me han encantado el folk, el country y las películas del Oeste. Ella es una Barbie… Listísima. Tienes que ver un discurso que le echa a Barbara sobre el show business. Se ríe mucho de sí misma, pero Walters también es una mujer de negocios. Tiene esa cosa hiperexage­rada de las mujeres que juegan con el erotismo desde un punto de vista muy feminista y experiment­al pero juguetón. A los que votan a les gusta. Al colectivo queer también. Es muy fácil Trump identifica­rse con ella”, razona antes de revelar una de sus canciones favoritas de la artista: “9 to 5”.

Si Parton es hoy por hoy uno de sus referentes intelectua­les, en lo que a moda se refiere tiene a un amigo de la familia: que, como su Manolo Blahnik abuela Elsa, se crio en La Palma.“Recuerdo cuando llamaba a mi madre y yo cogía el teléfono. De niña yo era así muy señora y él se partía de risa conmigo. Una vez íbamos en avión y me dijo que la gente antes se arreglaba para volar, no lo hacía en chándal y deportivas. Me gustó mucho ese comentario y decidí seguirlo”. Desde luego, hay algo en lo que su madre ha fallado estrepitos­amente: “Siempre ha querido que fuese un poco tomboy. No le salió bien”, dice Elsa, que ha posado como modelo para marcas como Yellowston­e y Paco Pintón, pero por divertimen­to.

“Dolly Parton es mi ‘ídola’. Me representa. Ella es una Barbie… Listísima”

Curiosamen­te, tampoco se ha planteado dedicarse a la actuación. “Me lo han preguntado muchas veces, porque soy muy payasa”. Ni a la literatura. “Escribía bien de adolescent­e, pero he perdido la costumbre. Sí he llegado a pensar en dirigir. El camino que he escogido mezcla arte, historia y cine”, explica sobre una vocación que, de momento, la retiene en Berlín. “Me da un poco de vértigo pensar en vivir en otro sitio, pero se me hace raro no volver a Madrid. Echo de menos a la gente. Queda muy cursi, pero es verdad: a mi madre, a su pareja [Iker Seisdedos, periodista cultural], a mis amigos, a mi tío. Y al resto de mi familia de Canarias y Barcelona. Berlín es una ciudad muy inhóspita, pero si te haces un nido…”. Ella lo tiene. Y una doble vida. “Entre semana soy estudiante y el fin de semana salgo… Y de vez en cuando trabajo en Sameheads [uno de los locales de moda de la ciudad] como camarera y en el guardarrop­a”.

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