Talita von Fürstenberg
Con 20 años y la sangre de los Agnelli, los Miller y los Von Fürstenberg corriendo por sus venas, la princesa Talita se esfuerza por rejuvenecer la firma de moda de su abuela. MATEO SANCHO es testigo de su realidad (sin corona), junto a un rico heredero y un círculo de amigas vip, a caballo entre Nueva York y una de las playas más exclusivas de México.
El 7 de mayo de 1999, el día que nació Talita von Fürstenberg, su abuela Diane quiso dedicarse un momento a sí misma y posó para el pintor napolitano Francesco Clemente. La legendaria diseñadora se enfundó uno de sus clásicos wrap dress y se recostó con aires de odalisca. Antes de ser retratada, se encargó de dejar claro, medio en serio medio en broma, que quería ser inmortalizada como una abuela sexy.
Dos décadas después, tanto el cuadro como la nieta se han reencontrado en las oficinas centrales de Diane von
Fürstenberg, donde Talita, vestida con un jersey que reza “All About Me” (Todo sobre mí), recibe a Vanity Fair. La pintura preside desde hace años el hall del estudio de la firma en el Meatpacking District de Nueva York y la joven cumple su primer aniversario trabajando oficialmente para su abuela, pues en la primavera de 2019 lanzó su primera colección cápsula con el trabalenguas TVF for DVF.
Aunque podría vivir de las rentas de su sangre azul —cuando Diane se casó en 1969 con el príncipe suizo Egon von Fürstenberg, le aseguró a su descendencia algo más que un olfato para la moda— o de su genética millonaria —su madre es Alexandra Miller (heredera de la empresa de las tiendas Duty Free); su bisabuela por parte de padre era Clara Agnelli (nieta del fundador de la casa Fiat) y sus tías por la rama materna son Pía Getty (exmujer de Christopher Ronald Getty, nieto del magnate del petróleo Jean Paul Getty) y Marie-Chantal de Grecia (esposa de Pablo de Grecia)—, el empeño de Talita por borrar toda clase de ventajas naturales la tiene dividida entre su trabajo como diseñadora y sus estudios de Moda y Negocios en la Universidad de Nueva York. Esa tensión entre privilegio combinado con el sudor de su frente es la que protagoniza nuestro encuentro. De hecho, lanza la primera bomba contra su propio tejado: “Creo que está bien que no exista aristocracia. Le da a los emprendedores la oportunidad de ganar dinero. Por eso en Estados Unidos hay tanta gente innovadora; no hay familias, porque todo es dinero nuevo. Hay sagas como los Rockefeller, claro, pero, en general, la meritocracia acrecienta la productividad”, asegura.
No me siento como una princesa. En Estados Unidos no entienden la realeza, casi como si no quisieran sentirse asociados con eso, y lo ven como algo negativo, porque tú no hiciste nada para llevar ese título. En Europa la aristocracia todavía se ve como algo positivo. Así que si estoy en un hotel en Estados Unidos, no me inscribo como princesa. Pero si estoy en Europa, sí; y veo que me tratan como a alguien importante. Pero vamos, que no me afecta en mi vida diaria. No vivo en un castillo”, dice entre risas.
Al abrir la puerta de cristal de las oficinas de DVF, la veinteañera trae una corriente de aire fresco al lugar que suelen frecuentar las clientas más clásicas. Esa es, precisamente, la misión que le encomendó la nueva consejera delegada de DVF, Sandra Campos: captar al público joven. Y su colección cápsula, lanzada inicialmente como una prueba, casi un guiño a una empresa que sigue teniendo un fuerte aroma a negocio familiar, tuvo tanto éxito que presentó otra en otoño y este marzo vuelve a la carga ya como personal fijo de DVF. Su guiño a la juventud ha funcionado, en parte, gracias a su actualización del concepto de lujo y responsabilidad. Una bajada a la Tierra —y a los precios— que intenta predicar con el ejemplo, por mucho que luego sus desfiles se llenen de it girls como Sofia Richie —hija de Lionel—, Kaia Gerber —hija de Cindy Crawford— u Olivia Palermo, quien fue una de las asistentes estrella a su presentación en Londres el pasado octubre.
Relacionada por naturaleza con las royals del momento, en su entorno más cercano destaca su prima Olympia. Con la
“Si estoy Estados Unidos, en un hotel en no me princesa. inscribo como Pero si estoy en Europa, sí; alguien importante” y veo que me tratan como a Talita von Fürstenberg
hija de Marie-Chantal de Grecia comparte no solo fotografías en su exitosa cuenta de Instagram —tiene más de 210.000 seguidores—, sino también experiencias como la de haber desfilado para Dolce & Gabbana. Una aventura que también ha vivido otra de sus primas, Isabel Getty, de quien Talita es íntima. Y, aunque su círculo social se completa con otros sonados nombres como Pixie Geldof —hija del músico Bob Geldof—, Bianca Brandolini —hija de los condes Ruy y Georgina Brandolini— o Eugenie Niarchos —nieta del armador griego Stavros Niarchos—, algo tiene Talita que, pese a todo, se conecta con el signo de los nuevos tiempos.
La generación Z es más concienzuda en sus hábitos de consumo. No compran plástico, eligen invertir en compañías que respetan más el medioambiente. Las generaciones anteriores quizá ya tienen su marca favorita y no quieren cambiar”, explica Talita, que apuesta por recortes de producción y temporalidad. “En DVF la colección de primavera es la que realmente nos da beneficios, así que ¿por qué seguimos haciendo una de otoño-invierno? Ahora, con las redes sociales, todos queremos ser relevantes constantemente y sacar cosas nuevas. Pero no es sostenible”, dice.
Talita también mezcla el discurso renovador con la vuelta a la tradición. Su juventud tiene un deje nostálgico de una era que nunca vivió. No en vano, en su autobiografía, titulada La mujer que quería ser, Diane von Fürstenberg recordaba cómo el día en que Talita empezó a andar —en el hotel Carlyle del Upper East Side— pasó algo esotérico: “Vi cómo la energía y el espíritu de mi madre se transferían a mi nieta. Lo vi pasar, como una luz blanca que fue desde ella hasta Talita.
Lo vi”, remarcaba. Desde entonces, siempre ha percibido a su nieta como un alma sabia en un cuerpo joven. Con nueve años, la eligió para acompañarla a Florencia, donde preparaba un desfile en una mansión, y la puso a trabajar como a una más, pero también la llevó a museos y le hizo ver películas de Audrey Hepburn. A los 15, Talita entró como becaria en Teen Vogue y a los 18 asistió a la gala anual del MET de Nueva York. Hoy, abuela y nieta hablan tres veces al día por teléfono y se refieren la una a la otra como DVF y TVF respectivamente. “Ella se llama a sí misma el oráculo, y tiene razón, porque sus palabras están llenas de sabiduría. Insiste en que, al final, la relación más importante es la que tienes contigo misma. La gente siempre va a criticarte, especialmente si estás en una situación de privilegio, y siempre van a decir cosas que no son tan amables como te gustaría. Así que si te amas, te cuidas y tienes esa conexión contigo, solo es ruido externo”, asegura quien, según una vieja amiga de la familia, “es el ojito derecho de su abuela”.
Aunque se aísle del ruido, Talita también fue educada, desde el principio, en escuchar al mundo, y eso explica por qué entiende que la clase alta es, en última instancia, la que se puede permitir un verdadero acto de generosidad en tiempos de precariedad. “Mi familia y mis padres nos inculcaron que teníamos muchas oportunidades que no les daban a todo el mundo, que ese privilegio nos tenía que concienciar de que teníamos algo que devolver a la gente”. Desde pequeña combinaba las ventajas que le daba su linaje con un trabajo, en el que ayudaba a gente sin hogar en Los Ángeles. Por eso, aunque la moda forma parte de su ADN, quiso probar suerte en otros campos y dedicarse a la política. Se mudó a Washington para estudiar Relaciones Internacionales en la Universidad de Georgetown, donde compartió campus con otro primo suyo, el príncipe Constantine Alexios de Grecia. Y, a pesar de ser demasiado joven para votar, apoyó abiertamente a Hillary Clinton. “Las del tres de noviembre serán las primeras elecciones en las que
podré ejercer mi derecho al voto, pero aún no sé por quién me decantaré. Tampoco veo que el Partido Demócrata tenga un candidato claro. Vivimos tiempos controvertidos. Mucha gente en la moda o en el mundo en general estaba muy insegura sobre cómo posicionarse y ahora siento que todos están políticamente motivados y hablando de ello de una manera muy guay. Así que lo que quiero hacer este año es que todo el mundo vote y tenga su voz, no la de sus padres o la de su lugar de origen”, asevera.
Durante su época como estudiante en Georgetown surgió su primera oportunidad para diseñar, y no la rechazó. Esa colección cápsula cuadraba con su concepto y cambió todo por hacerse cargo de su destino en Nueva York, aunque sin desaprovechar lo aprendido. Así, ha ido integrando sus estudios sobre paz y sostenibilidad en su salto al diseño. “Ahora todo es interdisciplinar, la moda con política, sobre todo en esta era digital en la que todos tienen una opinión y la comparten. Es importante, para mí, que el futuro de la moda sea sostenible. La gente se va a dar cuenta de que la moda rápida no es sostenible. En vez de comprar muchas cosas, optaré por unas cuantas que realmente duren y que merezca la pena comprar. Quizá sea más caro, pero durará más que algo de Zara o H&M”.
Así, para llegar a las nuevas generaciones, reivindica volver a las viejas costumbres o, al menos, evocarlas. Admira a figuras contemporáneas como la actriz Sienna Miller y a otras más nostálgicas como Jane Birkin. Y recuerda que la insostenibilidad, al fin y al cabo, es una enfermedad del presente. “Si lo piensas, hace 50 años la gente tenía armarios pequeños. Recuerdo la casa de mis abuelos, tenían menos ropa, pero sus abrigos eran alucinantes, los dos pantalones que usaban eran increíbles. Ahora la gente llena su armario de ropa y la lleva solo cinco veces”, explica. Y en lo que respecta a la feminidad también reconoce que la aborda desde un punto de vista estéticamente retro. No solo sigue soñando con el vestido de novia perfecto y muestra con prudencia pero con naturalidad su relación con el rico heredero Rocco Brignone —proveniente de una familia de banqueros italianos y cuyo abuelo, Gian Franco, es el propietario del paraíso vacacional mexicano Costa Careyes—, sino que también apuesta por una feminidad clásica. “Mi concepto y mi gusto son más femeninos. Algo que, honestamente, no está tan de moda como solía. Vestirse muy girlie era una tendencia en el pasado y se está perdiendo. Ahora el tiempo libre es más streetwear, pero a mí todavía me gusta un vestido bonito. DVF se mantiene fiel a su mensaje: esa mujer sexy que, por supuesto, está emancipada, pero aún se viste y es femenina. Eso parece que ha quedado solo para mujeres maduras que pueden permitírselo”, se justifica.
“Mi abuela
se de ine a sí misma el oráculo, como y tiene razón, porque sus palabras sabiduría” están llenas de
Talita von Fürstenberg
Cuando la joven habla estrictamente de negocios, aflora la Talita del presente, la mujer pragmática y empresaria. La Miller o quizá la Agnelli. “Es importante entender la creatividad, pero también el mercado. No quiero crear cosas que la gente no va a comprar. Es una pérdida de tiempo, de dinero y va a afectar al medioambiente. Así que toca ponerse las pilas en cuestión de negocios”. Y mientras los grandes emperadores de la moda —Valentino, Carolina Herrera o el ya fallecido Oscar de la Renta— apuran su era y llega la hegemonía de la nueva generación, Talita emerge como la única que ha convivido con ambos mundos. “Siguen existiendo imperios poderosos como LVMH, pero creo que con las redes sociales las marcas pequeñas tienen más oportunidades de crecimiento. La aristocracia de la moda se está acabando. Son tiempos de una moda más democrática”, concluye.