La CONJURA CONTRA qué AMÉRICA
La adaptación televisiva de ‘La conjura contra América’ es la enésima prueba de que los universos fantásticos abundan por la situación política de EE UU. ¿Puede ser contraproducente su abuso?
Estados Unidos. 1940. compite por Roosevelt una —extraordinaria— tercera reelección a la presidencia que al final le arrebata Charles Lindbergh. No, no me he dado un golpe en la cabeza. Solo recuerdo el punto de partida de La conjura contra América, la novela que Philip publicó en 2004, en la que, tirando de ucronía, ponía al frente Roth del país al famoso aviador, tan carismático como antisemita, para, a partir de ahí, y desde los ojos de un niño llamado, ejem, Philip Roth y de su familia, desgranar las consecuencias de poner a un intolerante en la Casa Blanca.
Ahora nos llega la adaptación televisiva, en forma de miniserie de seis episodios en HBO a cargo de Simon, que acaba de
David salir de los bajos fondos del Manhattan de los años setenta, en The Deuce, para meterse en un “qué habría pasado si”. Es la primera vez en sus 20 años como creador de series —empezó su carrera como guionista en Homicidio, en los noventa, pero The Corner, del año 2000, es la primera serie cuya idea original surge de su teclado— que se mete en las lides de lo fantástico. Y si lo hace es por la resonancia que entiende que tiene la historia con la situación actual de EE UU. De hecho, ha contado que ya le ofrecieron hacerse cargo de esta adaptación durante los años de Obama,
Barack pero consideró que no tenía sentido.
Desde la victoria de Trump, Donald la prensa televisiva ha querido leer —con mayor o menor grado de imaginación— en todas las series norteamericanas las resonancias del cambio político. Pese a que cuando Roth la escribió el lugar común consistía en analizarlo todo desde la perspectiva de la era Bush, la serie no deja lugar a dudas de las intenciones de Simon y, por si acaso, él insiste: “Es el mismo paradigma que Trump, aunque no sea un héroe o un gran aviador. Es una criatura mucho más imperfecta y egoísta que Lindbergh. Y, a pesar de eso, ni siquiera ha necesitado poseer magnetismo ni una dosis de heroísmo. Solo ha necesitado extender el miedo, avivar la xenofobia y hacer explotar una cólera que ya estaba presente por las frustraciones, sobre todo económicas, que amenazan el funcionamiento de nuestras sociedades”.Que la fragilidad de los pactos de convivencia en los que vivimos se puede poner a prueba de una manera mucho más sencilla de lo que imaginamos es algo de lo que nos hemos hartado de leer y de escribir a raíz de la adaptación de El cuento de la criada.
Pero como ha ocurrido con la serie, el mensaje puede acabar pervirtiéndose cuando se confunde la cautela con el alarmismo sensacionalista. Seguimos viviendo en un mundo —al menos en Occidente— mejor que aquellos en los que y Philip Roth
Margaret Atwood escribieron sus respectivas novelas. Y mucho mejor que ese imaginario en el que un simpatizante de acaba llegando a la
Hitler presidencia de los EE UU.
Dentro del género fantástico, es curiosa, además, la fórmula de la ucronía, que también ha utilizado la recién terminada The Man in the High Castle, adaptación de la novela de
Philip K. Dick, que también tira de nazis en EE UU. En una época en la que abundan las distopías —la mejor de las últimas que hemos visto sigue siendo Years and Years— que, por definición, miran de forma igualmente pesimista, pero al futuro, ¿por qué reformular el pasado? Porque para especulaciones, la de qué habría pasado si todos esos creadores —y por extensión, todos los demócratas— encantados con Obama no hubiesen bajado la guardia ante lo que se venía. ¿Qué habría pasado si, por ejemplo, David Simon hubiera aceptado el encargo de adaptar La conjura contra América entonces?