VER para CREER
Siempre me acuerdo mucho de mi mayor fracaso a la hora de reconocer una novedad: Nintendo Wii. El cinismo con el que un jugador veterano de videojuegos enfrentaba una consola de mover palitos en el aire en vez de pulsar botones me llevó a menospreciarla. Dos años después, Nintendo era la compañía con mayor capitalización bursátil, lideraba el Nikkei y, básicamente, imprimía billetes con su combo de DS y Wii. Las lecciones de ambas perviven hoy en la exitosísima Switch, que planta cara a Sony y su potente PlayStation ofreciendo una experiencia única: el sello Nintendo.
Con e l Galaxy Z Flip no me ha pasado lo mismo. El Fold, el primer plegable de Samsung, me parecía una novelty, un móvil más entusiasmado por ser plegable que por hacer algo con ello. El Z Flip no es así: sabe qué es lo que quiere ser, tiene las armas para ello, y el descaro y la inventiva para plantarse
—la alta— a una batalla de la gama con el lema de Monty Python: “Y ahora a por algo completamente diferente”. Incluso a mí, que lo de los selfies lo llevo regular y que a mis dispositivos les pido casi siempre fuerza bruta antes que estética, el Z Flip me ha seducido por osadía y porque, en cuanto lo tocas, sabes qué es lo que te está of reciendo. Algo que en tecnología es muy difícil de conseguir: por eso siempre hablamos tanto de especificaciones y números y existen mil artículos para explicar lo que puede hacer ese aparato nuevo. Sin embargo, a los dos minutos de trastear con el Galaxy Z Flip todo queda claro: no solo lo que ofrece, sino lo que viste. Es el móvil que quieres llevar contigo a las mejores fiestas, es el que quieres sacar del bolsillo casualmente y desplegar ante los demás. Es una de esas extrañas rara avis que, como me ha pasado varias veces con Nintendo, define bastante quién eres. Atrae miradas. Llama l a atención. Y, sobre todo, consigue que la gente que no lo conoce se haga dos preguntas, las mismas que llevaron a la Wii a la gloria: “¿Qué es y por qué de repente quiero uno?”.