DE TERRAZA EN TERRAZA
Mientras la vida vuelve a ser un poquito como en la era precoronavirus, en los bares y restaurantes de España se pueden identificar distintos personajes en busca de un lugar donde pasar el rato fuera de casa. Aquí una pequeña muestra.
Esta nueva vida entre fases, que parecen las estaciones del año en función de su grado de apertura al exterior, ha provocado que nos lancemos a las terrazas de bares y restaurantes como el náufrago que se aferra a un madero a la deriva. Paseamos desorientados por las calles, al acecho de un sitio libre, como si estuviéramos participando en el Juego de las Sillas para adultos, esperando que cuando la música pare no seamos nosotros ese pardillo que se quedaba de pie. Qué momento más triste y humillante aquel, ¿verdad? Qué enorme soledad te invadía de repente. ¿Es posible que me tomara el Juego de las Sillas demasiado en serio? Es posible.
Tras varias expediciones, exitosas y fallidas, por la España interfásica, este es el dramatis personae de una terraza, de todas la terrazas, en estos tiempos convulsos e inciertos:
1. Los buitres. Los reconocerás porque se mueven en grupo y siempre están atentos a cualquier mesa que quede libre. Huelen la debilidad. Uno murmurará: “Creo que ese señor entre 80 años y la muerte está pidiendo la cuenta”. Y entonces empezarán todos a mirarlo, sin quitar ojo, revoloteando y planeando a su alrededor, hasta que la presión sea inaguantable y el pobre señor deje su asiento libre.
2. Félix Rodríguez de la Fuente.
El amigo de los animales. Empezará a tirar trozos de patatas y frutos secos a cualquier gorrión o criatura que vea cerca. Enseguida se le va de las manos y en cuestión de minutos se irá convirtiendo en la señora de las palomas de Central Park de Solo en casa 2 o en Ace Ventura, rodeado de animales como San Francisco de Asís.
3. El zar. Ese amigo que se queja por todo como si fuera el crítico más feroz de la Guía Michelin del terraceo. Nada es suficiente para el zar. La silla está coja, no hay sacarina, nadie nos atiende, pega mucho el sol, vamos a movernos, la carta está plastificada, la mesa no está desinfectada siguiendo los protocolos de la OMS, falta sal, pero si estamos tomando un vino, da igual, falta sal. Esa persona que consigue estresarse en una terraza.
4. Jep Gambardella.
En toda terraza siempre hay un señor interesantísimo, innecesariamente elegante, que parece que esté gozando del mejor momento de su vida en esos instantes. Parece mitad escritor, mitad espía. Leyendo la prensa internacional mientras bebe algo sofisticado. Siempre sospechosamente solitario. El insípido café del bar de abajo olerá como un ristretto traído de Roma en sus manos. Parecerá hasta que hayan sacado la vajilla Flora Danica solo para él.
5. La chica termómetro.
Esa amiga que nunca está a gusto con la temperatujamás, ra en una terraza. Solo se dedica a ir comentando su grado de satisfacción con la climatología más inmediata. Minuto y resultado. Tiene calor, frío, ahora un poco de calor, luego frío, un poco más de frío, ahora calor, más calor y mi favorita: “Bueno, ¿y este aire que se ha levantado de repente?”. Pero la clave de un termómetro, a diferencia de un termostato, es que nunca, hace nada para cambiar la temperatura. Solo la mide. Es decir, nunca traerá un jersey, una “rebequita”. ¿Calcetines? Pero ¿qué somos? ¿Pastores?
6. El chirimiri ese de aspersor.
Esto cuenta como una criatura en sí misma. Esa especie de vapor proveniente de un sospechoso aspersor que te moja esporádicamente como si fueras un geranio de invernadero. Ni refresca ni alivia. Solo desconcierta. Como el megatrón de una discoteca. Aún no se conoce a nadie que haya ensalzado sus virtudes. Si es que las tuviera.
Y ya saben lo que dicen. Si a los cinco minutos no ha detectado en la terraza a ninguna de estas criaturas, entonces es que usted es una de ellas.