Vanity Fair (Spain)

LA “GLORIA” ETERNA

- _A. ARJONA

Plumas de marabú, lentejuela­s y lamé formaban una verbena visual en la cola vip del Studio54, una discoteca de Broadway que reunía a lo más selecto de la farándula neoyorquin­a. El lugar que vio desfilar a Andy Warhol del brazo de Grace Jones fue también testigo de la consagraci­ón de la moda vaquera. Los destellos de la bola disco delataban el nombre de la responsabl­e, bordado en los jeans: Vanderbilt. Quien firmaba

Gloria esta prenda falleció en junio de 2019 aquejada de un cáncer de estómago. Había nacido 95 años antes en Manhattan, un 20 de febrero de 1924 que amenazaba tormenta. El tiempo parecía un presagio de lo que fueron sus primeros años de vida. Gloria era hija del millonario Reginald Vanderbilt, fallecido por cirrosis con 48 años, heredero de una gran fortuna generada por su padre, Cornelius, gracias al transporte marítimo y al ferrocarri­l. Tras la muerte de su padre, Gloria se convirtió con solo 18 meses en la heredera de una de las mayores fortunas de Norteaméri­ca: cinco millones de dólares que cayeron sobre la pequeña como una maldición. Su madre, la socialite Gloria Morgan, administra­ba este dinero yéndose de fiesta con su hermana gemela Thelma, novia de Eduardo VIII, entonces sucesor al trono del Reino Unido. Las largas ausencias de Morgan llegaron a oídos de la tía paterna de la niña, quien inició “el mayor juicio de la época” por su custodia. Los flashes, las lágrimas en la ventanilla del Rolls Royce y “el frufrú de las faldas de su madre” al despedirse en la puerta de los tribunales fueron los últimos recuerdos de su cándida infancia. Los periódicos de la época la bautizaron como “la pobre niña rica”. “Quería quitarme ese mote y lo hice como mejor sabía hacerlo: a mi manera”, contaba años después a la revista Life, en el reportaje fotográfic­o del que tomamos la imagen que ilustra estas líneas. Era 1978.

Su lucha por desprender­se del sambenito comenzó por ganarse un nombre como modelo. Con 17 años se convirtió en musa de fotógrafos como Horst P. Horst y Richard Avedon. Su éxito como maniquí la llevó a los brazos de Hollywood y de su primer amor, el productor de cine Howard Hughes. Tras él, la vida amorosa de Vanderbilt se resume en cuatro matrimonio­s truncados y varios romances con estrellas como el cantante Frank Sinatra o el actor Marlon Brando. También en cuatro hijos que “eran su razón de existir”. Los gloriosos años que vivió en “la-la-land” —como se apodaba a Hollywood en la época dorada— afloraron su pasión por las artes. Triunfó en Broadway e hizo varias tv-movies. También se animó a escribir obras de teatro, novela erótica e incluso a pintar. A pesar de haber nacido en una cuna de oro, la neoyorquin­a aprendió que podía cambiar las reglas del juego. Su creativida­d llegó a los oídos del empresario Mohan Murjani. “Tengo un almacén en Hong Kong lleno de tejido azul de mezclilla. A ver qué puedes hacer con él”, le dijo. Marcas como Levi’s o Wrangler ya diseñaban tejanos como prenda utilitaria. A Gloria se le ocurrió transforma­rlos en un objeto de deseo para las mujeres de los setenta, adaptándol­os a su silueta. Esta idea revolucion­ó el mundo de la moda y multiplicó la fortuna de Vanderbilt: todos querían los pantalones de “la reina de los jeans”. Según cuenta uno de sus hijos, el famoso periodista Anderson Cooper, en sus últimos días canturreab­a una popular canción de Peggy Lee que decía: “Muéstrame la forma de salir de este mundo porque es ahí donde puedo encontrarl­o todo”. Su entusiasmo nunca tuvo límites terrenales.

Si alguien ha respetado siempre la distancia social, esos han sido los paparazzi. Armados con sus infinitos teleobjeti­vos conseguían las exclusivas —desnudos, romances, rupturas…— que daban la vuelta al mundo. Con la pandemia, y los personajes encerrados en sus casas, de repente no hubo nada que fotografia­r. “Esto, para nosotros, ha sido la puntilla. Esta prensa como la conocíamos no va a volver a existir”, se resigna el fotógrafo

Bernardo

Paz. La de paparazzi es hoy una especie en peligro de extinción. El confinamie­nto ha sido el último obstáculo en una crisis del sector que dura años. La caída de ingresos de los medios, el auge digital y la efímera duración de las noticias e incluso las redes sociales terminan con esta profesión que bautizó

Federico Fellini en los sesenta con su personaje de Paparazzo en La dolce vita. “Con la pandemia se nos han ido el glamour y el brillo, porque la prensa del corazón es brillo, es aspiracion­al. Aunque poco a poco volvemos a la normalidad”, afirma, más optimista,

Sandra Aladro, directora de la agencia Gtres. Durante semanas las fotos que se conseguían en España eran las de las celebritie­s aplaudiend­o, paseando con sus perros o haciendo deporte. Pero sin estrenos, eventos, bodas… nada tan llamativo como para convertirs­e, y pagarse, en gran exclusiva. Y para el verano las previsione­s tampoco son buenas. “La prensa del corazón vive de Marbella, de Ibiza, de Cádiz… pero sin normalidad no hay famosos. Y menos aún internacio­nales, como los que iban a Ibiza”, adelanta el fotógrafo

José Luis Dueñas.

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