Dress code: ESCÁNDALO
El lenguaje del abanico que se usaba en las cortes europeas, incluida la inglesa del rey Jorge III, cayó paulatinamente en desuso a favor del de la ropa casual, mucho más explícito. Así, cuanto más informal viste un miembro de la realeza, mayores son las consecuencias del escándalo en el que acaba involucrado. No tienen más que ver el aspecto con el que Harry y Meghan bajaron de un avión en el comienzo de su autoexilio en Norteamérica tras renunciar a ser miembros de la familia real para corroborarlo.
Cuando Lady Di se divorció del príncipe de Gales, se enfundó un nuevo y rutilante uniforme de batalla: americana masculina en color azul marino, camisa blanca y vaqueros. La Lady Di que huía sin éxito de los fotógrafos poco tenía que ver con la que llevaba jerséis de ovejas, pero toda norma tiene su excepción y la de este caso se produce cuando de lo que se trata es de hacer una declaración pública, un statment, no de salir favorecido en una de esas imágenes tan cotizadas que los ingleses suelen llamar “candids” y nosotros, “robados” —el posado robado no es sino una versión sofisticada de lo anterior, en la que media el consentimiento, y quizá el lucro, del personaje—. En ese caso hay que descartar las gafas de sol y los jeans desgastados. Recuerden si no el denominado vestido de la venganza de Christina Stambolian con el que Diana apareció en público mientras Carlos admitía en televisión su affaire con Camilla. Definitivamente aquellos eran tiempos más felices, al menos para los tabloides. Fotografiar a la madre del heredero de la Corona saliendo del club en pantalones de ciclista —sí, se alcanzaron esos extremos— es bastante más excitante que Harry en la escalerilla del avión con una maleta. Pero comparad a con su antepasada Georgiana Cavendish, Lady Di resulta hasta aburrida.