Vanity Fair (Spain)

FLAMENCO DEL SIGLO XXI

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Rocío Molina se consolida como estrella internacio­nal y estrena espectácul­o en la bienal de Sevilla.

ENCO DEL SIGLO XXI

Por su aspecto físico y su forma de bailar, la hicieron sentir como una intrusa, pero se sobrepuso a los escépticos y con solo 26 años recibió el Premio Nacional de Danza. Una década después, SILVIA CRUZ LAPEÑA habla con Rocío Molina, consolidad­a como una estrella internacio­nal que estrena espectácul­o en la Bienal de Sevilla, el evento más importante del calendario flamenco, cuya celebració­n se ve en el sector como un signo de recuperaci­ón tras la pandemia.

En 2010 dos instantes marcaron el futuro de (Torre del Mar, Málaga, 36 Rocío Molina años). Uno fue la película Flamenco, flamenco, de Saura, Carlos donde aparecía lo más granado del arte jondo, declarado ese año por la Unesco Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. La más joven del elenco era ella, y salió fumando, sin volantes, ni lunares, con un pantalón de cintura bajísima, no alta como marcan los cánones ni diseñado por alguna modista habitual entre los bailaores, sino por Junior, vestuarist­a de cine y

Austen televisión en series como La que se avecina. Todo parecía fuera de lugar hasta que Molina se arrancó a bailar un garrotín y se comió la escena. El otro momento ocurrió en el City Center de Nueva York. Tras la ovación por su show Oro viejo, llamaron a la puerta del camerino y cuando la malagueña abrió, lo que vio fue a hincado de rodillas ante ella.

Mijaíl Baryshniko­v

Hasta llegar ahí, Molina —que no viene de familia de artistas, empezó a bailar con tres años y cobró su primer sueldo con siete— tuvo que vencer varios obstáculos. “Comentario­s entre cantaores y músicos del tipo ‘a la niña no se le jalea’, cientos de ensayos donde ningún músico llegaba al estudio o comentario­s hirientes de bailaores y bailaoras mayores que yo”. Lo rememora sin rencor ni victimismo, solo describe una situación que ella achaca a su juventud, condición muy preciada en el pop, algo menos en el flamenco. No para llevar las riendas. “Los músicos se encontraba­n una niña jefa, novata y con las ideas claras. Además, soy paya, mujer y, para colmo, tengo cara de china”, dice recordando uno de los comentario­s que le hacían para criticar su aspecto. Como ella dice, no es esbelta, ni su rostro se parece al tópico en el que uno piensa cuando oye “flamenco”. Pero no le ha hecho ninguna falta.

“Las situacione­s incómodas fueron muchas. Lo fuerte es que no me di cuenta entonces, pues parece que la mujer está educada para aguantar, resistir, silenciar, sostener y si es con sacrificio y culpa, mejor”. Quienes la conocen saben que Molina lo escucha todo, pero ni tiembla ni se frena. Y gracias a esa fortaleza, aquel 2010 en que un genio extranjero se arrodilló ante ella, Molina recibió el Premio Nacional de Danza. “Un premio es un empuje bueno hacia el reconocimi­ento, un azucarillo para el ego. Es bienvenido, pero no puede ser un objetivo”, dice quien tiene dos Max y fue nominada a los Premios Laurence Olivier por la excelencia en la danza.

El Nacional suele darse a artistas con trayectori­as más largas, pero la Molina es mucha Molina: cada espectácul­o suyo vale por tres de otro artista. Esa capacidad se desveló muy

pronto: ella la sitúa en sus 17 años y en un tablao. “Fue en Las Carboneras de Madrid, ahí brotó casi sin darme cuenta la Molina, es ahí donde me descubro bailando por soleá acompañada al cante por el y

tío Ángel Gabarre Rafael Jiménez, el Falo, así comienza la búsqueda”. Lo cuenta con melancolía porque ese momento “no volverá a pasar”, pero tampoco eso la detiene y cada show suyo es un acontecimi­ento. El próximo lo estrena en la Bienal de Flamenco de Sevilla y lo hará en dos partes: una por la mañana y otra por la tarde. A pesar de la enorme exigencia física de sus obras, nadie duda de que sacará adelante dos espectácul­os en un día: en el mismo festival, en 2016, impactó con una improvisac­ión de cuatro horas en las que exhibió su vasto repertorio de movimiento­s y su resistenci­a.

Porque otra cosa que ha hecho a pesar de su aspecto “poco flamenco” es romper tabúes sobre el cuerpo femenino. En su primera gran obra, Cuando las piedras vuelen, zapateó en culotte y sostén 20 minutos seguidos para que se viera lo que siempre queda oculto tras volantes y mantones: muslos y pechos botando de forma natural.

Volvió a “desvelar” el cuerpo femenino en Caída del cielo, donde llevó la menstruaci­ón a escena y se desnudó, provocando comentario­s machistas y feroces de una parte de la crítica que lo calificó de falta de respeto. Ante aquellos ataques, ella —que hasta las charlas TED las da bailando—, prefirió que hablara su calidad artística. “Por otro lado, me doy cuenta de que ser lesbiana me ha servido de cortafuego­s porque al verme como un bicho raro, me han dejado como un caso perdido”, dice Rocío, que es madre de Juana, a quien decidió tener “sola y por inseminaci­ón artificial”. Así rezaba el folleto de A grito pelao, obra estrenada en 2018 con la cantante Cruz,

Sílvia Pérez donde bailó embarazada anunciando su proyecto de familia monoparent­al.

Hoy vive con esa niña en Bollullos de la Mitación (Sevilla) en una antigua fábrica de aceite. “Es un teatro para Juana, un hogar, un tablao para los flamencos, un patio para los amigos, una forma de vida. En fin, un paraíso”, explica calmada, pero sin parar la rueda creativa. ¿Y qué busca alguien que con 36 años ha tocado el cielo de la danza y el baile flamenco? “En realidad, aquella soleá en Las Carboneras con la que me descubrí a mí misma”.

“Las situacione­s incómodas fueron muchas: los músicos veían en mí una niña jefa, novata y con las ideas claras”

Salud antes que dinero yo le estoy pidiendo a Dios”, reza una letra que cantaba que dice Camarón de la Isla casi lo contrario de otra copla que también cantó el gaditano: “La salud y la libertad le pide ‘to’ el mundo a Dios, y yo le pido la muerte y no me la quiere dar”. Esos contrastes, a veces contradicc­iones, son constantes en el flamenco, el arte que los gitanos españoles aportaron al mundo. Tras la pandemia, también ese entorno de extremos busca su equilibrio. “Valoro lo bueno del streaming, ya que podrá alcanzar a un mayor número de personas, pero a la vez confío en que permanecer­á el público que necesita oler el aroma del arte”, reflexiona

Rocío Son los tiempos del coronaviru­s, que ha hecho estragos Molina. en el flamenco y en los 93 tablaos que hay en España, que, además de ser escuela y trabajo para artistas, son un negocio que en 2019 atrajo a siete millones de turistas.

La Bienal de Sevilla ha decidido que sigue adelante, y aunque lleva desde el 7 de agosto, los estrenos potentes llegan en septiembre. Molina afirma que iría a todos, pero hace una selección para Vanity Fair: el baile de

Antonio Canales, Lucía o y el cante del Pele, Valencia, la Piñona Jesús Carmona José

o Tremendita, que fue, además de María Terremoto Rosario la su pareja, directora musical de algunas de sus grandes obras en el pasado. Con algunos de estos flamencos del siglo XXI hemos hablado para conocer sus trayectori­as y saber cómo afrontan su trabajo tras la pandemia.

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Rocío Molina tiene 36 años,baila desde los tres y es la artistamás ddeessttaa­ccaaddaa yy oorriiggii­nnaall ddeell bbaaiillee ffllaammee­nnccoo aaccttuuaa­ll..
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Riela (Lo otro de Uno)’ 6/9 Teatro Central
ROCÍO MOLINA Inicio (Uno) y Al Fondo Riela (Lo otro de Uno)’ 6/9 Teatro Central
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