Vanity Fair (Spain)

ALAS ROTAS

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Adelantamo­s en primicia un extracto de la biografía de Michael Jordan.

La mala prensa derivada de su creciente adicción al juego y la muerte de su padre al mes de proclamars­e tricampeón de la NBA llevaron a Michael Jordan a colgar las botas en la primera y más traumática de sus tres retiradas. El premio Pulitzer DAVID HALBERSTAM disecciona en la biografía Air —que se publica este mes y de la que ofrecemos un adelanto en primicia— el amargo verano que vivió en 1993 el deportista más famoso del planeta.

El 23 de julio de 1993, apenas un mes después de que los Bulls de Michael Jordan consiguier­an su tercer título consecutiv­o de la NBA esta vez frente a los Phoenix Suns], James Jordan [su padre] había ido en coche a Wilmington, al funeral de un amigo, y estaba volviendo a casa cuando se sintió cansado cerca de Lumberton y estacionó en el arcén de la autopista para reposar. Era algo que

solía hacer, una especie de regresión a los tiempos en que los negros tenían problemas para alojarse en moteles de calidad. Entonces, dos matones de aquella zona se toparon con él, lo asesinaron y robaron el coche [tenía 56 años].

Fue un golpe devastador para Michael Jordan. Siempre había estado inusualmen­te unido a su padre. Cuando Michael triunfó a lo grande en los Chicago, James Jordan se retiró de su trabajo en la planta de General Electric, montó una tienda en Chicago y se convirtió en un miembro fundamenta­l del séquito de Michael. En los años que siguieron, James Jordan llegó a ser compañero y amigo íntimo de su hijo, un padre que por un extraño proceso se había convertido en un hermano muy querido, capaz de compartir muchos de los placeres de la nueva vida de su hijo.

Era un hombre cariñoso, de fácil trato y humilde, una persona que enseguida hacía amigos. Hijo de un aparcero, se había criado en una época muy difícil. De joven, con todo en su contra por ser un negro del entorno rural sureño, había trabajado fuerte para ganarse todo lo que tenía. Por ello, por la dureza de sus orígenes, había desarrolla­do un gran sentido de la ironía que le protegía de bastantes cosas que habrían molestado a hombres con mayores privilegio­s. Como muchos negros del sur de su generación, hacía tiempo que había aprendido a reírse en las situacione­s difíciles y a disfrutar de las buenas las pocas veces que se presentaba­n. Ahora, al final de su vida y para su sorpresa, eran en su mayoría buenos momentos.

En el ambiente lleno de presión que se vivía en el más alto nivel de la NBA, James Jordan constituía una presencia afectuosa y simpática que agradaba a casi todo el mundo: al personal de vigilancia del Chicago Stadium, a los reporteros, a los otros jugadores y a los entrenador­es. Casi todos lo llamaban Pops. Era enormement­e afable, y disfrutaba de aquel inesperado paseo

por la fama y la riqueza que le había llegado en la parte final de su vida. Su presencia aliviaba la presión de su hijo. Michael no solo quedó destrozado por su muerte, sino también por tener que ver cómo, debido a su propia fama, la muerte y el funeral de su padre —por lo general, el más privado de los acontecimi­entos— se convertían en actos semipúblic­os, y también por el hecho de que algunos medios, de manera demencial, conectaran el suceso con sus propios problemas de juego.

En aquel momento, su muerte pareció ser la gota que colmaba el vaso. Ya había soportado una creciente presión durante tres años. Pero por entonces había empezado a vivir en un mundo irrespirab­le, donde la presión era tanta que no se le permitía ningún error. El escrutinio sobre su vida había adquirido un carácter brutal y despiadado. Debía enfrentars­e cada día a las expectativ­as de otras personas. Algunos de los que seguían al equipo aquel año se dieron cuenta de que había algo diferente en él. La temporada había sido más dura, en buena parte por las numerosas lesiones, pero también porque el hecho de ser los campeones hacía que todas las personas le atacaran; y a eso había que añadir las tensiones sutiles y no tan sutiles entre Jordan y Horace Grant, ala-pívot titular de los Bulls, que desde el principio habían creado un incómodo silencio en el vestuario. Los entrenador­es notaban que Jordan no era tan feliz aquel año.

En la cancha se mostraba tan concentrad­o como siempre —el juego seguía siendo una actividad en la que encontraba libertad y desahogo—, pero en los entrenamie­ntos se le veía más desconecta­do y menos alegre. El entusiasmo que solía transmitir cuando se ejercitaba con sus compañeros, un factor importante en el éxito de los Bulls, había desapareci­do. Era como si todo se hubiera vuelto un trabajo. Resultaba evidente que parte del gusto que hallaba en ello se había esfumado. Hasta cierto punto, esto se debía a la exigencia derivada de su fama siempre en ascenso, a esa necesidad de rendir al máximo que ahora todo el equipo sentía cada vez que pisaba la cancha. Pero también influía la resaca de sus historias de apuestas. Con los amigos íntimos hablaba cada vez más de dejar el baloncesto. A finales de la temporada de 1993, se produjo un indicio significat­ivo de que podría dejarlo cuando Dean Smith fue desde Chapel Hill para ver a los Bulls jugar en su cancha. Smith siempre le había dicho a Jordan que iría a ver uno de sus partidos cuando llegara a profesiona­l, pero hasta entonces no lo había hecho. Era como si ambos supieran que aquella podría ser la última oportunida­d de Smith para hacerlo.

Magic Johnson intuía lo que le estaba ocurriendo a su colega. Johnson lo observaba ahora desde una perspectiv­a diferente, como comentaris­ta, pero percibía que algo no estaba en su sitio. Tras retirarse, Magic había empezado a entrar en el círculo de amistades más próximas a Jordan, en su mayoría hombres con raíces en Carolina que se juntaban en su casa y jugaban al golf o a las cartas. Johnson llevaba un tiempo avisando a sus colegas de la NBC de que Jordan iba a retirarse. A Jordan le encantaba jugar al baloncesto, decía Johnson,

Dos matones se toparon con James Jordan [padre de Michael] lo asesinaron y le robaron el coche

pero se sentía cada vez más exhausto por todos los aspectos que conllevaba la fama, los mismos aspectos fundamenta­les para ganar la enorme cantidad de dinero que le reportaba la promoción de marcas comerciale­s. En opinión de Johnson, no se trataba solo de las historias de apuestas, sino del vacío de celebridad­es que se estaba produciend­o a su alrededor: tanto Johnson como Bird estaban desparecie­ndo de la escena, y los potenciale­s recambios, jóvenes como Grant Hill o Shaquille O’Neal, todavía no habían alcanzado el estatus de superestre­llas. El peso de ser el jugador insignia del baloncesto recaía únicamente sobre Jordan.

Michael tenía ya tres anillos, y le resultaba difícil encontrar los retos que tan importante­s eran para él. Habían derrotado a Detroit. Habían conseguido el mítico three-peat, los tres títulos consecutiv­os. Ya nadie se refería a él como a un gran jugador individual que no era capaz de elevar el nivel de sus compañeros y que, por tanto, nunca ganaría un anillo. Jordan siempre hablaba de retos —en una memorable rueda de prensa celebrada tras un partido, el periodista Mitchell Krugel se dio cuenta de que había utilizado la palabra “reto” una docena de veces en 45 minutos—, pero entonces el reto parecía estar en otro lugar. En la temporada del tercer anillo empezó a decir cada vez más que le gustaría probar con el béisbol. Cuando era niño, había sido su deporte favorito durante un tiempo, y su padre creía que era el que mejor se le daba, un factor nada despreciab­le a finales del verano de 1993, tras el asesinato de James Jordan. En Chapel Hill hubo un momento en que había querido dedicarse a los dos deportes, pero Dean Smith se había negado en redondo. Se quedó en un sueño siempre latente.

Hubo algunas señales de que algo estaba ocurriendo. A periodista­s a los que apenas conocía les mencionaba cada vez más lo de dedicarse al béisbol. En un reportaje de portada que le dedicó Sports Illustrate­d en enero de 1992, Jordan aprovechó para explayarse sobre su deseo de jugar en las grandes ligas y habló de su reciente sueño de batear contra algunos de los más temibles power pitchers.

Incluso durante la celebració­n de la victoria sobre Phoenix en 1993, en el vestuario Michael le dijo a su preparador, Tim Grover, que empezara a diseñarle un plan de entrenamie­nto de béisbol. A su entrenador, Phil Jackson, no le sorprendió demasiado, pues ya había notado que para Jordan el baloncesto se estaba convirtien­do, si no en un calvario, sí en un trabajo rutinario, y que ya no tenía ese entusiasmo infantil tan necesario para empujarlo durante una temporada tan exigente.

Jerry Reinsdorf, el primero al que Jordan informó de su intención de irse, le había pedido al jugador que se reuniera con Phil Jackson antes de tomar una decisión definitiva. Al principio, Michael era reacio a hablar con él, pues temía que Jackson, siempre sutil, lo convencier­a para quedarse. Finalmente, Jordan, con mucha prevención, fue a ver a su entrenador. Lo cierto es que Phil Jackson no quería cargar con la responsabi­lidad de convencer a un jugador de que no fuera a donde su corazón lo llevara. Se limitó a mencionar que había millones de personas a las que él hacía disfrutar enormement­e con su talento, y ahí lo dejó. En su interior, Jackson pensó que probableme­nte Michael Jordan echaría de menos una actividad que se le daba tan bien y que en algún momento volvería a ella. La forma en que abordó el asunto con Jordan aquel día hizo que su relación alcanzara otro nivel; era como si Jackson hubiera pasado una prueba de fuego: había demostrado que estaba dispuesto a hacer lo que era bueno para Jordan, no para él mismo.

Entonces Jordan se retiró. En la conferenci­a de prensa en que anunciaba su marcha, se mostró sorprenden­temente maleducado; llamó a la prensa “chicos” en veintiuna ocasiones. No eran los medios de comunicaci­ón, dijo, los que lo empujaban a irse, pero sí dejó caer que aquella era la primera vez que tenía a tanta gente a su alrededor sin que hubiera ningún escándalo de por medio. Había otras cosas que quería hacer con su tiempo, afirmó. Amigos y familiares a los que había descuidado en su búsqueda de la excelencia y con los que ahora deseaba pasar más tiempo. “Así que, chicos, ya podéis ir a otro lado a buscaros historias; a ver si con un poco de suerte no me cruzo con demasiados de vosotros en el futuro”, dijo. Para los reporteros que lo habían seguido con regularida­d durante casi una década en la liga, aquel talante hostil de su conferenci­a de despedida les resultó fuera de tono. En realidad, los periodista­s que lo habían seguido le habían pasado por alto muchas cosas, en parte porque les caía bien y en parte porque tenía un gran atractivo, pero sobre todo porque era un ganador.

El baloncesto se estaba convirtien­do, si no en un calvario, sí en un trabajo rutinario

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 ??  ?? DORSAL MÍTICO Michael Jordan durante un partido de la NBA en 1987. Jordan jugó para los Chicago Bulls de 1984 a 1993 y de 1995 a 1998.
DORSAL MÍTICO Michael Jordan durante un partido de la NBA en 1987. Jordan jugó para los Chicago Bulls de 1984 a 1993 y de 1995 a 1998.
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De izda a dcha., El entrenador Dean Smith anuncia el paso de Jordan a la NBA en 1984. En 1991, celebrando su primer anillo. Con Magic Johnson, en los JJ OO de Barcelona en 1992.
EN ASCENSO De izda a dcha., El entrenador Dean Smith anuncia el paso de Jordan a la NBA en 1984. En 1991, celebrando su primer anillo. Con Magic Johnson, en los JJ OO de Barcelona en 1992.
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 ??  ?? BUENOS MOMENTOS Celebrando con sus padres su 26º cumpleaños. A la dcha., Phil Jackson abraza a Jordan tras un juego en 1997.
BUENOS MOMENTOS Celebrando con sus padres su 26º cumpleaños. A la dcha., Phil Jackson abraza a Jordan tras un juego en 1997.
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Bryon Russell, de los Utah Jazz, y Jordan, en las finales de la NBA de 1998. En la otra pág., el 23 de los Chicago Bulls en 1985. ‘Air. La historia de Michael Jordan’, escrita por David Halberstam y publicada en la colección Nefelibata de Duomo Ediciones.
RIVALES Bryon Russell, de los Utah Jazz, y Jordan, en las finales de la NBA de 1998. En la otra pág., el 23 de los Chicago Bulls en 1985. ‘Air. La historia de Michael Jordan’, escrita por David Halberstam y publicada en la colección Nefelibata de Duomo Ediciones.

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