Vanity Fair (Spain)

‘MARQUITIS’ CASERA

Aunque llevar logos en la ropa está bien visto, cuidado con trasladar esa moda a la decoración de su vivienda. Solo están permitidas las elegantes cajas de Hermès —su color naranja está fuera del catálogo de pantone— y los viejos baúles Louis Vuitton.

- POR PATRICIA ESPINOSA DE LOS MONTEROS

Mi madre ya lo sabía. Era alta, rubia, ojos verdes, fachón, todo un carácter. Y una fashion victim que intuyó que todo esto en un futuro tendría su valor. Y aquí estamos. A ella le apasionaba la moda y compraba sin parar, decía que lo hacía para que todas nosotras —sus cinco hijas y sus cuatro nietas— lleváramos algún día algo bueno —que ya era hora— y, sobre todo, que hubiera sido suyo.

Cuando murió, hace unos años, pasó lo que suele ocurrir en casos como este cuando se abre el testamento. Unos se encuentran con el problemón de heredar las fincas de labor, otros con una yeguada inesperada… Nosotras, al abrir sus armarios, nos encontramo­s con faldones de Los Encajeros, con sábanas de Irulea, con delantales y cofias de La Balcazar y, sobre todo, con más de 100 carrés vintage para dividir entre todas.

Ni que decir tiene que seguimos vistiendo de Zara, pero podemos llevar un pedazo de bolso y, si se tercia, pañuelazo con sus mil usos: en el pelo, como cinturón, blusa o mochila y poquísimas veces como bufanda, que es como se los ponía ella sin parar.

Si en temas de moda lucir marca puede quedar bien, cuidado con abusar de ellas en la decoración de su casa: puede parecer un americano caprichoso a los que les gustan tanto algunas firmas europeas que llegan a montarse la librería con los embalajes de Hermès y Veuve Clicquot. O como el fetichista y diseñador japonés

Shinsuke Kawahara, que construyó una torre escultura en su apartament­o con todas las cajas de los regalos de Hermès que ha ido recibiendo a lo largo de su vida.

Pocos saben que se fabrican unos dos millones y medio de cajas de Hermès al año y muchas de ellas están hechas a mano en ese color naranja caracterís­tico —tan potente que está fuera del catálogo del pantone, como ocurre con el azul de Tiffany & Co.—.

Su aparición data de 1942 y fue fruto de la casualidad, pues se había agotado el original y elegante tono beige de entonces. Ahora se han modernizad­o casi impercepti­blemente el diseño de las cajas y cuentan con unos siete modelos distintos —utilizan cartón reciclado y un papel de seda que proviene de bosques sostenible­s—. ¿Puede haber algo más pijo? No parece, porque es el único producto de packaging que se subasta en eBay a precios como 300 dólares la caja del Kelly y 450 dólares la del Birkin, mientras que la de una simple corbata se consigue a 24 dólares con su lazo y su bolsa de papel. Ya lo sabe, no se puede tirar nada.

En esta marquitis casera tan solo salvaría dos elementos casi artísticos: una colección de pañuelos con historia —enmarcados o tapizando un biombo— y un baúl de Louis Vuitton —siempre y cuando sea viejo y esté curtido en mil viajes—. Yo diría que es el equivalent­e a lucir un cuadro de tu abuela pintado por Sorolla, que produce orgullo y sensación de protección.

El baúl Louis Vuitton ha subido muchos puntos desde que decorara el restaurant­e de la fundación LV en París. Aunque no se encuentran fácilmente en el mercado, los hay cuadrados, cortos, altos, con cajones, con joyero, con corbatero, de Monogram o de madera con las iniciales del propietari­o —eso mola— o con las de la casa. Ha logrado convertirs­e en un clásico, hasta el punto que mereció un libro dedicado a su historia y a los ejemplares más destacados. Por ello es una pieza de mobiliario reconocida.

Hay otras, he de admitir, como las alfombras Beni Ouarain, también fusiladas hasta la saciedad por una famosa firma de mobiliario low cost, pero ese es otro cuento.

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Patricia Espinosa de los Monteros reconoce que está jugando con trampa, pues tiene la colección de pañuelos y el baúl.
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