Vanity Fair (Spain)

NOSTALGIA POR EL MAR

- POR JESÚS TERRÉS

A punto de comenzar el estío volvamos a Comillas, la villa veraniega por excelencia. Con su marqués de Comillas, sus casas estilo indiano, su Perico Chicote, su Gaudí y su Capricho… Nada le falta a esta villa, donde “la elegancia es pasar desapercib­ido”.

César GonzálezRu­ano escribió que “Las pescadería­s de Madrid en verano son la nostalgia de Castilla por el mar”, por eso no hay madrileño (los hay, los hay) al que no se le ablande el corazón cuando Comillas, el Atlántico y aquellos veranos en Cantabria toman las playas de la conversaci­ón. Y de repente todo cambia y donde había fatiga florece la alegría y la arena del Cantábrico parece que llena de calma el paseo desde Jorge Juan a Juan Bravo, allí donde Madrid se pone guapa y se olvida de la ordinariez que es tantas veces la vida. Existe un hilo finísimo que llega desde el pueblo pesquero más bonito del mundo hasta el corazón del barrio Salamanca, una hebra tapizada de salitre, civismo y buenos paños.

El origen de todo este lustre, paso lento y sombreros panamá hay que buscarlo en

Antonio López y López, el primer marqués de Comillas, que se marchó a Santiago de Cuba en 1831, hizo pasta a mansalva y creó la Trasatlánt­ica y la Compañía de Tabacos de Filipinas: este es el porqué del vínculo con las Antillas y también el porqué de tanto casoplón de estilo indiano, cómo nos gusta a todos sentirnos un poco como

Catherine Deneuve en Indochina, ¿verdad? Como pocas cosas en la vida son casuales (¡serendipia!), las conexiones entre Comillas (también conocida como la Villa de los Arzobispos porque de allí viene buena parte de la curia que corta el bacalao en la Iglesia del último siglo) y el Foro tienen, también, forma de cóctel porque don Antonio nombró barman honorario de la Compañía Trasatlánt­ica a

Perico Chicote poco antes de desembarca­r en la Gran Vía madrileña para abrir el Bar Chicote tras pasar por el Savoy y el Cock. Qué bonitas estas causalidad­es.

Otro nexo para entender la villa es el mondernism­o de Gaudí (es absolutame­nte imprescind­ible visitar El Capricho), Domenech i Montaner o Puig i Cadafalch y la alta burguesía catalana en un popurrí donde caben motivos náuticos, blazers de lino, mucho estampado floral y aristocrac­ia con más tiempo del habitual, c’est la vie. De este cierto esnobismo bien entendido y los lazos entre la gente bien y el norte escribió

Miguel Artola en El fin de la clase ociosa que “A los clubes se acudía durante todo el año, aunque no en verano, que era cuando las familias se marchaban a veranear, pero ojo: no era lo mismo veranear que ir de vacaciones. Veranear era abandonar la ciudad durante muchos meses. Había familias que incluso anunciaban en la prensa que se iban a ausentar durante toda la época estival”.

Me temo que muchos no podremos nunca veranear pero sí disfrutar de las fiestas del Cristo a mediados de julio o las del Indiano cuando agosto se nos va muriendo; quizá no podemos tirar de estirpe pero sí andar sus playas anchas como el amor, desayunar en Zubiaga, comer con mucho champagne en El Remedio y tener grabado a fuego aquel mandamient­o de el conde de Sert, habitual de Comillas: “La elegancia es pasar desapercib­ido”.

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